Si a un diablo del infierno
“se le hubiese encomendado
la ruina de la liturgia,
no hubiera podido hacerlo mejor”
Dietrich von Hildebrand
(The Devastated Vineyard)
Sta. Cecilia, Virgen y Mártir
Cuando con perplejidad y dolor, nuestros padres y abuelos comenzaban a decir “nos han cambiado la religión” hacían algo más que una simple declaración nostálgica, como ha querido insidiosamente presentarse la confusión y el pensar del sentir de los fieles y el sentir de la fe.
Cada día vemos que se instala más cómodamente en su cátedra la abominación de la desolación, anunciada por Daniel y confirmada por Nuestro Señor Jesucristo.
Dolor, pena, profunda decepción vamos experimentando día a día los católicos ante la irrefrenable avalancha de abusos litúrgicos, que, a pesar de la claridad de los documentos y disposiciones recientes tendientes a poner un freno, son cometidos impunemente por sacerdotes y obispos pastoralistas y liturgos de un culto que ya hace tiempo desfiguró el rostro santo del auténtico culto católico.
Nos vamos encontrando día a día con una religión que cambia al gusto de la moda que impone una ya no tan minoría paranoica para consumo de jóvenes aborregados, advenedizos a la Iglesia, que con la aquiescencia de sus pastores va desplazando con una furia diabólica (encubierta de sensibilidad pastoral o falsa inculturación) la verdad dogmática, fundamento de todo culto legítimo que debe tener a Dios como destinatario, para trasladar su objetivo a la dimensión antropológica que se concibe como complacencia del gran público ignorante y superficial.
En estos últimos días nos venimos (iba a decir sorprendiéndonos, pero en los que todavía reside algo de sensatez, sería hipócrita decirlo) enterando por los medios, no ya de tímidas experiencias de laboratorio litúrgico, sino de manifiestas muestras de impiedad y sacrilegio.
En la Instrucción “Redemptionis Sacramentum” Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía”, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de marzo de 2004, hacia el final del documento (Capítulo VIII) se dice entre otras cosas:
169. “Cuando se comete un abuso en la celebración de la sagrada Liturgia, verdaderamente se realiza una falsificación de la liturgia católica. Ha escrito Santo Tomás ‘incurre en el vicio de falsedad quien de parte de la Iglesia ofrece el culto a Dios, contrariamente a la forma establecida por la autoridad divina de la Iglesia y su costumbre’ (Cf S.Th II, 2, q 93, a 1)”.
170. “…donde los abusos persistan, debe procederse en la tutela del patrimonio espiritual y de los derechos dela Iglesia, conforme a las normas de derecho, recurriendo a todos los medio legítimos”.
171. “Entre los diversos abusos hay algunos que constituyen objetivamente los graviora delicta, los actos graves, y también otros que con no menos atención hay que evitar y corregir…”.
177. “Dado que tiene obligación de defender la unidad de la Iglesia universal, el Obispo debe promover la disciplina que es común a toda la Iglesia, y por tanto exigir el cumplimiento de todas las leyes eclesiásticas.. Ha de vigilar para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente acerca del ministerio de la palabra, la celebración de los sacramentos y sacramentales, el culto de Dios y de los Santos”.
183. “De forma muy especial, todos procuren, según sus medios, que el santísimo sacramento de la Eucaristía sea defendido de toda irreverencia y deformación, y todos los abusos sean completamente corregidos. Esto, por lo tanto, es una tarea gravísima para todos y cada uno, y excluida toda acepción de personas, todos están obligados a cumplir esta labor”.
Véase también el capítulo V en el que se hace referencia a puntos de capital importancia tales como, el lugar de la celebración, los vasos sagrados y las vestiduras litúrgicas.
Basten los textos citados para darnos cuenta de la gravedad que suponen las irreverentes iniciativas, de las cada vez más numerosas “misas rockeras” que están siendo no sólo mostradas, sino avaladas por obispos locales, con la ilusa esperanza de llenar el vacío que la desacralización interna y el paganismo universal han causado en nuestras iglesias.
Diríjase el amable lector a los siguientes vínculos que le ofrecerán una comprobación visual y auditiva de dos (entre las miles que hay) modelitos de celebrantes y celebraciones. Ambas con el efusivo placet episcopal.
El primer caso en el viejo mundo: Catedral de Tortosa (o tortuosa), España, con el P. Reverté, fundador del conjunto The Seminary Boys.
http://www.youtube.com/watch?v=4jG8LhBvEp4&feature=fvwk
El segundo, en la prometedora América Latina, tan absurda en rechazar lo viejo de Europa y estar tan corrompida como ella. Un padrecito de una diócesis de Argentina con más pinta de conquistador de señoritas que de almas para Cristo.
http://www.youtube.com/watch?v=msQzrMYsEL4
¿Se lo habrán creído en realidad? ¿Son unos pobrecitos? ¿O trabajan horas extras para el Anticristo?
Cuando uno mira el contraste dramático entre esas catedrales góticas con sus retablos cargados de misticismo y piedad con la figura y el show representado por el ministro del altar (si es que así se reconoce el animador ordenado in sacris) no puede menos que ver la profunda fractura que se ha producido en uno de los elementos constitutivos de toda religión: el culto.
Sabemos que son tres los elementos que conforman toda religión:
1) Un dogma. Lo que se debe creer: el Credo o conjunto de verdades reveladas.
2) Una moral. El cuadro ético en el que se desenvuelve la vida del creyente: los Mandamientos.
3) Un culto, o liturgia. La expresión “plástica”, antropológica y sobrenatural de lo anterior.
Cuando los cambios sufridos en cualesquiera de estos componentes revisten por una parte un vaciamiento de los contenidos de fe (porque ya sabemos lex orandi, lex credendi) y la liturgia deviene en un espectáculo conforme a modelos no sólo profanos, sino manifiestamente anti-cristianos, como el rock u otras formas de esta cultura de la muerte que vivimos; ¿nos puede parecer exagerada la afirmación antes enunciada de encontrarnos con una religión cambiada?
El credo se nos predica mutilado, con selección de elementos doctrinales que no causen escándalo al hombre contemporáneo.
La moral se reduce al enunciado de dos mandamientos: no matar, no robar.
El culto, sufre las consecuencias de lo anterior: empobrecido, mutilado, mixturado, improvisado. Ridículo.
¿Hacia dónde vamos?
Si la copa ya está hasta el borde, la caridad habrá de enfriarse (es decir se hará imposible la convivencia) y la abominación de la desolación está por enseñorearse del lugar santo, poco falta para que los verdaderos católicos busquen con angustia una lamparilla que señale la Presencia y no la encuentren. O bien sospechen sobre qué cosa sea eso que el hippie celebrante ha guardado allí…
Y no olvidemos que el sacerdote ha de tener la intención de hacer lo que hace la Iglesia cuando confecciona cualquier sacramento.
Supuesta que hubo intención de consagrar la Eucaristía; ¿en medio de qué irreverencias se hizo presente y se obliga a quedarse al Sufriente Prisionero del Sagrario?
Con independencia del juicio benévolo que harán mis amigos para quienes todo tiene que ver con la buena intención de tales celebrantes (por no decir payasos) y yendo más arriba, de los grandes cerebros que fueron destruyendo la liturgia desde hace más de cuarenta años, cualquiera que haya leído el Evangelio y conozca la teología de la liturgia, podrá ver que todo árbol se conoce por sus frutos.
¿Creen ustedes que tales excentricidades atraerán rectamente a la gente joven a nuestros templos cada vez más vacíos?
Hoy están. Mañana seguramente mudarán de salón bailable.
Una alianza mistonga –por usar un argentinismo- sin ningún fundamento y efímera durabilidad.
Entre tanto no hay lugar para los fieles que desean mantener la tradición.
Ocurrirá como en tiempos de San Atanasio, quien se atrevió a disentir de todo un episcopado enredado en el error del arrianismo.
En el año 360 San Gregorio Nacianceno describe aquellos momentos:
“Sin ninguna duda, la actitud de los pastores fue indefendible, pues, a excepción de un muy pequeño número que o bien no dejaron rastro, a causa de su insignificancia, o bien resistieron valientemente y desaparecieron como simiente y raíz de una primavera futura y de un renacimiento de Israel bajo la influencia del Espíritu, todos contemporizaron, no diferenciándose unos de los otros sino por el abandono más rápido o más lento. Algunos eran los campeones y jefes de la impiedad, los otros seguían en segundo rango, cediendo por miedo o por interés o por adulación o, más excusables, por su propia ignorancia” (Orac. XXI, 24).
¿Qué hacen hoy los obispos? ¿en qué piensan?
Muchos, con ignorancia afectada de los claros deseos del Santo Padre por la recuperación de la Misa Gregoriana –codificada desde los tiempos de S. Gregorio Magno y consagrada por S. Pío V, no inventada- o han declarado que no ven conveniente autorizar su celebración, o en algún caso verdaderamente malicioso la han prohibido, con manifiesto abuso de autoridad y desaliento de muchos católicos.
¿Adónde van a parar los eruditos y convincentes estudios y exposiciones de peritos en materia de liturgia, música y arte sacro que vemos publicar con más profusión que eficacia por vías oficiales y oficiosas?
Resulta que hoy nuestra Iglesia, tan abierta, tan respetuosa de las libertades, tiene un lugar para todos.
Para todos, menos para aquellos que desean usar los templos para la finalidad por la que fueron levantados.
Cualquier parecido de esta realidad con los tiempos del arrianismo, es absoluta y deliberadamente procurada.
Y no lo digo yo.
El Beato Cardenal Newman (“Los fieles y la Tradición”) , citando a San Hilario en su carta a Constancio, escribía:
“vuestra clemencia debería escuchar la voz de aquellos que gritan tan fuertemente: soy un católico, no deseo ser un hereje”.
P. Ismael