“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Cuadro de Navidad de un “no creyente”

A Nicolás,

en su marmórea Navidad romana,

junto a su diminuto pesebre.

 

 

 

 

Natividad-Murillo

 

Natividad. Bartolomé E. Murillo

 

 

Si yo fuese San Pedro –con quien me unen importantes vínculos- , lo dejaría pasar, después de fritarlo bastante en el Purgatorio.

 

De ser condenadamente feo, tendría que perdonarlo: no tuvo la culpa.

Tal vez ello fue la ocasión de su ateísmo: si Dios hizo todo bien… pero el pobre llegó tarde al reparto…

 

Y creo que su estrabismo incidió bastante en su filosofía: ¡cómo para no verlo todo torcido!

Como nuestro Borges, antes de perder del todo la vista ocular, jugó mucho al gallito ciego.

 

Si tuvo náuseas, o bien le dieron una mala catequesis, o pasó mucho tiempo frente al espejo…

Reconozco que para elegir su novia eterna, tan mal gusto no tuvo. No puedo decir lo mismo de ella… Aunque ambos fueran a la vez, eternamente libres para otras relaciones.

 

Creo que los cafés de París no tuvieron demasiada culpa. Ni Merlau Ponty.

 

Tal vez su “militancia” comunista fue bastante farisaica, aunque él no tuviera el término en su léxico.

Que este mundo es una antesala del infierno y nuestros semejantes buenos foguistas de su caldera, lo concedo. A esto lo hemos llevado…

Y que a la vida la haya visto tan tediosa, tal vez le valdría una disculpa importante.

No sé que tuviera hijos.

 

¿Se preguntarán por qué me empeño en perdonarle su nauseabunda filosofía?

Tranquilos mis lectores ortodoxos. No voy a iniciar su causa de beatificación.

Sé que la bondad de una cosa se define por su totalidad. Ya lo enseñaba Santo Tomás. Y que una golondrina no hace el verano…

 

No sé. Tengo ante mí algo que muchos teólogos actuales –liberados de la teología- no serían capaces de producir.

Un pequeño texto –de una obra de teatro- que no alcanzaría para demasiado.

 

Me dijeron que lo escribió en la cárcel. No tengo datos precisos de ello en mis registros que señalan su detención de 1939 a 1941…

Pero si fue así, más a mi favor.

En la cárcel se piensa bien. Algo así le pasó a Oscar Wilde. Sólo que Wilde tenía fe. Y se redimió en vida, como afirmaba Castellani.

 

Si lo presentara con la autoría de un Mauriac o un Claudel, muchos se tragarían mi engaño… Bueno muchos… Con excepción de la gente erudita, que hay mucha también…

 

Si yo fuese San Pedro, correría ante el Juez Supremo con este papel en la mano… Después de todo estuve varias veces en prisión y dije tres veces que no Lo conocía…

 

Casi me parece, un texto patrístico caldeado por el corazón de un contemplativo contemporáneo.

Y estoy dispuesto ha dárselo a leer a la gente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hasta podría darle clases de mariología a Boff.

 

Me gustaría que en esta Navidad, reviéramos su caso… Tal vez…

Lo comparto con ustedes, para que se pongan de mi lado.

 

Porque habló muy bien de Nuestra Santísima Madre, Reina del Cielo, Madre de Dios y Madre de Cristo.

Porque describe lo que puede sentirse siendo Madre de Dios…

 

Los Padres de Éfeso y Calcedonia lo hubieran felicitado.

Y hasta me parece que la Virgen y San José se complacen de su descripción.

 

Aquí se los dejo, para que piensen si por sólo haber escrito esto, puedo hacer algo por él. Ustedes no saben cómo se decidió su caso, aquí en la eternidad…

 

¿Ustedes no saben todavía quién escribió esto?

Léanlo, por favor.

 

Es una oración para la Navidad.

Insisto, señores: con “ateos” que escribieran de esta forma, yo me apuntaría para un Vaticano III.

 

 

“Pero escuchad: no tenéis más que cerrar los ojos para oírme y os diré cómo los veo dentro de mí. La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que pintar en su rostro es un estupor ansioso que no sólo apareció una vez en un rostro humano. Puesto que el Cristo es su niño, la carne de su carne, y el fruto de su vientre. Lo llevó nueve meses y le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Dios. Y en ciertos momentos la tentación es tan fuerte que se olvida de que es Dios. Lo envuelve en sus brazos y dice: ¡pequeño mío! Pero en otros momentos se queda suspensa y piensa: Dios está ahí y se siente presa de un horror religioso por este Dios mudo, por este niño aterrador. Puesto que todas las madres se sienten tan atraídas a veces frente a este fragmento rebelde de su carne que es su hijo y se sienten en exilio frente a esta nueva vida que se hizo con su vida y que está poblada de pensamientos ajenos. Pero ningún niño fue arrebatado tan cruel y rápidamente de su madre, puesto que él es Dios y es sobre todo lo que ella puede imaginar. Y es una dura prueba para una madre sentir vergüenza de sí misma y de su condición humana frente a su hijo. Pero pienso que hay también otros momentos, rápidos y difíciles, en los que siente al mismo tiempo que el Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Lo mira y piensa: «Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí, tiene mis ojos y esta forma de su boca es la forma de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí». Y ninguna mujer ha recibido de la suerte a su Dios para ella sola. Un Dios pequeño que se puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios cálido que sonríe y respira, un Dios que se puede tocar y que vive. En esos momentos pintaría yo a María, si fuera pintor, y trataría de dibujar la expresión de tierna audacia y de timidez con que acerca el dedo para tocar la dulce y pequeña piel de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe. Esto es todo sobre Jesús y sobre la Virgen María.
¿Y José? A José no le dibujaría. No mostraría más que una sombra en el fondo del pajar y dos ojos brillantes. Pues no sé qué decir de José, y José no sabe qué decir de sí mismo. Adora y es feliz de adorar y se siente un poco exiliado. Creo que sufre, sin confesárselo. Sufre porque ve lo mucho que la mujer a la que ama se parece a Dios, lo cerca que está de Dios. Pues Dios ha estallado como una bomba en la intimidad de esta familia. José y María están separados para siempre por este incendio de luz. Y toda la vida de José, imagino, será para aprender y aceptar. Mis queridos señores, esta es la Sagrada Familia”

 

Fragmentos de “Bariona o il figlio del tuono”.

Racconto di Natale per cristiani e non credenti, publicado por primera vez en italiano, Christian Mariotti Edizioni.

 

 

 

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Jean-Paul Sartre

 

 

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P. Ismael

O EMMANUEL…

“La misericordia del Dios

permanece por toda la eternidad”

Sal 102, 16

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O Emmanuel, Rex el legifer noster, expectatio gentium, et Salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster”

 

 

“¡Oh Emmanuel, nuestro Rey y legislador, el deseado de las naciones y su Salvador! Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”

 

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La última de las Grandes Antífonas cierra el canto de la Expectación con el gran tema de fondo que ha dominado estos días: Cristo, el Salvador Esperado, Rey del mundo y Legislador, vendrá a salvarnos por su gran Misericordia.

En realidad es la última, la gran nota final, con un magnífico calderón de eternidad.

 

Sírvame ello de paso para excusar la brevedad que debiera tener el presente comentario, dejando que siga sonando en las mentes de mis amables lectores.

 

En Is. 7, 14 el hijo que dará a luz la doncella (Παρθενος = virgen, según la traducción de los LXX, interpretación consagrada por Mt 1) recibe el nombre EMMANUEL = DIOS CON NOSOTROS.

 

Sería una pretensión en extremo prolija el recorrer en la Escritura tanto la literalidad, como el sentido de esta “compañía”, esta “presencia” de Dios con su pueblo.

Desde el ángel del Señor que marcha delante de los Patriarcas hasta las exclamaciones en todas las batallas “el Señor luchará con nosotros”, es la gran constante de todos los libros inspirados y como la síntesis de toda religión, exigencia moral y vida cultual: ¡Dios está con nosotros! ¿Qué pueblo tiene a sus dioses tan cercanos, como está el Señor cerca de nosotros?

 

Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros?, exclama el Apóstol de los Gentiles.

Dios está y estará con nosotros.

Está en el sostenimiento de la Creación, de la Fe que arde en los corazones fieles, en el dolor del mundo, en las pruebas que nos envía, en la esperanza y afanes de los testigos de nuestro tiempo…

Está, sobre todo en el Sacramento del Altar, en medio nuestro, mediante su Presencia Real, en el perdón que generosamente nos otorga, en los ojos de los niños y de quienes amamos más allá de su cáscara…

Estará con nosotros en la hora de la prueba suprema y la gran tribulación.

Estará en la hora de nuestra muerte, de nuestro tembloroso encuentro con Él.

Estará Él mismo, Emmanuel, intercediendo ante el Padre por aquellos cuya vida, carne y sangre quiso asumir y derramar la Suya.

Estará siéndolo Todo en todos, por los siglos sin término.

 

 

MARANATHA!

VENI DOMINE IESU!

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P. Ismael

Para escuchar la antífona:

http://www.youtube.com/watch?v=FWGM9bJR2Cs

O REX GENTIUM…

« Tu trono es de Dios para

siempre jamás; un cetro de equidad,

el cetro de tu reino”

(Salmo, 44)

 

 

REX GENTIUM

 

 

O Rex gentium, et desideratus earum, lapisque angularis, qui facis utraque unun: veni, et salva hominen, que de limo formasti” »

 

« ¡Oh Rey de los gentiles y Deseado de las naciones, y piedra angular que haces de dos pueblos uno! Ven y salva al hombre, que del lodo formaste”

 

 

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Como una sinfonía perfecta, en que los movimientos, centrados en un motivo que la vertebra, va preparando un final glorioso, las Antífonas O, van, a medida que se aproxima el momento de cantar la llegada del Salvador creando en el oído del alma un crescendo, un clímax de profundo gozo espiritual.

Hemos ido, como conviene a la naturaleza de la liturgia, que responde en último término al orden de la Revelación, ascendiendo “gradualmente” en estos ansiosos llamados al Verbo, tal y cual en la Historia de la Salvación fueron dándose: según la sapiente pedagogía de Dios, deteniéndonos en cada peldaño de su manifestación ascensional.

 

Así cantamos al Verbo Increado, preexistente en el seno eterno de la Santísima Trinidad (Sapientia); conocimos el nombre con que Dios quiso manifestarse y ser llamado por nuestros padres en el Antiguo Testamento (Adonai); reconocimos en el Hijo de David el linaje humano del Redentor (Radix Iesse); veneramos sus prerrogativas como conductor de la Casa de David y Fundador de la Iglesia (Clavis David); nos ha deslumbrado su resplandor que viene a quitar la tinieblas de nuestra vida (Oriens); lo proclamamos como Rey de las Naciones que aúna ambos Testamentos y Pueblos (Rex Gentium) y nos dejará con el aliento contenido el llamarlo con el dulce nombre de Dios con nosotros, Rey y Legislador (Emmanuel)

 

Este el penúltimo movimiento, o si queremos, el penúltimo escalón de este canto insistente de la Iglesia.

 

Hoy llamamos a Cristo “Rey deseado por las Naciones”, que ha venido ha hacer de ambos pueblos (el Israel de Dios y toda la Gentilidad) uno solo Pueblo.

A partir de la venida del Señor, se derribarán todos los muros de mezquindad que separan a los hombres, las diferencias y orgullos raciales…

Este Rey nuestro viene, a diferencia de los reyes de la tierra, revestido de la pobreza de nuestra condición mortal.

No podría salvarnos si Él mismo, en cuanto Perfecto Hombre, no hubiese recibido un cuerpo como el nuestro “formado del barro de la tierra”.

Si Él mismo no hubiese asumido el barro, no hubiera podido redimirlo.

Glorificada eternamente a la diestra del Padre, la Humanidad Santísima de Cristo, no olvida que pudo compadecerse de nosotros, como un Sumo Sacerdote que entró en el santuario del Cielo, no con la sangre de animales irracionales, sino con su misma Sangre preciosísima.

 

“¿Quién es ese que viene con ropaje teñido de rojo… y por qué está rojo tu vestido y tu ropaje, como el de un lagarero? (Is 63, 1-2)

“Fue llevado como cordero al matadero, y como oveja, muda ante los que la trasquilan, no abrió la boca” (Is 53, 7; Hech 8,32)

Así es como se presenta ante nosotros el Rey de la Naciones.

Mezcló su Sangre con nuestro lodo: nos re-modeló.

Y así como Elohim, formó con su manos la forma humana, soplando en su rostro el hálito de vida, Jesucristo nos re-creó empapando a ese hombre con su Sangre, saldando así la deuda de nuestra naturaleza insolvente y enemistada para siempre con Dios.

 

Por ello con toda justicia, Dios Padre lo constituyó Rey y Señor, porque nos compró para Él al precio de Su Sangre. Y le otorgó un Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de JESÚS, toda rodilla se doble, el Cielo, en la tierra y en los abismos…

En razón de la Unión Hipostática, en razón de su conquista, Jesucristo es el único Rey, no sólo de las Naciones y de los hombres todos, sino hasta de la creación entera, que como hemos señalado en estas reflexiones, fue hecha para Él. Omnia per Ipsum facta sunt. Todas las cosas fueron hechas por y para el Verbo.

 

Detengámonos un instante sobre este bellísimo texto de Newman:

“Pero Cristo vino a hacer un nuevo mundo. Entró en este mundo para regenerarlo en Él, para hacer un nuevo comienzo, para ser principio de la creación de Dios, para reunir todas las cosas y recapitular todo en Él. Los rayos de su gloria fueron esparcidos por el mundo; un estado de vida recibieron algunos, otro otros. El mundo era como un espejo bello, roto en pedazos, que no muestra ninguna imagen uniforme de su Creador. Pero Él vino a combinar lo que estaba disipado, a reunir en Él lo que estaba destrozado. Dio principio a toda excelencia y de su plenitud todos hemos recibido.

Cuando vino, un Niño nación, un Hijo nos fue dado, y era Hermoso, Consejero, Dios Todopoderoso, Eterno Padre, Príncipe de la Paz. Los ángeles anunciaron un Cristo, un Señor, pero además, “nació en Belén”, y fue “puesto en un pesebre”. Sabios orientales le trajeron oro porque era Rey, incienso porque era Dios, pero por otro lado también mirra, como señal de la muerte y sepultura que vendrían.

Al final, “dio testimonio de la verdad” como Profeta ante Pilato, sufrió en la cruz como nuestro Sacerdote, mientras era asimismo “Jesús de Nazareth, Rey de los Judíos”

 

(Bto. J. H. Newman, Los tres oficios de Cristo. Sermón de Navidad)

 

En el presente sermón, el brillantísimo Cardenal, ha resumido lo que venimos intentando decir.

Este Rey que une lo que parecía irreconciliable: al hombre con Dios, a la gentilidad con el pueblo de la Alianza.

Y ello por el camino de la humildad y el anonadamiento más inimaginable que podamos concebir, iniciado en el mismísimo instante de la Encarnación.

Tres Tronos ocupa el Rey de la Paz: el Pesebre, la Cruz, la Diestra del Padre.

 

El mismo Newman remarca que solamente en la Persona de Jesucristo pudieron juntarse los tres oficios (o misiones) de Profeta, Sacerdote y Rey.

Así fue posible la perfecta reconciliación con Dios.

Melquisedec fue sacerdote y rey, pero no profeta. David fue rey y profeta, pero no sacerdote. Jeremías, sacerdote y profeta, pero no rey.

En ninguno de estos grandes de la Historia Sagrada se pudieron –como nunca se podrán juntar- los tres oficios a la vez.

Solamente Dios mismo podía hacerlo.

 

Este hombre formado del barro de la tierra y redimido por Jesucristo, aún sigue resistiendo el imperio de cohesión a la unidad en Él.

Pasaron los siglos y ante la contemplación de este mundo en variada pero constante desintegración, nuestro ánimo lucha por sostenerse en la fe en la eficacia de la Encarnación Redentora.

 

Terminemos contrastando la realidad de este mundo con un texto de León XIII

se podrían restañar muchas heridas, todo derecho adquiriría su antigua fuerza, volverían los bienes de la paz, caerían de las manos las espadas y las armas, si todos aceptaran voluntariamente el imperio de Cristo, le obedecieran y toda lengua proclamase que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria del Padre” (Annum sacrum, 25-5-1889)

Remarcamos el se podrían y demás verbos potenciales que inteligentemente utiliza el Papa Pecci, como condicional. ¿Cuál es esta condicional? La de siempre: la voluntad del hombre.

 

Más allá de que los hombres seguimos haciendo barro, creemos que el Señor podrá mantenernos sobre la sólida piedra angular, que es Él mismo, y soplar sobre nosotros su majestuoso aliento.

 

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Para escuchar la Antífona:

 http://www.youtube.com/watch?v=4v926AQ3oTQ&feature=related

 

P. Ismael

O ORIENS…

Volvámonos hacia el Señor…

 

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O Oriens, splendor lucis aeternae, et sol iustitiae: veni et illumina sedentes in tenebris et umbra mortis”

 

 

 

« ¡Oh Oriente, esplendor de la luz eterna, y sol de justicia, ve e ilumina a los que están sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte”

 

 

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Aquel que vino a abrir las puertas del cautiverio de los hombres, a quien hemos llamado “Llave de David” para rescatar a los que estaban sentados en tinieblas de muerte, es llamado en el mismo cántico de Zacarías, Sol que nace de lo alto.

 

De todos es sabido que la Iglesia “sacralizó” el día 25 de diciembre, eclipsando con la celebración de la Navidad, la fiesta del Sol Invicto, gran acontecimiento para el mundo pagano, que precisamente con motivo del solsticio de invierno, imploraba del astro rey su protección y bendiciones.

No hizo más que superponer el Sol Increado, sobre el sol de la creación.

 

“Lumen de Lumine” – Luz de Luz- rezamos en el Credo.

Es la única figura “creada” que utiliza el Símbolo Nicieno-constantinopolitano (síntesis de la Fe de la Iglesia de los Padres) para describir la procedencia del Verbo respecto del Padre.

Dios de Dios, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios Verdadero, Genitum, non factum, Engendrado no creado: Hijo de Dios. De la misma substancia del Padre.

 

Dios es luz. El Evangelio de Juan en su Prólogo nos dice, superponiendo el cuadro sobre los trazos del Génesis, que la Luz estaba con Dios, que era Dios.

 

“La verdadera luz, la que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo no lo conoció” (Jn 1, 9-10)

Dice Jesús: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la obscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12)

 

La luz es la primera de la criaturas hechas por Dios: “Dijo Dios: “Haya luz” y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena, y apartó Dios la luz de la obscuridad” (Gén 1, 3-5)

Es vista por el Salmista como el ropaje de Dios: “Tú te recubres de la luz como de un vestido” (Sal 104, 2)

 

La Jerusalén celestial estará completamente iluminada por la luz del Cordero, que será su lámpara.

Para San Juan la vida cristiana se presenta como un constante combate entre los hijos de la luz y los hijos de la tinieblas y para el Apóstol de los Gentiles, siempre la luz será presentada como una imagen bien conocida por los cristianos, quienes ante la proximidad del día son invitados a abandonar “las obras de la tinieblas”.

El que obra según la luz, va hacia ella, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

 

Jesucristo en su Transfiguración el Tabor, adelantó a los favorecidos Apóstoles, un atisbo de su divinidad al transfigurarse ante ellos, resplandeciente de la luz que como Verbo del Padre, era ocultada por la opacidad de su Humanidad Santísima. Algo así como un escape centellante de brillo a través de la grieta de una vasija que contiene dentro la lumbre.

Este resplandor durará un instante.

Llegada la Hora de Cristo, Él declarará abiertamente: “Esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas”.

La Pasión parecerá extinguir aquella luz que vino al mundo.

Pero la Resurrección es el triunfo de la Luz.

 

Si en el orden creado, encontramos que todos los seres son visibles y resplandecen porque reciben su luz del sol, toda luz sobrenatural que brilla sobre nosotros dimana de Cristo, Sol de Justicia.

 

Todos los pueblos mirarán al Oriente, que precisamente eso significa (Originante, Saliente) como la dirección desde donde amanece y brota la luz.

Llamamos al Señor Oriente, porque Él se ha revelado desde allí. De allí ha anunciado su venida. Estar “orientado” es estar dirigido hacia Dios. “Des-orientado” es haber perdido la dirección de la fe, la plegaria y la salvación…

Porque la salvación viene de Oriente… (Cf Jn 4, 22)

 

El Apóstol nos ha exhortado en la Epístola del pasado Domingo IV de Adviento (que se vuelve a leer en las Ferias) a no juzgar nada antes de tiempo, “hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones, y entonces a cada uno le vendrá de Dios su alabanza” (I Cor, 4, 5)

 

Cada quien tiene sus conos de sombra y muchas veces no vemos lo malo que hay en nosotros, sencillamente porque no tenemos luz. Cuanto más intensa sea la luz, tanto mayor será nuestro espanto al descubrir cómo estamos. Pero la luz de Verbo hecho carne ha iluminado nuestras almas con nuevo resplandor.

Una cosa es la desnuda luz del psicoanálisis y otra la luz de Cristo.

 

El nuevo resplandor del nacimiento del Salvador, nos hace mirar las miserias humanas, nuestras propias miserias, bajo una óptica de insondable esperanza. Sin caer en la trampa del optimismo, sin ningún tipo de edulcorante, podemos llegar a ver la cruda realidad de nuestro estado, sabiendo que por nosotros, Dios ha asumido todo lo nuestro –con excepción del pecado- para que podemos levantarnos y salir de las tinieblas.

 

Orientar nuestra vida hacia el Señor no es fruto de una decisión adolescente, de una consigna impuesta, de un impromptu místico o un mero deseo de mejora espiritual.

Se trata de abrir de par en par las puertas del corazón, dejar que cada resquicio sea iluminado, no tener vergüenza de todo lo que podamos ver. Y luego, dejarnos curar por este Sol de Justicia y Verdad.

 

 

Una consecuencia litúrgica

 

Los cristianos y la Iglesia toda han de re-orientarse constantemente hacia el Señor. “Volvernos hacia El”. No darle las espaladas.

 

La orientación de la oración común a sacerdotes y fieles (cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este, es decir, al sol que se eleva), era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero sol”  (Cardenal Ratzinger)

La liturgia y el culto católico han de recuperar esta reorientación, como lo viene enseñando, contra el fantasma de la impopularidad y la furia de ciertos teólogos, doctores y pastoralistas, nuestro Padre Santo, el Papa Benedicto.

 

Tema para otra ocasión, pero que bien se despunta de cuanto hemos dicho.

 

Sobre ello bástennos las palabras del célebre liturgista de la escuela de Ratisbona, amigo del entonces Cardenal Ratzinger, Mons. Klaus Gamber, referidas a la “orientación” del culto, del Altar y de la asamblea:

 

“Según la concepción católica, la Misa es algo más que una comunidad para celebrar una cena en memoria de Jesús de Nazareth. Lo importante no es la constitución de una comunidad, ni lo que ella vive –aunque esto no deba subestimarse (cf I Cor 10,17) sino sobre todo el culto que se rinde a Dios.

No es el hombre sino Dios quien debe ser siempre el punto de referencia. De aquí que desde los orígenes todos se orientaban hacia Él y no un cara a cara entre sacerdote y asamblea. Es necesario sacar la consecuencia y reconocer francamente que la celebración versus populum es un error. Porque ella es en definitiva una orientación hacia el hombre y no hacia Dios”

 

(Klaus Gamber, “Vueltos hacia el Señor”, Ed. Francesa, con prólogo de Joseph Cardenal Ratzinger, 1992)

 

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Para escuchar la Antífona:

 http://www.youtube.com/watch?v=F5MaqjnSoHA

 

P. Ismael

O CLAVIS DAVID…

 

 

Ni que vayas, ni que vengas,

con llave cierro la puerta”

(García Lorca)

 

 

 

 

 

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O clavis David, et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit ; claudis et nemo aperit : veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris, et umbra mortis »

 

 

« ¡Oh llave de David y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, y cierras y nadie puede abrir! Ven y saca de su prisión a los cautivos, sentados en tinieblas y sombras de muerte”

 

 

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Objetos y experiencia de todos los días: nuestras llaves.

 

La de nuestra casa, la oficina de trabajo, el coche. Las llaves de la parroquia, las de la biblioteca, la del Sagrario…

Tenerlas consigo significa la potestad, el uso y dominio de lo que es nuestro o de lo que se nos ha confiado.

Quien ha tenido la desagradable suerte de haber extraviado alguna vez su llavero, o que se lo hayan arrebatado, siente que “su” mundo se le cierra, que sus cosas y su propia persona quedan en la inseguridad, la inestabilidad.

Dejar las llaves de nuestra casa a un vecino cuando tenemos que cuidar a un pariente enfermo, ausentarnos por obligaciones o descanso, es un signo de grande confianza en su persona.

 

Desde que comenzaron a usarse en la historia de la humanidad las llaves, toda llave, ha adquirido la connotación de potestad: un pequeño artefacto que pone en nuestras manos todo lo que él puede franquearnos.

Tener las llaves es tener toda la casa.

Simbólicamente se entregan las “Llaves de la Ciudad” a un visitante ilustre, y más mediáticamente el emocionante momento (para el ganador) de un concurso con premios tales como una casa o un automóvil.

 

Que existieron en el Oriente antiguo no sólo lo atestigua la Escritura, sino la historia de muchos pueblos, como Egipto, por ejemplo, que cuenta en su alfabeto ideográfico con el signo de la llave (ank), hoy bastante en boga como adorno a modo de dije, en pulseras y demás colgantes.

En los bajorrelieves de numerosísimos templos y tumbas faraónicas, aparece el rey con este emblema en su mano: signo de poder sin límites, como hijo de los dioses que se le consideraba.

 

Pequeñísima o gigantesca, hermana inseparable de los engranajes combinados que ocultan la cerradura, conforman desde aquellos tiempos, aliados de la seguridad que el hombre procura para lo que desea guardar celosamente: su vida, su familia, sus bienes.

 

En el Antiguo Testamento tienen principalmente esta connotación de entrega del poder, y a juzgar por el texto que transcribimos, su tamaño ha sido importante.

 

“Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá.

Le hincaré como clavija en lugar seguro y será trono de gloria para la casa de su padre” (Is 22, 22-23)

 

El Mesías lleva “sobre su hombro” la llave de la casa de David. Y es llamado Clavis David, Llave de David.

El tiene potestad de abrir y cerrar. De dejar pasar o impedir la entrada.

 

Dice Jesús en la parábola del Buen Pastor:

 

“Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” Y más adelante aclaró: “… el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero…” (Jn, 10, 7-9; 1-3)

 

Esta potestad de dejar entrar le corresponde por derecho a Cristo por ser quien habría de dar su vida por las ovejas.

Más aún el texto indica que el paso es Él mismo: hay que pasar por Él.

 

Pero convenía que Cristo se fuera, para que entonces pudiera venir el Paráclito, el sostén, el Espíritu que Él había de enviar desde el Padre el día de Pentecostés.

¿Cómo actuará entonces el Señor para dejar pasar, para abrir, y también para cerrar, sino a través de este “acto de potestad y confianza” entregando las llaves de Su Iglesia a quien nombró piedra?

Su Casa, la Iglesia, es y seguirá siendo suya. Pero las llaves, hasta su retorno como Juez de vivos y muertos, las dejó en manos del pobre pescador galileo. En manos de un “arrepentido” que como lo vemos representado en un famoso cuadro del Greco, llora arroyos de lágrimas, con sus manos juntas, mirando al cielo, pero sin soltar el juego de dos llaves que lleva enganchado en su brazo derecho.

 

“Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos (Mt 16, 17-19)

 

Puesto que nadie puede poner otro fundamento que el puesto por Cristo y siendo su palabra infalible, la seguridad para llegar a Él y pasar por Él, nos viene, por encima de la fragilidad del portero, de Su voluntad de hacerlo depositario sobre sus hombros de las llaves del Reino: “El que os escucha a vosotros, a Mí me escucha, el que os rechaza, a Mí, me rechaza”

Y aunque Pedro tenga a su cargo tamaña tarea de abrir y cerrar, la causa “instrumental” de nuestra entrada o exclusión, es siempre Cristo, Llave de David, Puerta de las Ovejas, Cabeza y Señor de la Iglesia.

Al final de la historia, cuando Cristo entregue el Reino al Padre, para que todo sea uno en la eterna felicidad de la contemplación facial de Dios, juzgará de nuestras obras, si hemos guardado Su Palabra.

 

El Vidente de Patmos recibe el encargo de escribirle al Ángel de la Iglesia de Filadelfia:

“Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra nadie puede abrir. Conozco tu conducta: mira que he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no has renegado de mi nombre…”

(Apoc 3, 7-8)

 

Guardar la Palabra de Cristo es la garantía para que funcionen las llaves.

Aunque tengamos poco poder, como los de Filadelfia, Él ha abierto ante nosotros una puerta cuando nos incorporó a Su Iglesia por el Bautismo, confirmado sobre la Fe de Pedro.

 

Dejamos para el final otra de las funciones de la llave.

 

El Mesías romperá los cerrojos de las cárceles de los cautivos. Abrirá sus celdas como abrió el Sheol en el que estaban detenidas las almas de los justos del Antiguo Testamento hasta el día de Su Resurrección.

Así lo profetizó Zacarías en su cántico del Benedictus que cada día recitamos en las Laudes matutinas:

“illuminare his qui in tenebris, et in umbra mortis sedent...”

“para iluminar a los que yacen (están sentados) en las tinieblas y sombras de la muerte”.

 

Estar “sentado” es figura de quien no tiene esperanza de redención. Quien está en las tinieblas no tiene otra alternativa que sentarse, porque es imposible cualquier intento de caminar. Mientras hay luz se puede caminar, cuando llega la noche, nada se puede hacer.

Por eso el Mesías viene a tomarnos y ponernos de pié, como lo hizo Él y también los Apóstoles cuando sanaban a los lisiados.

 

Es un lugar común para la teología de la liberación el tópico de “las opresiones”. No está mal siempre que se entienda que la liberación más importante, y que sólo Cristo puede realizarla, cooperando el hombre, es la de la cautivad y esclavitud del pecado, principalmente el personal. Porque el llamado “pecado social” no es más que la suma de nuestros pequeños o grandes pecados, que nos tiran a “sentarnos” en una tiniebla que puede llegar a ser tan cómoda como mortal.

 

Pidamos en estos días al Divino Cerrajero que acomode los engranajes interiores de la combinación de nuestra alma, para que lo dejemos abrir, entrar y cenar con nosotros.

 

Para escuchar la Antífona:

 http://www.youtube.com/watch?v=mzR--y9MiPM&feature=related

 

 

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P. Ismael

O RADIX IESSE…

“Fructus eius dulcis”

“Su fruto es dulce”

(Cantar)

 

 

 

RADIX IESSE

La raíz de Jesé. Catedral de Chartres.

 

O radix Iesse, qui stas in signum populorum, super que continebunt reges os suum, quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, iam noli tardare”

 

 

 

“Oh Raíz de Jesé que está de pié como una insignia del pueblo, ante quien los reyes guardarán silencio y ante quien los gentiles orarán, ven a librarnos, y no tardes”

 

 

 

estrella

 

 

Jesús es llamado en algunas ocasiones en los Evangelios como “Hijo de David”. Esta expresión aparece en boca de algunos afligidos que se acercaban a Él en busca de sus signos milagrosos.

Habiendo recusado el concepto nacional y político del Rey-Mesías, Jesús nunca se llamó a sí mismo hijo de David.

“Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: “¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo:

Dijo el Señor a mi Señor:

siéntate a mi diestra

hasta que ponga a tus enemigos

debajo de tus pies.

El mismo David le llama Señor: ¿cómo entonces puede ser hijo suyo? (Mc 12, 35-37)

En modo alguno se trata de un repudio a su dignidad real y davídica, de la cual dan suficiente cuenta las genealogías de Mateo y Lucas.

 

De cualquier forma, sirviéndose con más soltura y frecuencia del título de “Hijo del Hombre” (especialmente en ciertas ocasiones con referencia a Daniel 7, de connotaciones mesiánicas) ello no anula que ese Hijo del Hombre, es hijo de la descendencia de David.

Dice San Lucas: “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David…” (Lc 1, 26-27) Según estos versículos hay una correspondencia con la genealogía de Mateo que hace de José descendiente de David, ya que ambos acentuarán, como era costumbre, la filiación por parte del padre. Lo que no significa en modo alguno que María no fuese igualmente de la estirpe y familia de David.

 

La historia de David y su preponderancia en la historia del pueblo elegido hace del piadoso y guerrero rey un prototipo del Ungido del Señor.

El fue ungido por Samuel cuando el Señor rechazó a Saúl.

Era el más pequeño de los hijos de Jesé.

Tan sin protagonismo que, cuando el profeta llega a casa de Jesé y quiere ver a todos sus hijos, tiene que preguntarle al final del desfile de los apuestos muchachos, si no le quedaba otro hijo, porque el Señor le había dicho no es éste el elegido.

David era pastor y estaba cuidando el ganado de su padre.

Antes que David fuese David, el Rey era “el hijo de Jesé”. Costumbre muy corriente entre los hebreos y orientales en general de designar a un por el nombre de su padre: los patronímicos, que diríamos nosotros, y que tanto se dan entre los apellidos españoles.

 

El título mesiánico otorgado en este caso por la liturgia en la Antífona de este día, da un salto por encima de David, para llamar al Mesías prometido, Raíz de Jesé.

Isaías había profetizado un descendiente de David sobre el que reposaría el espíritu del Señor con todos sus dones: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, un retoño de sus raíces brotará” (Is 11, 1)

En admirable consonancia anuncia Jeremías: “Mirad que días vienen –oráculo del Señor- en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra” (Jer, 23, 5)

Estas bellísimas y fuertes imágenes: Germen, raíz, tronco, vástago, retoño; todas ellas originadas de la vida agrícola, tienen obviamente una clara referencia a la generación humana del Mesías.

 

Las genealogías de los santos evangelios tienen una primera finalidad: demostrar que Jesucristo es verdadero y perfecto Hombre.

En cuanto a su naturaleza humana, que le es otorgada totalmente por María, se puede señalar en Él, como en cualquier hombre, una procedencia, una genealogía, una familia.

¡Qué escándalo para el monofisita y el cátaro de todos los tiempos!

¡Y sobre todo que en los ascendientes de Jesús aparezcan ciertos personajes con “historia”! ¡Y el mismo David tuvo sus “historias”!

El Señor no se avergüenza de reconocerse descendiente, según la carne, de una familia, de una estirpe que aunque elegida por Dios, no dejó de ser nunca humana…

 

¡Qué bien podremos comprender esto todos nosotros, que gracias a Dios no hemos nacido por generación espontánea!

Hemos tenido, tenemos y tendremos en nuestras familias quienes están más cerca y quienes tal vez estén muy lejos de Dios. Y esto que podemos ver en estos miembros de nuestra familia, también puede darse en nosotros mismos…

 

Para que veamos hasta qué punto el arte sacro de la Iglesia ha incorporado con toda “naturalidad” esta “filiación humana de Cristo” hemos encabezado nuestro comentario con una fotografía de un formidable vitral de la catedral de Chartres que ilustra, al igual que numerosas miniaturas del Medioevo, esta imagen de la raíz o el tronco de Jesé.

Aunando dos cosas que la Edad Media supo muy bien hacer y que a nosotros nos cuesta tanto, el anónimo autor del vitral, representa la generación humana con un natural candor y un verismo muy fuerte. La raíz –cualquier observador podrá notarlo- no brota de la cabeza ni del corazón del susodicho Jesé, como tal vez lo hubiera representado una piadosa monjita del período jansenista, o los “fetos con alas”, como describía Don Orione a ciertos seminaristas de su tiempo (dicho sea de paso, ahora no tienen alas…)

 

Ante esta Raíz de Jesé, Jesucristo, el Mesías Rey de reyes, todos lo poderosos de la tierra enmudecerán y los gentiles llegarán a la conversión, dice la Antífona.

La flor más delicada ha producido el fruto más sabroso: María, verdadera Rosa Mística nos ha dado el fruto bendito de su vientre: Jesús.

 

Y la Iglesia cantará enternecida en estos días:

 

“Memento, rerum Conditor,

nostri quod olim corporis,

sacrata ab alvo Virginis

nascendo formam sumpseris”

 

“Creador de todo lo creado,

acuérdate del día en que este suelo

te vio nacer del vientre de una Virgen

vestido con un cuerpo igual al nuestro”

 

(Himno de Navidad Iesu Redemptor omnium)

Traducción: Fco. Luis Bernárdez, “Himnos del Breviario Romano”

 

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Para escuchar la Antífona:

http://www.youtube.com/watch?v=VFE7B-DZ8_w&feature=related

 

 

P. Ismael

O ADONAI

“Dios se viene muy fuerte este año”

(E. García Caffarena)

 

 

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O Adonai, et Dux domus Israel, qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et ei in Sina legem dedisti: veni ad redimendum nos in bracchio extento”

 

 

“Oh Conductor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente, y le diste los mandamientos sobre el Monte Sinaí, ven y redímenos por el poder de tu brazo”

 

 

 

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Los Padres de la Iglesia y los santos Doctores, basados en las Santas Escrituras, aciertan notablemente cuando llaman a Dios tanto el sin-nombre, como el de muchos nombres, más, el de todos los nombres.

“Como nosotros no podemos nombrar nada si no es en la medida de nuestro conocimiento, tampoco podemos llamar a Dios si no es por las perfecciones que encontramos en los demás seres, pero que tienen su origen en Dios. Pero como las perfecciones son múltiples en las cosas, es necesario llamar a Dios con muchos nombres. Si pudiéramos contemplar su esencia en sí misma no necesitaríamos una pluralidad de nombres, sino que solo existiría un concepto más simple de Él, porque su esencia es simple. Y esto es lo que esperamos en el día de nuestra glorificación según aquellas palabras: Aquel día el Señor será uno y uno su nombre (Zac 14,9)” Sto. Tomás, Compendium Theologiae 2, 243)

 

La antífona de las Vísperas de este día nos sitúa en un mismo escenario –el monte Sinaí- con dos impresionantes actos: la revelación del Nombre de Dios y la promulgación del Decálogo.

Dios es el actor y productor principal, aunque invisible y Moisés el “actor invitado”…

 

La teofanía del Sinaí el acontecimiento de mayor importancia de todo el Antiguo Testamento: el conocimiento del Dios personal que había llamado a Abraham de Ur de los caldeos y continuó guiando a sus descendientes llega al máximo grado de comunicabilidad concebible al revelar su nombre a aquellos que habían “luchado” con Él, como Jacob, para obtener su bendición y conocer Su Nombre para poder invocarlo.

El conocimiento del nombre es la llave de una amistad. De un poder. De familiaridad que no podía sospecharse nunca.

Hemos visto en otras ocasiones como toda revelación es a la vez un ocultamiento.

 

Es conocido de todos el texto de Éxodo 3, 14. Moisés descalzo y aterrado dialoga con el Dios de sus padres: “Qué les diré a los israelitas cuando me pregunten quién me ha enviado…”

Dios revelará a través del sagrado TETRAGRAMMATON su nombre propio. Como dice Schmaus: “es un regalo de Dios al hombre” (Teología Dogmática, I)

Es el mismo teólogo quien señala que desde muy pronto creció en la Antigua Alianza el sagrado terror a pronunciar la palabra YAVÉ. Cuando en algún texto aparecía esta palabra, en su lugar se pronunciaban los términos Elohim o Adonai. Los masoretas al poner vocales al texto griego, pusieron bajo las letras de la palabra original las vocales de las palabras nuevas usadas en la pronunciación. Así nació la palabra Jehová, totalmente infundada desde el punto de vista filológico y creación puramente artificial” (Ibid) Un “barbarismo” dirá Bouyer.

 

El Papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”, comentando la petición del Padrenuestro santificado sea tu Nombre, señala magistralmente:

“…Esta afirmación es al mismo tiempo nombre y no-nombre (Yo soy el que Soy). Por eso, era del todo correcto que en Israel no se pronunciara esta autodefinición de Dios que se percibe en la palabra YHWH, que no la degradaran a una especie de nombre idolátrico. Y por ello no es del todo correcto que en las nuevas traducciones de la Biblia se escriba como un nombre más este nombre, que para Israel es siempre misterioso e impronunciable, rebajando así el misterio de Dios, del que no existen ni imágenes ni nombres pronunciables, al nivel ordinario de una historia genérica de las religiones”

 

Hoy invocamos al Dios fuerte y poderoso, esperado de las naciones con el término ADONAI.

Es un plural abstracto y significa señorío. El término es una acentuación del dominio divino: Dios es el “Súper Fuerte” al que se le puede llamar “Señor mío”, siendo el Señor supremo.

Los Setenta traducen el término por Kyrios : Señor.

 

Este Señor, Dios de nuestros padres, entrega a Moisés, durante el trayecto del éxodo, en el mismo monte las tablas de la Ley, escritas por su mismo dedo.

Jesús, El Señor, no ha venido a abolir la Ley, sino ha llevarla a su perfección: ni una tilde ni una iota dejarán de cumplirse. Así ha declarado el Maestro que el que menospreciare el más pequeño de los mandamientos y así lo enseñare será considerado pequeño en el Reino de los Cielos (Cf Mt 5, 17-20)

El Dios Fuerte, no podía menos que darnos mandamientos fuertes. Jesucristo, sin disminuir las exigencias de la Ley divina positiva, nos alienta diciéndonos que su yugo y su carga son livianos.

 

La crisis por la que atraviesa el cristianismo contemporáneo detenta, entre otras gravísimas falencias, no sólo la ignorancia práctica de la Ley divina, sino además el desconocimiento teórico de los Mandamientos.

Cuando predico a niños me atrevo a hacerlo. Con los adultos no. No por ahorrarme el mal rato (que un cura pasa muchos) sino la vergüenza ajena.

Pregúntele ustedes a algún amigo, vecino o pariente, ocasionalmente pontificante en materias de fe y costumbres, cuántos y cuáles son los Mandamientos…

Se llevarán verdaderas sorpresas. Mucho mayores si les interrogan salteadamente por el 8º, el 3º, el 9º, etc…

Me contó un amigo sacerdote que vio, no sé por qué medio, una entrevista en plena plaza de San Pedro hecha al azar a cuantos sacerdotes (muchos bien ensotanados y requintados) podía asaltar el periodista, solicitándoles enumerasen los Diez Mandamientos: ¡un desastre!

La ley de Dios debiera ser la alegría de nuestro corazón, la luz de nuestros ojos…

Y no se diga que los mandamientos están formulados en “negativo”, que no hay que obligar a los niños a memorizar y todas esos absurdos que cultivan los y las catequistas y los sacerdotes que les dan (¿les dan?) de comer…

 

Escribía Santa Teresa Benedicta de la Cruz:

“Ser hijo de Dios significa: caminar de la mano de Dios, hacer su voluntad y no la propia, poner todas nuestras esperanzas y preocupaciones en las manos de Dios y confiarle también nuestro futuro. Sobre estas bases descansan la libertad y la alegría de los hijos de Dios. ¡Qué pocos, aun de entre los verdaderamente piadosos y dispuestos al sacrificio heroico, poseen este don precioso! Muchos de ellos marchan por la vida encorvados bajo el peso de sus preocupaciones y deberes” (Edith Stein, El misterio de la Nochebuena)

 

No ha sido acortada la mano del Señor. Sigue teniendo fuerza. Aún en estos días de debilidad en la fe.

Acerquémonos confiadamente al Dios que sigue siendo EL FUERTE, EL SEÑOR, ADONAI y que no permitirá que ningún otro que EL sea nuestro poderoso conductor.

Siempre que no le atemos las manos: es Fuerte, jamás violento con el corazón del hombre.

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Para escuchar la antífona:

http://www.youtube.com/watch?v=o6y9Idko8-A&feature=related

 

 

P. Ismael

O SAPIENTIA…

Salí del Padre y vine a este mundo”

(Juan, 16, 28) 

 

 

 

Annunciation

Giovanni Lanfranco, Anunciación

 

O Sapientia, quae ex ore Altissimi prodiisti, attingens a fine usque ad finem, fortiter suaviterque disponens omnia: veni ad docendum nos viam prudentiae”

 

“Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, alcanzas de uno al otro confín, y ordenas todas las cosas poderosa y suavemente, ven y enséñanos el camino de la prudencia”

 

estrella

 

 

Las antífonas “O” no son otra cosa que una exquisita síntesis teológico litúrgica de los títulos mesiánicos, por esa razón cada una de ellas va abriéndonos un insondable venero de contemplación del misterio de Cristo, el Verbo Encarnado y Redentor.

 

Hasta qué punto pudo vislumbrarse en el A.T. la revelación del Logos eterno, no es tarea fácil para el exegeta que pretenda encontrar algo más que un barrunto de la plenitud que los textos sapienciales alcanzarán a la luz deslumbrante del Prólogo de Juan que evocará la eterna existencia del Verbo en el seno de Dios.

Ciertamente podemos encontrar en los textos veterotestamentarios asombrosos indicios que sostienen nuestra fe, fundada en la interpretación patrística ininterrumpida, que desembocan, teniendo en cuenta el desarrollo progresivo de la historia de la salvación, en la adjudicación cristológica de la “Sabiduría divina”.

Inspirados para describir uno de los atributos divinos, los textos nos muestran lo que llamamos la “personificación de la sabiduría”, existiendo desde siempre. Ella misma hace su elogio: “Desde la eternidad fui yo moldeada, desde el el principio, antes que la tierra…, estaba yo con él como arquitecto, solazándome ante él en todo tiempo” (Prov 8, 23-30)

 

La personificación de la Sabiduría no obedece simplemente a una evolución del lenguaje poético, sino que nos señala el origen de dicha Sabiduría.

Procede de Dios, participa de su naturaleza, posee sus perfecciones de omnipotencia e inmutabilidad (Cf. Prov 7, 25; 7, 23-27)

 

El mismo libro de la Sabiduría describe la obra de Dios en el mundo y los hombres: “Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles.

Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por loo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin macha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad.

Aun siendo sol, lo puede todo; sin salir de si misma, renueva el universo en todas las edades…” (Sab 7, 22- 27 y ss)

Una interesante representación de la Sabiduría increada puede ser descubierta por el ojo de un buen observador, en fresco más universalmente conocido del techo de la Capilla Sextina: la Creación. En él, Miguel Ángel ha representado al Creador abrazando una delicada e inquietante figura femenina.

 

Jesús, el Hijo de Dios, se presenta ante sus contemporáneos como Maestro poseído de la sabiduría de Dios que viene a comunicarla. Su forma de enseñar –que llamaba la atención por su contraste con la de los doctores de la ley y los fariseos- está marcada por las formas literarias del profetismo: parábolas, alegorías, sentencias, proverbios.

Comparándose con el mismo Salomón (el sabio de Israel por excelencia, autor oficial de los más sublimes textos sapienciales) dirá: “Aquí hay alguien que es más que Salomón” (Cf Mt 12, 24; Lc 11, 31)

Solamente Dios mismo podía “llevar a su perfección” los mandamientos entregados a Moisés en Horeb. “Habéis oído que se dijo… pero Yo os digo” Ese YO está conformado sobre la misma forma gramatical de la revelación del Nombre de Dios.

 

Es en Cristo, en quien se revela la Sabiduría de Dios. Esa que el Padre quiso revelar a los pequeños y ocultar a los grandes sabios.

Las “obras” (signos, milagros) de Jesús, revelan las obras del Padre, la sabiduría divina.

Al igual que la Sabiduría de los sapienciales (Eclo 24, 19; Prov 3, 17) El nos invita a tener un encuentro personal, a saborear su doctrina y gozarnos de su presencia.

 

El paralelismo es asombroso.

“Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis productos”; “Sus caminos son caminos de dulzura y todas sus sendas de bienestar”

“Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29)

Así, con toda propiedad Cristo es la Sabiduría (El logos eterno) que sale de la boca del Altísimo: su perfecta imagen, su impronta, su Palabra hecha carne para los hombres que pone su tienda entre nosotros.

 

Huelga la referencia a la etimología de SAPIENTIA. Ciencia sabrosa, para ser degustada, saboreada. La sabiduría del evangelio necesita un paladar “educado”.

Así como no todos los alimentos son apreciados o resistidos por el paladar y el estómago, la sabiduría de Cristo, puede ser para muchos necedad e indigestión.

El hombre carnal, el necio, el mundano no aciertan a este descubrimiento como un oído torpe rechaza o se burla de una acabada y sublime composición musical…

Es propio de la Sabiduría (arquitecta divina) ordenarlo todo y disponer con maravillosa providencia el curso de la historia, los grados de perfección de los seres, la inapreciable vida de la gracia en los hombres y los insondables movimientos de los ángeles.

 

La Sabiduría va creciendo en nosotros, si le damos lugar en la tierra de nuestro corazón, sin que nosotros nos demos cuenta, como lo ha enseñado el mismo Jesús. Ella se transformará en un frondoso árbol crecido junto al torrente de las aguas más puras.

Dispondrá el entendimiento para que “degustemos” las cosas de Dios.

El mundo ha ido perdiendo aceleradamente el gusto por las cosas divinas y su enfangarse en los engañosos bienes de la tierra pareciera su destino inevitable…

Nadie puede acercarse a Cristo si el Padre no lo atrae. Y el mismo Cristo lo atrae. Pero esta atracción se verifica por el imán de la libertad. Sí, una atracción poderosa que libremente nos hace elegir el bien, la sabiduría por encima de todas las riquezas y bienes creados, así como lo pidió Salomón.

 

Entre tantos bienes que la Sabiduría nos reporta (“todos los bienes nos vienen con Ella”) pudiéramos destacar la virtud de la prudencia: lo que en la Antífona se llama “el camino de la prudencia”

Efectivamente, la prudencia es un estrecho y costoso camino a recorrer: no llegamos a la Sabiduría, sin que Ella misma nos señale el camino a seguir: “Ego sum via”; “Yo soy el Camino…”

No hay otro camino para la prudencia que el ejemplo de la misma Vida del Señor Jesús que viene a nosotros. Y no hay mejor guía que el Espíritu Santo para recorrerlo: es nos ha concedido a modo de don la Sabiduría el día de nuestra confirmación.

 

Tengamos presente las palabras del salmista: “La boca del justo meditará sabiduría, y su lengua hablará lo justo”.

Para pasarlo a un lenguaje de cuño psicológico, digamos, por simplificar que sabiduría bien podría entenderse como plenitud en la madurez humana y cristiana.

 

Escribe San Buenaventura (que no leyó a Lersch ni a Pieper) : “La madurez en los juicios es la sexta columna sobre la que descansa el edificio construido por la sabiduría, lo cual equivale a decir que nos es juzgadora, como enseña el Apóstol Santiago. Esta madurez existe en el hombre, siempre que se guarda con sumo cuidado de formar juicios temerarios… quien aborrece a otro, no podrá juzgarlo recta e imparcialmente… por efecto de la prevención con que lo mira… pues todo hombre debe ser más propenso a disimular indulgentemente, que a juzgar temerariamente. Y por desgracia se observa que al presente todos se creen con derecho a juzgar los malos pensamientos, como diría el Apóstol Santiago…” (San Buenaventura, “Los dones del Espíritu Santo”)

 

Nos conceda el Maestro, Sabiduría Insondable de Dios, enseñarnos con su paciencia infinita este camino de la prudencia en este punto y en las múltiples exigencias de la vida espiritual.

Si somos discípulos sensatos veremos cuánto nos falta…

Acudamos a Santa María Sedes Sapientiae en quien se asentó la Sabiduría como en su Trono, Ella nos conduzca con su dulzura de Madre y su infalible pedagogía de Maestra.

Porque Ella fue primero discípula…

 

VENI DOMINE IESU!

 

Para apreciar el texto musicalizado:

http://www.youtube.com/watch?v=VcoYzoSfZUc

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P. Ismael