“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

________

Navidad y pecado

 

A mi hermana Marta,

que celebra la Navidad en su fructuoso martirio…

 

 

Guido-RENI-Matanza-de-los-inocentes

La matanza de los Inocentes.  G. Reni. 

 

 

 

Sin dejarse engañar por el falso espíritu optimista que a partir de los “sesenta” había de invadirlo todo con su desmedida confianza “antropológica”, el auténtico espíritu de la liturgia católica –maravillosamente expresando en el Misal tradicional- nos proporciona una interesante bajada a tierra a través de las oraciones que pone en nuestros labios en estos días en que damos gracias por el maravilloso intercambio entre lo divino y lo humano.

 

 

Lejos de marearnos con el así llamado espíritu navideño que impregna transitoriamente nuestro mundo de aroma de azahares y mazapán; de lucecitas y obesos Santa Claus exhortándonos a hacer alguna obra buena, la liturgia de la Iglesia (fundada no sólo en la Revelación, sino también en el profundo conocimiento de la naturaleza humana), no deja de hacernos caer en la cuenta, mediante un profundo realismo, de la verdad de nuestra vida: que aunque la carne se revista de seda (léase de todas las brillantinas navideñas), carne se queda…

 

De de las numerosas expresiones de este principio que podríamos citar aquí, quisiera nos detuviésemos un instante en las oraciones “colectas” de estos días que en las nuevas traducciones (si no adulteradas, a lo menos rebajadas y muy edulcoradas) han perdido esta conciencia de ser el hombre –también en Navidad- un pobrecito pecador…

 

Proponemos una comparación, entre tantas que podríamos elegir, a partir de las oraciones colectas de Navidad y su infraoctava y la fiesta de los Santos Inocentes, de la liturgia tradicional con las traducciones del Novus Ordo.

 

El lector que lea anticipará mis conclusiones.

 

Misal de Trento y Juan XXIII

 

Colecta Misa del Día de Navidad e Infraoctava.

 

Concede, quaesumus, omnipotens Deus:

ut nos Unigeniti tui nova per carnen Nativitas liberet;

quos sub peccati iugo vetusta servitus tenet…

 

Concédenos, Dios omnipotente, que seamos liberados

por la nueva natividad corporal de tu Unigénito, nosotros

a quienes la antigua servidumbre nos mantiene

bajo el yugo del pecado

 

Santos Inocentes.

 

Deus, cuius hodierna die praeconium Innocentes

martires non loquendo, se moriendo confessi sunt:

omnia in nobis vitiorun mala mortifica; ut fidem tuam,

quam lingua nostra loquitur, etiam moribus vita fateatur…

 

Oh Dios, cuyo magnífico elogio publicaron en este día

los Inocentes Mártires, no hablando, sino muriendo:

extingue en nosotros todas las malas pasiones, a fin de que,

la fe que proclamamos con los labios, la publiquemos también

con nuestras obras…

 

El Nuevo Misal

 

La Colecta de la Misa del día de Navidad: sustituida por otra (Deus qui humanae substantiae..) Otra cosa. La que citamos arriba fue puesta, modificada, para otro día.

 

Santos Inocentes

 

Los mártires inocentes proclaman tu gloria en este día,

Señor, pero no de palabra, sino con su muerte;

concédenos por su intercesión testimoniar con nuestra vida

la fe que confesamos de palabra…

 

Las “malas pasiones” o “vicios” fueron extinguidos. Pero de la oración.

Probetur.

estrella

 

Porque seguimos siendo una redonda miseria, la Iglesia –Madre y Maestra- no quiere que el encanto de la Nochebuena sea opio para nuestras conciencias de pecadores.

 

Y por ello nos recuerda que seguimos esclavos de nuestras tendencias, pecados y demás elementos que conforman la “cocción de fondo” de nuestra vida y que nunca (ni siquiera en el tiempo de “todos a ser buenos que Cristo nació”) deben soslayarse en la lucha ascética; y por ello nos da esta magnífica lección de sentido común y profunda fe teologal que, sabiendo que el hombre, que ha sido levantado a tan grande altura –“reconoce, oh cristiano tu dignidad!” ha dicho San León Magno-, no por ello debe olvidar lo que viene del interior de su corazón.

 

De Dios viene la Redención, de nosotros el seguir sujetos a la debilidad…

De Dios, la vida; de nosotros el seguir derramando sangre inocente…

De Dios la Justicia que mira desde el cielo; de nosotros las iniquidades y las guerras…

 

La liturgia es sublime. Pero no infantiloide.

¿Cómo nos explicamos, si no, que al día siguiente del nacimiento del Salvador celebremos el testimonio (martirio) de San Esteban?

¿Y cómo es que los cándidos pañales del recién Nacido se tiñen de la sangre de los Inocentes asesinados por la crueldad y el enfermizo miedo de Herodes?

 

No arrebata los reinos terrenos Quien promete los celestiales.

 

Porque no sabemos perdonar de veras en la Nochebuena, el testimonio del diácono Esteban nos ruboriza…

Porque hablamos más de lo que testimoniamos, el martirio de los tiernos Inocentes nos hace entender que Él, desde su llegada a este mundo, vino a traer algo más que la simple beatitud de una Noche de paz…

No penséis que vine a traer la paz al mundo.. Vine a traer la división…

 

El corazón del hombre que haya sido tocado por el misterio de la Navidad (no nos escandalicemos) será un corazón dividido:

Entenderá que está llamado a cosas grandes.

Y también se dará cuenta que después de las grandes resoluciones, de las grandes decisiones y los más ardorosos votos de fidelidad, ese fomes que ha quedado en nuestra naturaleza, como la borra del café que de tanto en tanto se agita (si se me permite la imagen) nos muestra el pobre hombre que llevamos dentro que aún en Navidad es capaz de seguir con sus odios y sus crímenes.

 

¿Desalentarnos? ¿Escandalizarnos?

Simplemente ser objetivos y pedir la madurez de la Fe:

También en el esplendor de la fiesta, el verdadero creyente sabe de qué pasta está hecho y sabe seguir viviendo el espíritu de vigilancia sobre sí y ninguna burbuja le hará olvidar que de la misma madera de la Cuna está hecha la Cruz del Redentor.

 

P. Ismael

linea_pluma

Christus natus est nobis…

christmas

 

Cuando la Navidad es soledad…

Cuando te das cuenta que todo es regalo y que nada es tuyo.

 

Cuando entiendes que sólo el Verbo del Padre merece todo el amor de Quien lo engendra.

Cuando no tienes sorpresas en tu Belén…

Cuando se olvidaron de saludarte o responder tu cumplido…

Cuando tu familia ya celebra en la otra orilla.

Cuando al día siguiente la Santa Iglesia ya se reviste de rojo para San Esteban…

Cuando terminas de cerrar las puertas de tu capilla y saludas por última vez al Señor Sacramentado…

 

Allí adivinas unos frágiles bracitos, que se agitan entre pañales, están esperando que tú les extiendas los tuyos…

Porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.

 

Y tu soledad será tan pura como la nieve.

Y tan virginal como el álamo.

 

 

Porque soy sacerdote. Mi bendición.

P. Ismael

linea_pluma

Tota pulchra es Maria!


Immaculata Conceptio est hodie

Sanctae Mariae Virginis.

Quae serpentis caput virgineo pede

contrivit.



inmaculada-concepcion-tiepolo


En 1823, dos sacerdotes dominicos (Bassiti y Pignataro) exorcizaron a un niño poseso, de 12 años de edad y analfabeto.


Obligaron al demonio, en nombre de Dios, a demostrar la veracidad de la Inmaculada Concepción de María.


Para estupor de los sacerdotes, por la boca del niño poseso, el demonio compuso el soneto que transcribimos.


Se refiere que Pío IX se enterneció hasta las lágrimas al leer este soneto y vio en él una confirmación del Dogma de la Inmaculada.


"Vera Madre son io d'un Dio ch'è Figlio,

e son Figlia di Lui, benchè Sua Madre,

ab aeterno nacque Egli ed è mio Figlio,

in tempo io nacqui e pur Gli sono Madre.

 

Egli è mio Creator ed è mio Figlio,

son io Sua creatura e Gli son Madre,

fu prodigio divin l'essere mio Figlio

un Dio eterno, e Me d'aver per Madre.

 

L'esser quasi è comun fra Madre e Figlio

perché l'essere dal Figlio ebbe la Madre,

e l'essere dalla Madre ebbe anche il Figlio.

 

Or, se l'essere dal Figlio ebbe la Madre,

o s'ha da dir che fu macchiato iÍ Figlio

o senza macchia s'ha da dir la Madre. "

 

estrella 


"Soy verdadera Madre de un Dios que es Hijo,
Y soy su Hija, aunque le soy Madre;
Él desde eterno existe y es mi Hijo,
y yo nací en el tiempo y soy su Madre.


El es mi Criador y es mi Hijo,
y soy su criatura y su Madre;
fue divinal prodigio ser mi Hijo
un Dios eterno y tenerme por Madre.

 

El ser de la Madre es casi el ser del Hijo,
visto que el Hijo dio el ser a la Madre
y fue la Madre que dio el ser al Hijo;

 

Si, pues, del Hijo tuvo el ser la Madre,
o se ha de decir manchado el Hijo
o se dirá Inmaculada la Madre."

 

 

La liturgia y la Tradición de la Iglesia han visto en María Inmaculada a la vencedora de todas las herejías.


Aquella que por su Concepción Inmaculada aplastó con su virginal pie la cabeza del dragón infernal, puede ciertamente extirpar las obras más seductoras del demonio: la herejía.


Toda herejía tendrá siempre algo de seducción, un especial atractivo como la llama de la vela que termina chamuscando a la mariposa nocturna.


Chesterton dijo que la herejía es una verdad que se volvió loca.


Originadas por la acentuación de una verdad a medias, de una carencia, de un vicio; las herejías llevaron al extremo, enloquecieron la fe y la razón arrastrándolas al desvarío, la cerrazón y el sectarismo.


Esta unilateralidad constitutiva de toda herejía llega a minar desde el fundamento la trabazón admirable del credo, y por más pequeña que pueda parecer, por más inofensiva que se presente, termina tarde o temprano, pudriéndolo todo y alejando al hombre de Dios, origen de la verdad.


Las herejías arrastraron a pueblos y naciones enteras a las tinieblas de la frialdad y la desesperación.


Las herejías no son un espantajo del pasado, un término ya caído en desuso, una “condena” magisterial de la Iglesia sobre algún desventurado teólogo.


La herejía puede estar rediviva en una cátedra, un púlpito, un confesonario, un encuentro catequístico, un congreso de teólogos, etc., etc.


En términos generales adoptará formas y planteos nuevos de viejos errores que dañaron el cristianismo desde sus comienzos. Nihil novum sub sole…


Contra ellas lucharon los Apóstoles, los Sumos Pontífices y los Concilios.


Y hoy resulta tanto más peligrosa cuanto silenciosa es su acción sobre quienes alegremente reciben sin examen cuanta novedad espiritual se les invita a consumir… 


Entre todas ellas, como bien lo enseñó San Pío X, el modernismo es la más nociva y la suma de cuantos errores han existido.


Modernismo, progresismo, liberalismo…


Bajo nombres diferentes y susceptibles de una interpretación correcta, se vuelven a infiltrar en el torrente vital de la fe de muchas almas incautas.


¡Cuántos buenos católicos nos encontramos que son materialmente herejes!

¡No será a ellos a quienes pidamos aplaste nuestra Madre Inmaculada sus pobres cabezas!

Para ellas pediremos la iluminación de la verdadera Fe.


La Purísima ha aplastado a Satanás.


Porque ella es Toda hermosa. Porque es hermosa la Verdad que llevó en su seno y por Quien el Padre la preservó de todo contacto con el pecado, obra de Satanás.


Para cuantos se han apartado de la Fe o se encuentran en peligro de contaminarla (culpable o involuntariamente) pediremos una sincera conversión, y para nosotros el aumento y fortalecimiento en ella, haciendo de este bellísimo soneto nuestra oración más sentida.


P. Ismael


linea_pluma

Oración y Voluntad Divina

1893388198_8a77722c59_b

estrella

“Entre todas las potencias movidas por la voluntad, se distingue la inteligencia, no sólo por su nobleza de facultad espiritual al igual que la voluntad, sino también por su proximidad, que la somete al influjo inmediato de la voluntad.

Y por eso después de la devoción, que es puramente un acto de la voluntad religiosa, ocupa el primer lugar entre los actos de religión la oración, por la cual la religión dirige a Dios la inteligencia humana” (S.Th. 2 2ae, q 83)

 

A partir de estas palabras del Aquinate, podemos tener una idea clara del valor de la oración como expresión de lo más excelso que el hombre puede hacer sobre la tierra: orar; esto es, hablar con Dios.

 

Orar responde a la naturaleza más noble del ser humano, dotado por el Creador de la capacidad de comunicarse con Él, pidiéndole aquellas cosas que más convienen para la salvación de su alma e incluso, la felicidad temporal, que no escapa en modo alguno a la Voluntad divina.

 

Como no sabemos pedir lo que conviene, Dios mismo, por su Verbo Eterno Encarnado, nos ha enseñado cómo debemos orar y qué debemos pedir.

Una de las grandes interrogantes del creyente es el por qué y en qué circunstancias Dios atiende a las peticiones que le dirigimos.

 

El P. Gardeil O.P., en su brillante y lamentablemente inacabada obra “La verdadera vida cristiana”, dedica uno de sus capítulos al papel de la oración en nuestra vida religiosa.

 

Allí señala que no dejamos de tener influencia sobre los hechos aunque no dispongamos de una eficacia absoluta. “Si no podemos mandar a uno por ejemplo, podemos por nuestra influencia disponer su espíritu, su voluntad… y si triunfamos, tenemos derecho a atribuirnos una parte, con frecuencia decisiva, en el resultado” (op. cit. “La oración”)

El genial dominico abordará a partir de este fundamento el punto de las cualidades dispositivas de la oración.

 

Intentaré sintetizar la magnífica respuesta tomista.

 

Dios tiene determinado concedernos aquellas gracias que le pediremos a lo largo de nuestra vida, sí y sólo si se las pedimos.

Pero nuestra experiencia de “orantes” puede comprobar que, habiendo pedido a Dios determinadas gracias, no siempre obtenemos de su largueza la intención de nuestras súplicas.

¿Para qué nos han servido entonces aquellas insistentes peticiones que durante tanto tiempo le hemos presentado?

 

Dejemos a Gardeil la palabra.

 

“Pero, ¿de dónde proviene esta causalidad dispositiva de la oración frente a las cosas que pedimos a Dios? Cuando rogamos a un hombre, el secreto de la eficacia de nuestros ruegos no es difícil de descubrir. El hombre es variable en sus voluntades. Podemos influir en esta variabilidad sea por la fuerza intrínseca de nuestras razones, sea por lo que añade a estas razones el interés afectuoso o compasivo que lo inclina hacia nosotros. Pero Dios tiene una voluntad inmutable. ¿Quién cambiará entonces lo que Él ha determinado para siempre en su sabiduría eterna?

Cuando planteamos este problema, no nos colocamos en el punto de vista de los adversarios de nuestra fe, de los que niegan la Providencia, o que convierten los designios divinos en un necesario e implacable Destino.

 

Pero con toda seriedad, tampoco podemos admitir que la voluntad de Dios cambie según nuestro deseo, que la oración pueda cambiar las disposiciones decididas por su infinita sabiduría desde toda la eternidad. Dios ya no sería Dios, si nosotros, sus pobres criaturas, pudiésemos influir eficazmente en Él y hacernos dueños del curso de las cosas humanas, si pudiésemos hacer que variara su voluntad. Nuestra oración ya no sería un culto, un honor prestado a Dios: sería un acto impío que destronaría a Dios de su sitial de Causa absolutamente primera de todo…”

La Providencia divina es inmutable en sus disposiciones, éste es el hecho y el dogma que dominan todo el problema…”

 

No oramos para torcer la voluntad divina ni para cambiar lo que Dios ha dispuesto hacer, sino para pedir que suceda lo que Dios, de antemano, ha determinado realizar que sucediera mediante nuestras oraciones.

Incluso el pecado, según Santo Tomás –que sigue en esto a S. Agustín- entra en el plan divino.

 

¿Qué queremos decir cuando hablamos de causalidad dispositiva de la oración?

Simplemente que la oración nos dispone para el cumplimiento de la inmutable voluntad divina.

 

La oración más perfecta es la oración de Cristo.

Nuestro Señor, en el huerto de los Olivos, nos da un perfecto ejemplo de esta disponibilidad a la Voluntad santísima de Dios.

Todo lo que Cristo pidió a su Padre indefectiblemente había de cumplirse.

“Yo sé que siempre me escuchas” le dice Jesús a Su Padre…

Pero en el Huerto, el Redentor pone una condicional: “Padre, si es tu voluntad que pase este cáliz sin que yo lo beba…”

En nuestro caso, todo lo que pedimos a Dios ha de tener también esta condicional.

 

¿Y entonces para qué pedir si lo que Dios ha dispuesto ha de cumplirse indefectiblemente?

Precisamente por eso. Porque nuestras peticiones nos disponen para el cumplimiento de la voluntad de Dios.

 

La oración adquiere entonces una dimensión insospechada.

Nos dispara desde el interesado y raso plano de nuestros intereses personales al plan de la Providencia para el gobierno del mundo.

Nuestras vidas se insertan en el desconocido pero maravilloso plan que Dios tiene sobre sus criaturas. Un plan amoroso y sublime.

Fuimos a la oración con unas intenciones concretas y determinadas y nos empeñamos en presentarle a la Divina Majestad todas las razones de conveniencia que creíamos irrebatibles a fin de obtener un determinado desenlace de los acontecimientos.

Dios no resolvió esos acontecimientos en la línea de nuestros argumentos.

 

¿Y para qué nos sirvió la oración?

Para disponer nuestro espíritu al cumplimiento de Su Voluntad.

¿No es ya suficiente y grandiosa obra el que hayamos salido de la oración con el convencimiento de que suceda lo que suceda –conforme o no a nuestra visión de las cosas- ello será lo mejor para nosotros y para el mundo entero?

Una fe muy ilustrada podrá comprenderlo.

Las visiones limitadas, temporales y estrechas, sentirán que Dios ya no nos escucha y que la oración fue inútil.

 

estrella

 

Siempre me ha llamado la atención el sentido que la gente común le da al término “resignación”.

Escuchaba con frecuencia esta palabra en el contexto exequial de las condolencias expresadas con motivo de la partida de un ser querido.

Término de comadres que no alcanza a entender lo que se está diciendo.

Se entiende entonces la “resignación” como el último recurso ante las plegarias no atendidas. Es como un “bueno, ya que Dios no te ha escuchado, que te conceda quedarte quietecita… No contenta, pero resignada ante lo irreparable”.

 

Será interesante le devolvamos al término su auténtico sentido.

Re signare. “Volver a signar”; “volver a significar, a marcar”.

A eso nos dispone la oración: a re- significar la intencionalidad de nuestra voluntad. A marcarla con el signo de la Voluntad Divina.

Si lo que pedimos en la oración no fue concedido, el resultado de nuestra petición no fue en vano: ahora entendemos lo que Dios quería. Y ello nos ha de consolar, e incluso, llenar de gozo.

 

Re-signamos el sentido de nuestras intenciones –siempre marcadas por la pobreza de nuestra visión humana- a lo que Dios, en su infinita sabiduría, dispone sobre cada uno de nosotros.

Ciertamente, estamos convencidos de la bondad y “necesidad” de nuestras oraciones de petición. Mas ello no nos garantiza que esa sea la Voluntad de Dios.

 

Ello no nos exime de pedir lo bueno, más aún, nos exige pedirlo cada día.

La salud espiritual de los cristianos; la tranquilidad en el orden; la justicia social; la extirpación del error y el triunfo de la verdad, son cosas que siempre hemos de pedir y de lo que estamos seguros Dios no ha de desatender su oportuna concesión.

 

¡Cuántas veces las almas finas se levantan de la oración casi como abandonando lo que habían comenzado a pedir con insistencia dándose cuenta que lo que mejor que Dios puede hacer es lo que Él quiera y no tanto lo que ellas fueron a rogarle en su oración!

 

¡Señor! ¡Lo que Tú quieras! ¡Como Tú lo quieras! ¡Cuando Tú lo quieras!

 

Y así, la oración ha dispuesto adecuadamente nuestro espíritu y vino a constituir un verdadero acto de religión.

P. Ismael

 

linea_pluma

Curioso acuerdo

“teste David cum Sybila…”

 

Miguel %C3%81ngel Sibila eritrea

 

La sibila Eritrea. Capilla Sixtina 

 

estrella

 

 Tema imperante del Adviento es la vigilancia y la contemplación de la verdad acerca del retorno de Cristo y las grandes señales que han de acompañarlo.

En una sola ocasión, hasta lo que conozco, la liturgia y la teología no se han aproximado tanto con el mundo pagano, como en algunos textos de los Padres sintetizados poéticamente en la impresionante secuencia de la Misa de Difuntos, el Dies irae.

Me refiero al llamativo acuerdo entre Profetas y Sibilas que de consuno anuncian el fin de este mundo, la venida del Justo Juez y la gloria sempiterna de la bienaventuranza.

 

Alternando con idéntica majestad y belleza con los más grandes Profetas del Viejo Testamento, y compartiendo las pechinas del techo de la Sixtina, Miguel Ángel pintó aquellas misteriosas pitonisas del mundo pagano que conocemos como las Sibilas.

Es muy sugestiva la integración pictórica del genio de Buonarotti que expresa el pensamiento renacentista católico de la teología del sigo XVI, ya bastante distante de la síntesis escolástica.

 

Mujeres del mundo antiguo, extraordinariamente dotadas de un espíritu adivinatorio, su recuerdo se mantenía muy vivo en tiempos de San Agustín cuando redacta su De Civitate Dei.

Para el platonismo la teología necesariamente desemboca en la cúspide poética, ya que su grado más alto no admite otra cosa que un éxtasis manifestado en el arte de la poesía.

 

Plutarco escribía:

“Los hombres de esta época lejana tenían un temperamento naturalmente dotado de una feliz propensión a la poesía. Sus almas eran prendidas fácilmente de ardores, de ímpetus, de inspiraciones, y había en ellas una disposición que para manifestarse no tenía necesidad sino de un estímulo pequeño o sobresalto de la imaginación.

No eran sólo los filósofos y los astrónomos, los que eran prontamente arrebatados hacia su lenguaje habitual, la poesía, sino bajo el influjo de una ebriedad, de una emoción viva, o con la acción repentina de un sentimiento, de dolor o de una alegría, cada uno se dejaba llevar, en un círculo de amigos, a la improvisación poética”

(De oraculis, 23)

 

Las Sibilas ya gozaban de gran prestigio entre los autores cristianos de la primera era: Hermas, San Justino, Teófilo antioqueno, Clemente Alejandrino, Tertuliano y particularmente Lactancio.

San Agustín, basándose en Varrón fija su número, según diversos países: Libia, Tracia, Grecia, Eritrea, Samos, Cumas, Helesponto, Frigia y Tívoli.

Podríamos citar, además, a la Sibilia Tiburtina, quien le señalaría a Augusto el nacimiento del Salvador.

 

Virgilio divulgará algunos presagios de los oráculos sibilinos, particularmente el de la Sibilia de Cumas.

En el capítulo 23, del Libro XVII (Paralelismo entre las dos ciudades), Agustín se detendrá en el anuncio de la Sibila Eritrea, exponiendo sus dudas sobre la identificación de ésta con la Cumana, pues una leyenda decía que la Sibila de Cumas, celebérrima sobre las demás, había venido de Eritrea en tiempos remotos, siendo contemporánea a la de Éfeso.

“Porque tal vez aquella vate oyó algo en espíritu del único Salvador y se sintió inspirada a darlo a conocer”

Esta afirmación mesurada del santo de Hipona nos da una idea del lugar que le asignaba a los oráculos de las Sibilas, tan estimados, como dijimos, entre los primeros cristianos.

 

Es cierto que el Verbo de Dios envía su rocío a todas las almas, a todos los hombres, a unos más a otros menos.

De Diodoro Sículo viene este elogio de la mujer:

Mulieres sunt vates Deo plenae. Las mujeres tienen particular disposición para el vaticinio divino.

 

Vayamos al texto de Agustín.

 

“Esta Sibila de Eritrea escribió algunas profecías bien claras sobre Cristo; lo que yo mismo he leído en latín en unos versos defectuosos, debido, según supe después, a la impericia de cierto traductor. En efecto, el ilustre Flaciano, que fue procónsul, hombre de gran facilidad de palabra y vasta erudición, hablando un día conmigo de Cristo me presentó un códice griego que decía contener las profecías de la Sibila de Eritrea, dónde mostró cómo en determinado lugar el orden de las letras en el comienzo de los versos expresaban un acróstico claramente estas palabras: (texto griego), que en latín significan: Jesucristo, Hijo del Dios Salvador.

 

Estos versos latinos, cuyas primeras letras nos dan el sentido que hemos transcrito, tienen el siguiente contenido, según los tradujo un autor a la lengua latina y en verso:

 

“Señal del juicio: la tierra se humedecerá de sudor.

 

Vendrá del cielo el Rey que reinará por los siglos; es decir, estará en la carne para juzgar al orbe, por donde el incrédulo y el fiel, al final ya de los tiempos, verán al Dios excelso con sus santos.

 

Con su carne estarán presentes las almas, que juzga él mismo, mientras yace el orbe en enmarañados zarzales.

 

Los hombres rechazarán sus simulacros, y también toda riqueza.

 

Buscando el mar y el cielo, quemará el fuego, en las tierras; desbaratará las puertas del sombrío Averno.

 

En cambio, se otorgará una luz brillante al cuerpo de los santos, mientras a los culpables les abrasará eterna llama.

 

Descubriendo los actos ocultos, cantará entonces cada uno sus secretos, y abrirá Dios los corazones a la luz.

 

Habrá entonces también lamentos, rechinarán todos con sus dientes.

 

Se arrebatará al sol su resplandor, desaparecerá el coro de los astros.

 

Se transformará el cielo, morirá el esplendor de la luna; derribará las colinas, levantará desde el hondo los valles.

 

Nada sublime o elevado quedará en las cosas humanas.

 

Ya se igualan los montes con los campos, y acabará por completo el azul del mar; desaparecerá la tierra resquebrajada; así también el fuego abrasará fuentes y ríos.

 

Pero entonces la trompeta lanzará triste sonido desde el alto orbe, lamentando el miserable espectáculo y los múltiples agobios, y abriéndose la tierra dejará ver el caos del Tártaro.

 

Aquí se presentarán los reyes juntos ante el Señor.

 

Bajará fuego del cielo y un torrente de azufre”.

 

 

 

SIBILA%20CUMAEA

 Sibila Cumana

 

 

Por razón de brevedad omito los párrafos siguientes en los que S. Agustín, haciendo verdadera gala de su capacidad continúa con las interpretaciones numéricas sobre el acróstico y desemboca en el término pez, referido a Cristo.

 

Más adelante dirá:

“Por otra parte, esta Sibila de Eritrea o, como piensan otros, de Cumas, en toda la profecía –de la que es una mínima lo citado- no tiene parte alguna que pueda referirse al culto de los dioses falsos o fabricados. Antes bien, habla tan abiertamente contra ellos y contra sus adoradores que parece deber ser catalogada entre los que pertenecen a la ciudad de Dios”

 

Si hemos leído atentamente los extractos de San Agustín, no nos ha de costar demasiado entender por qué los Padres de la Iglesia vieron en estas adivinas las semina verbi (semillas del Verbo) esparcidas también, fuera del campo estricto de la Revelación bíblica, es decir, en el mundo pagano que, a su modo, también debía buscar a Dios –siquiera a tientas- como lo enseñan el libro de la Sabiduría (c. 13) y San Pablo en su carta a los Romanos (c. 1)

 

Probablemente más parecidas en su porte a una curandera de aldea que a las helénicas figuras de Miguel Ángel, encerradas tal vez en cuevas o cobertizos, las Sibilas fueron ese prototipo de mujeres intuitivas y arrojadas que la humanidad produce y eleva para dar lecciones a los sabios varones de cada tiempo.

Dotadas del poder profético, no les faltaba el buen sentido y, también, creo yo, el savoir-faire femenino que, en más de una ocasión, reduce al varón a la objetividad de la tierra, como en el caso de Diotime, quien al final del Banquete deja boquiabiertos a los ingeniosos disertantes sobre el amor…

 

 

Aproximándose la Navidad, los cristianos nos lamentamos de la “paganización” que ha sufrido la celebración central de nuestra cultura y nuestra religión.

Y es que la Navidad, además de ser el misterio central de nuestra fe, es el hecho histórico más grande e importante de la historia de la humanidad: divide, cuanto menos, en un antes y un después de Él.

 

Considero que la venida de Cristo al mundo – y también el fin del mundo con su retorno glorioso- es algo que afecta y compromete a todos los hombres mucho más allá del ámbito de la fe que profesan… Confío me interprete el lector.

 

Queremos significar que el hecho histórico de la Venida de Cristo a este mundo reviste tal magnitud que debemos aceptar que también los que están fuera del cuerpo visible de la Iglesia, a su modo, y por caminos que sólo Dios conoce, tengan su percepción del misterio y no puedan no celebrarlo.

 

Es tan fuerte el impacto de la Encarnación que, aún quienes no profesen la fe verdadera, no podrán nunca sustraerse de ese efecto exultante, festivo y poético que le dio a la tierra el gran misterio de piedad por el cual Dios se hizo Hombre.

 

Es posible que el tonto, el superficial, el mundano, el borrachín, la casquivana y el esnobista nos sorprendan descubriendo cosas que nuestra tranquila mirada de entendedores y especialistas no haya logrado ver en esta tierra a la que todavía Dios ama con infinita ternura.

 

Es posible, porque cuando nosotros callamos, las piedras profetizan.

 

P. Ismael

 

 

 

 linea_pluma

 

 

Fuentes: “Obras de San Agustín”. Tomo XVII.  Ed. BAC

Un musculoso inteligente

Sansón:

Fuerza, amor y muerte


SamsonPhotobyRigaud


estrella


La historia de Sansón, referida por el libro de los Jueces (caps. 13 – 16) es uno de los relatos más conmovedoramente humanos de toda la Escritura, y a la vez más marcados por la voluntad divina que se sirve de los hombres a quienes eligió, aún a costa de sus debilidades y limitaciones.


Concebido milagrosamente de madre estéril, su nacimiento fue anunciado por un ángel quien le indicará con todo pormenor cómo habrá de iniciar en la vida y en la piedad a su pequeño hijo y cómo Dios suscitará en él una singular fuerza que le asistirá para liberar a Israel.


Al igual que Jeremías será consagrado al Señor desde el seno de su madre, como nazir de Dios.


Su padre Manóaj y su mujer vieron cuando el ángel –en su segunda aparición- se eleva en la llama del altar, hacia el cielo.


Nacido el niño, el Señor comenzó a excitarle en el campamento de Dan…


Las diversas intervenciones de Sansón a favor de su pueblo asediado por los filisteos, nos muestran que el robusto joven estaba pronto a cumplir su misión, aún a costa de diversas pérdidas a lo largo de su no tan larga existencia (fue Juez de Israel por espacio de veinte años).


Tras un fracaso matrimonial y algunos escarceos por debilidad de la carne, termina enamorándose de una mujer de la vaguada de Soreq, llamada Dalila.


Y aquí viene la sobradamente conocida historia del asedio de Dalila sobre Sansón para conocer de dónde provenía aquella extraordinaria fuerza con la que él vencía siempre a sus enemigos.


Su seductora insistencia, no tuvo inicialmente resultado sobre él.  Por tres veces Sansón burló su curiosidad y escapó de la muerte que Dalila había tramado con los filisteos.


“Como todos los días le asediaba con sus palabras y le importunaba, aburrido de la vida, le abrió su corazón y le dijo: “la navaja no ha pasado jamás por mi cabeza, porque soy nazir de Dios desde el vientre de mi madre…” (16, 16-17).


Al cortarle sus siete trenzas y despertado del sueño por su tramposa amante, había perdido su fuerza.


Los filisteos le vaciaron los ojos y, atándole con doble cadena de bronce lo pusieron a dar vueltas a la muela en la cárcel.


Sansón es un hombre común –bendecido por Dios- pero un hombre común al fin.


Sensible por la belleza. Y tanto, que la insistencia y el temor de perder un cariño humano, terminan por hacerle traicionar el sentido todo de su vida. Porque la belleza “es un signo misterioso de Dios al hombre” (Ruskin).


Perdió su hombría, perdió su vocación, perdió sus ojos, su dignidad y también el amor que por un breve tiempo juzgó eterno.


El “para siempre, para siempre” de los amores terrenales, le hizo perder el verdadero para siempre del amor del Señor


No lo juzgamos. Y más, lo comprendemos, tanto cuanto vemos en él a ese hombre simple y bendecido por Dios quien en un momento de absurda pasión, sufre una pérdida irreparable. Y habrá pensado de alguna manera similar aquello de S. Agustín: “Quare non hac hora finis turpitudinis meae?” (Conf. 1. 8 c. 12, 28).


Preso en la cárcel su cabellera vuelve a crecer, y puesto en ocasión de hacer de bufón de los filisteos en el templo de Dagón dirige a Dios esta plegaria que nos congela el alma:


“Domine Deus, memento mei, et redde mihi nunc fortitudinem pristinam, Deus meus, ut ulciscar me de hostibus meis, et pro amissione duorum luminum una ultionem recipiam” (16, 28).


“Señor Dios, acuérdate de mí, y devuélveme aquella fuerza del principio, para que me vengue de mis enemigos, por la pérdida de mis dos luminarias”.


sanson mata a los filisteos


Nos resultará difícil comprender, desde nuestra concepción moderna y prudente de tales decisiones, la inmolación de Sansón.


Santo Tomás afirma que según San Agustín el que Sansón se sepultara con sus enemigos entre las ruinas del templo sólo se excusa por alguna secreta intimación del Espíritu Santo, que obraba milagros por su medio” (S.Th. 2-2 q. 64 a.5 ad 4).


No podemos concebir la muerte del fuerte Juez de Israel como un acto de suicidio o inmolación al modo de los fundamentalistas hombres bombas.


Su inmolación está revestida de una grandeza que no podemos comprender suficientemente.


Su vida, decíamos, se nos hace asimilable a la de tantos santos (así lo considera la Carta a los Hebreos) que nunca serán canonizados como fruto de un “proceso” llevado a cabo por un postulador de causas.


Había recibido una magnífica misión a cuya altura, en un momento de fragilidad, no pudo hallarse.


En todo momento fue leal a su Dios y, profundamente arrepentido de su flaqueza, lamentó durante su horroroso cautiverio, el haber pensado más en sí que en aquel pueblo que el Señor le había encomendado liberar.


El mal social en aquellos tiempos, no sólo podía provocarse por una dominación étnica o política, sino por la infiltración de la herejía que siempre sería el gran riesgo de Israel ante los pueblos circunvecinos.


El bien común y la honra del Dios de Israel hicieron su alma sensible a esa misteriosa moción de un Dios que nunca puede ser injusto, y menos con sus siervos.


Su ímpetu estuvo dominado por una grandeza que ya no entendemos.


Pero hay algo que todavía somos capaces de entender, al menos como principio, y es que la vida no es en sí misma un valor absoluto. Sigue siendo correctamente moral ponerla en riesgo –aún sabiendo que no saldremos bien parados del derrumbe- cuando se trata de salvar al prójimo injustamente agredido.


La vida es un valor relativo, dice relación a la vida eterna.


Y muchos mártires marcharon gozosos a una muerte segura cuando la Ley Divina estaba por encima de injustas leyes humanas o se enrolaron en la justa defensa de su Patria.


¿Cómo se repite en nuestra vida esta historia que nos parece poco común, pero que lo es más de lo que parece?


No se tratará ya de derribar el templo de Dagón de los filisteos.


Muchas veces podrá ocurrirnos que, a causa de nuestras caídas, hayamos perdido nuestro primer llamado y, fallando en la primera vocación, nos encontremos cegados por nuestro pecado y sin demasiadas posibilidades de ser el héroe que Dios soñó para nosotros.


Nuestra aquiescencia ante el mal, nuestra sensualidad consentida, nuestra falsa prudencia o diplomacia, nuestro miedo a destacarnos y comprometernos, en ocasiones pueden llevarnos a situaciones de las que no podemos volvernos atrás.


¿En cuántas ocasiones nos quedamos callados cuando deberíamos hablar?


¿Cuántas veces en aras de una falsa convivencia y unidad no nos atrevemos a poner las cosas en su sitio?


Cuando las cosas ya no pueden ponerse en su sitio porque lo que se construyó es un verdadero “templo de iniquidad”, no será la fuerza física, ni la violencia demoledora la que pueda corregir la impiedad imperante…


Pero tal vez habrá que pedirle a Dios aquella fuerza capaz de hacer presión sobre dos funestas columnas: la del acuerdo en el error y la del respeto humano, sobre las que se funda el edificio de la mentira; para plantarnos en medio de ellas y derribar con nuestra palabra, y sobre todo con nuestro testimonio, la diabólica edificación que ha llevado a tantos engañados a sumarse a la fiesta de la negación de Dios y su ley.


No perderemos la vida física. Seguramente el trabajo, el prestigio y la consideración de los “prudentes”. Pero tal vez ese sea el camino de nuestra propia redención y la de muchos inocentes engañados.


Estos serán los nuevos Sansones –débiles, pobres y un poco brutos- que estamos necesitando para vencer otras Dalilas más mentirosas y envenenadas.


P. Ismael


linea_pluma

Año Sacerdotal

Envejecer en el Altar…


moises Heston


estrella


Aquella vieja película “Los diez Mandamientos”, con los efectos especiales de su tiempo y su escenografía casi de cartulina tiene un maravilloso espíritu que interpreta el sentido de la Escritura más allá de su letra y es capaz de hacernos adentrar en lo que significa haberse encontrado con Dios.


Después de su inefable cita con el Señor del Horeb, Moisés aparece ante su mujer con un aspecto sensiblemente cambiado: ha envejecido.


Su rostro está resplandeciente, pero su belleza juvenil se ha tornado en la belleza de un venerable anciano: las arrugas surcan su rostro y sus cabellos están totalmente blancos.


Otro tanto podemos observar en una producción cinematográfica más reciente.

A un legislador honesto se le aparece Dios pidiéndole que construya un arca como la de Noé. Naturalmente va a resistirse y cada vez que quiere ir a su trabajo habitual se encuentra misteriosamente vestido con hábitos de patriarca, y sus largos cabellos y barba encanecidos.


Hace algún tiempo, finalizando la Misa, se me acerca casi al oído un joven sacerdote que me dice: “Ay, mi Ismael, ¡qué viejito que estás!...”


Y me quedé pensando en nuestro envejecer sacerdotal y sus causas.


 altarIMG_0480


El gracioso retablo barroco de la colegiata está ahí. Juguetean sus formas de mármol al igual que las figuras manieristas de los “putti” y los apóstoles.


Seguirá ahí por mucho tiempo. Es demasiado bello para que las furias iconoclastas de las sucesivas reformas puedan con él. Los variados cambios a que se vio sujeta la iglesia no lo afectaron demasiado, a no ser por la pérdida de su primera grada.

Es un monumento grandioso... Y también risueño. Está ahí, sonriendo. Sonríe desde hace mucho tiempo. Sonríe y contempla.


Son muchas las generaciones de cristianos que se han postrado ante él.

Muchos sacerdotes oficiaron sus primeras misas y a diario se ofreció sobre su ara el sacrificio temporal de la Iglesia.

Fue testigo de muchas esperanzas: del juvenil sacerdocio qui laetificat iuventutem, de las promesas emocionadas de tantos esposos, de las lágrimas derramadas por tantos cuerpos que se despidieron, del barullo de los niños de Primera Comunión... De tantos sermones sentidos y tantos otros huecos...


Allí está, y sonríe. Sonríe porque sabe que nos sobrevivirá. Sabe que nosotros pasaremos y él seguirá allí. Tal vez le esté reservado del momento del Juicio. Quién sabe... El parece más eterno que nosotros. Ha visto crecer a muchos, los contempló en su juventud arrolladora y ahora ve que apenas pueden subir hasta él.


Y él siempre tan joven en su carne marmórea que parece que latieran las venas de sus columnas.


Los putti no se han cansado de sostener las grandes masas de piedra y a los apóstoles no se les ha movido ni un bucle ni acalambrado la pierna que tienen cruzada por más de un siglo. Tampoco se ha borrado la sonrisa de la Virgen.


Muchos dan su opinión sobre él. Muchos quisieron modificar su estructura.

Es verdad que ha temblado algunas veces... Y cómo! Pero la sonrisa le vuelve pronto, porque sabe que aunque algunos de sus miembros terminen en un rincón polvoriento y otros sean utilizados, con mucha suerte, para nuevos altares, el tendrá más vida que los vivos que cada tanto lo contemplan con despreocupada admiración.


El mira más impasible el paso del tiempo sobre los pobres hombres que envidian su esbeltez casi adolescente...


Monumento a la coherencia que el hombre no tiene y quiere proyectar en la materia obediente. Sí, obediente, pero burlona al final. Porque Dios puede hacer nueva la obediencia y hacerla de mármol…


Nosotros somos piedras vivas, sujetas al envejecimiento exterior, aunque el hombre interior se vaya renovando día a día. No somos de mármol. No somos Dorian Gray…


pius_xii[1]

Pío XII anciano, en la Elevación de la Forma


¿Será igual el envejecimiento de un altar que el envejecer del sacerdote?


¿Por qué se avejenta el hombre del Altar?


¿Las causas naturales? No nos interesan ahora.


Descontemos que la labor pastoral en sí supone un ponerse las 24 horas en total disponibilidad para la atención –en aquellas cosas que se refieren a Dios- del Pueblo para quien nos ordenamos.


Descontemos la genética (en la cual creo cada día más, porque gratiam supponit naturam) que tiene determinada sobre nosotros, como sobre cualquier mortal, la programación del paulatino decrecimiento de nuestro aspecto exterior y el desarrollo de nuestras afecciones internas.


Descontemos también el desgaste de tanta incomprensión, ingratitudes, intrigas, celotipias y demás cruces que a la mayoría de los sacerdotes les asigna Dios en su Providencia para identificarlos con su Hijo Paciente.


Me detengo en una consideración que me parece “natural” sea una causa de nuestro aspecto “presbiteral”. Fuimos constituidos sacramentalmente “ancianos”.


Y si quisimos ordenarnos “con todo nuestro ser”, será lógico que lo interior también se nos trasluzca hacia fuera.


Cada vez que el Sacerdote de Cristo “sube” al Altar, al igual que Moisés, penetra en el misterio del Dios Escondido.


Un Dios que se esconde para que el hombre lo encuentre.


Recordemos que el Horeb no fue solamente rayos y resplandor. El Horeb era una montaña “tenebrosa”. Moisés se internaba en el misterio de la oscuridad, desde el que no sabía cómo saldría.


No se puede ver a Dios y seguir viviendo. Pero quien como Moisés llega a ver siquiera la orla de su vestido, no saldrá igual cuando termine su cita con Él.


Si nuestra vida es casi como un mirar a Dios “cara a cara”, si nuestra existencia es enfrentarnos con el misterio del Eterno Sacrificio del Calvario, no es absurdo pensar que ese contacto tan cercano con el Dios Eterno, El que está siendo, nos introduzca por una hora apenas, frente a Aquel para quien un día son como mil años y mil años como un día.


En la Edad Media existía la piadosa creencia que durante el tiempo de la celebración de la Misa –como el tiempo se detenía, o absorbía en la eternidad- los asistentes no envejecían.


Pero también podemos pensar que cuando todas las potencias del hombre-sacerdote se ponen en su máxima tensión hacia el sacrum, cuando es invadido por ese terror sacrum que causaba escalofrío a los Patriarcas, su flaca humanidad es afectada por aquel Anciano de Siglos.


Todos los Siglos eternos del Dios que habita en las Tinieblas del misterio se le vienen encima.


“Ver” cada día la maravillosa zarza eucarística que se consume de amor por los hombres, tocarla con las manos, es un trabajo de alto riesgo.


Si en verdad creemos, como lo creemos, en el poder que irradia esta maravillosa Presencia Real, no podemos dudar que es como tocar un uranio divino: a la larga tanto poder hará lo suyo en nuestras vidas.


Si tocar la Eucaristía no nos ha presbiterizado lo suficiente, es que no sabemos lo que hacemos…


Quien celebra con esta conciencia, seguro que termina su Misa con un verdadero agotamiento de todo su ser: su cuerpo, su mente, su sentimientos; están cargados y obumbrados por aquellas tinieblas que cubrieron toda la tierra en momento de la Expiración del Cordero Inmaculado.


Al volver del Altar, el hombre-sacerdote ha envejecido. Por ello a la Misa siguiente se acerca rogándole a Dios que renueve su juventud y pidiéndole que le devuelva la alegría de la salvación para que esperando en Él pueda todavía confesarle con la cítara.


La Santa Misa es verdaderamente un trabajo. Y un trabajo extenuante.


Quien celebre con todo su ser lo habrá experimentado. Y el trabajo duro envejece nuestro cuerpo.


Ese es el misterioso y pendular movimiento del Altar Horeb al que cada día subimos y bajamos: juventud y envejecimiento.


“¡Qué viejo que se lo ve, Padre!”

“¡Cuánto tiempo pasado con Dios, Sacerdote!”


Pero a la larga, el Presbítero (anciano desde sus veinticuatro, veintitrés, menos años), será como el altar magnífico que con el tiempo, se patinó de unción, experiencia, y mira risueño el paso de Dios por su vida y la de sus hijos y hermanos.


¡Acuérdate, Señor, de la vida de tus ancianos y envejecidos sacerdotes!


Gastaron su juventud entrando cada día en tu Santuario del Amor que consume. Del Amor que termina pidiéndonos todo.


Mira sus manos temblorosas que apenas pueden elevarte y contempla sus gestos torpes y el temblor de sus blancas cabezas, y la inseguridad de sus pasos vacilantes.


Los preparas ya para el último ascenso a un Altar no construido por manos humanas.


A un Altar que no será ya reformado.


Y considera sobre todo a aquellos que vivieron de y para tu Altar de la tierra y nos legaron y nos legan el mejor, el único sentido de nuestras vidas: envejecer junto al ‘Amor Amorum’.


Tú, Amor de los Amores, que puedes hacer de nuestra vejez una maravillosa obra de arte: la de serte fieles a Ti, ‘usque ad mortem’.


Ecce nova facio omnia (Ap 21, 3).


P. Ismael


linea_pluma

La Parusía

De nuevo vendrá con gloria…

 

juicio-final

 

Durante el Santo Tiempo de Adviento –tiempo fuerte- como gustaba llamarlo Pablo VI a este período de preparación, se nos han de presentar a nuestra meditación los grandes temas de los Novísimos: Muerte, Juicio Final, Infierno y Gloria, estos tres últimos consecuencialmente relacionados a lo que conocemos bajo el nombre de Parusía¸o retorno de Cristo, como Señor del mundo y de la historia.

Tradicionalmente, y conforme a la enseñanza de los Padres y Doctores de la Iglesia, se nos recordarán las sucesivas “venidas” (o advientos) de Cristo en la Historia de la Salvación.

 

Una “venida histórica”, temporal: el nacimiento ex Maria Virgine, ocurrido en el secreto de la gruta de Belén, conocido inicialmente por los primeros destinatarios de la Buena Nueva de salvación: los humildes pastores que cuidaban al descampado sus rebaños.

Se trata de la venida del nacimiento en el tiempo. Antecede a este nacimiento, el eterno “nacimiento” del Verbo en el seno del Padre, el cual desde el principio estaba junto a Dios… y era Dios…

Aquí podemos reflexionar sobre el pre-advenimiento “atemporal” “ante-histórico” del Verbo.

 

La “venida intermedia” del Verbo se opera en este segmento de la historia que vivimos desde Pentecostés hasta el día que sólo el Padre conoce, el fin de los tiempos.

Es la venida, por la gracia, al corazón de las almas justas, como predicaba el Santo Abad de Claraval.

Es un adviento, también escondido en la intimidad del que responde a al Evangelio: porque el Reino ha comenzado entre nosotros.

 

Y la “venida final”, al fin de la historia –en la meta historia- cuando acabe el eón presente y Cristo venga, mejor, retorne, en su Parusía. Ésta ha de entenderse como “presencia”. Sobre ella encontramos referencia especialmente en las epístolas paulinas a los Tesalonicenses, I Corintios (cap. 15) y principalmente en el Apocalipsis.

Todos los hombres en ese momento tendrán clara precepción de la Presencia de Cristo Juez.

 

 

De ella, sólo el Padre conoce la hora y el momento.

Ella supondrá una renovación del universo entero.

Será la transformación y resurrección de nuestros cuerpos con nuestra almas para la confirmación solemne de la sentencia ya dictada por el Justo Juez en el juicio particular.

 

La Parusía será el “inicio” del Juicio Universal.

¿En qué condiciones se presentará nuestra tierra a la hora de aquel terrible día (“dies irae, dies illa…”)?

El Apóstol Pedro nos ofrece una respuesta clásica: “Esperamos cielos nuevos y una tierra nueva, según su promesa, en los cuales habita la justicia”.

 

Según Pozo (“Teología del más allá”) supone una clara afirmación de ruptura, expresada como destrucción del “cosmos actual”, o, al menos, de la forma actual del cosmos.

Porque según Pablo (I Cor 7,31) “pasa la configuración de este mundo”.

 

En un conato de diálogo con el marxismo, muchas veces se hace una interpretación de esa escatología cósmica, según la cual el esfuerzo por humanizar las estructuras, construyendo una sociedad más justa, iría preparando el cosmos futuro y, gracias al esfuerzo del cristiano por construir la ciudad terrestre, y suprimida toda alienación, se produciría un ascenso continuo en virtud de las leyes de la evolución, desembocando en la humanización de las estructuras.

 

 

Pierre%20Teilhard%20de%20Chardin

 

Según Teilhar de Chardin, un cierto grado de concentración de la noosfera, - por voluntad divina- sería la condición previa de la Parusía… (¡¡¿¿!!)

“Entonces, sin duda, sobre una creación llevada al paroxismo de sus aptitudes para la unión, se dará la Parusía” (Aut. Cit. “L´Avenir de l´homme”)

Ello plantearía una “Redemptio cosmica” diversa a la de los de los Padres de la Iglesia, basada en una exégesis realista, sin pretensiones científicas.

 

Por encima de esta especulaciones optimistas de este gran optimista (y sépase que el optimismo en torno a la creación (el de Leibnitz, el de Teilhard) no es un sistema necesariamente cristiano, sino provisoriamente filosófico-antropológico; y que la respuesta cristiana es más bien la esperanza, virtud teologal, nuestro propósito se encamina a reflexionar sobre ciertas notas que podríamos establecer en orden a comparar la dos venidas de Cristo (la histórica y la meta histórica) y, continuando con el artículo anterior, aproximarnos a ciertos puntos de mayor referencia espiritual para no dejarnos engañar por los “falsos profetas”.

 

La primera venida del Señor, puesta en pista desde el Antiguo Testamento, especialmente mediante los textos de Isaías 7, Zacarías, etc., encuentra su punto de mayor exaltación en la predicación del Bautista (el último Profeta) quien oficia de gozne entre ambos Testamentos.

Su predicación tiene fuertes tintes escatológicos para el anuncio de la llegada del Mesías. “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles. Todo árbol, que no lleve fruto bueno será cortado y echado al fuego” (Mt 3,10); “limpiará su era, y allegará su trigo en su granero; mas la paja la quemará con fuego inextinguible” (v. 12)

 

Para ello señala el trabajoso empeño por allanar las vías del Señor. Aplanar las montañas y rellenar los valles. Hacer rectos los caminos.

 

Aplanar montañas significa bajar la soberbia humana, achatar las pretensiones de dominio, de usura y quitar toda impureza en las costumbres.

 

Rellenar los valles será vencer las “depresiones” humanas, consecuencia del vacío de Dios en los corazones que, sedientos, excavaron cisternas barrosas para su sed en lugar de ir a las fuentes de la salvación de las que habló Isaías.

 

Rectificar caminos lo interpretamos por adquirir la recta conciencia moral que el Precursor exigió a todos los que se acercaban a él en busca de su “bautismo de penitencia” Los que transitan por los caminos torcidos del pecado o quienes se hacen sus propias rutas de acceso para el encuentro con Cristo, no acertarán.

 

Los signos de aquella primera venida fueron bien concretos y ajustados a la humildad un Mesías que había de ingresar en el tramo final de su misión montando en una cría de asna, ingresando en la Ciudad Santa para padecer.

El anuncio angélico a los pastores, el seguimiento aventurero de los Magos de una estrella, serían los signos iniciales de aquella primera aparición de la benignidad y la misericordia en medio de los hombres.

Anuncios humanos y cósmicos, cumplimiento de entrañables profecías guardadas por los anawin (los pobres del Señor) en lo escondido de sus corazones, a lo largo de las generaciones de esperanza…

 

Estos hombres fueron los Ante – Cristos, es decir, sus precursores, sus semáforos, con la más auténtica función de signos: vinieron para señalar (significar) al Cordero de Dios que quita el pecado de mundo.

Terminada su tarea, se esfumaron. Disminuyeron. Desaparecieron.

 

Esta es la característica auténtica del “enviado”, del apóstol: preparar el camino para una llegada pacífica y comprometedora del Reino, que no es otra cosa que la Persona de Cristo Salvador.

 

Si sabemos desaparecer y que los demás no sigan pensando en nosotros cuando les predicamos a Cristo, ello será señal (signo) inequívoca de buen espíritu y ser de los de Su Reino y confianza.

Si se nos pegan, estaremos teniendo algo de anticristos…

 

Si el Anticristo será un “signo” indicador de la inminente Parusía, ello no será algo que podamos comprobarlo tan fácilmente.

Primero porque procurará distraer la atención de las “señales” que el Señor nos indicó como anticipadoras de su llegada, desplazándola a su propios signos y prodigios que, como decíamos, serán una ingeniosa imitación de los del verdadero Cristo.

 

La Parusía no necesitará de anunciadores humanos.

 

Los astros y los ángeles darán la primera señal.

A diferencia de la primera venida, la segunda no contará con predicadores y misioneros encargados de “preparar el camino”…

Será una percepción inmediata –“ como un abrir y cerrar de ojos”-, sólo la trompeta angélica y las señales en el cielo, harán que las águilas acierten.

 

Y el valle de Josafat, lugar profetizado para este Juicio Universal, será para los réprobos, el valle de Hinnom, o Be- Hinnom (el Ge-Hinnom, la Gehena = valle de los gemidos) el comienzo de su eterno desventurado destino.

 

Y el Anticristo y la Bestia serán derrotados.

“Y ya no habrá más lágrimas, ni dolor..” Porque Dios hará nuevas todas las cosas: ecce nova facio omnia…

 

Y en este lacrimarum valle (valle de lágrimas) que es el presente mundo, como lo llamamos en la Salve, ya se incoa, de algún modo, el juicio que habremos de rendir como el último y definitivo examen de nuestro cursado en la escuela de la vida.

 

Ya tenemos el programa de este examen: los diez mandamientos.

Ya sabemos cuál ha de ser la pregunta final: el amor.

Ya sabemos que todo lo que hacemos en esta tierra, a Él se lo hemos hecho…

Ya sabemos los criterios de aprobación o reprobación que estableció el Divino Maestro.

 

Y tenemos elementos para discernir, mientras dura nuestra peregrinación por este mundo, quiénes sean los Ante – Cristos, y quiénes los Anti – Cristos.

 

El que tenga inteligencia, entienda lo que lee…

 

P. Ismael

linea_pluma