“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Navidad y pecado

 

A mi hermana Marta,

que celebra la Navidad en su fructuoso martirio…

 

 

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La matanza de los Inocentes.  G. Reni. 

 

 

 

Sin dejarse engañar por el falso espíritu optimista que a partir de los “sesenta” había de invadirlo todo con su desmedida confianza “antropológica”, el auténtico espíritu de la liturgia católica –maravillosamente expresando en el Misal tradicional- nos proporciona una interesante bajada a tierra a través de las oraciones que pone en nuestros labios en estos días en que damos gracias por el maravilloso intercambio entre lo divino y lo humano.

 

 

Lejos de marearnos con el así llamado espíritu navideño que impregna transitoriamente nuestro mundo de aroma de azahares y mazapán; de lucecitas y obesos Santa Claus exhortándonos a hacer alguna obra buena, la liturgia de la Iglesia (fundada no sólo en la Revelación, sino también en el profundo conocimiento de la naturaleza humana), no deja de hacernos caer en la cuenta, mediante un profundo realismo, de la verdad de nuestra vida: que aunque la carne se revista de seda (léase de todas las brillantinas navideñas), carne se queda…

 

De de las numerosas expresiones de este principio que podríamos citar aquí, quisiera nos detuviésemos un instante en las oraciones “colectas” de estos días que en las nuevas traducciones (si no adulteradas, a lo menos rebajadas y muy edulcoradas) han perdido esta conciencia de ser el hombre –también en Navidad- un pobrecito pecador…

 

Proponemos una comparación, entre tantas que podríamos elegir, a partir de las oraciones colectas de Navidad y su infraoctava y la fiesta de los Santos Inocentes, de la liturgia tradicional con las traducciones del Novus Ordo.

 

El lector que lea anticipará mis conclusiones.

 

Misal de Trento y Juan XXIII

 

Colecta Misa del Día de Navidad e Infraoctava.

 

Concede, quaesumus, omnipotens Deus:

ut nos Unigeniti tui nova per carnen Nativitas liberet;

quos sub peccati iugo vetusta servitus tenet…

 

Concédenos, Dios omnipotente, que seamos liberados

por la nueva natividad corporal de tu Unigénito, nosotros

a quienes la antigua servidumbre nos mantiene

bajo el yugo del pecado

 

Santos Inocentes.

 

Deus, cuius hodierna die praeconium Innocentes

martires non loquendo, se moriendo confessi sunt:

omnia in nobis vitiorun mala mortifica; ut fidem tuam,

quam lingua nostra loquitur, etiam moribus vita fateatur…

 

Oh Dios, cuyo magnífico elogio publicaron en este día

los Inocentes Mártires, no hablando, sino muriendo:

extingue en nosotros todas las malas pasiones, a fin de que,

la fe que proclamamos con los labios, la publiquemos también

con nuestras obras…

 

El Nuevo Misal

 

La Colecta de la Misa del día de Navidad: sustituida por otra (Deus qui humanae substantiae..) Otra cosa. La que citamos arriba fue puesta, modificada, para otro día.

 

Santos Inocentes

 

Los mártires inocentes proclaman tu gloria en este día,

Señor, pero no de palabra, sino con su muerte;

concédenos por su intercesión testimoniar con nuestra vida

la fe que confesamos de palabra…

 

Las “malas pasiones” o “vicios” fueron extinguidos. Pero de la oración.

Probetur.

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Porque seguimos siendo una redonda miseria, la Iglesia –Madre y Maestra- no quiere que el encanto de la Nochebuena sea opio para nuestras conciencias de pecadores.

 

Y por ello nos recuerda que seguimos esclavos de nuestras tendencias, pecados y demás elementos que conforman la “cocción de fondo” de nuestra vida y que nunca (ni siquiera en el tiempo de “todos a ser buenos que Cristo nació”) deben soslayarse en la lucha ascética; y por ello nos da esta magnífica lección de sentido común y profunda fe teologal que, sabiendo que el hombre, que ha sido levantado a tan grande altura –“reconoce, oh cristiano tu dignidad!” ha dicho San León Magno-, no por ello debe olvidar lo que viene del interior de su corazón.

 

De Dios viene la Redención, de nosotros el seguir sujetos a la debilidad…

De Dios, la vida; de nosotros el seguir derramando sangre inocente…

De Dios la Justicia que mira desde el cielo; de nosotros las iniquidades y las guerras…

 

La liturgia es sublime. Pero no infantiloide.

¿Cómo nos explicamos, si no, que al día siguiente del nacimiento del Salvador celebremos el testimonio (martirio) de San Esteban?

¿Y cómo es que los cándidos pañales del recién Nacido se tiñen de la sangre de los Inocentes asesinados por la crueldad y el enfermizo miedo de Herodes?

 

No arrebata los reinos terrenos Quien promete los celestiales.

 

Porque no sabemos perdonar de veras en la Nochebuena, el testimonio del diácono Esteban nos ruboriza…

Porque hablamos más de lo que testimoniamos, el martirio de los tiernos Inocentes nos hace entender que Él, desde su llegada a este mundo, vino a traer algo más que la simple beatitud de una Noche de paz…

No penséis que vine a traer la paz al mundo.. Vine a traer la división…

 

El corazón del hombre que haya sido tocado por el misterio de la Navidad (no nos escandalicemos) será un corazón dividido:

Entenderá que está llamado a cosas grandes.

Y también se dará cuenta que después de las grandes resoluciones, de las grandes decisiones y los más ardorosos votos de fidelidad, ese fomes que ha quedado en nuestra naturaleza, como la borra del café que de tanto en tanto se agita (si se me permite la imagen) nos muestra el pobre hombre que llevamos dentro que aún en Navidad es capaz de seguir con sus odios y sus crímenes.

 

¿Desalentarnos? ¿Escandalizarnos?

Simplemente ser objetivos y pedir la madurez de la Fe:

También en el esplendor de la fiesta, el verdadero creyente sabe de qué pasta está hecho y sabe seguir viviendo el espíritu de vigilancia sobre sí y ninguna burbuja le hará olvidar que de la misma madera de la Cuna está hecha la Cruz del Redentor.

 

P. Ismael

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Christus natus est nobis…

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Cuando la Navidad es soledad…

Cuando te das cuenta que todo es regalo y que nada es tuyo.

 

Cuando entiendes que sólo el Verbo del Padre merece todo el amor de Quien lo engendra.

Cuando no tienes sorpresas en tu Belén…

Cuando se olvidaron de saludarte o responder tu cumplido…

Cuando tu familia ya celebra en la otra orilla.

Cuando al día siguiente la Santa Iglesia ya se reviste de rojo para San Esteban…

Cuando terminas de cerrar las puertas de tu capilla y saludas por última vez al Señor Sacramentado…

 

Allí adivinas unos frágiles bracitos, que se agitan entre pañales, están esperando que tú les extiendas los tuyos…

Porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.

 

Y tu soledad será tan pura como la nieve.

Y tan virginal como el álamo.

 

 

Porque soy sacerdote. Mi bendición.

P. Ismael

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Tota pulchra es Maria!


Immaculata Conceptio est hodie

Sanctae Mariae Virginis.

Quae serpentis caput virgineo pede

contrivit.



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En 1823, dos sacerdotes dominicos (Bassiti y Pignataro) exorcizaron a un niño poseso, de 12 años de edad y analfabeto.


Obligaron al demonio, en nombre de Dios, a demostrar la veracidad de la Inmaculada Concepción de María.


Para estupor de los sacerdotes, por la boca del niño poseso, el demonio compuso el soneto que transcribimos.


Se refiere que Pío IX se enterneció hasta las lágrimas al leer este soneto y vio en él una confirmación del Dogma de la Inmaculada.


"Vera Madre son io d'un Dio ch'è Figlio,

e son Figlia di Lui, benchè Sua Madre,

ab aeterno nacque Egli ed è mio Figlio,

in tempo io nacqui e pur Gli sono Madre.

 

Egli è mio Creator ed è mio Figlio,

son io Sua creatura e Gli son Madre,

fu prodigio divin l'essere mio Figlio

un Dio eterno, e Me d'aver per Madre.

 

L'esser quasi è comun fra Madre e Figlio

perché l'essere dal Figlio ebbe la Madre,

e l'essere dalla Madre ebbe anche il Figlio.

 

Or, se l'essere dal Figlio ebbe la Madre,

o s'ha da dir che fu macchiato iÍ Figlio

o senza macchia s'ha da dir la Madre. "

 

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"Soy verdadera Madre de un Dios que es Hijo,
Y soy su Hija, aunque le soy Madre;
Él desde eterno existe y es mi Hijo,
y yo nací en el tiempo y soy su Madre.


El es mi Criador y es mi Hijo,
y soy su criatura y su Madre;
fue divinal prodigio ser mi Hijo
un Dios eterno y tenerme por Madre.

 

El ser de la Madre es casi el ser del Hijo,
visto que el Hijo dio el ser a la Madre
y fue la Madre que dio el ser al Hijo;

 

Si, pues, del Hijo tuvo el ser la Madre,
o se ha de decir manchado el Hijo
o se dirá Inmaculada la Madre."

 

 

La liturgia y la Tradición de la Iglesia han visto en María Inmaculada a la vencedora de todas las herejías.


Aquella que por su Concepción Inmaculada aplastó con su virginal pie la cabeza del dragón infernal, puede ciertamente extirpar las obras más seductoras del demonio: la herejía.


Toda herejía tendrá siempre algo de seducción, un especial atractivo como la llama de la vela que termina chamuscando a la mariposa nocturna.


Chesterton dijo que la herejía es una verdad que se volvió loca.


Originadas por la acentuación de una verdad a medias, de una carencia, de un vicio; las herejías llevaron al extremo, enloquecieron la fe y la razón arrastrándolas al desvarío, la cerrazón y el sectarismo.


Esta unilateralidad constitutiva de toda herejía llega a minar desde el fundamento la trabazón admirable del credo, y por más pequeña que pueda parecer, por más inofensiva que se presente, termina tarde o temprano, pudriéndolo todo y alejando al hombre de Dios, origen de la verdad.


Las herejías arrastraron a pueblos y naciones enteras a las tinieblas de la frialdad y la desesperación.


Las herejías no son un espantajo del pasado, un término ya caído en desuso, una “condena” magisterial de la Iglesia sobre algún desventurado teólogo.


La herejía puede estar rediviva en una cátedra, un púlpito, un confesonario, un encuentro catequístico, un congreso de teólogos, etc., etc.


En términos generales adoptará formas y planteos nuevos de viejos errores que dañaron el cristianismo desde sus comienzos. Nihil novum sub sole…


Contra ellas lucharon los Apóstoles, los Sumos Pontífices y los Concilios.


Y hoy resulta tanto más peligrosa cuanto silenciosa es su acción sobre quienes alegremente reciben sin examen cuanta novedad espiritual se les invita a consumir… 


Entre todas ellas, como bien lo enseñó San Pío X, el modernismo es la más nociva y la suma de cuantos errores han existido.


Modernismo, progresismo, liberalismo…


Bajo nombres diferentes y susceptibles de una interpretación correcta, se vuelven a infiltrar en el torrente vital de la fe de muchas almas incautas.


¡Cuántos buenos católicos nos encontramos que son materialmente herejes!

¡No será a ellos a quienes pidamos aplaste nuestra Madre Inmaculada sus pobres cabezas!

Para ellas pediremos la iluminación de la verdadera Fe.


La Purísima ha aplastado a Satanás.


Porque ella es Toda hermosa. Porque es hermosa la Verdad que llevó en su seno y por Quien el Padre la preservó de todo contacto con el pecado, obra de Satanás.


Para cuantos se han apartado de la Fe o se encuentran en peligro de contaminarla (culpable o involuntariamente) pediremos una sincera conversión, y para nosotros el aumento y fortalecimiento en ella, haciendo de este bellísimo soneto nuestra oración más sentida.


P. Ismael


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Oración y Voluntad Divina

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“Entre todas las potencias movidas por la voluntad, se distingue la inteligencia, no sólo por su nobleza de facultad espiritual al igual que la voluntad, sino también por su proximidad, que la somete al influjo inmediato de la voluntad.

Y por eso después de la devoción, que es puramente un acto de la voluntad religiosa, ocupa el primer lugar entre los actos de religión la oración, por la cual la religión dirige a Dios la inteligencia humana” (S.Th. 2 2ae, q 83)

 

A partir de estas palabras del Aquinate, podemos tener una idea clara del valor de la oración como expresión de lo más excelso que el hombre puede hacer sobre la tierra: orar; esto es, hablar con Dios.

 

Orar responde a la naturaleza más noble del ser humano, dotado por el Creador de la capacidad de comunicarse con Él, pidiéndole aquellas cosas que más convienen para la salvación de su alma e incluso, la felicidad temporal, que no escapa en modo alguno a la Voluntad divina.

 

Como no sabemos pedir lo que conviene, Dios mismo, por su Verbo Eterno Encarnado, nos ha enseñado cómo debemos orar y qué debemos pedir.

Una de las grandes interrogantes del creyente es el por qué y en qué circunstancias Dios atiende a las peticiones que le dirigimos.

 

El P. Gardeil O.P., en su brillante y lamentablemente inacabada obra “La verdadera vida cristiana”, dedica uno de sus capítulos al papel de la oración en nuestra vida religiosa.

 

Allí señala que no dejamos de tener influencia sobre los hechos aunque no dispongamos de una eficacia absoluta. “Si no podemos mandar a uno por ejemplo, podemos por nuestra influencia disponer su espíritu, su voluntad… y si triunfamos, tenemos derecho a atribuirnos una parte, con frecuencia decisiva, en el resultado” (op. cit. “La oración”)

El genial dominico abordará a partir de este fundamento el punto de las cualidades dispositivas de la oración.

 

Intentaré sintetizar la magnífica respuesta tomista.

 

Dios tiene determinado concedernos aquellas gracias que le pediremos a lo largo de nuestra vida, sí y sólo si se las pedimos.

Pero nuestra experiencia de “orantes” puede comprobar que, habiendo pedido a Dios determinadas gracias, no siempre obtenemos de su largueza la intención de nuestras súplicas.

¿Para qué nos han servido entonces aquellas insistentes peticiones que durante tanto tiempo le hemos presentado?

 

Dejemos a Gardeil la palabra.

 

“Pero, ¿de dónde proviene esta causalidad dispositiva de la oración frente a las cosas que pedimos a Dios? Cuando rogamos a un hombre, el secreto de la eficacia de nuestros ruegos no es difícil de descubrir. El hombre es variable en sus voluntades. Podemos influir en esta variabilidad sea por la fuerza intrínseca de nuestras razones, sea por lo que añade a estas razones el interés afectuoso o compasivo que lo inclina hacia nosotros. Pero Dios tiene una voluntad inmutable. ¿Quién cambiará entonces lo que Él ha determinado para siempre en su sabiduría eterna?

Cuando planteamos este problema, no nos colocamos en el punto de vista de los adversarios de nuestra fe, de los que niegan la Providencia, o que convierten los designios divinos en un necesario e implacable Destino.

 

Pero con toda seriedad, tampoco podemos admitir que la voluntad de Dios cambie según nuestro deseo, que la oración pueda cambiar las disposiciones decididas por su infinita sabiduría desde toda la eternidad. Dios ya no sería Dios, si nosotros, sus pobres criaturas, pudiésemos influir eficazmente en Él y hacernos dueños del curso de las cosas humanas, si pudiésemos hacer que variara su voluntad. Nuestra oración ya no sería un culto, un honor prestado a Dios: sería un acto impío que destronaría a Dios de su sitial de Causa absolutamente primera de todo…”

La Providencia divina es inmutable en sus disposiciones, éste es el hecho y el dogma que dominan todo el problema…”

 

No oramos para torcer la voluntad divina ni para cambiar lo que Dios ha dispuesto hacer, sino para pedir que suceda lo que Dios, de antemano, ha determinado realizar que sucediera mediante nuestras oraciones.

Incluso el pecado, según Santo Tomás –que sigue en esto a S. Agustín- entra en el plan divino.

 

¿Qué queremos decir cuando hablamos de causalidad dispositiva de la oración?

Simplemente que la oración nos dispone para el cumplimiento de la inmutable voluntad divina.

 

La oración más perfecta es la oración de Cristo.

Nuestro Señor, en el huerto de los Olivos, nos da un perfecto ejemplo de esta disponibilidad a la Voluntad santísima de Dios.

Todo lo que Cristo pidió a su Padre indefectiblemente había de cumplirse.

“Yo sé que siempre me escuchas” le dice Jesús a Su Padre…

Pero en el Huerto, el Redentor pone una condicional: “Padre, si es tu voluntad que pase este cáliz sin que yo lo beba…”

En nuestro caso, todo lo que pedimos a Dios ha de tener también esta condicional.

 

¿Y entonces para qué pedir si lo que Dios ha dispuesto ha de cumplirse indefectiblemente?

Precisamente por eso. Porque nuestras peticiones nos disponen para el cumplimiento de la voluntad de Dios.

 

La oración adquiere entonces una dimensión insospechada.

Nos dispara desde el interesado y raso plano de nuestros intereses personales al plan de la Providencia para el gobierno del mundo.

Nuestras vidas se insertan en el desconocido pero maravilloso plan que Dios tiene sobre sus criaturas. Un plan amoroso y sublime.

Fuimos a la oración con unas intenciones concretas y determinadas y nos empeñamos en presentarle a la Divina Majestad todas las razones de conveniencia que creíamos irrebatibles a fin de obtener un determinado desenlace de los acontecimientos.

Dios no resolvió esos acontecimientos en la línea de nuestros argumentos.

 

¿Y para qué nos sirvió la oración?

Para disponer nuestro espíritu al cumplimiento de Su Voluntad.

¿No es ya suficiente y grandiosa obra el que hayamos salido de la oración con el convencimiento de que suceda lo que suceda –conforme o no a nuestra visión de las cosas- ello será lo mejor para nosotros y para el mundo entero?

Una fe muy ilustrada podrá comprenderlo.

Las visiones limitadas, temporales y estrechas, sentirán que Dios ya no nos escucha y que la oración fue inútil.

 

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Siempre me ha llamado la atención el sentido que la gente común le da al término “resignación”.

Escuchaba con frecuencia esta palabra en el contexto exequial de las condolencias expresadas con motivo de la partida de un ser querido.

Término de comadres que no alcanza a entender lo que se está diciendo.

Se entiende entonces la “resignación” como el último recurso ante las plegarias no atendidas. Es como un “bueno, ya que Dios no te ha escuchado, que te conceda quedarte quietecita… No contenta, pero resignada ante lo irreparable”.

 

Será interesante le devolvamos al término su auténtico sentido.

Re signare. “Volver a signar”; “volver a significar, a marcar”.

A eso nos dispone la oración: a re- significar la intencionalidad de nuestra voluntad. A marcarla con el signo de la Voluntad Divina.

Si lo que pedimos en la oración no fue concedido, el resultado de nuestra petición no fue en vano: ahora entendemos lo que Dios quería. Y ello nos ha de consolar, e incluso, llenar de gozo.

 

Re-signamos el sentido de nuestras intenciones –siempre marcadas por la pobreza de nuestra visión humana- a lo que Dios, en su infinita sabiduría, dispone sobre cada uno de nosotros.

Ciertamente, estamos convencidos de la bondad y “necesidad” de nuestras oraciones de petición. Mas ello no nos garantiza que esa sea la Voluntad de Dios.

 

Ello no nos exime de pedir lo bueno, más aún, nos exige pedirlo cada día.

La salud espiritual de los cristianos; la tranquilidad en el orden; la justicia social; la extirpación del error y el triunfo de la verdad, son cosas que siempre hemos de pedir y de lo que estamos seguros Dios no ha de desatender su oportuna concesión.

 

¡Cuántas veces las almas finas se levantan de la oración casi como abandonando lo que habían comenzado a pedir con insistencia dándose cuenta que lo que mejor que Dios puede hacer es lo que Él quiera y no tanto lo que ellas fueron a rogarle en su oración!

 

¡Señor! ¡Lo que Tú quieras! ¡Como Tú lo quieras! ¡Cuando Tú lo quieras!

 

Y así, la oración ha dispuesto adecuadamente nuestro espíritu y vino a constituir un verdadero acto de religión.

P. Ismael

 

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