“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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La Fe trinitaria en la Misa Gregoriana

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 A. Durero. “Adoración de la Santísima Trinidad”

 

 

Instituida por el papa Juan XXII, en Avignon, el año 1334, la fiesta de la Santísima Trinidad, tiene por finalidad –concluido el tiempo pascual, en la octava de Pentecostés - iniciar el tiempo peranual, desde el centro mismo del corazón de la revelación del Dios revelado por Cristo: el Dios Uno y Trino.

Es la Gran Festividad de la Fe Católica.

 

La Santa Misa católica, tal como es definida por todos los Concilios, es la glorificación suprema que la Iglesia tributa al Padre, a quien se le otorga todo honor y toda gloria, por medio del único sacrificio de su Hijo único, en la unidad del amor que de entrambos procede: el Espíritu Santo.

La Misa católica es el sacrificio de la única Víctima que se ofrece, por los vivos y los fieles difuntos, a la Trinidad Beatísima como supremo culto de latría y perfecto acto propiciatorio, latréutico, impetratorio y eucarístico.

 

La presencia trinitaria en el rito de la Misa Gregoriana, expresa admirablemente la fe de la Iglesia en la distinción de las Divinas Personas y su Unidad de naturaleza.

Contrariamente a las liturgias orientales donde se multiplican las declaraciones trinitarias, el Novus Ordo minimiza considerablemente el dogma trinitario, al menos en sus expresiones oracionales que han sido reducidas a las mínimas indispensables.

 

Por recorrer someramente los grandes momentos trinitarios de la Santa Misa, citemos los textos más notables de mayor expresión de fe en el misterio de los misterios.

 

* El Gloria al final del salmo Iudica

 

* El Gloria, como versículo integral del salmo del Introito.

 

* Los Kyries:

Escribía Dom Próspero Guéranger: “Las tres primeras invocaciones van dirigidas al Padre que es Señor: Kyrie, eleison; las tres siguientes se dirigen al Hijo encarnado, esto es, a Cristo, y por eso dice: Christe, eleison; por último, las otras tres dirígense al Espíritu Santo, que con el Padre y el Hijos es Señor (Kyrios), y por esta razón se repite: Kyrie, eleison: Señor, ten piedad. El Hijo, decimos, es también Señor, con el Padre y el Espíritu Santo, pero la Iglesia emplea al hablar de Él la palabra Christe, por la relación de este vocablo con la Encarnación” (“La Santa Misa explicada”)

 

* Las signaciones con la señal de la cruz sobre sí mismo (signo trinitario) en el Introito, al final del Gloria, el Credo, el Sanctus, etc.

 

*El Gloria final del salmo “Lavabo inter inocentes” del lavabo.

 

* El Veni Sanctificator Spiritus.

 

*El “Suscipe Sancta Trinitas” del Ofertorio.

 

*Las domínicas peranuales, repetían invariablemente para que el misterio se grabase profundamente en la memoria de la fe, el Prefacio de Sanctissima Trinitate.

 

*Los signos de la cruz con la Hostia consagrada sobre el cáliz y sobre el corporal al Per Ipsum (tres veces sobre el cáliz y dos entre su pecho y cáliz)

 

Así explica el gesto Dom Guéranger:

La Iglesia Santa posee a su Esposo en estado de inmolación y sacrificio, pero sin embargo vivo.

Así quiere realzar en él esta cualidad de Dios vivo y la expresa por la reunión del cuerpo y de la sangre, colocando la hostia sobre el cáliz que contiene la preciosa sangre, para glorificar a Dios.

Entonces dice por boca del sacerdote: Per ipusm, por él es glorificado el Padre; et cum ipso, con él es glorificado, porque la gloria del Padre no es superior a la del Hijo, ni asilada de la Hijo (así, pues, ¡qué grandeza en este cum ipso!) et in ipso, en él es glorificado el Padre, pues la gloria que el Hijo da al Padre, está en el Hijo y no fuera de él, in ipso. Así pues, por él, con él y en él, se dan a Dios todo honor y gloria.

Dos veces más hace el sacerdote la señal de la cruz, sólo que la hace entre el cáliz y su pecho. ¿Por qué esta diferencia? Estas palabras nos lo dicen: Est tibi Deo Patri omnipotenti, in unitate Spiritus Sancti, como quiera que ni el Padre ni el Espíritu Santo han sido inmolados, no conviene que al nombrarlos se coloque la hostia encima de la sangre que perteneces únicamente al Hijo, por ser Él el único que se revistió de la humana naturaleza y fue inmolado por nosotros”(Op. Cit.)

 

* El “Placeat tibi, Sancta Trinitas” anterior a la bendición final.

 

De 23 declaraciones trinitarias que existen en el Ordo Gregoriano, han quedado solo 6 en la “Missa cum Populo” y 3 en la “Missa sine populo”.

 

Ello sin tener en cuenta, entre otras cosas, que –quitado el “mysterium fidei- del cuerpo de la consagración del cáliz, el Canon (que está dirigido totalmente al Padre, que recibe la oblación del Sacrificio de Cristo), la aclamación “Anunciamos tu Muerte…” desfocaliza la dirección de la plegaria dirigiéndose a Cristo, con una plegaria escatológica.

 

La reducción del número de profesiones trinitarias va alejando a los fieles de toda la tradición patrística que siempre pone en primer plano la distinción de las Divinas Personas y afirma luego su Unidad de Naturaleza.

 

Finalmente señalemos cierta tendencia semiarriana en algunas versiones del Credo del Novus Ordo, que traducen “consubstancial” por “de la misma naturaleza”.

Recordemos que “consubstancial” evoca la oposición total al arrianismo del Concilio de Nicea.

 

Preguntas finales:

¿Comprenden la mayoría de los fieles que la celebración Eucarística es, o debe ser la gran expresión cultual de la fe en la Santa e Individua Trinidad fundamento primero y último de toda la Verdad Revelada?

 

¿Tendremos, como el mismísimo Kasper señalaba: cristianos “simplemente deístas”, bastante ignorantes del Misterio del Dios Trino?

P. Ismael

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Jonás: profeta a la fuerza

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Como un acabado auto sacramental, en cuatro actos, la breve historia de este libro (una suerte de cuento bíblico, “simple narración” según los especialistas de la Biblia de Jerusalén, “histórico” para Mons. Straubinger –el mejor traductor de una Biblia “argentina”- ), con una intencionalidad marcadamente universalista respecto a la voluntad salvífica de Dios, pinta al vivo los avatares de un hombre que se encuentra, inopinadamente, con una misión que le desborda.

 

Estos cuatro actos del drama pueden designarse con títulos bien definidos:

 

* Primer Acto: Vocación y desobediencia de Jonás

 

* Segundo Acto: Jonás en el vientre del pez

 

* Tercer Acto: Jonás predica a los Ninivitas la conversión

 

* Cuarto Acto: Queja de Jonás

 

Sin pretensiones de exégesis crítica del texto profético, nos proponemos una lectura meditada, dando por sentado el conocimiento del pequeño libro por parte del paciente lector.

 

Primer Acto

 

Sucede muchas veces en nuestra vida, que Dios nos llama a cosas para las que no nos sentimos preparados.

Si nos ponemos a pensar todo el trabajo que el Señor ha encomendado a sus elegidos para sus profetas, podríamos reducirlo a una sola palabra: conversión.

Es toda la línea veterotestamentaria en su más estricta síntesis: llamar al pueblo de Israel y luego a todas las naciones a la conversión al Dios vivo y verdadero, que ha de continuarse armónicamente con la fuerte llamada a la conversión del Precursor (el último profeta del Antiguo y el primero del Nuevo Testamento) y del mismo Jesucristo: “El tiempo se ha cumplido, y se ha acercado el reino de Dios. Arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15)

 

Algunos profetas se lanzaron de cuerpo entero a la tarea, como en el caso de Isaías (cf. Is 6, 8) y alguno como Jeremías se excusaba diciendo “…no sé hablar, porque soy un adolescente” (cf. Jer 1, 6)

Otros, que nada tenían que ver con el profetismo, se hicieron cargo del mandato, más allá de su filiación y condiciones, como por ejemplo, Amós: “Yo no soy profeta, ni discípulo de profeta; soy pastor de ganado, y cultivo sicómoros. Pero el Señor me tomó de detrás del rebaño y me dijo ‘Ve y profetiza a Israel mi pueblo’” (Cf Am 7, 15)

 

Pero en el caso de nuestro Jonás (Yoná que significa paloma), apenas si podemos saber por qué Dios se metió con él.

Por eso se me ha venido al recuerdo aquello que mi madre tenía como latiguillo cuando alguno debía hacer algo que no le venía demasiado bien, citando el título de aquella película estrenada en 1932 (el año de su Primera Comunión): “Torero a la fuerza”

 

Sí, Jonás fue “ordenado” a la fuerza. “Torero” para un rodeo totalmente desconocido, adverso, caótico, se vio puesto en un “redondé” que a simple vista le prometía algo más que una cornada…

Huyó cobardemente.

Pero no era tan cobarde como “caballero”. Cuando los marineros echaron suertes para ver por causa de quién sobrevino la tempestad en alta mar, supo confesar que “escapaba del Señor”.

Intentaron salvarlo, aligerando el peso de la nave. Pero en vano.

Él mismo, sin demasiadas vueltas, sugiere la solución: “Tomadme y echadme al mar, y el mar se os calmará, pues bien sé que por mi culpa ha venido sobre vosotros esta grande tempestad”

 

Cuando el profeta, o el sacerdote, huyen de su misión, no le hacen ningún bien ni a los que son enviados, ni a quienes le acompañan.

Cuando el profeta, o el sacerdote se camuflan para soslayar la incómoda tarea de predicar la auténtica conversión, no pueden menos que ser una desgracia para la sociedad y para la Iglesia.

Y cuando el profeta, o el sacerdote deciden arrojarse al mar de la infinita providencia y misericordia divinas, para cumplir su misión, a la sociedad y a la Iglesia retorna la verdadera quietud.

No nos extraña su miedo, su angustia, su “¿por qué a mí?”

 

También Juan María Vianney quiso, en cierta ocasión, huir de su pequeña villa de Ars, fatigado por sus luchas y en busca de la quietud de un monasterio… Tal era su “desesperación”.

Pero mucho más “desesperado” hubiese quedado su corazón, cuando descubriese que escapaba del camino de santidad, que haría de él el Santo Cura de Ars.

Para los hebreos Tarsis significaba un Finisterre, un punto lejano del Santuario de Sión donde habitaba el Altísimo.

Pero cualquiera sabía que Dios habita en todas partes y aún descendiendo al abismo, es imposible escapar de su Presencia.

 

¿Una infidelidad? ¿Una locura?

Una reacción humana. Nada más y nada menos.

 

Segundo Acto

 

“Un pez grande”. Es lo que dice simplemente el texto.

 

Los ictiólogos y las iluminaciones de los códices medievales sugieren un monstruoso squalus carcarias y la grandiosa pechina en el remate del Juicio Final de Miguel Ángel, parece mantener la tradición.

 

Hecho milagroso, sin duda, pues las condiciones de supervivencia en el vientre de un pez –del que se dice “lo tragó”, no que lo masticara- no son corrientes, si bien algún que otro dato histórico, refieren hechos similares.

El milagro es que Dios “hizo venir” a ese pez para salvar a Jonás.

 

Jesús mismo, describe el episodio en Mt 12, 40 -41, comparando su permanencia en el seno de la tierra con la estadía de Jonás en el vientre del pez y refiriéndose al efecto de conversión de su predicación en Nínive.

La misión que había de cumplir no sería frustrada por su acto de honestidad, que en otras circunstancias calificaríamos de suicidio.

 

Dios se las ingenia siempre.

¿Por qué dudar del milagro?

Si Dios creó los peces; el Señor Jesús los multiplicó en varias ocasiones; indicó por dónde había que echar las redes; mandó a Simón Pedro que buscase una moneda en un “pez alcancía” y después de su Resurrección, premia el esfuerzo de los Apóstoles con ciento cincuenta y tres peces grandes, ¿no podía disponer un pez “guardavidas” para quien había destinado a salvar a ciento veinte mil almas?

 

Y otra consideración: nunca sabemos por qué medios Dios nos preserva para que cumplamos lo que Él quiere, y cómo lo quiere.

 

Tercer Acto

 

Vomitado a tierra por el pez, a la orden de Dios, Jonás –la paloma salvada por el cetáceo- y sin ningún nuevo intento de excusas, el profeta se dispone a hacer lo que el Señor le indicará.

Fundada por Asur, originario de Babilonia, Nínive era un conglomerado de cuatro ciudades: Nínive, Rehobot, Calé y Resen (Gén 10, 11ss).

Un monstruo urbano lo esperaba… Más parecido a un barrio chino, que a las devotas callejuelas de Jerusalén.

Caminó un día entero con un mensaje poco ecuménico, según los criterios contemporáneos: “De aquí a cuarenta días, Nínive será destruida” (3,4).

Es que ocultarle al enfermo su mal, no lo cura de su enfermedad.

Y esto no es fácil ni grato para cualquier médico.

 

Bajo razones de comprensión y moral de situación, no nos atrevemos a la simple y fuerte urgencia que Dios nos impone al anunciar sus Mandamientos al mundo contemporáneo.

Sea porque, como decía Pío XII, se ha perdido la noción de pecado; sea porque con el caballito de batalla del diagnóstico “posmoderno” que todo lo explica, ya pensamos que el pueblo es incapaz de comprendernos; sea –lo que es peor- porque, en realidad, el pecado (lo que se designa bajo ese nombre) va mutando según la cultura y la construcción social, ya no llamamos a las cosas como Dios las llama desde la Revelación y la ley natural.

 

Sin conversión y penitencia, el mensaje evangélico resultará un edulcorante o una medicina homeopática para una humanidad enferma de ignorancia, a cuyo empeoramiento contribuyen los falsos profetas.

 

Y aquí viene otro milagro.

Los ninivitas no sólo se convirtieron de sus maldades, sino que creyeron en el Dios Verdadero, comenzando por el rey, quien dispone un original plan de penitencia para todos, extensivo a los animales (¡!).

¿Fue momentánea aquella conversión?

Por los datos de la misma Escritura, pareciera que sí.

Pero la lección está dada. Y es suficiente.

Dios se mueve a compasión cada vez que con sinceridad nos volvemos a Él: eso es convertirse. Y ya sabemos que la conversión no es una y única, sino múltiple: de toda la vida.

De allí que no queda lugar para el desaliento o la desidia en el anuncio.

 

Cuarto Acto

 

El desaliento le sobreviene ahora al pobre Jonás, profeta a la fuerza…

Un desaliento que se transforma en enojo: un verdadero berrinche.

Está “alunado” como un niño que tiene un mal despertar.

No es de los profetas que se gratifican con las conquistas que Dios ha obrado por su mediación.

Hay que respetar el temperamento de Jonás.

Seguramente le dolió que Dios tuviera clemencia de aquel gran reino que oprimía a su patria.

Tuvo una visión demasiado humana de la misericordia de Dios.

 

¿Qué más podía desear un corazón sacerdotal que su palabra moviese a penitencia? ¿Qué otra cosa era más preciosa que la gracia que Dios ofreció a todo un pueblo? ¿Por qué se molesta de que Dios sea bueno?

 

Sin embargo se enoja, aunque no deja de creer…

 

Nos resulta singularmente simpática su figura de anunciador de calamidades devenida en salvador que ahora, no teniendo vehículo para volverse a su tierra, se establece en una choza, en los límites de la gran ciudad, para ver qué pasaba.

 

Tal vez no estaba suficientemente convencido de la conversión de los ninivitas y se aprestaba a contemplar una lluvia de azufre, a la manera de Sodoma y Gomorra.

 

Aquí nos encontramos con lo más conmovedor del relato: la humorada de Dios y la rabieta de Jonás.

 

Jonás se desea la muerte.

Dios se compadece de su forzado profeta y manda crecer un árbol para que le dé sombra (kikahión, que Jerónimo traduce por hiedra, los LXX por calabacera y modernamente por ricino). Un arbolito que crece rápido y que alegra desproporcionadamente a Jonás quien se duerme a su sombra.

Pero al rayar el alba, Dios manda a otro bichito, esta vez un gusano, para que pique al arbusto y éste se seque.

Un sol rabioso y un viento abrasador del oriente caen sobre la cabeza del pobre Jonás.

Una vez más desea morir.

 

“Y Dios dijo a Jonás: ¿te parece bien enojarte a causa del ricino? Respondió él: Sí, me parece bien enojarme hasta la muerte. Y dijo el Señor: Tú tienes lástima del ricino, que ningún trabajo te ha costado, ni tú lo hiciste crecer, creció en una noche, y en una noche pereció. ¿Y yo no he de tener lástima de Nínive, la ciudad tan grande, en la cual hay más de ciento veinte mil almas que no saben discernir su mano derecha de la izquierda, y muchísimos animales?”

Y con esta respuesta de Dios termina el libro más singular de los llamados Profetas Menores.

 

Por poca cosa se alegró Jonás y por poca cosa se angustió.

¿Es un niño enrabietado capaz de golpearse la cabeza contra el suelo por un juguete roto?

¿O es un hombre cansado?

Las dos cosas tal vez.

 

Aquellos ninivitas son imagen del mundo actual: ya no discierne. Toma lo malo por bueno, y lo bueno por malo.

Nos espera a nosotros, profetas y sacerdotes, para que les enseñemos también la “elementalidad” de su izquierda y su derecha.

Y ello puede ser muy duro para nosotros.

Pero es la grandeza de Dios.

 

Jonás nos enseña a comprender al párroco cascarrabias y agotado, al teólogo y al liturgo desanimado, al misionero a quien se le vino el mundo encima.

Y Dios nos enseña que su amor y su misericordia son eternos.

 

Más eternos que un ricino…

P. Ismael

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La Fe en la Argentina de 1945

¿Escucharemos algo así en los próximos “festejos”?


Aproximándose la celebración del II Centenario de la Patria, transcribo la Consagración de la Nación Argentina al Sagrado Corazón de Jesús, formulada por el Venerable Episcopado Argentino* y solemnemente efectuada el 28 de octubre de 1945.


Nótese su fundamento evangélico, su teología católica, la altura de los valores, la cultura de sus redactores, entre muchas cosas de notar…


Cualquier desemejanza con la realidad (eclesial y socio cultural) actual, es absoluta causalidad.


Para pensar, comparar y reparar…


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“Corazón sacratísimo de Jesús, Verbo eterno, hecho hombre, que con el Padre y el Espíritu Santo nos has creado y que en las alturas del Calvario con tu pasión y muerte nos has redimido, siendo así doblemente Señor Nuestro, los Pastores de esta tu Nación privilegiada, juntamente con todo su pueblo, están postrados ante la Hostia sacrosanta en la que palpita real y verdaderamente tu divino Corazón.**


Desde las ciudades populosas y desde los pequeños poblados de nuestra Patria, desde sus amplias llanuras y desde sus altas montañas, desde los hogares modestos y desde las suntuosas moradas, nos hemos congregado a millares junto a Ti, con fe, con gratitud y con amor.


La Fe católica que nos ha traído hasta aquí y que nos infundiste en el Bautismo, es la fe de nuestros próceres, de nuestras madres, de nuestros estadistas, que en el preámbulo de la Constitución te proclamaron fuente de toda razón y justicia.


Nuestra gratitud profunda tiene origen en la inmensa caridad con que nos amaste desde toda la eternidad en el seno de la Trinidad Beatísima, y que se manifiesta en Belén al nacer, en la cruz al morir, en el Sagrario al quedarte en medio de nosotros, en los beneficios sin cuento que has derramado sobre nuestra Nación, que confesamos no merecer, y que, por lo mismo, comprometen en mayor grado nuestro sincero agradecimiento.


¿Cómo podríamos afirmar que agradecemos tus innumerables dones, si la llama del amor hacia Ti no abrasa a nuestro pobre corazón?


Con estos sentimientos, humildemente contritos de nuestras faltas, como manifestación externa de nuestro acendrado amor, accediendo a tus más vivos anhelos, hoy estamos ante Tu presencia para suplicarte que te dignes aceptar nuestra consagración irrevocable y la de nuestra Patria a tu Divino Corazón.


Corazón sacratísimo de Jesús: los Obispos y el Clero nos consagramos a Ti. Haz que los Pastores al apacentar tu grey seamos sucesores dignos de los Apóstoles y que los Sacerdotes con la palabra y el ejemplo, manifiesten que son otros Cristos.


Corazón sacratísimo de Jesús: te consagramos nuestras Diócesis y nuestras Parroquias para que sean pregoneras celosas de tu Evangelio, y canales copiosos de tu gracia transmitida por los Sacramentos.


Corazón sacratísimo de Jesús: te consagramos los Institutos religiosos: para que florezca siempre en ellos tu espíritu, y las asociaciones de piedad, de apostolado, de cultura y caridad, para que sean infatigables con la plegaria y la acción en dilatar tu reinado en medio de los hombres.


Corazón sacratísimo de Jesús: te consagramos los hogares para que en ellos reine siempre la dulce paz de tu hogar de Nazaret, te consagramos los padres y las madres para que los ayudes a practicar los ejemplos de tu Madre María Santísima y de tu padre adoptivo San José; te consagramos los niños para que sean cual Tu eras en esa edad feliz; te consagramos los jóvenes para que dediquen la lozanía de la vida a la adquisición de sólidas virtudes, al estudio y al trabajo que los capacitará para ser ciudadanos probos y eficientes; te consagramos los ancianos para que los reconfortes hasta los instantes postreros de su vida.


Corazón sacratísimo de Jesús: los que tenemos la dicha de habitar este suelo que miras con bondadosa predilección, al consagrarnos a Ti para siempre recogiendo el clamor que brota incontenible del pecho de sus habitantes, te consagramos nuestra Patria, heredad bendita que recibimos de nuestros mayores para que sea como ellos la idearon: hija de tu Evangelio, hogar venturoso de paz y de concordia, morada feliz de hombres cultos, buenos y laboriosos al influjo de tus más selectas bendiciones, que imploramos.


Antes de terminar permítenos que, recordándote tu promesa, te supliquemos inscribas nuestros nombres en tu Sagrado Corazón y que durante nuestra vida no permitas que jamás nos separemos de Ti, para que por toda la eternidad podamos participar de tu gloria, Señor Jesús, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea”.


Notas:

* in illo tempore, apenas superando una veintena, venerables por las virtudes, el episcopado aún no conformaba la numerosa y democrática “Conferencia Episcopal


**he vertido el tratamiento “Vos”, para estar al día con los ajustes idiomáticos impuestos…


P.Ismael


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San Pío V

“Deus , qui ad conterendos Ecclesiae tuae hostes,

et ad divinum cultum reparandum,

beatum Pium Pontificem maximum eligere dignatus es;

fac nos ipsius defendi praesidiis,

et ita tuis inhaerere obsequiis:

ut, omnium hostim superatis insidiis,

perpetua pace laetemur.

Per Dominum…”


“Oh Dios, que te dignaste elegir a San Pío

como Pontífice Máximo, para repeler a los enemigos

de tu Iglesia y reparar el culto divino;

haz seamos defendidos con su auxilio,

y que de tal modo nos demos a tu servicio, que,

vencidas las asechanzas de todos los enemigos,

gocemos de perpetua paz.

Por Nuestro Señor Jesucristo…”


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Su breve pontificado fue uno de los más gloriosos del siglo XVI.

A los 14 años ingresó en la Orden Dominicana.

Al ser elegido Papa, en nada cambió su vida austera y piadosa, con excepción de sus hábitos externos. Según la tradición, fue el primer Papa que comenzó a vestir la sotana blanca, en recuerdo de su hábito dominico.

 

Es el Papa de la Victoria de Lepanto y el gran codificador del Misal (Bula “Quo primum tempore” a. 1570), que ha partir de ese entonces se lo ha denominado comúnmente, el “Misal de San Pío V”.

Murió el 1º de mayo de 1572.

 

No imaginaba él que tras cuatrocientos años de uso (sin contar la forma sustancial de la Misa Gregoriana que databa de muchos siglos atrás) aquel Misal, obra de eruditos y santos, que fuera sancionado de forma solemne y definitiva y comprometiendo su Autoridad Apostólica, habría de considerarse proscripto por casi la Iglesia Universal.

 

No me imaginaba yo, cuando con lágrimas en los ojos, al visitar el impresionante cenotafio que remata su tumba en Santa María la Mayor, hace mucho tiempo, creía estar haciendo una súplica absurda: el retorno de la Misa de siempre.

 

No imaginábamos que la bondad y la sabiduría del Papa Benedicto a quien con justeza se le aplica el título de “gloria olivi” (la gloria del olivo) habría de derramar el bálsamo del consuelo sobre la Iglesia de Cristo, al restituir el Rito que celebraron los grandes Santos y del que se nutrieron generaciones y generaciones de católicos.

 

Hoy he vuelto a celebrar su fiesta (que en el calendario para la “Forma Extraordinaria” corresponde al 5 de mayo) con profunda emoción y gratitud.

 

Gratitud a nuestro amado Pontífice reinante y emoción por saber y sentir que las puertas de la insensatez no prevalecieron sobre la Iglesia et non praevalevunt

 

      LAUS DEO, VIRGINIQUE MATRI


P. Ismael


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La dulce Catalina: terror de los prelados

del siglo XIV al XXI

 

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Éxtasis de Sta.Catalina de Siena. Pompeo Batoni

 

De Santa Catalina de Siena, cuya fiesta celebramos el pasado 30 de abril, “la gran murmuradora” del siglo XIV, la pionera de los denunciantes de la sodomía en el alto y el bajo clero, tomamos estos textos, más que elocuentes, que han de hacernos pensar honestamente y temblar a todos los pastores, en especial a los obispos de nuestra Iglesia.

 

“La dignidad en que te coloqué se te presenta resplandeciente, tal como es, para tu vergüenza, sabiendo que tú la has tenido y usado en las tenebrosidades del pecado.

De los bienes de la santa Iglesia que puse ante ti eres deudor y ladrón; de ellos debiste dar lo debido a los pobres y a la santa Iglesia. Ahora tu conciencia te los representa y cómo los has gastado con meretrices públicas y con ellos has alimentado a los hijos, enriquecido a los parientes; te los has comido y con ellos has adornado la casa y comprado vajilla de plata, cuando debías vivir en pobreza voluntaria.

“Ante tu conciencia se presenta el oficio divino, que abandonaste, sin preocuparte de que cometías un pecado mortal; y, si lo recitabas con la boca, el corazón se hallaba lejos de mí. En cuanto a tus súbditos, es decir, en cuanto a la caridad y hambre que acerca de ellos debiste tener, alimentándolos en la virtud, dándoles ejemplo de vida y el misericordioso castigo o el duro de la justicia, tú hiciste lo contrario, y te reprocha la conciencia ante la espantosa presencia de los demonios.

“Y si tú, prelado, has dado cargos o cura de almas a algún súbdito con injusticia, es decir, que no has mirado ni a quién ni cómo se los has dado, esto se te pone ante tu conciencia, porque los debiste dar no en razón de palabras aduladoras, ni por agradar a las criaturas, ni por regalos, sino en atención a la virtud, por honor mío y por la salvación de las almas.

Como no lo has hecho, eres acusado, y para mayor confusión tienes delante la conciencia y la luz de la inteligencia a propósito de lo que debiste hacer y de lo que debiste evitar y lo has omitido.

……………..

Así ocurre a estos miserables en particular, y en general a todos, porque en la muerte, cuando el alma comienza a ver mejor sus desgracias y el justo su bienaventuranza, a estos desgraciados se les representa su vida de pecado.

No necesitan que otros se la pongan delante, puesto que la conciencia lo hace tanto con los pecados cometidos como con las virtudes que debieron practicar.

¿Por qué las virtudes?

Para mayor vergüenza suya, porque, estando la virtud al lado del vicio, se reconoce mejor el pecado, y cuanto más lo conoce, mayor vergüenza padecen. Por su pecado conocen mejor la perfección de las virtudes, de donde les viene mayor dolor al ver que en su vida han estado alejados de la virtud.

Quiero que sepas que en el conocimiento que tienen del vicio ven con perfección el bien que se seguirá al hombre virtuoso y los sufrimientos que vendrán al que ha permanecido en las tinieblas del pecado mortal.

Les doy este conocimiento no para que lleguen a la desesperación, sino al perfecto conocimiento de sí y la vergüenza de su pecado; pero con esperanza, a fin de que con la vergüenza y el conocimiento expíen sus pecados y aplaquen mi ira, pidiendo humildemente la misericordia.

El virtuoso acrecienta por ello su gozo y conocimiento de mi caridad, porque a la gracia atribuye haber seguido la virtud y caminado por la doctrina de mi Verdad, debiéndolo a mí y no a sí mismo; por eso se alegra en mí. Con este verdadero conocimiento gusta y recibe su fin dulcemente, al modo que te dije en otro lugar.

Así como el uno se llena de gozo, o sea, el justo, que ha vivido en ardentísima caridad, el oscuro pecado se llena de penosa confusión…

Los que han llevado su vida con lascivia y muchas maldades tienen sufrimientos y temor ante la presencia de los demonios. No reciben el mal de la desesperación si no quieren, per sí el reproche la y la reavivación de la conciencia, miedo y temor en su horrible presencia….

Ahora comprendes cuán grande es la ceguera del hombre, y especialmente de estos desventurados ministros, porque todo lo han recibido de mí, y cuanto más iluminados se hallan por la Sagrada Escritura, tanto se hallan más obligados, y en consecuencia, incurren en una grande e intolerable confusión.

Como lo conocieron mejor en la vida por la Sagrada Escritura, en la muerte conocen mejor los pecados cometidos…

…estos ministros tendrán mayor castigo por la misma culpa que los demás cristianos, a causa del ministerio que les otorgué cuando los puse para que administrasen el santo sacramento y porque tuvieron la luz de la ciencia para poder discernir la verdad en beneficio suyo y de los demás, si hubiesen querido, y por esta razón reciben con justicia mayores castigos-

Sin embargo, estos miserables no se dan cuenta de que, si hubieran tenido un mínimo de consideración a su estado, no se verían en tantos males, sino que serían lo que deben ser y no son.

Más bien están todos corrompidos, obrando peor que los seglares de su clase, por lo que manchan la faz de su alma con sus pestilencias, corrompen a sus súbditos y chupan la sangre de mi esposa, es decir de la santa Iglesia.

Con sus pecados la haceN palidecer, esto es, que el amor y afecto que deben tener a esta esposa lo han puesto en sí mismos, y no buscan sino arruinarla y conseguir prelaturas y grandes réditos, cuando deberían buscar las almas.

Por su mala vida llegan los seglares a la falta de reverencia y obediencia a la santa Iglesia, si bien ellos no deberían obrar así, ni pueden disculparse con los pecados de sus ministros”

 

(Santa Catalina de Siena, El Diálogo. El cuerpo místico de la Iglesia)

 

 

“ si me dijeses, padre: “¡El mundo está tan turbado!, ¡de qué modo llegaré a la paz?”, os digo de parte de Cristo crucificado: tres cosas principales os conviene obrar con vuestro poder.

Una es que del jardín de la Santa Iglesia arranquéis la flores hediondas, llenas de inmundicia y de avaricia, hinchadas de soberbia; esto es, los malos pastores y prelados, que envenenan y corrompen este jardín.

¡Ay de mí, gobernador nuestro, usad de vuestro poder para desarraigar esas flores!

Arrojadlas fuera, que no tengan ya que gobernar. Procurad que traten de gobernarse a sí mismos en santa y buena vida.

Plantad en este jardín flores olorosas, pastores y prelados que sean verdaderos siervos de Jesucristo, que no atiendan a más sino a la honra de Dios y a la salud de las almas que sean padres de los pobres…”

¡Oh, cuánto deleite, si viéramos que el pueblo cristiano diese el condimento de la fe a los infieles!

Puesto que luego, habiendo recibido la luz, llegarían a gran perfección, como planta nueva, habiendo perdido el frío de la infidelidad y recibido el calor y la luz del Espíritu Santo por la santa fe; producirían flores y frutos de virtudes en el cuerpo místico de la santa Iglesia: tanto, que con el perfume de sus virtudes ayudarían a apagar los vicios y los pecados, soberbia e inmundicia; las cuales cosas abundan hoy en el pueblo cristiano, y singularmente en los prelados, en los pastores y en los rectores de la santa Iglesia; los cuales se han hecho comedores y devoradores de las almas; no digo convertidores sino devoradores.

Y por el amor propio que tienen de sí mismos; del cual nacen soberbia, codicia y avaricia e inmundicia del cuerpo y de la mente suya.

Ven a los lobos infernales arrebatar a sus súbditos, y no parecen cuidarse de ello; tanto es el cuidado que han puesto en adquirir deleites y delicias, alabanzas y placeres del mundo.

Y todo procede del amor propio: porque si se amaran por Dios, y no por sí mismos, atenderían sólo al honor de Dios y no al propio, y a la utilidad propia sensitiva…

 

(Cartas a Gregorio XI, 1370-1378)

 

“En la cual caridad, amor inefable, la amargura, santísimo Padre, en la cual estáis, estando tan dulcemente revestido, se os volverá grandísima dulzura y suavidad: y el peso, que es tan grave, el amor os volverá ligero: conociendo que sin soportar mucho no puede ser saciada vuestra hambre y la de los siervos de Dios, hambre de ver reformada la santa Iglesia con buenos, honestos y santos pastores.

Y soportando vos sin culpas los golpes de estos inicuos, que con el bastón de la herejía quieren herir a vuestra Santidad, recibiereis la luz.

Porque la verdad es aquella cosa que nos libera.

Y porque es verdad, que, elegido por el Espíritu Santo y por ellos, sois su vicario, la tiniebla de la mentira y de la herejía que han suscitado nada podrá contra esta luz; antes bien, cuanto más tinieblas quisieran crear, tanta más perfectísima luz recibiréis…

No soportéis el acto de la inmundicia. No digo su deseo, puesto que no podréis ordenarlo si ellos no lo desean; mas por lo menos el acto (que esto se puede) sea regulado por vos.

No simonía, no las grandes delicias; no jugadores de la sangre; que aquello que es de los pobres y aquello que es de la santa Iglesia es así jugado, haciendo de mercaderes el lugar que debe ser templo de Dios.

No lo hacen como clérigos ni como canónigos, que deben ser flores y espejo de santidad, y en cambio están como mercaderes, lanzando hedor de inmundicia y ejemplo de miseria…”

 

(Cartas a Urbano VI, 1378-1389)

 

Catalina, imprudente Catalina, ¿encontrarías postulador para tu causa hoy día?

P. Ismael

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