“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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El Siglo de Plástico

¿resistirá?


Cristo de plástico


En este domingo la Palabra de Cristo causa cierta incertidumbre y perplejidad en sus Apóstoles a quienes pone en estado de pura receptividad.


Es lo que Catellani, siguiendo a Kierkegaard, llamó “desesperación”: “no en el sentido de pecado contra la esperanza –excepto en Judas- sino en el sentido de conmoción espiritual extrema y profunda”.


Más adelante se explaya el teólogo santafesino:

“En esta coyuntura Cristo les anuncia la derrota y la victoria en forma simple y sedada: que van a tener que afligirse, entristecerse y acongojarse y que el mundo va a triunfar; pero que después su tristeza se convertirá en gozo, y que ese gozo nadie se los podrá quitar…”


Pronunciadas en el contexto del extenso discurso de Despedida del Maestro, durante la Última Cena (Juan 16, 16-22) estas palabras – “Un poquito me veréis y un poquito más y ya no me veréis” – suscitaron más interrogantes entre los Apóstoles asustados que se decían unos a otros: “¿Qué quiere decir con ese poquito?”


¿Se refería el Señor a lo que inmediata e inminentemente iba a ocurrir a la “hora de la Pasión” o estaba prediciendo el futuro de la toda la vida de la Iglesia que habría de nacer cincuenta y tres días más tarde?


Ambas posibilidades son reconciliables si miramos el ejemplo fuertemente humano que toma para referirse al “estado” habitual de quienes seguiríamos (o intentáramos) sus pasos.


Nuestra vida cristiana en la Iglesia sería como un parto.

“La mujer, en los dolores del parto, está triste, porque le llegó su hora: mas cuando ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de aquel trance, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo.”


La alegría, la verdadera alegría de la maternidad (ínsita en la naturaleza de la mujer) trasciende el mismísimo interés por el propio hijo y se proyecta en un gozo universal: un niño es algo más que un ser de la madre: es un bien de la humanidad.


El Señor sabía que nuestros gozos habrían de mixturarse con grandes pruebas y tristezas que jalonan nuestra existencia y que todo el esfuerzo por vivir la dureza del “parto” cristiano habría de ser superado por ese inmenso, insospechado, misterioso alumbramiento para el mundo, de los frutos de haber permanecido unidos a El.


Podrán quitarle a la madre su hijo. Lo que nunca podrán quitarle es su maternidad: el haber parido para el mundo de los hombres.


Podrán quitarle (o irse por su cuenta) los hijos de la Santa Madre Iglesia.


Pero ella nos ha parido a la vida verdadera: gracias a su alumbramiento, la Vida que el Señor nos ha conseguido por su Pasión y Muerte, será siempre prenda de salvación, más allá de toda debilidad y malicia humanas.


Intuimos un cierto buen humor de Cristo en aquellos momentos tan temblorosos de la Cena: nos anima a no asustarnos cuando por un poquito no le veamos.


¿Cuánto tiempo duran esos poquitos tiempos de ausencia del Señor?


¿Se dará en nuestra existencia temporal una visión más nítida de Jesús, o habremos de esperar el lumen gloriae para verlo por toda una eternidad?


La historia de la Iglesia da cuenta de ciertos tiempos o períodos en los cuales ese gozo de ver a su Redentor más patentemente ha sido –aún en medio de las vicisitudes de esta vida- un hecho social constatable.


estrella


No encontrando un término con el que designar al calamitoso siglo X, Baronio lo califica de saeculum ferreum (por su aspereza y esterilidad), plumbeum (por la deformidad de sus males) y obscurum (por la pobreza de sus escritores).


La decadencia universal de la vida religiosa y la falta de santos fue la característica de este período que conocemos en la historia de la Iglesia como Siglo de Hierro.


Me pregunto cómo designarán los escritores católicos de las próximas centurias (si Cristo no viene antes, porque ya todo está preparado) a nuestro joven siglo XXI que ya casi está saliendo de su infancia y entrando en la precoz y conflictiva adolescencia.


Si algo bueno se le puede encontrar al hierro, no lo dudamos es su consistencia. Frío y oscuro, no deja de tener su sentido de elemento estructurante.


Si tuviese que elegir algunos elementos que nos dieran una imagen del siglo (temporal y eclesial) en que vivimos, el primero que me viene a la mente es el plástico.


Estamos viviendo el Siglo de Plástico de la Iglesia. Y aclaro inmediatamente que cuando aplico analógicamente este término a nuestra Madre, la Santa Iglesia, lo hago desde la vista temporal que ofrece a nuestros ojos de carne la imagen que los impresiona con las características peculiares de este ya no tan moderno derivado del más viejo, paleolítico, conocido y disputado petróleo.


No se ofendan conmigo los técnicos y especialistas en las diversas constituciones moleculares de la multiforme (por no decir infinita) variedad de sustancias a las que (desde mi ignorancia en el tema) englobo en el conjunto plástico. Poliuretano, polietileno, polímeros en general…


Me explayo algo sobre las características de este omnipresente material:


- Funcionalidad

- Elasticidad

- Flexibilidad

- Vistosidad

- Descartabilidad

- Degradabilidad (en algunos casos)


Aquí me detengo por no hacer interminable la lista.


A ojos vista, la imagen que se nos presenta de nuestra Iglesia contemporánea (y no hay que ser muy rebuscado para sacar conclusiones) es una comunidad que de hecho, en la práctica aparece detentando las características del nombrado elemento.


Buen número de pastores (Epíscopos y Presbíteros) han optado por la practicidad y funcionalidad de una teología plástica, una moral plástica, una liturgia de plástico.


Y también contamos, en el variopinto exhibidor eclesiástico de mercado, curas de plástico, obispos de silicona y seminarios de celuloide…


Fácil de transportar en el intelecto, más fácil de vivirse y predicarse, el estilo plástico de nuestro siglo ha sido transferido a los productos de la Fe; universalizado por su accesibilidad, el plástico católico ha devenido en uso universal.


¿Que usted no puede sostener ya las promesas del Sacerdocio y del Matrimonio?

Deshágase de ellas, porque son de plástico.


¿Que la moral católica resulta pesada para la mayoría de la gente y del único mandamiento del que se habla es del Quinto?

No hay problema, los otros nueve son de plástico.


¿Que la liturgia no puede ser ya comprendida porque los contemporáneos cibernéticos no entienden ya los signos humano-divinos del culto tradicional?

Sustituya por celebraciones plásticas (bien plásticas, con baile y todo) el Rito Romano para que la gente entienda y celebre la fiesta.


¿Que no nos da el cuerpo para ser de fierro o tener madera de santo, como se decía antes?

Sea un católico de plástico: vistoso, adaptable a todo y a todos, pluralista, polivalente.


Pero quédese tranquilo, también como el plástico, Ud. será cambiado por otro adminículo del mismo material cuando ya no lo necesiten en este bazar de subproductos cristianos.


El siglo de Hierro, con toda su frialdad y dureza, tal vez resista la prueba del fuego que el juicio de Jesucristo hará sobre la Historia, de la que dice la Teología (y también los Obispos) que Él es el Señor…


San Pedro dice “Porque ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios” (I Pe 4, 17) “Pues más le hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que les fue transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: “el perro vuelve a su vómito” y “la puerca lavada, a revolcarse en el cieno” (I Pe 2, 21, 22)


Y San Pablo afirma taxativamente: “¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, JESUCRISTO. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego” (I Cor 3, 10-15)


El Apóstol se refiere aquí a tres tipos de constructores (predicadores): los que construyen con solidez, los que construyen con materiales que no resisten la prueba, y los que en lugar de construir, destruyen.


Sin demasiado esfuerzo llegamos a la conclusión:


En este poquito de tiempo que nos toca vivir en el que no vemos demasiado al Señor y nos desesperamos como los Apóstoles, podemos pensar:


El hierro tal vez resista la prueba del fuego, aquí en el tiempo o en la eternidad.


¿Qué será del plástico, aquí en el tiempo o en la eternidad?


P. Ismael


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Soleares pascuales


meditación

sobre un fragmento de una vieja carta

a mi amigo Jerónimo


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La cena de Emaús  (Rembrandt)


Cada día le pido a Jesús que se quede conmigo porque atardece.


Mi vida atardece, mis proyectos ya son noche. Sé muy bien que para todos los hombres cada día atardece.


Y sé también, que muchos viven como si en lugar de atardecer sus vidas fueran amaneciendo. Son formas. Son maneras.

Pero inexorablemente todos atardecemos.


No obstante este sentimiento de ir dejándolo todo me ha plantado en el misterio de Emaús. Me siento envuelto en esa luminosidad del cuadro de Rembrandt, en una luz rojiza y dorada, en un clima de encuentro con el Señor Resucitado, sin que siempre pueda reconocerlo, porque mis ojos están "detenidos"...


Pero me doy cuenta que "es el Señor" cuando parto el pan.

No sé por cuánto tiempo me dejarán partir el pan. Tengo la sensación que llegará un momento, para que mi cruz sea cruz, en que los poderosos querrán atarme de nuevo las manos.


Por ahora me siento envuelto en la luz de la salita de Emaús. No quiero salirme de allí. No me interesa volver a Jerusalén para contarle esto a los "Apóstoles".


Me quedaría allí siempre, mirando la silla donde se sentó el Maestro, recogiendo cada miguita de la mesa, manteniendo la luz... Y cada mañana dejaría todo en orden para que al atardecer del círculo diurno pudiera encerrarme de nuevo y esperar el preciso momento en que se hizo presente.


Yo también, como Cleofás, creía que Él sería el que salvara a Israel, y ya ves... han pasado casi treinta años desde que sucedió aquello y el drama del Calvario se me hace cada día más estable, y las "resurrecciones" menos frecuentes y estables... No me dejo ilusionar por los que dicen que lo han visto no sé en qué circunstancias.


Ya dije en cierta ocasión que no creo en los subproductos de la fe. Tal vez tenga –a lo Tomás el Dídimo- cierta envidia de los crédulos. Pero lo que me domina es cierto desprecio. Sí, desprecio los subproductos, las mutaciones, las baratijas espirituales que, como un desesperado intento de supervivencia nos ofrecen hoy los que se consideran "columnas".


Veo que todo atardece, la fe se va oscureciendo y vienen tinieblas y se han llevado el cuerpo del Señor... y tienen los templos... y las llaves de la ciencia... Y no entran ni dejan entrar. Y es fecunda como nunca la esterilidad.


Sí, es lo único que veo que se reproduce: la infelicidad de ser estéril, profundamente estéril, rabiosamente fecundos en su esterilidad. Nada entregan, a no ser el sin sentido de hacer lo que hay que hacer, lo establecido, cumplir la consigna de hacer infelices a un decreciente ejército de eunucos.


No me pidas que me consuele con un supuesto número de fieles del resto fiel. Cuando el Señor murió, murió y estuvo muerto, bien muerto. No pidas que vea la resurrección cuando veo cadáveres ambulantes y todo lo que creí que tenía vida fosilizado. Hoy sigue muerto entre nosotros y agoniza, como decía Pascal, hasta el fin del mundo.


Mi esperanza viene por otros caminos. Viene de mirar al Señor que me ha mostrado cuánto me ama y que perdona que yo sea tardo en entender que el Mesías debía pasar por su pasión para llegar a su glorificación. Hoy ya no le digo nada. Lo miro. Lo miro en mi agonía indigna y en mis intentos de resucitar con Él. Él me está mirando por otros ojos. No son los de sus vicarios.


Acuérdate que Caifás era vicario del Dios Bendito... Me arrepiento profundamente de haber creído alguna vez en los magnates de esta Iglesia. Me arrepiento de mis disimulados intentos de lograr su favor y ser alguien y pensar que con algo de poder podría haber hecho el bien. ¡Que yo siempre entienda que en la debilidad se manifiesta el poder de Cristo!


Para resucitar hay que estar bien muerto. Y a mí me falta morir a mí mismo y a mi pecado. Por eso no puedo ser ni un Savonarola ni un Pippo Neri, dos florentinos con agallas.


Argentino y gallináceo, con roturas en las cañerías y entuertos por componer, poco tiempo me queda para redimir instancias superiores. Pero debo componer mis cacharros, cuidar mis plantas, enseñar teología y las decenas de cosas que me pertenecen, porque son mías y me aman...


Debo cuidar mi rosa, deshollinar mi pequeño planeta, porque son míos y lloran por mí. No puedo, no debo, no quiero desatender sus reclamos. Y si fueran sus caprichos, son más santos que el presunto celo de nuestros obispos! Yo los complacería gustoso.


Así tendré descendencia, seré su padre, más padre que los que anteponen el Reverendísimo a su paternidad bastarda y ladrona.


Yo, por dentro, siempre fui rey. Para eso nací. Lástima que me haya esclavizado de mi egoísmo. Pero creo que todavía puedo ser generoso si aprendo a quedarme en la salita claroscura de Emaús sin esperar otra cosa sino que Él cene conmigo y me muestre su rostro.


Y deje mi corazón ardiendo…

P. Ismael


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Surrexit Dominus vere, Alleluia!

 

 

 

“¿por qué lloras? ¿a quién buscas?”

 

 

 

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Perseveremos como María Magdalena, junto al sepulcro vacío.

Una y otra vez busquemos al Señor.

Quien pierde algo sumamente preciado no cesa de buscar allí donde lo había dejado.

El sepulcro vacío es la garantía de nuestra Fe en la Resurrección del Señor.

 

Cuando digo “creo” digo “sé”…

Sé que el Señor vive.

Dime Señor dónde te han puesto y yo te buscaré…

Y Tú me llamarás por mi nombre y yo te reconoceré…

¡Rabbuní!

No te retengo Señor,

me basta haberte oído…

Voy a mis hermanos a decirles que estás vivo!

 

 

P. Ismael

 

Lamentaciones segundas

Stat Crux

 

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Hemos continuado en los maitines de hoy con la lectura de las Lamentaciones de Jeremías (Lamentación segunda), y nos detendremos en la letra NUN.

 

“Prophetae tui viderunt tibi falsa et stulta…”

“Tus profetas te anunciaron visiones falsas e insípidas,

no pusieron al desnudo tus iniquidades para hacer

cambiar tu suerte,

sino que te anunciaron oráculos vanos y falaces”

 

Hace poco tiempo nuestro continente y el mundo entero se conmocionaron con los terremotos y tsunamis que han causado, en el decir de algunos científicos, un desplazamiento del eje del planeta.

Dejemos a geólogos, sismólogos y demás especialistas en el tema el continuar investigando las causas y las consecuencias que tales movimientos traerán a nuestra pobre “casa grande”.

 

Al modo como se ha producido un corrimiento de tierras y ciudades y la inclinación del eje de nuestro globo, en los últimos siglos comprobamos un desplazamiento del eje central sobre el que debe girar nuestra fe cristiana.

Precisamente el Viernes Santo, la liturgia de la Iglesia nos centra en ese eje de nuestra salvación, en lo que ha de ser para nosotros el axis mundi (el eje del mundo), el pivote de giro de la Fe: la Santa Cruz.

Ya desde los tiempos apostólicos existieron quienes intentaban torcer el mensaje de Cristo: poner otro fundamento: un cristianismo sin Cruz.

El Apóstol denuncia con audacia a aquellos que se comportan como enemigos de la Cruz de Cristo y asegura fuertemente que él no quiere saber otra cosa que “Cristo Crucificado”.

 

Ha dicho El Santo Padre:

"El "escándalo" y la "necedad" de la Cruz están precisamente en el hecho que ahí donde parece haber solo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la Cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad. Para los judíos la Cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo: parece obstaculizar la fe del pío israelita, que no consigue encontrar nada parecido en las Sagradas Escrituras. Pablo, con no poco valor, parece decir aquí que la apuesta es altísima: para los judíos, la Cruz contradice la esencia misma de Dios, que se ha manifestado con signos prodigiosos. Por tanto, aceptar la Cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios.

 

Por no denunciar al mundo sus iniquidades y no poner al desnudo su mentira, muchos también hoy, anuncian visiones falsas y estúpidas.

Visión falsa del cristianismo es la que oculta la esencialidad redentora del sacrificio de Cristo, sacrificio que se consuma en el Calvario con la Muerte del Señor.

Se viene a reemplazar la fuerza de la Cruz con el edulcorante de la mentira y la estupidez.

 

Durante la Última Cena, en la cual el Señor instituyó los sacramentos de la Eucaristía y el Sacerdocio, soportó el cinismo de Judas, la presunción de Pedro y la poca inteligencia de los Apóstoles sobre el sentido de lo que estaba realizando. “¿Entendisteis lo que acabo de hacer con vosotros?”

 

No sólo el lavatorio de los pies. Sino además el adelanto místico de su inmolación definitiva en el Gólgota: el haberse hecho presente de modo admirable en aquel pan que partió con sus santas y venerables manos.

 

En el Huerto, mientras Él oraba y los discípulos se dormían, Judas no perdía tiempo en concertar los últimos detalles de su prendimiento.

 

Martín Descalzo nota con agudeza que mientras se llevaba a cabo el drama más grande de la historia (la Muerte del Hijo de Dios) algunos soldados jugaban a las tabas.

Cuando llegó el momento de la repartija de los despojos de los crucificados, al advertir la calidad del manto del Señor –tejido en una sola pieza- decidieron “sortearlo para ver a quién le tocaba”.

Este sorteo del premio debió de llevarse a cabo de alguna manera.

Para aquellos verdugos ejecutores de tantas muertes, pasar el rato era algo “de more” y por ello contaban con sus jueguitos: llevaban dados en sus mochilas.

 

¿Cómo vería Jesús tras sus ojos velados por la sangre y el dolor aquel espectáculo?

¿Han entendido los suyos lo que significó su Cruz?

“Ahora no lo entendéis. Más adelante lo entenderéis”

 

Sublimados por la infusión del Espíritu Santo, los Apóstoles comprendieron todo lo que su Maestro hizo y dijo.

Y ya no hubo dubitación: el eje estaba bien puesto. Nadie podía edificar sobre otra roca que Jesucristo.

Y en esa roca, bien clavada y firme el arma de su victoria: la Santa Cruz.

 

Ahora bien, cuando por halagar los oídos (prurientes aures), los hombres (y entre ellos también muchos pastores) que en expresión del Apóstol ya no soportarán la sana doctrina, se inclina el eje del misterio cristiano, no nos sorprenderá que muchos “creyentes” hayan perdido el “equilibrio” de su Fe.

Han sido engañados hábilmente y juegan a los dados mientras el Señor agoniza.

 

La Cruz seguirá firme mientras el mundo da sus vueltas.

Stat Crux dum volvitur orbis, reza el antiguo lema cartujano.

 

Habrá muchos terremotos espirituales, eclesiales, teológicos y litúrgicos.

Mucha murga carnavalesca acompañará al Señor este Viernes Santo.

Las visitas a las siete iglesias –otrora impregnadas de un doloroso recogimiento- se tornan en bullangueras comparsas.

Comprometer para el dolor y la cruz tiene mala prensa.

Pero cuando cae el baño de repostería, es probable que el consumidor se rompa los dientes contra el leño firme de la Cruz de Cristo.

 

Para nosotros, durante esta vida, Jesús seguirá allí: sin bajarse de la Cruz. Y nosotros no podemos bajarnos.

Su Cruz seguirá firme hasta el fin de los tiempos.

Hasta que el eje de la tierra siga donde debe y haya Profetas y Apóstoles de la Verdad.

 

P. Ismael

 

 

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