“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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El Mentecato


For my friend The Monkey, in his birthday…




Mentecato. Del latín tardío (S. XVI) mentis captus: literalmente: que tiene la mente captada. Absorbido. Simple, simplón. No necesariamente inocente.

En adelante Mr. M. Porque lo citaré bastante

La especie existe en todos los ámbitos y tendencias.
Hay mentecatos estólidos y también ilustrados.
Fariseos o Saduceos.
Tradis o progres. Zurdos o fascistas. Falangistas o rojillos.

 
Termina la Misa, o una clase.

Y de tanto en tanto, más frecuentemente de lo que yo desearía, aparece una buena persona, tal vez “captada” por alguna palabra, una idea, un giro u ocurrencia sobre algún tema de actualidad que de seguro no conformaba el cuerpo de la exposición, y con esa capacidad de quedarse en el ejemplo o el ropaje oratorio que por allí, quién sabe por qué pudo impresionar, desea tener una charla personal a la que la caridad pastoral exige darle cabida.

Concedida la entrevista y a pocos minutos de la reiteración de las alabanzas e incensaciones ofrecidas ya en la presentación anterior (“…Padre, hace mucho tiempo que no escucho las cosas que Ud. dice, su valentía, su doctrina, su piedad, sus etcéteras…”) viene la serie de planteos que no me defraudan en mi expectativa, pues imaginaba por dónde vienen los temas, pero que me dejan bastante preocupado por esa capacidad de mirar alrededor que tiene nuestra gente y dejarse gustosamente “captar la mente” por tal o cual manera de descifrar la realidad, la vida misma.

No consigo terminar de explicarme a mí mismo esta capacidad, por llamar de alguna manera al descentramiento del eje de la vida espiritual, que se supone ha de ser la primera tarea del cristiano en el seguimiento del Evangelio de Jesucristo.

Ciertamente, y lo hemos dicho hasta el cansancio en este sitio, el ambiente, la cultura –o anticultura- en el que se desarrolla nuestra vida, va a inserir en el interior de cada hombre y condicionará, más de lo que quisiéramos, nuestra vida, o será molesto para quienes, por las razones que tuvieren, no encuentran en esas realidades un ambiente que favorezca su crecimiento espiritual. Y estoy bastante de acuerdo en ello.

De estas prolongadas conversaciones, algunas de las cuales son primeras y últimas, quedan algunos conversadores habituales y también –eso sería lo óptimo- algunos penitentes: que para eso estamos los sacerdotes: para mostrar la misericordia de Dios a los pecadores y ayudarles en su retorno al eje que les permita “girar” en la vida cristiana, como el Señor nos enseñó: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz cada día, y me sigua”.

Estos son gajes del oficio ministerial y de nosotros depende que el “paciente”, si aún no descubrió su afección, discierna el estado de su alma y calmamente vaya transitando por caminos de oración y vida interior, aplicándose los remedios y consejos que el confesor pueda ir dándole para avanzar en el camino de la santidad. Y esto no es romanticismo ni ascética anticuada, sino la quidditas del Evangelio.

Siempre he pensado que una formación nula y una vida descarriada tienen más potencial que una formación mediocre y una pequeña colección de pecadillos bien disimulados con exhibición de prácticas de piedad y presunta, digo presunta, ortodoxia doctrinal.

Y así, que estamos de nuevo encontrándonos con la vieja especie farisaica e hipócrita que le da gracias a Dios por no ser como los demás hombres: adúlteros, fornicarios, desviados, ladrones, libertinos y de ideas de izquierda.

En su lugar, derretido el makeup o la careta inicial, van apareciendo los rasgos igualmente temibles de la apokalíptica, la conflagración mundial de la masonería, los escándalos de la clerecía (alta y baja, y real) y las nunca ausentes revelaciones privadas, acompañadas de sus correspondientes devociones prometedoras del freno de la ira divina que se cierne sobre esta humanidad corrompida.

En todo ello hay algo o mucho de verdad.

Hay mucha verdad en que estamos, humanamente hablando, en peligro de extinción, de tergiversación malsana de la Revelación misma y del más amargante desamparo.

Supongo que voy decepcionando a muchos. No tengo la culpa de que me vean como una fotografía en sepia. Hace tiempo que no me siento (de sentirme, no sentarme) en ningún sitio. Para los derechosos me falta “gravedad”, para los payasos izquierdosos soy un Torquemada…

Y esta decepción sobre la percibida figura de un sacerdote angelical, piadoso, exigente, pide a fortiori en sus mentes, que uno adhiera a varios elementos que han conformado su conciencia (que no puedo menos que respetar) comienza cuando uno intenta hacer las distinciones de cada caso. Aunque hay que decir que la sintomatología es casi calcada en cada persona. Esto se aumenta si el visitante proviene del conjunto de los así llamados “conversos”. Y de aclarar inmediatamente que el converso de hoy no es el converso de un siglo atrás. Éste, generalmente poseía una base cultural y humana, que por razones de brevedad sería abrumador enumerar.

Les propongo en primer lugar un sincero esfuerzo intelectual por revisar las “fuentes” de su información, ya que no podemos pedir esto para su “formación”, casi siempre deficiente, por lo que ellos mismos reconocen: nada han recibido en su catequesis de los primeros años, y si hoy perseveran a su modo, habrá de ser por gracia de Dios. Pero hay cosas que deben corregirse. O serán mentecatos de algunas de las varias facciones, grupos o falanges que, convencidísimos de la íntegra y prístina posesión de la verdad, arremeten como cabras contra la cornamenta del vecino de su propia manada y más aún contra la de otro aprisco. Hay muchísimos apriscos. Lamentablemente.

En este revisar las fuentes de sus posturas, lo primero es ver de dónde sacan las grandes catástrofes e interpretaciones (la mayoría hilarantes) que les extraen de la prosa cotidiana en la que habrían de santificarse, para trasladarse a las grandes batallas celestiales con la bestia de las doce cabezas.

Y esta primera fuente que descubro son los blogs. Diciendo esto, no tengo pretensión alguna de considerar que lo aquí se escriba sea un lugar teológico. Los únicos lugares teológicos auténticos son la Escritura y la Tradición de la Iglesia. Las revelaciones y comunicados de la Casa de Gobierno Celestial, adjudicadas a la Santísima Virgen, devenida en Ministra del Interior, no tienen sitio en la teología católica. A lo sumo, si son “razonables” y no disuenan con la Revelación, “pueden ayudar” a una vida interior más delicada. Pero nada más.

Respeto a tantos sacerdotes celosos de la Fe y fomentadores de la piedad que dedican tantos esfuerzos a tales difusiones. Mi opinión, nada dogmática, es que hay muchísima buena voluntad en ellos. Pero no se ve el encaje perfecto que ha de darse con las Santas Escrituras y los Padres de la Iglesia. Estamos en terrenos diferentes. Y esto la gran masa, o no tan grande, de la feligresía simpatizante de lo tradicional no es capaz de distinguirlo. Y por lo tanto, pueden errar tanto como los desaforados teólogos que hacen derivar de las “bases” las verdades de la Fe.

Revelaciones privadas, con o sin reconocimiento oficial. Conjeturas o probaciones de avances de oscuras sociedades de carbonarios, masones, sionistas. Planes de perversión de la raza y naturaleza humana. Etc., etc., al igual que las brujas, como decían nuestras abuelas: “que las hay, las hay…”

Pero que un creyente de a pie piense más en ello que en ordenar su confusión interior, sus malas inclinaciones –que no por muchas coronillas serán sanadas del todo- es una auténtica subversión, por utilizar una palabra que a muchos de ellos les encanta.

No faltan rebrotes de neofascismo, antisemitismo y demás concepciones político-sociales incompatibles con el cristianismo, como lo enseñó claramente Pío XI, que demuestran que si acaso no se trata de personas malintencionadas, sí estamos ante inteligencias muy alejadas de esa tradición que ellos quieren detentar, a veces con gallardía, a veces lastimosamente.

Esta captación del la mente del mentecato (perdóneseme la tautología) ha llegado a lanzarlo a aventuras tan bien intencionadas y heroicas como la “Cruzada de los niños” hacia la Tierra Santa en los heroicos, pero no menos imprudentes tiempos de las Grandes Cruzadas, en la que murieron cientos de pequeños en una empresa que flotó sobre la recia y católica fe de los grandes príncipes de la cristiandad, pero que humanamente fue un desacierto que cualquier historiador, católico o no, es imposible que niegue.

 
Entre tanto, por el mucho mirar los desórdenes morales de la corrompida sociedad contemporánea, como si las anteriores hubiesen sido un modelo de honestidad, los mentecatos se olvidan bastante de mirarse a sí mismos.

Con los binoculares sobre la ventana del vecino, escudriñan sus desórdenes, desviaciones y demás atrocidades, en tanto que se permiten una vida que es tan vergonzosa y “guaranga” (palabra de señoras de otros tiempos) como la de los que censuran: evasiones de obligaciones, autodispensa para hacer lo mismo que los del otro bando porque ellos son muy observantes, hacer turismo al que llaman “peregrinaciones” y darse la mejor vida posible.

Cualquier parecido del mentecato con el fariseo no es mera coincidencia. El mentecato no es tan tonto como peyorativamente se usa el término.

 
Creer que hay una única manera de hacer las cosas, estar a la pesca de la última aparición, atacar los males por sus consecuencias y no por sus orígenes, ver el peligroso “orden mundial” en la sopa que nos tomamos y otras cosas por el estilo, es una posible sintomatología de ser un “mentecato”.

En todos los casos el mentecato católico en general tiene un desconocimiento importante, a veces total, de la Sagrada Escritura.

Es este un asunto de grave importancia en el afectado.

Casi todos, junto con las dos o tres preguntas que les atormentan (y cuya respuesta ya se han dado ellos mismos) hacen dos propuestas: comienzan por pedir una recomendación de un buen libro, signo claro de que no han descubierto o no les han hecho descubrir, o subestiman la Sagrada Escritura; y segunda propuesta –la terrorífica- “… padre, le voy a traer los 6 tomos de las revelaciones de Juanita Delacabra… ay! Ud. no sabe…! Cómo vio cada detalle de lo que está pasando ahora!?” Y aumenta el terror dentro de mí: “usted tendría que venir a nuestro grupo a dar una charla sobre los coros angélicos, o celebrarnos la Santa Misa…”

Por supuesto, como ya lo dicho otras veces, cada quien tiene su “combo”. El que Mr. M te obliga a aceptar… o si es más delicado/a te expone con fervor: militancia en tal cual grupo de corte político o social, maridaje de la doctrina católica con algún líder político de la pasada reciente historia o prócer catoliquísimo, que tenía un magnífico oratorio en su palacio… para bautizar a las decenas de hijos bastardos que hizo por allí… como ve, el hombre era católico de una pieza…

 
Y habiendo encontrado tantos mentecatos “mal” (como dicen los jóvenes ahora) desearía encontrarme algún Mr. M que tenga captada la mente por la Persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado, Hijo de María Virgen, quién en la Cruz nos dio la muestra del Amor Infinito del Padre y sigue latiendo su Corazón en el Sacramento del Altar.

Si la mente se captó con esto, sólo con esto, me quitaría el sombrero.

Pero para que la mente sea captada, en algún momento hay que abrirla, para luego volverla a cerrar, como la boca, según escribía Chesterton en Ortodoxia.

Por ahí, alguna vez en la vida, encontré una mente captada así (“bien”) tras las rejas de un monasterio de carmelitas: uno se da cuenta en la mirada: está fija en Jesucristo.

Cierto que no hace falta meterse tras las rejas (aunque a algunos habría que enrejarlos) para centrar la mirada en Quien, lejos de alienarnos, nos hace ser más nosotros mismos.

A Mr. M, despidiéndome de él hasta la próxima, le transcribo estos párrafos del áureo libro de Tomás de Kempis, la “Imitatio Christi”, pues parece que lo tiene bastante olvidado. Le servirá además para la intelección del próximo post.

 
“Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros… El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni él sosiega, ni deja descansar a los otros…
Piensa los que los otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.
Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo.
Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas, y no quieres oír las disculpas ajenas.
Más justo sería que te acusases a ti, y excusases a tu hermano…”

 
Imit. L II, cap 3

 
P. Ismael