Volvámonos hacia el Señor…
“O Oriens, splendor lucis aeternae, et sol iustitiae: veni et illumina sedentes in tenebris et umbra mortis”
« ¡Oh Oriente, esplendor de la luz eterna, y sol de justicia, ve e ilumina a los que están sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte”
Aquel que vino a abrir las puertas del cautiverio de los hombres, a quien hemos llamado “Llave de David” para rescatar a los que estaban sentados en tinieblas de muerte, es llamado en el mismo cántico de Zacarías, Sol que nace de lo alto.
De todos es sabido que la Iglesia “sacralizó” el día 25 de diciembre, eclipsando con la celebración de la Navidad, la fiesta del Sol Invicto, gran acontecimiento para el mundo pagano, que precisamente con motivo del solsticio de invierno, imploraba del astro rey su protección y bendiciones.
No hizo más que superponer el Sol Increado, sobre el sol de la creación.
“Lumen de Lumine” – Luz de Luz- rezamos en el Credo.
Es la única figura “creada” que utiliza el Símbolo Nicieno-constantinopolitano (síntesis de la Fe de la Iglesia de los Padres) para describir la procedencia del Verbo respecto del Padre.
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios Verdadero, Genitum, non factum, Engendrado no creado: Hijo de Dios. De la misma substancia del Padre.
Dios es luz. El Evangelio de Juan en su Prólogo nos dice, superponiendo el cuadro sobre los trazos del Génesis, que la Luz estaba con Dios, que era Dios.
“La verdadera luz, la que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo no lo conoció” (Jn 1, 9-10)
Dice Jesús: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la obscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12)
La luz es la primera de la criaturas hechas por Dios: “Dijo Dios: “Haya luz” y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena, y apartó Dios la luz de la obscuridad” (Gén 1, 3-5)
Es vista por el Salmista como el ropaje de Dios: “Tú te recubres de la luz como de un vestido” (Sal 104, 2)
La Jerusalén celestial estará completamente iluminada por la luz del Cordero, que será su lámpara.
Para San Juan la vida cristiana se presenta como un constante combate entre los hijos de la luz y los hijos de la tinieblas y para el Apóstol de los Gentiles, siempre la luz será presentada como una imagen bien conocida por los cristianos, quienes ante la proximidad del día son invitados a abandonar “las obras de la tinieblas”.
El que obra según la luz, va hacia ella, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Jesucristo en su Transfiguración el Tabor, adelantó a los favorecidos Apóstoles, un atisbo de su divinidad al transfigurarse ante ellos, resplandeciente de la luz que como Verbo del Padre, era ocultada por la opacidad de su Humanidad Santísima. Algo así como un escape centellante de brillo a través de la grieta de una vasija que contiene dentro la lumbre.
Este resplandor durará un instante.
Llegada la Hora de Cristo, Él declarará abiertamente: “Esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas”.
La Pasión parecerá extinguir aquella luz que vino al mundo.
Pero la Resurrección es el triunfo de la Luz.
Si en el orden creado, encontramos que todos los seres son visibles y resplandecen porque reciben su luz del sol, toda luz sobrenatural que brilla sobre nosotros dimana de Cristo, Sol de Justicia.
Todos los pueblos mirarán al Oriente, que precisamente eso significa (Originante, Saliente) como la dirección desde donde amanece y brota la luz.
Llamamos al Señor Oriente, porque Él se ha revelado desde allí. De allí ha anunciado su venida. Estar “orientado” es estar dirigido hacia Dios. “Des-orientado” es haber perdido la dirección de la fe, la plegaria y la salvación…
Porque la salvación viene de Oriente… (Cf Jn 4, 22)
El Apóstol nos ha exhortado en la Epístola del pasado Domingo IV de Adviento (que se vuelve a leer en las Ferias) a no juzgar nada antes de tiempo, “hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones, y entonces a cada uno le vendrá de Dios su alabanza” (I Cor, 4, 5)
Cada quien tiene sus conos de sombra y muchas veces no vemos lo malo que hay en nosotros, sencillamente porque no tenemos luz. Cuanto más intensa sea la luz, tanto mayor será nuestro espanto al descubrir cómo estamos. Pero la luz de Verbo hecho carne ha iluminado nuestras almas con nuevo resplandor.
Una cosa es la desnuda luz del psicoanálisis y otra la luz de Cristo.
El nuevo resplandor del nacimiento del Salvador, nos hace mirar las miserias humanas, nuestras propias miserias, bajo una óptica de insondable esperanza. Sin caer en la trampa del optimismo, sin ningún tipo de edulcorante, podemos llegar a ver la cruda realidad de nuestro estado, sabiendo que por nosotros, Dios ha asumido todo lo nuestro –con excepción del pecado- para que podemos levantarnos y salir de las tinieblas.
Orientar nuestra vida hacia el Señor no es fruto de una decisión adolescente, de una consigna impuesta, de un impromptu místico o un mero deseo de mejora espiritual.
Se trata de abrir de par en par las puertas del corazón, dejar que cada resquicio sea iluminado, no tener vergüenza de todo lo que podamos ver. Y luego, dejarnos curar por este Sol de Justicia y Verdad.
Una consecuencia litúrgica
Los cristianos y la Iglesia toda han de re-orientarse constantemente hacia el Señor. “Volvernos hacia El”. No darle las espaladas.
“La orientación de la oración común a sacerdotes y fieles (cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este, es decir, al sol que se eleva), era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero sol” (Cardenal Ratzinger)
La liturgia y el culto católico han de recuperar esta reorientación, como lo viene enseñando, contra el fantasma de la impopularidad y la furia de ciertos teólogos, doctores y pastoralistas, nuestro Padre Santo, el Papa Benedicto.
Tema para otra ocasión, pero que bien se despunta de cuanto hemos dicho.
Sobre ello bástennos las palabras del célebre liturgista de la escuela de Ratisbona, amigo del entonces Cardenal Ratzinger, Mons. Klaus Gamber, referidas a la “orientación” del culto, del Altar y de la asamblea:
“Según la concepción católica, la Misa es algo más que una comunidad para celebrar una cena en memoria de Jesús de Nazareth. Lo importante no es la constitución de una comunidad, ni lo que ella vive –aunque esto no deba subestimarse (cf I Cor 10,17) sino sobre todo el culto que se rinde a Dios.
No es el hombre sino Dios quien debe ser siempre el punto de referencia. De aquí que desde los orígenes todos se orientaban hacia Él y no un cara a cara entre sacerdote y asamblea. Es necesario sacar la consecuencia y reconocer francamente que la celebración versus populum es un error. Porque ella es en definitiva una orientación hacia el hombre y no hacia Dios”
(Klaus Gamber, “Vueltos hacia el Señor”, Ed. Francesa, con prólogo de Joseph Cardenal Ratzinger, 1992)
Para escuchar la Antífona:
http://www.youtube.com/watch?v=F5MaqjnSoHA
P. Ismael