“La misericordia del Dios
permanece por toda la eternidad”
Sal 102, 16
“O Emmanuel, Rex el legifer noster, expectatio gentium, et Salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster”
“¡Oh Emmanuel, nuestro Rey y legislador, el deseado de las naciones y su Salvador! Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”
La última de las Grandes Antífonas cierra el canto de la Expectación con el gran tema de fondo que ha dominado estos días: Cristo, el Salvador Esperado, Rey del mundo y Legislador, vendrá a salvarnos por su gran Misericordia.
En realidad es la última, la gran nota final, con un magnífico calderón de eternidad.
Sírvame ello de paso para excusar la brevedad que debiera tener el presente comentario, dejando que siga sonando en las mentes de mis amables lectores.
En Is. 7, 14 el hijo que dará a luz la doncella (Παρθενος = virgen, según la traducción de los LXX, interpretación consagrada por Mt 1) recibe el nombre EMMANUEL = DIOS CON NOSOTROS.
Sería una pretensión en extremo prolija el recorrer en la Escritura tanto la literalidad, como el sentido de esta “compañía”, esta “presencia” de Dios con su pueblo.
Desde el ángel del Señor que marcha delante de los Patriarcas hasta las exclamaciones en todas las batallas “el Señor luchará con nosotros”, es la gran constante de todos los libros inspirados y como la síntesis de toda religión, exigencia moral y vida cultual: ¡Dios está con nosotros! ¿Qué pueblo tiene a sus dioses tan cercanos, como está el Señor cerca de nosotros?
Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros?, exclama el Apóstol de los Gentiles.
Dios está y estará con nosotros.
Está en el sostenimiento de la Creación, de la Fe que arde en los corazones fieles, en el dolor del mundo, en las pruebas que nos envía, en la esperanza y afanes de los testigos de nuestro tiempo…
Está, sobre todo en el Sacramento del Altar, en medio nuestro, mediante su Presencia Real, en el perdón que generosamente nos otorga, en los ojos de los niños y de quienes amamos más allá de su cáscara…
Estará con nosotros en la hora de la prueba suprema y la gran tribulación.
Estará en la hora de nuestra muerte, de nuestro tembloroso encuentro con Él.
Estará Él mismo, Emmanuel, intercediendo ante el Padre por aquellos cuya vida, carne y sangre quiso asumir y derramar la Suya.
Estará siéndolo Todo en todos, por los siglos sin término.
MARANATHA!
VENI DOMINE IESU!
P. Ismael
Para escuchar la antífona: