liturgia y algo más…
Daniel revela el sueño de Nabucodonosor
El turbador sueño del rey Nabucodonosor y su impactante interpretación por el joven judío deportado Daniel (cf. Dan 4) me hacen pensar en estos días –más bien en estos últimos tiempos- del feliz reinado de nuestro Sumo Pontífice el Papa Benedicto XVI, en un cuadro de la Iglesia contemporánea y futura.
Siendo bastante conocido el texto, remito a la lectura de los vv. 1 al 19 del citado capítulo 4 del libro de Daniel; que como bien sabemos pertenece al género apocalíptico.
Quienes incursionan a diario por la blogósfera católica (curioso y acertado neologismo para designar el hábito frecuente de postear – españolización de "to post" : enviar, publicar, mandar) sienten, junto con el vértigo informático que produce la noticia recién parida y la infinidad de ventanas que pueden abrirse hacia los más diversos vínculos, que la información les desborda por todas las costuras.
Gente muy bien capacitada, con informaciones generalmente oficiales, o a lo menos oficiosas, traduce, copia, divulga, alienta, esperanza, se proyecta en el deseo de una ya tan necesaria reforma y vuelta de timón que desde la mejor diócesis de mundo, su Augusto Capitán (con sobrenaturales fuerzas para sus manos de anciano) logre por fin una ruta certera, sin sobresaltos y sobre todo la querida por el Dueño de la embarcación que ha comprometido su Divina Autoridad para guiarla hasta la consumación de los siglos, más allá de las tempestades del mundo y del alboroto de la tripulación.
Todo este vértigo salutífero (por decirlo de alguna forma) generado en el espíritu de las almas católicas súper informadas, me parece, junto a las informaciones desalentadoras que nos cuentan lo que vienen haciendo los demoledores de la Iglesia, produce una oscilación constante entre el ya pero todavía no de no sabemos qué tiempos de esperada restauración católica, que en verdad necesitamos; cada uno verá desde qué altura de la pared (ya que no de los cimientos) debe comenzarse…
Por centrarnos siquiera brevemente en el punto de las mejoras litúrgicas del actual pontificado, siento que el vértigo informático al que me refería más arriba –tan mixturado como está- pone a muchos en el falso sueño de una inmediata sanación de los excesos, abusos, y demás manifestaciones ya casi paganas en las que deviene el culto católico en tantísimas partes del mundo.
Aparecen, aquí y allá, acciones absolutamente aisladas de prelados francotiradores que (como no podía ser de otra manera en el sentir católico) desean secundar y emular –en los casos mas jugados- el accionar del Papa.
“¿Sabe padre, que ya se viene la ‘reforma de la reforma’ impulsada por Benedicto?… ” Me comenta el fervoroso navegador católico…
Pero ello no soluciona, por lo que vemos el problema de digestión intelectual de lo que brilla en la cabeza y casi no pasa por la garganta.
Al vértigo supuestamente esperanzador de la instantánea informática, se contrapone, innegable, la lentitud de circulación de la buena sangre cerebral al resto del cuerpo, en sectores ya agangrenado.
Por decirlo en términos digestivos: la Iglesia sufre de tránsito lento. Hoy más que nunca…
Lento para las cosas de las verdades católicas, expresadas en la lex orandi, ya que en otras muchas materias, cuando los obispos quieren que las cosas bajen, bien que las hacen bajar, a toda costa…
La cabeza de la estatua onírica de Nabucodonosor era totalmente de oro.
Por jugar con alguna libertad en la analogía que me ofrece la visión de Daniel 4, no me cuesta demasiado ver en esa cabeza (visible, en el sueño de esta vida, porque la vida es sueño, como diría Calderón de la Barca) el pensamiento pontificio: coherente, estructurado, purísimo y con la irrenunciable intencionalidad de informar la totalidad del cuerpo.
El problema, y tal vez esté diciendo algo que me merezca el adjetivo de perogrullada, está en la materia que está por debajo de esta cabeza de oro: plata, bronce, hierro, arcilla.
Si el cuerpo todo, por la acción de quienes hacen de conexión entre cabeza y miembros (e insisto que estoy refiriéndome a la estructura humana de la Santa Iglesia) digiriese el producto pensante y obligante del Papa, no dudaríamos que todo este cuerpo iría adquiriendo las características de quien tiene prometida toda asistencia en materia de fe, costumbres, régimen y culto.
Pero también al Santo Padre (y vuelvo a decir otra perogrullada) no podría faltarle no uno, sino cientos de Iscariotes que, bajo otras tantas razones, entorpecen la digestión de la que antes hablábamos.
Resultado:
No será tan pronto, ni tan fácil como mis bienintencionados amigos blogueros suponen que cien noticias buenas de lo que el Papa enseña se conviertan en una decisión episcopal que alguna vez pueda ser realidad para el santo y pobre Pueblo de Dios (del que tanto se llenan la boca)
Se ha mezclado mucho ya, en materia de culto, el oro del sacrificio y de la presencia real –entre otras cosas- con la arcilla de la vulgaridad, la falsa inculturación, el mal gusto, la superstición, el lucimiento de verdaderos enfermos de histrionismo, que la magnífica estatua que ha subyugado por su majestad a tantas generaciones cristianas, no dista mucho de hacerse trizas.
Y no por obra de una piedra que venga desde una alta montaña como nos la presenta el texto de Daniel. Que nadie piense en el Islam u otra fuerza que la Antigua Serpiente ponga en movimiento.
La estatua puede venirse abajo porque la mixtura que ha sufrido en los últimos tiempos es fruto de infiltraciones más peligrosas que toda fuerza exógena: ¿No habló Paulo VI de la autodemolición de la Iglesia?
A mí no me entusiasman mucho las futurologías catastróficas.
Pero no puedo dejar de sonreírme ante las ingenuas.
Rezo más bien para que el oro, el bronce y el hierro hagan fuerzas para expulsar la arcilla que todavía puede estar fresca, porque con la seca no será tan fácil.
El que no construye con Pedro sobre la Piedra que es Cristo, embarra.
P. Ismael