“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Super flumina Babylonis: Cuando vale la pena llorar…

“Quién dará a mi cabeza agua

y a mis ojos una fuente de lágrimas,

y lloraré día y noche”

(Responsorio Maitines, miércoles,

semana I de Pasión)

Salmo 136


Kiss of Judas, Caravaggio 1602

Caravaggio. “El beso de Judas”


Super flúmina Babylónis, illic sédimus et flévimus: cum recordarémur Sion:

In salícibus in médio ejus, suspéndimus órgana nostra.
Quia illic interrogavérunt nos, qui captívos duxérunt nos, verba cantiónum:
Et qui abduxérunt nos: Hymnum cantáte nobis de cánticis Sion.
Quómodo cantábimus cánticum Dómini in terra aliéna?
Si oblítus fúero tui, Jerúsalem, oblivióni detur déxtera mea.
Adhæreat lingua mea fáucibus meis, si non memínero tui:
Si non proposúero Jerúsalem, in princípio lætítiæ meæ.
Memor esto, Dómine, filiórum Edom, in die Jerúsalem:
Qui dicunt: Exinaníte, exinaníte usque ad fundaméntum in ea.
Fília Babylónis mísera: beátus, qui retríbuet tibi retributiónem tuam, quam retribuísti nobis.
Beátus, qui tenébit, et allídet párvulos tuos ad petram


*


Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos,

al acordarnos de Sión.

En los sauces de aquella tierra, colgamos nuestras cítaras.

Y aun allí lo que nos deportaron, nos pedían cantares,

y nuestros opresores alegría:

¿Cantadnos algunos cantares de Sión!

¿Cómo cantaremos el cantar del Señor en tierra extranjera?

¡Si de ti me olvidare, Jerusalén, olvídeme de mi mano derecha!

¡Péguese mi lengua al paladar, si de Ti no me acordare!

¿Si no pusiere yo a Jerusalén sobre toda mi alegría!

Acuérdate, Señor, contra los hijos de Edón, en el día de Jerusalén,

Cuando ellos decían: “¡Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos!”

¡Hija de Babilonia, devastadora, afortunado el que te haya de pagar

los males que nos hiciste!

¡Dichoso el que tomare a tus pequeñuelos, y los estrellare

contra una piedra!


Cuando el alma es desterrada de su patria a causa del pecado –lejos de Dios- como el hijo pródigo, añora la casa paterna.


El pueblo de Israel en su destierro siente el desgarro en sus entrañas por la lejanía de lo que era toda su honra y su orgullo: la colina de Sión y el Templo del Señor que la coronaba.


Nacidos de estos sentimientos, varios textos de la Escritura Santa, y en concreto esta bellísima pieza del salterio, expresan la nostalgia por la Casa de Dios y la vida que merecía vivirse, aún con dificultades en la propia tierra.


El salmo 136 (137), una de las más hermosas poesías de todos lo tiempos, por su dramatismo y sobriedad nos describe la profunda tristeza que impregna….


El pecado y especialmente la hipocresía, nos destierra de nuestro verdadero suelo: la casa del Señor en que desearíamos habitar toda nuestra vida, nos deporta a la Babilonia del mundo, la cual nos ha seducido sin violencia y con engaño.


No resulta fácil volver de esa tierra mentirosa y ladrona.


En primer término por no haber comprendido suficientemente lo que destroza en nosotros el pecado y luego por el endurecimiento (o acostumbramiento) de la conciencia a vivir alejados de Dios.


Dice el P. Faber que muy pocas almas adelantan en la virtud por “la ausencia de un dolor constante excitado por el recuerdo del pecado”.


El alma en su lejanía de Dios busca un refrigerio en los ríos de Babilonia, pero no lo encuentra.

Allí se sienta a llorar.


Ya sabemos lo que connota el la Escritura el estar sentado. “Para iluminar a los que en tinieblas y sombra de muerte yacen…” Estar sentado –o más bien postrado- es signo de no tener demasiadas posibilidades de levantarse.


Sentados y llorando. El llanto impulsa a sentarse. Sentarse en la postración del llanto, como quien no tiene redención.


El recuerdo de Sión aumenta la pena y no da lugar a la alegría.


Junto a los sauces colgábamos nuestras cítaras.


Ninguna imagen más nostálgica que la del sauce junto a las aguas. Lloran los sauces y lloran los deportados.


Y la burla de los adversarios se suma a su dolor: Cantadnos un cántico de Sión


Es así como el mundo quisiera que en el cautiverio al que nos redujo, mostrásemos una alegría que sólo le corresponde a Dios y a los que viven en Él.


Lo que fue hecho para Dios y su culto no puede ya profanarse para hacer un espectáculo para el pagano.


Herodes quiso ver un número de un ilusionista, profanando el sentido de los milagros de Jesús. El Señor ni siquiera lo miró a los ojos.


En los Salmos se menciona tres veces un instrumento llamado 'asor en hebreo que se traduce "decacordo".  No hay duda de que se trata de un instrumento de diez cuerdas, pues la palabra hebrea en cuestión significa básicamente "diez".  Encontramos diversas opiniones en cuanto a la forma exacta que tendría este instrumento. 


En Sal. 33: 2 y 144: 9 la palabra 'asor aparece en seguida de nébel, "arpa", sin conjunción, de modo que algunos han pensado que se trataría de un arpa de diez cuerdas.  Pero en Sal. 92: 3 se hace una nítida distinción entre tocar nébel y tocar 'asor.  Es probable que en los tres textos 'asor es un instrumento diferente del arpa.


Piensan algunos que 'asor sería un laúd.  Pero esta interpretación es frágil pues las representaciones gráficas del laúd, tanto egipcias como mesopotámicas, los muestran angostos de modo que no podrían tener más de dos o tres cuerdas. 


Algunos estudiosos sugieren que el 'asor podría corresponder con la "cítara".  Los antiguos pobladores de Egipto y Mesopotamia no conocían la cítara, pero la usaban los fenicios, vecinos de Israel.


La versión del salterio del breviario del 62 traduce organa, pudiendo entonces establecer otra clase de instrumento al que veníamos describiendo.


¿Se trataría entonces de instrumentos de viento o instrumentos compuestos?


Instrumentos elaborados con evidente artesanía que llevaron los israelitas a las tierras de la deportación.


No imaginaban que su tristeza sería tal que no serían capaces de tañerlos ni ejecutarlos para acompañar los gozosos cánticos de Sión.


¿De qué sirvieron la maestría de la salmodia, el gozo de proclamar a voz en cuello que el Señor es el único Dios?


No había otra cosa que hacer más que suspender las cítaras.


estrella


Hoy, Jueves Santo, he colgado en los sauces mi decacordo.


Porque después de largo tiempo –Deus scit- de no publicar aquí varios artículos que están horneándose, mis soleares de dolor, hoy quieren llorar junto a los ríos de Babilonia…


Misa Crismal. Alboroto, saludos sobreactuados, liturgia emparchada, cánticos mistongos, y la lex orandi, siempre delatora de lo que nos pasa, de lo que duele.


La verdad no ofende, dicen, pero hace llorar.


El Novus Ordo, prevé la renovación de las promesas sacerdotales, cosa que no existía en la Renovación de la Semana Santa instaurada por Pío XII, en 1955.


Si se quiere, un gesto, amén de emotivo, de cierto corte sacramental , que ofrece la oportunidad de un compromiso y un testimonio edificante para los fieles, que ahora pueden entender lo que se dice, aunque muchas veces no entienden “lo que se hace”.


Con una mezcla se sorpresa, dolor y tranquilidad (porque al fin se muestran los dientes del diablo) comprobé, junto a un par de sacerdotes que co-padecíamos la co-celebración, la notoria supresión de dos elementos que integraban la mencionada renovación de las promesas sacerdotales, extraídas de la novísima edición del misal argentino.


Transcribo el texto anterior:

“Queréis uniros y conformaros más profundamente a Cristo Jesús, renunciando a vosotros mismos en el gozo de vuestra consagración, observando el celibato y conservando obediencia a vuestro Obispo?”


El que se utiliza ahora:

“Quieren unirse y conformarse más estrechamente al Señor Jesús, renunciando a ustedes mismos y cumpliendo los sagrados deberes que, movidos por el amor de Cristo, para servicio de su Iglesia, asumieron con alegría el día de su ordenación sacerdotal?”


Me dirán que la segunda fórmula contiene implícitamente lo que dice la primera. Lo que se quiera. Pero no lo dice.


Y dice la verdad.


Por eso imagino que, si mis hermanos en el sacerdocio tienen memoria y escucharon y entendieron, tendrán tal vez este deseo de colgar las cítaras.


Porque ya no se proclama con claridad el deber del celibato sacerdotal, porque se sabe que no se vive, y por ello siempre se recurre al infaltable circunloquio: “sagrados deberes”.


Hay muchos “sagrados deberes”. Desde el celibato, pasando por la recitación del breviario, hasta la entrega de las colectas imperadas al tesoro de la sede episcopal…


Pero el asunto es que se está reconociendo que ya no se puede hablar de ello.

¿Por qué?


¿Será que las autoridades han reconocido que dicha “carga” del celibato es vivida miserablemente por una exigua minoría, en tanto que el resto se burla (desde los años del seminario) y no tiene cargo de conciencia alguno de llevar lo que llamaríamos doble vida?


¿Será que no quiere ofenderse a quienes manifiestamente declaran por diversos medios que se trata de una ley absurda, opresiva, antinatural, obsoleta?



Y en cuanto a la obediencia, ¿se habrán dado cuenta las autoridades que no tienen la más mínima autoridad moral y espiritual? ¿Se habrán dado cuenta que no les obedecen más que el reducido número de corifeos de la familia pontificia en lo que a etiquetas versallescas se refiere?


Algunos estarán contentos por la explícita omisión del celibato sacerdotal.


Yo estoy contento de que ya no me pidan ante el Señor, la obediencia para la estupidez, la herejía y la apostasía hacia la que nos han deportado.


¡Gracias señores autores, redactores, peritos y obispos!


¡Gracias porque ya no me caben dudas de que saben lo que pasa y confiesan con la ley de la oración la ley que tienen en la fe y en el corazón!


Si desde el comienzo de este alud de autodemolición se hubiesen estrellado a esos pequeños (errores) contra las piedras, hoy diríamos y haríamos otra cosa.


Sea el Señor nuestro Juez.


Nos hemos sentado en las sombras de un pacto con la mediocridad, la dependencia del mundo y la tiranía de las pasiones.


Otro motivo para la soledad, el dolor y el recuerdo de una Jerusalén a la que parece falta muchísimo para que retornemos.


P. Ismael


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