“Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás”
“…et erat subditus illis”
En la festividad de la Sagrada Familia, el Breviario Romano nos presenta unos textos bellísimos sobre el sometimiento y la obediencia de Jesús a José y María Santísima.
En los últimos cincuenta años se ha hablado mucho, sobre todo en el ámbito de la Iglesia Católica, de la así llamada “crisis de obediencia”
Como tantísimas cosas, la obediencia, su concepción, su enseñanza y su práctica han tenido un movimiento tan pendular que ha llegado a extremos tan ridículos como perniciosos.
La obediencia ha sido causa de muchos santos y muchos malogrados.
Causa de paz y también de tormento.
El tema es complejísimo y casi una quaestio disputata.
En mis primeros años como Vicario Cooperador (o teniente cura, como se le llamaba) conocí a un sacristán tan buen hombre y tan solícito a cualquier cosa que se le pidiese que bastaba que uno le dijera: “Francisco, ¿puede ir…? para que sin saber el sitio y la misión a encomendarle, se calzara la gorra y se echara a la calle sin más esperar. Había que hacerlo volver para precisarle su cometido…
Impresionaba tanto su buena disposición como su ignorancia.
Con personas así uno puede hacer lo que quiere…
Aunque el tema no es tan nuevo.
Tras muchos años de formación en la machacona obediencia jesuítica y la producción en serie de soldaditos de madera o de plomo como religiosos, sacerdotes y monjitas, no resultó difícil para quienes tenían una mirada tan intuitiva como direccionada, disponer las voluntades –bastantes resentidas con la asunción de consignas y formas de vida con las que nunca estuvieron de acuerdo- y volcarlos por el camino de una manifiesta desobediencia a toda la obediencia fundada en la Tradición y, volcarse a posturas que hicieron de ellos un fantoche expuesto de la persona y figura de un consagrado.
Para Sto. Tomás la obediencia es la “oblación razonable firmada por voto de sujetar la propia voluntad a otro por sujetarla a Dios y en orden a la perfección”
No se trata de otra cosa que la imitación de la obediencia de Cristo quien teniendo la forma Dei, adquiere la forma servi, humillándose por obediencia usque ad mortem, en orden a la redención del género humano, consumada en el sacrificio del Calvario.
Para Castellani (“Cristo y los fariseos”) la obediencia religiosa está enderezada a la perfección evangélica; sólo puede producirse en el clima de la caridad; y el abuso de la autoridad no solamente la hace imposible sino que constituye una especie de profanación o sacrilegio
Acerca de la consistencia de la obediencia, que a mi parecer se define por el objeto, no puede ser verdadera si no es informada por la caridad.
Y como dice el mismo Castellani, una virtud informe es a veces más peligrosa que un vicio… Ésas son las “virtudes locas”, que a semejanza de las “verdades locas” de Chesterton, son dinamita”.
Mientras que todas las virtudes tendrían una entidad en sí, me parece que la obediencia no posee en sí la fuerza, sino que ésta le viene del objeto que la determina.
Si la obediencia es virtud, ha de caminar entre dos extremos: la insumisión y la sujeción servil.
Pereza de pensar, cobardía de ser persona: una verdadera abominación.
Cuando la filosofía escolástica habla de la potencia obediencial, entiende por ella una cierta capacidad de educir de la materia una forma superior.
Y se pone el clásico ejemplo de un bloque de mármol del cual puede educirse una forma superior a sí: ser transformado por la mano del artista en una escultura a la que se siente impulsado, como Buonarotti, a decirle “parla”.
Un superior puede sacar de los supuestos bloques de mármol que les son entregados para tallarlos un David o un W.C.
¿Qué cosa hace buena la obediencia?
¿Una cosa es buena porque está mandada o está mandada porque es buena?
A quienes tienen la pasión por el breakfast dogma (la devoción por desayunarse cada mañana con un nuevo dogma) por la mera ocasión de ejercitarse en la virtud del acatamiento, casi siempre la bondad de una determinada acción les viene del hecho de “estar mandado”, sin que se planteen demasiado, o casi nada, el bien objetivo que tal acción comportaría.
Para ciertas mentes débiles, la obediencia es un recurso de pereza intelectual y operativa: incapaces de una actividad pensante y una acción comprometida, siempre prefieren que les digan qué, cómo y cuándo deben hacerlo todo.
Dios manda obedecerle porque lo que manda es bueno. Un bien objetivo.
Y aunque ese bien no se vea demasiado claramente, por ser Dios quien es y haberlo mandado quien es la Suma Verdad y la Suma Bondad, la voluntad del hombre se somete libremente (con gusto o sin él) a la Voluntad divina.
Tratándose de un mandato humano, la cosa cambia.
Algo no es bueno por estar mandado, sino que está mandado porque es bueno.
La bondad objetiva de la cosas no puede cambiar ni por voluntad del superior gobernante, ni por el devenir histórico, ni por cualquier otra razón.
Lo que ha sido bueno antes, sigue siendo bueno ahora; y lo que antes era malo, también ahora lo es.
“Un árbol bueno, produce frutos buenos…”
Un buen superior no puede mandar otra cosa que lo bueno.
Pero la historia vieja y la contemporánea nos demuestran que muchos buenos mentecatos (mens, mentis, captus = el que tiene capturada la mente, o el alma) creyendo hacer el bien, por obediencia, terminan causando grandes males.
El principio de cierta claridad sobre un asunto tan complicado nos lo ofrece el mismo evangelio.
«Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? (Lc 6, 39 ss)
¿Podemos explicarnos sin ser mentecatos, cómo es posible lo que hemos visto tantas veces: un superior que durante toda su vida, por obediencia, observó cuidadosamente la liturgia de la Iglesia y luego, también por la misma obediencia, destruyese, como Atila, a machetazos y fuego, lo material y lo espiritual de su iglesia?
¿Podemos, sin ser mentecatos, entender que las simpáticas hermanitas de Sor Infatuada Rubicunda que otrora rivalizaban con sus vecinas por el primer puesto en austeridad y observancia y se enfurecían a ver quien usaba más largo el velo de tercería, el cornete o el modestín, hoy se muestren tan insertadas (o encarnadas, como gusta decirse) que mandaron al cuerno el velo, el cornete y a la misma fundadora y sería mejor que se hubiesen dedicado a ser buenas empleadas domésticas antes que parecer unos/as marimachos que dan ganas de enviar a nuestros hijos a un colegio Adventista?
Y así comenzó la historia de lo que hoy tenemos.
Pongamos por caso, el ámbito de la liturgia. Y todo lo que conlleva y contrae.
Unos primeros desobedientes (y ya antes nuestros protoparentes en el Edén) convencidos por su soberbia de haber descubierto la verdad –porque en los siglos anteriores nadie dio con ella- comenzaron a imponer su ideología, es decir, desobedecer.
Convencieron a muchos mentecatos de su lucidez y ganándolos para su causa, se inició la larga cadena de motores (bien móviles, en el intelecto y la voluntad) que lograron poner como óptimo lo que antes se tuvo como pésimo.
Ejemplos? Tómese el lector la molestia de repasar la condenación de los errores del Sínodo de Pistoya y subrayar las líneas generales de Pascendi y Humani Generis; compare y vea lo que digo.
La batalla la tenían ganada desde la base de obediencia ciega con la que contaban en sus inconscientes adeptos.
Sólo bastó un imperativo, una obligación impuesta sin demasiadas explicaciones y San Anímal Bugnini –en materia litúrgica y algo más- convenció a casi toda la Iglesia haber vivido en siglos y siglos de oscuridad participativa, consciente y fructuosa.
La obediencia religiosa o la religiosa obediencia
Dijimos antes que muchos santos llegaron a serlo por haber sido quebrantados en su voluntad por la causa segunda de sus superiores que actuaron como instrumentos (nobles o terroríficos) de la voluntad de Dios que, a pesar de aquella causalidad realizó su obra en ellos.
Es muy cierto que “Los que llevados de cualquier pasión, o por ignorancia o por malicia, sabiéndolo o no sabiéndolo, quieren hacer un “cadáver” literal de sus súbditos, o bien se sujetan al superior con el servilismo inerte de estólidos “bastones”; pecan, abusan del don de Dios, desacreditan a Cristo” (Castellani, op.cit. “Cristo y los fariseos”)
La obligación de la obediencia, cesa por incumplimiento por parte de uno de los “contratantes”
Genicot, sostiene que el súbdito que notase en el superior señales inequívocas y habituales de hostilidad o enemistad, no estaría obligado a obedecerle en los mandatos donde no se vea temor, pues un enemigo nos desea de suyo la destrucción…
Podríamos enumerar una larga lista de santos y doctores “desobedientes” que a la larga, sacaron a la Iglesia de ese estado de modorra o sueño profundo que fue aprovechado por sus enemigos para sembrar la cizaña:
Atanasio el Grande.
Eusebio.
Juan Crisóstomo.
Catalina de Siena.
“El que obedece no se equivoca”, me dice Mentecato. Una media verdad…
Le respondo: “Si un ciego guía a otro ciego; ¿no caerán ambos en la fosa?”. Verdad del Evangelio.
De la media verdad y de la verdad podemos inferir, sin demasiadas pretensiones lógicas, que ambos se equivocan: mandando y obedeciendo.
Pero el que manda tiene mayor culpa:
“El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquél que, sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”. (Cf Lc 12, 47. 48)
Gregariamente se envían manadas de creyentes al corral del error y tal vez, Dios lo sabrá, a aquel sitio del que no se puede pasar a la otra orilla.
Y todo bajo el imperativo de la obediencia.
Hace algunos decenios un joven a quien Dios le mostró otra cosa (léase una bonita chica con quien luego se casó) había ingresado en la seráfica orden franciscana en búsqueda de –sabrá él si así era- la perfección evangélica.
A la hora de la meditación el Maestro de Novicios (¡¡¿¿??!!) les retiraba del oratorio las biblias para entregarles personalmente a los formandos (¡¡¿¿??!!) el periódico de los últimos días para que hicieran oración encarnada con la realidad en la que debían estar insertos…
Sine verba.
Dice el Apóstol: “Todos han de someterse a las potestades superiores; porque no hay potestad que no esté bajo Dios, y las que hay han sido ordenadas por Dios. Por donde el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios; y los que resisten se hacen reos de juicio” (Rom 13, 1,2)
Encarece Pablo la obediencia a las legítimas autoridades temporales, base de toda convivencia y orden.
Esto supuesta la racionabilidad del mandato en orden al bien común.
Innumerables textos de la Sagrada Escritura señalan el altísimo y sublime valor de la obediencia, a la que exaltan por encima de todos los holocaustos y sacrificios.
Y la obediencia religiosa será siendo fuente de santificación.
Tratándose de la gloria de Dios, nada debe amedrentar al súbdito en el seguimiento fidelísimo de lo dispuesto por los superiores.
De la gloria de Dios. No de la gloria, el capricho o la locura de los mismos.
Porque es igualmente cierto que: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres…” (Hech 5)
Los votos hacen al religioso una cosa sagrada.
Según la mayoría de los teólogos usar del mandato bajo santa obediencia de cualquier manera, para cosas absurdas, irrazonables, fútiles, inútiles, inconsideradas o simplemente menores en volumen o ridículas en importancia, es pecado grave.
El ejemplo de los mártires y los nuevos mártires
Cuando la Iglesia Apostólica se lanzó al mundo pagano, insertándose en él, no para mundanizarse, sino para convertirlo, tuvo muy claro, bajo la enseñanza de sus Columnas, que había de someterse a toda humana autoridad, a ejemplo de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir.
Su servicio fue el servicio a la Verdad de Cristo. Su reinado fue someterse a Cristo y someter a su imperio moral la vida de los hombres y la tierra misma.
En ningún momento, como hemos visto, los Apóstoles incitaron a los cristianos a desobedecer a quienes estaban constituidos en autoridad, al contrario.
Del mismo modo, en el seno de la naciente Iglesia, cuidaron que se prestara igual obediencia a sus sucesores, a quienes constituyeron en testigos de la Verdad, previniéndoles sobre la aparición de falsos pastores y hombres necios que no resistirían la sana doctrina.
Pero aquellos cristianos, además de buenos y santos, eran inteligentes.
Se dieron cuenta de lo que se quería decir y qué cosas debían obedecer… No eran mentecatos.
Los mártires, fueron tales, por desobedecer a los perseguidores de la Iglesia quienes les mandaban sacrificar a los falsos dioses.
La cosa estaba suficientemente clara, ninguno de ellos entró en conflicto o escrúpulo porque el que mandaba era Diocleciano, Decio o Nerón, soberanos emperadores constituidos en autoridad.
Como tampoco entraron en conflicto, avanzada la historia, otros mártires que sufrieron el destierro o la muerte, por oponerse a obispos y prelados herejes que les ordenaban obedecer sus mandatos.
En síntesis: que en materia que afecte a la fe y a los mandamientos de Dios, siempre se ha tenido claro –por todos, en todo tiempo y en todas partes-* que el valor de referencia para obedecer es la continuidad de lo mandado con la Tradición de la Iglesia.
Rota la continuidad, se rompe la obediencia.
Recogemos los testimonios documentados del final del proceso a Tomás Moro. Parte de su diálogo con Norfolk y Audeley.
Audeley remite por enésima vez al argumento de los votos de los obispos, de los eruditos y de las universidades, el ex Canciller responde:
“dudo de que no sea más cierto que, quizá no en este reino, pero sí en toda la cristiandad**, la mayor parte de los obispos eruditos y de los hombres virtuosos que aún están en vida son en este asunto de la misma opinión que yo. Y si tuviera que hablar de los que ya murieron, estoy completamente seguro de que la mayoría de ellos pensaban exactamente de la misma manera que yo ahora. Por eso no estoy obligado, Mylord, a adaptar mi conciencia, en contra del concilio universal de los cristianos, al concilio de únicamente un reino. Pues de dichos santos obispos puedo contraponer más de cien a cada uno de los Vuestros; y en contra de Vuestro Concilio o Parlamento –Dios sabe qué es- están todos los concilios que se han celebrado en los últimos mil años. Y contra este reino están todos los demás reinos cristianos… Por eso invoco a Dios, cuya mirada es la única que penetra en las profundidades del corazón humano, para que Él sea mi testigo. Pero sea como sea: No buscáis mi sangre tanto por esta supremacía, como porque no he querido aprobar el matrimonio”.
Audeley: “Maestro Moro, Vos queréis que se os tenga por más sabio y con mejor conciencia que todos los obispos y nobles, que todo el reino entero”.
Norfolk: “Ahora, Moro, se evidencia claramente vuestra maldad”.
Moro: “Mylord, lo que digo aquí es necesario tanto para revelar mi conciencia como para tranquilizar mi alma, y para eso pongo a Dios por testigo, que es el único que conoce los corazones de los hombres”.
Es sabido que la ironía irrita a los santulones. También lo supo Moro, quien la tuvo en el grado más fino y más justo, como la tuvo hasta el mismo Cristo a quien le dijeron los “doctores”: “Maestro, hablando así, también nos ultrajas a nosotros…”
Pro bono pacis, como se dice, y siempre obedeciendo, hemos llegado a situaciones que debieran avergonzarnos cuando leemos la vida de los santos.
Vistas así las cosas, me impugnará Mentecato:
“Cuando no puedas alabar, has de callar”
Y sigue mi amigo con las medias verdades.
Si esa hubiera sido la máxima de Cristo, el Bautista, los Apóstoles y los Mártires, por no llamar raza de víboras, sepulcros blanqueados, guías ciegos, hipócritas y toda la letanía de piropos que no mezquinaron a los constituidos en autoridad, comportándose como correctos escolares, no habría ni evangelio, ni fe sobre la tierra… La poca que queda… (Lo dice el Señor, no yo)
¿Se dan hoy estas situaciones, así tan extremas como Mentecato piensa que las describo?
¿Estamos condenando la desobediencia que no es de nuestro signo y justificando la que nos conviene?
Cuando algo va directamente en contra de las verdades de la Fe, la Ley de Dios y su Culto, todo ello tal como lo ha interpretado y vivido la Tradición y las tradiciones de la Iglesia, su seguimiento, lejos de ser un acto virtuoso, por más piadosamente que se obedezca, es una falta grave.
Claro que es más cómodo callarse y obedecer cuando ponen en manos de un catequista un catecismo que distorsiona las verdades reveladas; cuando se militariza uniformando cierta comunidad (porque todos debemos hacer lo mismo); cuando en una casa de altos estudios (Católica, por supuesto) se ignora la doctrina social de la Iglesia no reconociendo los derechos sociales de sus “empleados”; cuando –jugándose los intereses personales de ascenso- siempre se dice sí a lo que venga…
Es más cómodo ser obediente. Total uno obedeciendo, nunca se equivoca…
Y no se le ocurra mi amigo Mentecato decirle a los gobiernos democráticos actuales que los militares actuaron como actuaron por la obediencia debida.
Lo pondrán a Ud. tras las rejas.
Y lo terrible de esto es que Ud. estará beatíficamente contento de obedecerle a su guardia cárcel.
* San Vicente de Lerins.
* *Cuando todavía existía.
P. Ismael