Hace más de doce años, moría Josesito, un joven vecino de mi antigua parroquia del barrio L., arrebatado de la vida por un absurdo accidente, fruto de la imprudencia y el desenfreno…
Recuerdo una de sus últimas frases, tan graciosa, como tautológica, la última vez que cenamos en la casa parroquial con sus amigos: ¡¡¡yo, si me llego a morir, me muero!!!
Juntando viejos cuadernos, encontré lo que escribí en aquella ocasión, y quiero recordarlo en este sitio que tal vez tenga poco que ver con él, o tal vez, su fugaz paso por nuestras vidas, tenga bastante que ver. El Señor lo sabe.
Para él era una fiesta cuando me cruzaba al taller de sus amigos a compartir algún festejo y escucharlos. No le he olvidado. La muerte de un joven es un sermón muy fuerte.
Aunque ella no conoce este texto, quiero dedicarlo a su siempre dolorida madre.
A Josesito,
en tu entierro.
(31-I-2000)
Los ángeles volvieron la cara
con espanto
cuando la helada muerte,
corderito rubio,
rebanó tus sienes.
Y por un instante tembló
la madrugada que se vestía
de decencia.
¡Cómo te desgarraron ese cuerpo
de tibia cera
que tanto amaste,
y esos tus vidriosos ojos garzos!
Porque amabas sin saberlo
el abismo de la muerte
que sembraste en la carne
de tu sacrificio sin sentido.
No te diste cuenta.
No nos dimos cuenta, y ahora
ya es muy tarde…
¡Qué efímero pasaste,
adolescente primitivo,
pequeño fauno
con ilusiones de atlante!
Y ahora es nada
porque el dolor cierra la esfera
de tu edénico mundo
de embriaguez y blanca arquitectura…
Y en la oscuridad de ese cofre que te supera,
los silicatos y el alumbre
apresuran los ángulos de tu cráneo,
y las blondas de organza
arropan tu sexo frío…
Ya no oyes los gemidos de tu madre
y las gotas del hisopo
no llegaron a rociarte…
Porque estás todo encerrado.
Porque no pudimos verte,
Ni tantas manos que estrechaste
tocar aquella cabeza
de cordero casi inocente.
En tu mismo aburrimiento
de cachorro solitario,
aún estás sentando
haciendo nada
en las tardes del verano.
Me raspa en la mejilla
tu beso viril y tu mano
me saluda en una esquina
de domingo futbolero.
Dios te dé su blanda paz
y el mejor amor
que en este mundo no se encuentra.
Aquí quedó tu risa.
y también el olvido de los
egoístas…
Su camino no era el tuyo.
Fue tu tiempo.
El que Dios te tenía reservado.
El único sacramento
que tuve tiempo de darte,
fue hacerte reír y
tal vez que comprendieses
que Dios no estaba tan lejos…
P. Ismael