For my friend The Monkey, in his birthday…
Mentecato. Del latín tardío (S. XVI) mentis captus: literalmente: que tiene
la mente captada. Absorbido. Simple, simplón. No necesariamente inocente.
En adelante Mr. M. Porque lo citaré bastante
La especie existe en todos los ámbitos y tendencias.
Hay mentecatos estólidos y también ilustrados.
Fariseos o Saduceos.
Tradis o progres. Zurdos o fascistas. Falangistas o
rojillos.
Termina la Misa, o una clase.
Y de tanto en tanto, más frecuentemente de lo que yo
desearía, aparece una buena persona, tal vez “captada” por alguna palabra, una
idea, un giro u ocurrencia sobre algún tema de actualidad que de seguro no
conformaba el cuerpo de la exposición, y con esa capacidad de quedarse en el
ejemplo o el ropaje oratorio que por allí, quién sabe por qué pudo impresionar,
desea tener una charla personal a la que la caridad pastoral exige darle
cabida.
Concedida la entrevista y a pocos minutos de la
reiteración de las alabanzas e incensaciones ofrecidas ya en la presentación
anterior (“…Padre, hace mucho tiempo que no escucho las cosas que Ud. dice, su
valentía, su doctrina, su piedad, sus etcéteras…”) viene la serie de planteos
que no me defraudan en mi expectativa, pues imaginaba por dónde vienen los
temas, pero que me dejan bastante preocupado por esa capacidad de mirar
alrededor que tiene nuestra gente y dejarse gustosamente “captar la mente” por
tal o cual manera de descifrar la realidad, la vida misma.
No consigo terminar de explicarme a mí mismo esta
capacidad, por llamar de alguna manera al descentramiento del eje de la vida
espiritual, que se supone ha de ser la primera tarea del cristiano en el
seguimiento del Evangelio de Jesucristo.
Ciertamente, y lo hemos dicho hasta el cansancio en
este sitio, el ambiente, la cultura –o anticultura- en el que se desarrolla
nuestra vida, va a inserir en el interior de cada hombre y condicionará, más de
lo que quisiéramos, nuestra vida, o será molesto para quienes, por las razones
que tuvieren, no encuentran en esas realidades un ambiente que favorezca su
crecimiento espiritual. Y estoy bastante de acuerdo en ello.
De estas prolongadas conversaciones, algunas de las
cuales son primeras y últimas, quedan algunos conversadores habituales y
también –eso sería lo óptimo- algunos penitentes: que para eso estamos los
sacerdotes: para mostrar la misericordia de Dios a los pecadores y ayudarles en
su retorno al eje que les permita “girar” en la vida cristiana, como el Señor
nos enseñó: “El que quiera seguirme, que
renuncie a sí mismo, que cargue su cruz cada día, y me sigua”.
Estos son gajes del oficio ministerial y de nosotros
depende que el “paciente”, si aún no descubrió su afección, discierna el estado
de su alma y calmamente vaya transitando por caminos de oración y vida
interior, aplicándose los remedios y consejos que el confesor pueda ir dándole
para avanzar en el camino de la santidad. Y esto no es romanticismo ni ascética
anticuada, sino la quidditas del
Evangelio.
Siempre he pensado que una formación nula y una vida
descarriada tienen más potencial que una formación mediocre y una pequeña
colección de pecadillos bien disimulados con exhibición de prácticas de piedad
y presunta, digo presunta, ortodoxia doctrinal.
Y así, que estamos de nuevo encontrándonos con la
vieja especie farisaica e hipócrita que le da gracias a Dios por no ser como
los demás hombres: adúlteros, fornicarios, desviados, ladrones, libertinos y de
ideas de izquierda.
En su lugar, derretido el makeup o la careta inicial, van apareciendo los rasgos igualmente
temibles de la apokalíptica, la conflagración mundial de la masonería, los
escándalos de la clerecía (alta y baja, y real) y las nunca ausentes
revelaciones privadas, acompañadas de sus correspondientes devociones
prometedoras del freno de la ira divina que se cierne sobre esta humanidad
corrompida.
En todo ello hay algo o mucho de verdad.
Hay mucha verdad en que estamos, humanamente
hablando, en peligro de extinción, de tergiversación malsana de la Revelación
misma y del más amargante desamparo.
Supongo que voy decepcionando a muchos. No tengo la
culpa de que me vean como una fotografía en sepia. Hace tiempo que no me siento
(de sentirme, no sentarme) en ningún sitio. Para los derechosos me falta “gravedad”,
para los payasos izquierdosos soy un Torquemada…
Y esta decepción sobre la percibida figura de un
sacerdote angelical, piadoso, exigente, pide a fortiori en sus mentes, que uno
adhiera a varios elementos que han conformado su conciencia (que no puedo menos
que respetar) comienza cuando uno intenta hacer las distinciones de cada caso.
Aunque hay que decir que la sintomatología es casi calcada en cada persona.
Esto se aumenta si el visitante proviene del conjunto de los así llamados
“conversos”. Y de aclarar inmediatamente que el converso de hoy no es el
converso de un siglo atrás. Éste, generalmente poseía una base cultural y
humana, que por razones de brevedad sería abrumador enumerar.
Les propongo en primer lugar un sincero esfuerzo
intelectual por revisar las “fuentes” de su información, ya que no podemos
pedir esto para su “formación”, casi siempre deficiente, por lo que ellos
mismos reconocen: nada han recibido en su catequesis de los primeros años, y si
hoy perseveran a su modo, habrá de ser por gracia de Dios. Pero hay cosas que
deben corregirse. O serán mentecatos de algunas de las varias facciones, grupos
o falanges que, convencidísimos de la íntegra y prístina posesión de la verdad,
arremeten como cabras contra la cornamenta del vecino de su propia manada y más
aún contra la de otro aprisco. Hay muchísimos apriscos. Lamentablemente.
En este revisar las fuentes de sus posturas, lo
primero es ver de dónde sacan las grandes catástrofes e interpretaciones (la
mayoría hilarantes) que les extraen de la prosa cotidiana en la que habrían de
santificarse, para trasladarse a las grandes batallas celestiales con la bestia
de las doce cabezas.
Y esta primera fuente que descubro son los blogs.
Diciendo esto, no tengo pretensión alguna de considerar que lo aquí se escriba
sea un lugar teológico. Los únicos lugares teológicos auténticos son la
Escritura y la Tradición de la Iglesia. Las revelaciones y comunicados de la
Casa de Gobierno Celestial, adjudicadas a la Santísima Virgen, devenida en
Ministra del Interior, no tienen sitio en la teología católica. A lo sumo, si
son “razonables” y no disuenan con la Revelación, “pueden ayudar” a una vida
interior más delicada. Pero nada más.
Respeto a tantos sacerdotes celosos de la Fe y
fomentadores de la piedad que dedican tantos esfuerzos a tales difusiones. Mi
opinión, nada dogmática, es que hay muchísima buena voluntad en ellos. Pero no
se ve el encaje perfecto que ha de darse con las Santas Escrituras y los Padres
de la Iglesia. Estamos en terrenos diferentes. Y esto la gran masa, o no tan
grande, de la feligresía simpatizante de lo tradicional no es capaz de
distinguirlo. Y por lo tanto, pueden errar tanto como los desaforados teólogos
que hacen derivar de las “bases” las verdades de la Fe.
Revelaciones privadas, con o sin reconocimiento
oficial. Conjeturas o probaciones de avances de oscuras sociedades de
carbonarios, masones, sionistas. Planes de perversión de la raza y naturaleza
humana. Etc., etc., al igual que las brujas, como decían nuestras abuelas: “que
las hay, las hay…”
Pero que un creyente de a pie piense más en ello que
en ordenar su confusión interior, sus malas inclinaciones –que no por muchas
coronillas serán sanadas del todo- es una auténtica subversión, por utilizar
una palabra que a muchos de ellos les encanta.
No faltan rebrotes de neofascismo, antisemitismo y
demás concepciones político-sociales incompatibles con el cristianismo, como lo
enseñó claramente Pío XI, que demuestran que si acaso no se trata de personas
malintencionadas, sí estamos ante inteligencias muy alejadas de esa tradición
que ellos quieren detentar, a veces con gallardía, a veces lastimosamente.
Esta captación del la mente del mentecato
(perdóneseme la tautología) ha llegado a lanzarlo a aventuras tan bien
intencionadas y heroicas como la “Cruzada de los niños” hacia la Tierra Santa en
los heroicos, pero no menos imprudentes tiempos de las Grandes Cruzadas, en la
que murieron cientos de pequeños en una empresa que flotó sobre la recia y católica
fe de los grandes príncipes de la cristiandad, pero que humanamente fue un
desacierto que cualquier historiador, católico o no, es imposible que niegue.
Entre tanto, por el mucho mirar los desórdenes
morales de la corrompida sociedad contemporánea, como si las anteriores
hubiesen sido un modelo de honestidad, los mentecatos se olvidan bastante de
mirarse a sí mismos.
Con los binoculares sobre la ventana del vecino,
escudriñan sus desórdenes, desviaciones y demás atrocidades, en tanto que se
permiten una vida que es tan vergonzosa y “guaranga” (palabra de señoras de
otros tiempos) como la de los que censuran: evasiones de obligaciones, autodispensa para hacer lo mismo que los
del otro bando porque ellos son muy observantes, hacer turismo al que llaman
“peregrinaciones” y darse la mejor vida posible.
Cualquier parecido del mentecato con el fariseo no
es mera coincidencia. El mentecato no es tan tonto como peyorativamente se usa
el término.
Creer que hay una única manera de hacer las cosas,
estar a la pesca de la última aparición, atacar los males por sus consecuencias
y no por sus orígenes, ver el peligroso “orden mundial” en la sopa que nos
tomamos y otras cosas por el estilo, es una posible sintomatología de ser un
“mentecato”.
En todos los casos el mentecato católico en general
tiene un desconocimiento importante, a veces total, de la Sagrada Escritura.
Es este un asunto de grave importancia en el
afectado.
Casi todos, junto con las dos o tres preguntas que
les atormentan (y cuya respuesta ya se han dado ellos mismos) hacen dos
propuestas: comienzan por pedir una recomendación de un buen libro, signo claro
de que no han descubierto o no les han hecho descubrir, o subestiman la Sagrada
Escritura; y segunda propuesta –la terrorífica- “… padre, le voy a traer los 6 tomos de las revelaciones de Juanita
Delacabra… ay! Ud. no sabe…! Cómo vio cada detalle de lo que está pasando
ahora!?” Y aumenta el terror dentro de mí: “usted tendría que venir a nuestro
grupo a dar una charla sobre los coros angélicos, o celebrarnos la Santa Misa…”
Por supuesto, como ya lo dicho otras veces, cada
quien tiene su “combo”. El que Mr. M te obliga a aceptar… o si es más
delicado/a te expone con fervor: militancia en tal cual grupo de corte político
o social, maridaje de la doctrina católica con algún líder político de la pasada
reciente historia o prócer catoliquísimo, que tenía un magnífico oratorio en su
palacio… para bautizar a las decenas de hijos bastardos que hizo por allí… como
ve, el hombre era católico de una pieza…
Y habiendo encontrado tantos mentecatos “mal” (como
dicen los jóvenes ahora) desearía encontrarme algún Mr. M que tenga captada la
mente por la Persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado, Hijo de María Virgen,
quién en la Cruz nos dio la muestra del Amor Infinito del Padre y sigue
latiendo su Corazón en el Sacramento del Altar.
Si la mente se captó con esto, sólo con esto, me
quitaría el sombrero.
Pero para que la mente sea captada, en algún momento
hay que abrirla, para luego volverla a cerrar, como la boca, según escribía
Chesterton en Ortodoxia.
Por ahí, alguna vez en la vida, encontré una mente
captada así (“bien”) tras las rejas de un monasterio de carmelitas: uno se da
cuenta en la mirada: está fija en Jesucristo.
Cierto que no hace falta meterse tras las rejas
(aunque a algunos habría que enrejarlos) para centrar la mirada en Quien, lejos
de alienarnos, nos hace ser más nosotros mismos.
A Mr. M, despidiéndome de él hasta la próxima, le
transcribo estos párrafos del áureo libro de Tomás de Kempis, la “Imitatio
Christi”, pues parece que lo tiene bastante olvidado. Le servirá además para la
intelección del próximo post.
“Ponte
primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros… El descontento y
alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni él sosiega, ni deja descansar
a los otros…
Piensa
los que los otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.
Ten,
pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo.
Tú
sabes excusar y disimular muy bien tus faltas, y no quieres oír las disculpas
ajenas.
Más
justo sería que te acusases a ti, y excusases a tu hermano…”
Imit. L II, cap 3
P. Ismael