“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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La redentora de cautivos. Cirugía litúrgico-teológica.

A mi Dulce Madre de la Merced,

la Virgen de mi infancia…

 

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Dejando aparte los datos y consideraciones históricas sobre el origen de la insigne Orden de la Santísima Madre de Dios, bajo el título de “Nuestra Señora de la Merced” o “de las Mercedes”, nuestra breve reflexión quisiera centrase en el contenido doctrinal que nos ofrece la oración del día que encontramos en el Misal y el Breviario Romanos de la edición 1962.

 

Puede constatar el lector las sucesivas modificaciones sufridas por las dos últimas traducciones de la oración Colecta (oración del día de la fiesta) y comprobar por sí, lo que tanto hemos venido diciendo sobre la “lex orandi”.

Así constatará cómo del sentido originario –no sólo de la Orden redentora de cautivos, sino además de la espiritualidad que denota- una rotación (siempre en el mismo sentido de pérdida del “sentido católico”) hacia esa tan pregonada “promoción humana” que alcanza su más alta formulación en lo que toda la teología de la liberación ha llamado y llama “opresión” y lo que éste término, según sus principios, declara.

 

MISAL ROMANO, 1962

 

Deus, qui per gloriosíssimam Fílii tui Matrem, ad liberandos Christi fidéles a potestáte paganórum, nova Ecclésiam tuam prole amplificáre dignátus es: præsta, quaesumus; ut, quam pie venerámur tanti óperis institutrícem, eius páriter méritis et intercessióne, a peccátis ómnibus et captivitáte daemonis liberémur.
Per eundem Dominum nostrum Iesum Christum filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula saeculorum. (*)

 

Oh Dios, que por mediación de la gloriosísima Madre de tu Hijo, te dignaste aumentar tu Iglesia con una nueva Orden para librar a los fieles cristianos del poder de los paganos; te rogamos, por los méritos e intercesión de la Virgen, que devotamente veneramos como fundadora de tan grande Obra, nos concedas librarnos de todo pecado y de la cautividad del demonio. Por el mismo N.S.J.C tu Hijo…

 

EDICIÓN MISAL ARGENTINO 1981

 

Señor, Dios nuestro, en tu admirable providencia quisiste que la madre de tu Hijo único experimentase las angustias y los sufrimientos humanos;

por la intercesión de María,

consuelo de los afligidos

y liberadora de los cautivos,

concede a los que sufren cualquier modo de esclavitud,

la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Por nuestro Señor Jesucristo.

 

EDICIÓN MISAL ARGENTINO 2011

 

Padre misericordioso, que otorgaste la redención a los hombres por medio de tu Hijo, concede, a cuantos invocamos a su Madre con el título de la Merced, mantenernos en la verdadera libertad de hijos, que Jesucristo nos mereció con su sacrificio, y ofrecerla incansablemente a todos los hombres.

Él que vive y reina contigo

 

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Cualquier avisado lector podrá comprobar la cadencia –o decadencia- de los contenidos de fe, el espíritu que impregna las sucesivas reformas de la oración que intentamos analizar.

 

1ª Oración

 

a) Se formula inicialmente la mediación de la gloriosísima Madre Cristo, atribuyéndole la inspiración de la fundación de una ORDEN destinada a liberar a los fieles cristianos del poder de los paganos.

No puede decirse que esta sea una mera circunstancia histórica que no haya tenido ningún repique posterior al siglo XIII. Bástenos leer las crónicas diarias de las persecuciones del Islam en regiones como África, la India, etc. y los apremiantes y desesperados llamados de atención al mundo (cristiano o no) de las atrocidades padecidas por miles de católicos en aquellas regiones.

No puede decirse que la Orden de la Merced hoy debiera replantearse su “carisma” primigenio: la esclavitud (en variadísimas formas) es padecida por los cristianos en muchos territorios “paganos”.

 

b) La petición dirigida a Dios tiene como objeto una doble liberación: en primer término, la del pecado. Como lo enseña Jesucristo en el Evangelio: “todo el que comete pecado, es esclavo”

Huelgan comentarios que avalen la verdad de las palabras del Señor: el pecado es la primera, la gran, la tremenda y la constante amenaza de esclavitud del hombre.

Nacemos con el pecado original, del que sólo diremos que es un estado de la naturaleza humana de enemistad con Dios, anterior a toda decisión personal.

Pecado original originante, que llamamos en teología.

Y el pecado original originado, que es el que cada hombre, en uso de su razón y libre albedrío, comete de forma personal, como autodeterminación frente a un mandato divino.

Lucha constante, que como el Apóstol, experimentamos en nuestros miembros; oscilación entre los “dos hombres” que pelean dentro nuestro: el que ve el bien y lo aprueba, y el que escoge lo peor…

En segundo lugar, se hace explícita mención al gestor del pecado en el mundo, a ese ser personal que la Revelación y toda la Tradición de la Iglesia, llaman Satanás o demonio: el enemigo de Dios y del hombre, Su imagen y Su semejanza.

Por mediación de Aquella que aplastó la cabeza del dragón infernal, implora la Iglesia en este día, la disolución de todo vínculo (cadenas) que amarran al hombre y le impiden su plena realización humana y la consecución de su destino eterno.

 

2ª Oración

 

Ya reformada la liturgia –con la consigna de Bugnini de hacer una “buena cirugía estética” al Misal, a partir de 1970, nos encontramos con variantes significativas, aunque se podría decir que el tema de la redención de “cualquier modo de esclavitud”, dejaría a salvo lo esencial de la razón de la Fiesta mariana, si bien, resulta llamativo que el señor demonio haya sido borrado del texto, ya que no eliminado del mundo en el que impera.

Ya no se menciona explícitamente la Orden de la Merced. Sospecho las razones. Las dejaremos de lado.

Podría rescatarse la apreciación antropológicamente acertada que se hace acerca del estado de opresión existencial del hombre viator.

Hasta aquí, con las rebajas ya notadas, el sentido de la fe, aunque aguado por el prurito de cambiar todo a toda costa y la sensibilidad del hombre moderno (cabría preguntarse a qué sensibilidad nos estaríamos remitiendo…) mantiene un sentido ortodoxo de la redención operada por Jesucristo sobre los hombres.

Destaco que esta traducción realizada en 1981 para el Misal Romano (editado en Argentina) fue confiada a personas que conservaban el sentido católico y eran peritos en lengua latina.

 

3ª Oración

 

Continúa la cirugía a lo que parece a manos de jíbaros…

No hace mención alguna a “gracia específica” de la advocación mariana que se celebra, a saber la redención o liberación; ni de la esclavitud del pecado, ni la del demonio, ni siquiera se mantuvo la invención introducida en la versión del 81 de “las angustias y los sufrimientos humanos”, cosa muy del estilo del “humanismo cristiano”, lo cual algo más hubiese especificado.

Por supuesto que, fiel al principio de sustituir a troche y moche el Dominus por Padre, la oración sigue el esquema predeterminado por la “teología del Padre”.

Tema complejo, al que por toda respuesta, uno de los grandes “compositores” del Misal Argentino, prelado él, cuando le objeté esta cuestión me dijo que se tradujo por Padre porque ya la gente no entiende el término “ Señor”, que se refería al “Dominus”, o sea al Emperador!!! ¡Como si alguno de nosotros hubiésemos vivido bajo el gobierno de un Basileus! ¡¡¡Magnífico absurdo!!!

El final, si no objetable, siempre en la clave de ese beatificante sentimiento de “hermandad universal” de cercanía, fraternidad, pero que nada dice de la liberación que todo hombre necesita.

Y como se trata de una liberación que “viene de lo alto”, no puede generarse desde el simple ofrecimiento de un par, tan cautivo como el otro, y tan necesitado de la gracia para romper las gruesas o sutiles cadenas que a todos nos amarran y quitan la auténtica libertad.

 

Conclusión:

Lo de siempre, más agua al vino bueno –intenso y embriagante- del Evangelio de Cristo.

¡Ah! Y no nos olvidemos que la brevedad de las oraciones (no de las homilías) sigue siendo la suprema lex…

 

(*) Ponemos tilde a las palabras latinas –que nunca llevan- para facilitar la lectura.

 

 

 

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P. Ismael