“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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María Magdalena, la que busca entre los muertos…

María Magdalena

Noli me tangere”  Correggio

 

Este año no tiene lugar la celebración de la fiesta de Santa María Magdalena, por ocurrir un día domingo.

Igualmente no quisiéramos dejar pasar la ocasión para decir algo de tan formidable figura de los Evangelios.

 

Aunque los textos de la tradición litúrgica se hallan entremezclados y confundan, bajo la autoritativa influencia de San Gregorio Magno –cuya vibrante homilía se lee en el Breviario Romano- , detalles que suman al único perfil de Santa María Magdalena, no dejan de presentar a nuestra mirada de fe un asombroso conjunto que nos conmueve profundamente.

Conforme a la exégesis más cuidada y minuciosa, en los Evangelios podemos distinguir tres Marías de temperamentos diversos, al igual que sus vidas, pero con un destino común que les cupo en suerte a quienes dejaron que el Señor entrase en ellas: ya nadie será el mismo…

 

Encontramos en los Evangelios.

Una pecadora innominada: Lc 7, 36-50

María de Magdala (Magdalena o Madalena): Lc 8, 2. También ella aparece en los cuatro relatos de la Pasión (Mt 27, 56-61 y //). En la resurrección (ibid. 28, 1 y especialmente Jn 20, 11-15)

María de Betania: la hermana de Lázaro y Marta (Lc 10, 39-42; Jn 12, 1-8)

 

Vamos a detenernos en un texto seguro, en el que podemos captar bastante de la personalidad de esta Santa, patrona de pecadores arrepentidos y de penitentes.

La vemos presente en el momento crucial de la muerte del Señor, junto a Su Madre y el Discípulo amado, entre otros: “Junto a la cruz de Jesús esta de pie su madre, y también la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena(Jn 24, 25) y será ella la elegida por Cristo Resucitado como primera testigo y apóstol de los apóstoles (Jn 20, 1-18)

“Así hacen los que buscan alguna piedra preciosa u otra cosa de gran valor que perdieron: que muchas veces vuelven y revuelven el mismo lugar que ya vieron, para ver si, por ventura, hallarán las postreras veces lo que las primeras no hallaron” (Fr. Luis de Granada, Una suma de la vida cristiana, Libro III, cap. XL)

 

Los ángeles que se aparecen sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había sido depositado el cuerpo de Jesús le dicen:

“Mujer, ¿por qué lloras?...Porque se han quitado a mi Señor, y yo no sé dónde lo han puesto” (v 13)

“Bien parece estar fuera de sí esta santa mujer, pues cuantas palabras pronuncia tantas ignorancias dice. Porque, lo primero no responde a propósito ni entiende lo que le preguntan, porque no entiende más de lo que ama ni tiene sentido para otra cosa.

Y demás de esto, llama señor al hortelano, que era demasiada cortesía para quien tan bajo oficio tenía. Y junto con esto no habla por nombres, sino por pronombres, diciendo: Si tú o tomaste, dime dónde lo pusiste, porque yo lo llevaré. Apréciale que todos estaban en lo que ella estaba y que así no había necesidad de más declaración.

También parece disparate presuponer que el hortelano andaba tomando los cuerpos de los muertos, y mucho mayor, ya que por algún misterio lo hubiese tomado, que luego por una palabra lo diese a quien no conocía.

Todo esto obraba el amor, el cual tan santamente la hacía errar, aunque mayor yerro era tener al Señor delante y no conocerlo; porque como estaba enferma de amor, de tal manera se le habían oscurecido los ojos con esta enfermad que no veía a quien veía, porque veía a Jesús y no sabía que era Jesús” (Fr. Luis de Granada, Una suma de la vida cristiana, libro III cap XL)

 

También a nosotros el dolor, por muy justificado y santo que pueda ser, muchas veces nos vela –con la profusión de sus lágrimas humanas- el descubrimiento de Cristo vivo en los más diversos dramas de nuestra existencia.

No queremos asumir que el dolor es el gran maestro del encuentro con el Señor y que quien no conoce la “desesperación” de no hallar al Señor, en realidad no ha comenzado su camino en la fe cristiana.

¿Qué sabe el que no ha sufrido? ¿Qué de lo humano puede comprender quien no sabe lo que es perder “el amor”? ¿Y qué sabe del amor cristiano quien se no se ha preguntado alguna vez no sé dónde han puesto a mi Señor?

¿No podría ser acaso ésta la angustia de tantos cristianos de nuestro tiempo?

“NO SÉ DÓNDE LO HAN PUESTO”

 

Teólogos, pastoralistas, opinólogos, visionarios, devotos, renovadores y tantos etcéteras de todos los tiempos, han dicho, dicen: “no está aquí”; “está allí”…

Y allí van las manadas abandonadas, ayunas de doctrina y verdadera vida espiritual buscando, tanteando, errantes… como ovejas sin pastor.

No debemos asustarnos o avergonzarnos si hoy, locos como la Magdalena, damos vueltas en espiral en torno a la fe que debiera ser nuestra seguridad (el sepulcro vacío) y buscamos una y mil veces y no hallamos al Verdadero y Único Jesucristo.

¿Dónde ha puesto al Señor?

¿Nos lo robaron? ¿Nos lo cambiaron por un clon irreconocible?

No nos referimos a la imaginería religiosa que ha ido mutando con las culturas.

Nos referimos a los contenidos de fe, desde Nicea a Trento.

¿Es Cristo el mismo, ése del que la carta a los Hebreos dice que es el mismo, ayer, hoy y siempre?

¿Si Cristo es el mismo? ¿Cómo no puede ser la misma su doctrina, su moral, su Evangelio?

¿Dónde lo han puesto?

 

Revísense con paciencia, en especial ciertos escritos contemporáneos y establézcanse columnas comparativas con la doctrina de la Tradición más antigua que el mismo Evangelio.

Bajo la muletilla ambigua de los llamados “signos de los tiempos” (vulgata postconciliar usada sin discreción y reductivamente ) uno de los cuadernillos de la Fundación Lluís Espinal (Barcelona, Nº 178, 2012) de la autoría de Javier Vitoria, dedica su inocultable antipatía a la Tradición, en un extenso artículo (fundamentado en su “larga experiencia”) instruyendo al lector que la Iglesia aún no entiende, ni lee los “signos de los tiempos”.

 

Transcribo algunos párrafos:

Estamos ante la imagen canónica de una Iglesia piramidal, muy alejada de la conciliar. La jerarquía en sus distintos niveles –desde el más elevado (el obispo) hasta el más bajo (encargado de la parroquia)- está en condiciones de hacer y deshacer a su antojo (bastante razón tiene en esto, pero quiere llegar a otra cosa) Nada se lo impide. Por una razón bien sencilla: no existen controles jurídicos del ejercicio de su poder (también para uds. los jesuitas) La Iglesia se convierte así en un campo abonado para los desmanes de los ottavianis de turno, que “haberlos, hailos” (como para los Benellis, Bugninis, etc. que tú quisieras resucitar ¿no?)

Recientemente González Faus (*) ha recordado que el Vaticano enseñó que “la verdadera Iglesia de Cristo “subsiste” en la Iglesia católica, pero no se identifica con ella (LG 8) (Esto es una magnífica mentira. No dice así el concilio. Tómense la molestia de leer el texto, preferentemente sobre la versión latina) y que esa enseñanza es precisamente, y significativamente, la que con más afán pretenden desmotar los no aceptan el Vaticano II”. Hoy quizás urja recordar una enseñanza complementaria del Concilio, que igualmente se pretende dejar de lado: la Iglesia católica-romana no es el Reino de Dios, sino solamente su anunciadora, su servidora, su germen y su principio (seguro que no estás pensando en los fieles cristianos del este Ortodoxo)

Pero nuevamente debo insistir con el Concilio en algo que se pretende ocultar: el espíritu es el ama del Cuerpo de Cristo que lo constituye el Pueblo de Dios (¿quién lo niega) y a quienes tienen autoridad en la Iglesia les “compete ante todo no sofocar el Espíritu y retener lo que es bueno.

La imagen pública de la Iglesia católica contradice y oculta esta enseñanza conciliar. Quien la contemple desde fuera no será capaz de sospechar estas palabras del Concilio. Más bien parece que el Espíritu sólo es “principio de vida” para la jerarquía y, SI SE ME APURA, SÓLO PARA EL PAPA. Todo aquello que quede fuera de las consignas oficiales es reprimido o prohibido por los jerarcas, sin intentar probarlo todo para quedarse con lo bueno… Se ha renunciado al diálogo como único medio evangélico de buscar la verdad y crear comunión y se ha optado por la impoisición con “el rodillo” del PODER Y DE LA AMENAZA, que nada tien que ver con Jesús…

 

Me pregunto en que mundo vive este señor!!!

Tergiversa, le sigue picando Ottaviani y no se curó del complejo sesentista: debe ser bastante mayor ya, sospecho, aunque no quiero tener el gusto de conocerlo personalmente.

¿Qué jerarquía amenaza? ¿Qué obispo tiene poder? ¿Quién estima el magisterio petrino?

Hacia el final, como buen pedagogo el editor, propone preguntas “comprometidas” para la reflexión.

Retengo ésta:

2. ¿Qué vientos de cambio te parece que corren por la Iglesia en estos días de encrucijadas y aturdimiento? ¿Es posible averiguar dónde sopla el Espíritu y en qué dirección, para dejarnos mover por él y no por “otros aires”, AUNQUE SOPLEN DESDE LA CURIA VATICANA?

 

Si yo fuese manipulador de los textos como él diría lo de Caifás:

“¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios…?

 

¿Queremos más vientos de cambios?

¿No nos ha bastado el vendaval, el tsunami que ha destrozado la piedad de los fieles, la fe en los sacramentos, y fundamentalmente en las verdades básicas de la Fe cristiana para transformarnos en un cocoliche que pierde día a día los que llamamos en teología católica “motivos de credendidad”?

¿Quiénes generaron los aturdimientos de desobediencia y confusión en estos días?

¿Si el Espíritu les sopla a ellos? Porque no dicen directamente que Roma es la gran Ramera? Lutero no llegó a tanta hipocresía.

¿El espíritu de los vientos de cambio no se ha saciado aún con lo que ha arrasado?

 

Los cristianos orientales, a los que se los inciensa nada más que en las ponencias teológicas experimentales y en alguna que otra ceremonia litúrgica; los cristianos orientales que no se animaron a convocar ningún concilio ecuménico después del III de Constantinopla, no conocen el cuasi sintagma: vientos de cambio.

Será por esto que no se sigan preguntando dónde han puesto al Señor, porque ya tienen su fe afirmada en el mismísimo Sepulcro vacío del Redentor y no se plantean la hipotética y blasfema teoría de un sepulcro con su respectivo cadáver.

 

Un sacerdote amigo, árabe, de rito Bizantino, me hacía hace poco el siguiente comentario: “Padre, estamos asistiendo a los funerales de la Iglesia”.

Seguro que él nunca leyó ni conoció a Ottaviani.

Y en cuanto a los Concilios, le sobran con los primeros que fueron la base de la fe cristológica.

Y en cuanto a los vientos, tiene todo el aire de fuego del Crisóstomo, Atanasio, Basilio y el gran denostado Cirilo Alejandrino.

Y en cuanto a ver a Cristo presente en los tiempos actuales, el viento que le sopla es el del amor a los pobres a los que alimenta personalmente en su olvidada y modesta parroquia, a la que no la afectó, ni Bugnini, ni los jesuitas.

 

Volviendo a la Magdalena.

Por insistir y mirar dónde ya nada se veía, mereció encontrar lo que deseaba.

Así como uno desesperadamente revisa una y mil veces el sitio donde dejó algo que ha desaparecido.

“Dime dónde lo pusiste y yo lo buscaré…”

Estos alquimistas de la fe, se reirán de ella, buscarán contradicciones en la redacción del cuarto Evangelio, recurrirán a las prescripciones judaicas que prohibían transportar un cadáver y más un día de Pascua…

Pero la verdad que ella fue apóstol de los Apóstoles.

 

En el mencionado cuaderno, entre otros reproches a la Iglesia(todos viejos, ninguno nuevo… poco original el hombre…) está la postergación de la mujer.

Se ve que Jesucristo ya tenía resuelto esto. Porque fue una mujer la primera en reconocerlo, cuando Él la llamó: “¡María!”.

Pero para la pobre gente, esa gente que estos portavoces del “magisterio paralelo” quieren preservar del olor a rancio de la Tradición, se prolonga el dolor de la búsqueda:

¡No saben dónde está puesto el Verdadero Cristo Resucitado!

Porque del Sacrificio de la Misa, la Presencia Real en la Eucaristía, y el verdadero viento de los dones del Espíritu Santo; en el supradicho cuadernito, en sus cabezas y en su predicación:

Nada de nada.

 

El dolor de los “verdaderos pobres” –aquellos a quienes se les ha sustraído la fe- tendrá sí, porque la Fe misma nos lo asegura, su recompensa: aquel grito y aquel abrazo contenido: ¡RABBONNI!

 

(*) el gran inflado “cristólogo” español

 

 

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P. Ismael