“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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O SAPIENTIA…

Salí del Padre y vine a este mundo”

(Juan, 16, 28) 

 

 

 

Annunciation

Giovanni Lanfranco, Anunciación

 

O Sapientia, quae ex ore Altissimi prodiisti, attingens a fine usque ad finem, fortiter suaviterque disponens omnia: veni ad docendum nos viam prudentiae”

 

“Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, alcanzas de uno al otro confín, y ordenas todas las cosas poderosa y suavemente, ven y enséñanos el camino de la prudencia”

 

estrella

 

 

Las antífonas “O” no son otra cosa que una exquisita síntesis teológico litúrgica de los títulos mesiánicos, por esa razón cada una de ellas va abriéndonos un insondable venero de contemplación del misterio de Cristo, el Verbo Encarnado y Redentor.

 

Hasta qué punto pudo vislumbrarse en el A.T. la revelación del Logos eterno, no es tarea fácil para el exegeta que pretenda encontrar algo más que un barrunto de la plenitud que los textos sapienciales alcanzarán a la luz deslumbrante del Prólogo de Juan que evocará la eterna existencia del Verbo en el seno de Dios.

Ciertamente podemos encontrar en los textos veterotestamentarios asombrosos indicios que sostienen nuestra fe, fundada en la interpretación patrística ininterrumpida, que desembocan, teniendo en cuenta el desarrollo progresivo de la historia de la salvación, en la adjudicación cristológica de la “Sabiduría divina”.

Inspirados para describir uno de los atributos divinos, los textos nos muestran lo que llamamos la “personificación de la sabiduría”, existiendo desde siempre. Ella misma hace su elogio: “Desde la eternidad fui yo moldeada, desde el el principio, antes que la tierra…, estaba yo con él como arquitecto, solazándome ante él en todo tiempo” (Prov 8, 23-30)

 

La personificación de la Sabiduría no obedece simplemente a una evolución del lenguaje poético, sino que nos señala el origen de dicha Sabiduría.

Procede de Dios, participa de su naturaleza, posee sus perfecciones de omnipotencia e inmutabilidad (Cf. Prov 7, 25; 7, 23-27)

 

El mismo libro de la Sabiduría describe la obra de Dios en el mundo y los hombres: “Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles.

Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por loo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin macha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad.

Aun siendo sol, lo puede todo; sin salir de si misma, renueva el universo en todas las edades…” (Sab 7, 22- 27 y ss)

Una interesante representación de la Sabiduría increada puede ser descubierta por el ojo de un buen observador, en fresco más universalmente conocido del techo de la Capilla Sextina: la Creación. En él, Miguel Ángel ha representado al Creador abrazando una delicada e inquietante figura femenina.

 

Jesús, el Hijo de Dios, se presenta ante sus contemporáneos como Maestro poseído de la sabiduría de Dios que viene a comunicarla. Su forma de enseñar –que llamaba la atención por su contraste con la de los doctores de la ley y los fariseos- está marcada por las formas literarias del profetismo: parábolas, alegorías, sentencias, proverbios.

Comparándose con el mismo Salomón (el sabio de Israel por excelencia, autor oficial de los más sublimes textos sapienciales) dirá: “Aquí hay alguien que es más que Salomón” (Cf Mt 12, 24; Lc 11, 31)

Solamente Dios mismo podía “llevar a su perfección” los mandamientos entregados a Moisés en Horeb. “Habéis oído que se dijo… pero Yo os digo” Ese YO está conformado sobre la misma forma gramatical de la revelación del Nombre de Dios.

 

Es en Cristo, en quien se revela la Sabiduría de Dios. Esa que el Padre quiso revelar a los pequeños y ocultar a los grandes sabios.

Las “obras” (signos, milagros) de Jesús, revelan las obras del Padre, la sabiduría divina.

Al igual que la Sabiduría de los sapienciales (Eclo 24, 19; Prov 3, 17) El nos invita a tener un encuentro personal, a saborear su doctrina y gozarnos de su presencia.

 

El paralelismo es asombroso.

“Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis productos”; “Sus caminos son caminos de dulzura y todas sus sendas de bienestar”

“Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29)

Así, con toda propiedad Cristo es la Sabiduría (El logos eterno) que sale de la boca del Altísimo: su perfecta imagen, su impronta, su Palabra hecha carne para los hombres que pone su tienda entre nosotros.

 

Huelga la referencia a la etimología de SAPIENTIA. Ciencia sabrosa, para ser degustada, saboreada. La sabiduría del evangelio necesita un paladar “educado”.

Así como no todos los alimentos son apreciados o resistidos por el paladar y el estómago, la sabiduría de Cristo, puede ser para muchos necedad e indigestión.

El hombre carnal, el necio, el mundano no aciertan a este descubrimiento como un oído torpe rechaza o se burla de una acabada y sublime composición musical…

Es propio de la Sabiduría (arquitecta divina) ordenarlo todo y disponer con maravillosa providencia el curso de la historia, los grados de perfección de los seres, la inapreciable vida de la gracia en los hombres y los insondables movimientos de los ángeles.

 

La Sabiduría va creciendo en nosotros, si le damos lugar en la tierra de nuestro corazón, sin que nosotros nos demos cuenta, como lo ha enseñado el mismo Jesús. Ella se transformará en un frondoso árbol crecido junto al torrente de las aguas más puras.

Dispondrá el entendimiento para que “degustemos” las cosas de Dios.

El mundo ha ido perdiendo aceleradamente el gusto por las cosas divinas y su enfangarse en los engañosos bienes de la tierra pareciera su destino inevitable…

Nadie puede acercarse a Cristo si el Padre no lo atrae. Y el mismo Cristo lo atrae. Pero esta atracción se verifica por el imán de la libertad. Sí, una atracción poderosa que libremente nos hace elegir el bien, la sabiduría por encima de todas las riquezas y bienes creados, así como lo pidió Salomón.

 

Entre tantos bienes que la Sabiduría nos reporta (“todos los bienes nos vienen con Ella”) pudiéramos destacar la virtud de la prudencia: lo que en la Antífona se llama “el camino de la prudencia”

Efectivamente, la prudencia es un estrecho y costoso camino a recorrer: no llegamos a la Sabiduría, sin que Ella misma nos señale el camino a seguir: “Ego sum via”; “Yo soy el Camino…”

No hay otro camino para la prudencia que el ejemplo de la misma Vida del Señor Jesús que viene a nosotros. Y no hay mejor guía que el Espíritu Santo para recorrerlo: es nos ha concedido a modo de don la Sabiduría el día de nuestra confirmación.

 

Tengamos presente las palabras del salmista: “La boca del justo meditará sabiduría, y su lengua hablará lo justo”.

Para pasarlo a un lenguaje de cuño psicológico, digamos, por simplificar que sabiduría bien podría entenderse como plenitud en la madurez humana y cristiana.

 

Escribe San Buenaventura (que no leyó a Lersch ni a Pieper) : “La madurez en los juicios es la sexta columna sobre la que descansa el edificio construido por la sabiduría, lo cual equivale a decir que nos es juzgadora, como enseña el Apóstol Santiago. Esta madurez existe en el hombre, siempre que se guarda con sumo cuidado de formar juicios temerarios… quien aborrece a otro, no podrá juzgarlo recta e imparcialmente… por efecto de la prevención con que lo mira… pues todo hombre debe ser más propenso a disimular indulgentemente, que a juzgar temerariamente. Y por desgracia se observa que al presente todos se creen con derecho a juzgar los malos pensamientos, como diría el Apóstol Santiago…” (San Buenaventura, “Los dones del Espíritu Santo”)

 

Nos conceda el Maestro, Sabiduría Insondable de Dios, enseñarnos con su paciencia infinita este camino de la prudencia en este punto y en las múltiples exigencias de la vida espiritual.

Si somos discípulos sensatos veremos cuánto nos falta…

Acudamos a Santa María Sedes Sapientiae en quien se asentó la Sabiduría como en su Trono, Ella nos conduzca con su dulzura de Madre y su infalible pedagogía de Maestra.

Porque Ella fue primero discípula…

 

VENI DOMINE IESU!

 

Para apreciar el texto musicalizado:

http://www.youtube.com/watch?v=VcoYzoSfZUc

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P. Ismael