“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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O CLAVIS DAVID…

 

 

Ni que vayas, ni que vengas,

con llave cierro la puerta”

(García Lorca)

 

 

 

 

 

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O clavis David, et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit ; claudis et nemo aperit : veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris, et umbra mortis »

 

 

« ¡Oh llave de David y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, y cierras y nadie puede abrir! Ven y saca de su prisión a los cautivos, sentados en tinieblas y sombras de muerte”

 

 

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Objetos y experiencia de todos los días: nuestras llaves.

 

La de nuestra casa, la oficina de trabajo, el coche. Las llaves de la parroquia, las de la biblioteca, la del Sagrario…

Tenerlas consigo significa la potestad, el uso y dominio de lo que es nuestro o de lo que se nos ha confiado.

Quien ha tenido la desagradable suerte de haber extraviado alguna vez su llavero, o que se lo hayan arrebatado, siente que “su” mundo se le cierra, que sus cosas y su propia persona quedan en la inseguridad, la inestabilidad.

Dejar las llaves de nuestra casa a un vecino cuando tenemos que cuidar a un pariente enfermo, ausentarnos por obligaciones o descanso, es un signo de grande confianza en su persona.

 

Desde que comenzaron a usarse en la historia de la humanidad las llaves, toda llave, ha adquirido la connotación de potestad: un pequeño artefacto que pone en nuestras manos todo lo que él puede franquearnos.

Tener las llaves es tener toda la casa.

Simbólicamente se entregan las “Llaves de la Ciudad” a un visitante ilustre, y más mediáticamente el emocionante momento (para el ganador) de un concurso con premios tales como una casa o un automóvil.

 

Que existieron en el Oriente antiguo no sólo lo atestigua la Escritura, sino la historia de muchos pueblos, como Egipto, por ejemplo, que cuenta en su alfabeto ideográfico con el signo de la llave (ank), hoy bastante en boga como adorno a modo de dije, en pulseras y demás colgantes.

En los bajorrelieves de numerosísimos templos y tumbas faraónicas, aparece el rey con este emblema en su mano: signo de poder sin límites, como hijo de los dioses que se le consideraba.

 

Pequeñísima o gigantesca, hermana inseparable de los engranajes combinados que ocultan la cerradura, conforman desde aquellos tiempos, aliados de la seguridad que el hombre procura para lo que desea guardar celosamente: su vida, su familia, sus bienes.

 

En el Antiguo Testamento tienen principalmente esta connotación de entrega del poder, y a juzgar por el texto que transcribimos, su tamaño ha sido importante.

 

“Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá.

Le hincaré como clavija en lugar seguro y será trono de gloria para la casa de su padre” (Is 22, 22-23)

 

El Mesías lleva “sobre su hombro” la llave de la casa de David. Y es llamado Clavis David, Llave de David.

El tiene potestad de abrir y cerrar. De dejar pasar o impedir la entrada.

 

Dice Jesús en la parábola del Buen Pastor:

 

“Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” Y más adelante aclaró: “… el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero…” (Jn, 10, 7-9; 1-3)

 

Esta potestad de dejar entrar le corresponde por derecho a Cristo por ser quien habría de dar su vida por las ovejas.

Más aún el texto indica que el paso es Él mismo: hay que pasar por Él.

 

Pero convenía que Cristo se fuera, para que entonces pudiera venir el Paráclito, el sostén, el Espíritu que Él había de enviar desde el Padre el día de Pentecostés.

¿Cómo actuará entonces el Señor para dejar pasar, para abrir, y también para cerrar, sino a través de este “acto de potestad y confianza” entregando las llaves de Su Iglesia a quien nombró piedra?

Su Casa, la Iglesia, es y seguirá siendo suya. Pero las llaves, hasta su retorno como Juez de vivos y muertos, las dejó en manos del pobre pescador galileo. En manos de un “arrepentido” que como lo vemos representado en un famoso cuadro del Greco, llora arroyos de lágrimas, con sus manos juntas, mirando al cielo, pero sin soltar el juego de dos llaves que lleva enganchado en su brazo derecho.

 

“Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos (Mt 16, 17-19)

 

Puesto que nadie puede poner otro fundamento que el puesto por Cristo y siendo su palabra infalible, la seguridad para llegar a Él y pasar por Él, nos viene, por encima de la fragilidad del portero, de Su voluntad de hacerlo depositario sobre sus hombros de las llaves del Reino: “El que os escucha a vosotros, a Mí me escucha, el que os rechaza, a Mí, me rechaza”

Y aunque Pedro tenga a su cargo tamaña tarea de abrir y cerrar, la causa “instrumental” de nuestra entrada o exclusión, es siempre Cristo, Llave de David, Puerta de las Ovejas, Cabeza y Señor de la Iglesia.

Al final de la historia, cuando Cristo entregue el Reino al Padre, para que todo sea uno en la eterna felicidad de la contemplación facial de Dios, juzgará de nuestras obras, si hemos guardado Su Palabra.

 

El Vidente de Patmos recibe el encargo de escribirle al Ángel de la Iglesia de Filadelfia:

“Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra nadie puede abrir. Conozco tu conducta: mira que he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no has renegado de mi nombre…”

(Apoc 3, 7-8)

 

Guardar la Palabra de Cristo es la garantía para que funcionen las llaves.

Aunque tengamos poco poder, como los de Filadelfia, Él ha abierto ante nosotros una puerta cuando nos incorporó a Su Iglesia por el Bautismo, confirmado sobre la Fe de Pedro.

 

Dejamos para el final otra de las funciones de la llave.

 

El Mesías romperá los cerrojos de las cárceles de los cautivos. Abrirá sus celdas como abrió el Sheol en el que estaban detenidas las almas de los justos del Antiguo Testamento hasta el día de Su Resurrección.

Así lo profetizó Zacarías en su cántico del Benedictus que cada día recitamos en las Laudes matutinas:

“illuminare his qui in tenebris, et in umbra mortis sedent...”

“para iluminar a los que yacen (están sentados) en las tinieblas y sombras de la muerte”.

 

Estar “sentado” es figura de quien no tiene esperanza de redención. Quien está en las tinieblas no tiene otra alternativa que sentarse, porque es imposible cualquier intento de caminar. Mientras hay luz se puede caminar, cuando llega la noche, nada se puede hacer.

Por eso el Mesías viene a tomarnos y ponernos de pié, como lo hizo Él y también los Apóstoles cuando sanaban a los lisiados.

 

Es un lugar común para la teología de la liberación el tópico de “las opresiones”. No está mal siempre que se entienda que la liberación más importante, y que sólo Cristo puede realizarla, cooperando el hombre, es la de la cautivad y esclavitud del pecado, principalmente el personal. Porque el llamado “pecado social” no es más que la suma de nuestros pequeños o grandes pecados, que nos tiran a “sentarnos” en una tiniebla que puede llegar a ser tan cómoda como mortal.

 

Pidamos en estos días al Divino Cerrajero que acomode los engranajes interiores de la combinación de nuestra alma, para que lo dejemos abrir, entrar y cenar con nosotros.

 

Para escuchar la Antífona:

 http://www.youtube.com/watch?v=mzR--y9MiPM&feature=related

 

 

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P. Ismael