“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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O ADONAI

“Dios se viene muy fuerte este año”

(E. García Caffarena)

 

 

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O Adonai, et Dux domus Israel, qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et ei in Sina legem dedisti: veni ad redimendum nos in bracchio extento”

 

 

“Oh Conductor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente, y le diste los mandamientos sobre el Monte Sinaí, ven y redímenos por el poder de tu brazo”

 

 

 

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Los Padres de la Iglesia y los santos Doctores, basados en las Santas Escrituras, aciertan notablemente cuando llaman a Dios tanto el sin-nombre, como el de muchos nombres, más, el de todos los nombres.

“Como nosotros no podemos nombrar nada si no es en la medida de nuestro conocimiento, tampoco podemos llamar a Dios si no es por las perfecciones que encontramos en los demás seres, pero que tienen su origen en Dios. Pero como las perfecciones son múltiples en las cosas, es necesario llamar a Dios con muchos nombres. Si pudiéramos contemplar su esencia en sí misma no necesitaríamos una pluralidad de nombres, sino que solo existiría un concepto más simple de Él, porque su esencia es simple. Y esto es lo que esperamos en el día de nuestra glorificación según aquellas palabras: Aquel día el Señor será uno y uno su nombre (Zac 14,9)” Sto. Tomás, Compendium Theologiae 2, 243)

 

La antífona de las Vísperas de este día nos sitúa en un mismo escenario –el monte Sinaí- con dos impresionantes actos: la revelación del Nombre de Dios y la promulgación del Decálogo.

Dios es el actor y productor principal, aunque invisible y Moisés el “actor invitado”…

 

La teofanía del Sinaí el acontecimiento de mayor importancia de todo el Antiguo Testamento: el conocimiento del Dios personal que había llamado a Abraham de Ur de los caldeos y continuó guiando a sus descendientes llega al máximo grado de comunicabilidad concebible al revelar su nombre a aquellos que habían “luchado” con Él, como Jacob, para obtener su bendición y conocer Su Nombre para poder invocarlo.

El conocimiento del nombre es la llave de una amistad. De un poder. De familiaridad que no podía sospecharse nunca.

Hemos visto en otras ocasiones como toda revelación es a la vez un ocultamiento.

 

Es conocido de todos el texto de Éxodo 3, 14. Moisés descalzo y aterrado dialoga con el Dios de sus padres: “Qué les diré a los israelitas cuando me pregunten quién me ha enviado…”

Dios revelará a través del sagrado TETRAGRAMMATON su nombre propio. Como dice Schmaus: “es un regalo de Dios al hombre” (Teología Dogmática, I)

Es el mismo teólogo quien señala que desde muy pronto creció en la Antigua Alianza el sagrado terror a pronunciar la palabra YAVÉ. Cuando en algún texto aparecía esta palabra, en su lugar se pronunciaban los términos Elohim o Adonai. Los masoretas al poner vocales al texto griego, pusieron bajo las letras de la palabra original las vocales de las palabras nuevas usadas en la pronunciación. Así nació la palabra Jehová, totalmente infundada desde el punto de vista filológico y creación puramente artificial” (Ibid) Un “barbarismo” dirá Bouyer.

 

El Papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”, comentando la petición del Padrenuestro santificado sea tu Nombre, señala magistralmente:

“…Esta afirmación es al mismo tiempo nombre y no-nombre (Yo soy el que Soy). Por eso, era del todo correcto que en Israel no se pronunciara esta autodefinición de Dios que se percibe en la palabra YHWH, que no la degradaran a una especie de nombre idolátrico. Y por ello no es del todo correcto que en las nuevas traducciones de la Biblia se escriba como un nombre más este nombre, que para Israel es siempre misterioso e impronunciable, rebajando así el misterio de Dios, del que no existen ni imágenes ni nombres pronunciables, al nivel ordinario de una historia genérica de las religiones”

 

Hoy invocamos al Dios fuerte y poderoso, esperado de las naciones con el término ADONAI.

Es un plural abstracto y significa señorío. El término es una acentuación del dominio divino: Dios es el “Súper Fuerte” al que se le puede llamar “Señor mío”, siendo el Señor supremo.

Los Setenta traducen el término por Kyrios : Señor.

 

Este Señor, Dios de nuestros padres, entrega a Moisés, durante el trayecto del éxodo, en el mismo monte las tablas de la Ley, escritas por su mismo dedo.

Jesús, El Señor, no ha venido a abolir la Ley, sino ha llevarla a su perfección: ni una tilde ni una iota dejarán de cumplirse. Así ha declarado el Maestro que el que menospreciare el más pequeño de los mandamientos y así lo enseñare será considerado pequeño en el Reino de los Cielos (Cf Mt 5, 17-20)

El Dios Fuerte, no podía menos que darnos mandamientos fuertes. Jesucristo, sin disminuir las exigencias de la Ley divina positiva, nos alienta diciéndonos que su yugo y su carga son livianos.

 

La crisis por la que atraviesa el cristianismo contemporáneo detenta, entre otras gravísimas falencias, no sólo la ignorancia práctica de la Ley divina, sino además el desconocimiento teórico de los Mandamientos.

Cuando predico a niños me atrevo a hacerlo. Con los adultos no. No por ahorrarme el mal rato (que un cura pasa muchos) sino la vergüenza ajena.

Pregúntele ustedes a algún amigo, vecino o pariente, ocasionalmente pontificante en materias de fe y costumbres, cuántos y cuáles son los Mandamientos…

Se llevarán verdaderas sorpresas. Mucho mayores si les interrogan salteadamente por el 8º, el 3º, el 9º, etc…

Me contó un amigo sacerdote que vio, no sé por qué medio, una entrevista en plena plaza de San Pedro hecha al azar a cuantos sacerdotes (muchos bien ensotanados y requintados) podía asaltar el periodista, solicitándoles enumerasen los Diez Mandamientos: ¡un desastre!

La ley de Dios debiera ser la alegría de nuestro corazón, la luz de nuestros ojos…

Y no se diga que los mandamientos están formulados en “negativo”, que no hay que obligar a los niños a memorizar y todas esos absurdos que cultivan los y las catequistas y los sacerdotes que les dan (¿les dan?) de comer…

 

Escribía Santa Teresa Benedicta de la Cruz:

“Ser hijo de Dios significa: caminar de la mano de Dios, hacer su voluntad y no la propia, poner todas nuestras esperanzas y preocupaciones en las manos de Dios y confiarle también nuestro futuro. Sobre estas bases descansan la libertad y la alegría de los hijos de Dios. ¡Qué pocos, aun de entre los verdaderamente piadosos y dispuestos al sacrificio heroico, poseen este don precioso! Muchos de ellos marchan por la vida encorvados bajo el peso de sus preocupaciones y deberes” (Edith Stein, El misterio de la Nochebuena)

 

No ha sido acortada la mano del Señor. Sigue teniendo fuerza. Aún en estos días de debilidad en la fe.

Acerquémonos confiadamente al Dios que sigue siendo EL FUERTE, EL SEÑOR, ADONAI y que no permitirá que ningún otro que EL sea nuestro poderoso conductor.

Siempre que no le atemos las manos: es Fuerte, jamás violento con el corazón del hombre.

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Para escuchar la antífona:

http://www.youtube.com/watch?v=o6y9Idko8-A&feature=related

 

 

P. Ismael