“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Cuadro de Navidad de un “no creyente”

A Nicolás,

en su marmórea Navidad romana,

junto a su diminuto pesebre.

 

 

 

 

Natividad-Murillo

 

Natividad. Bartolomé E. Murillo

 

 

Si yo fuese San Pedro –con quien me unen importantes vínculos- , lo dejaría pasar, después de fritarlo bastante en el Purgatorio.

 

De ser condenadamente feo, tendría que perdonarlo: no tuvo la culpa.

Tal vez ello fue la ocasión de su ateísmo: si Dios hizo todo bien… pero el pobre llegó tarde al reparto…

 

Y creo que su estrabismo incidió bastante en su filosofía: ¡cómo para no verlo todo torcido!

Como nuestro Borges, antes de perder del todo la vista ocular, jugó mucho al gallito ciego.

 

Si tuvo náuseas, o bien le dieron una mala catequesis, o pasó mucho tiempo frente al espejo…

Reconozco que para elegir su novia eterna, tan mal gusto no tuvo. No puedo decir lo mismo de ella… Aunque ambos fueran a la vez, eternamente libres para otras relaciones.

 

Creo que los cafés de París no tuvieron demasiada culpa. Ni Merlau Ponty.

 

Tal vez su “militancia” comunista fue bastante farisaica, aunque él no tuviera el término en su léxico.

Que este mundo es una antesala del infierno y nuestros semejantes buenos foguistas de su caldera, lo concedo. A esto lo hemos llevado…

Y que a la vida la haya visto tan tediosa, tal vez le valdría una disculpa importante.

No sé que tuviera hijos.

 

¿Se preguntarán por qué me empeño en perdonarle su nauseabunda filosofía?

Tranquilos mis lectores ortodoxos. No voy a iniciar su causa de beatificación.

Sé que la bondad de una cosa se define por su totalidad. Ya lo enseñaba Santo Tomás. Y que una golondrina no hace el verano…

 

No sé. Tengo ante mí algo que muchos teólogos actuales –liberados de la teología- no serían capaces de producir.

Un pequeño texto –de una obra de teatro- que no alcanzaría para demasiado.

 

Me dijeron que lo escribió en la cárcel. No tengo datos precisos de ello en mis registros que señalan su detención de 1939 a 1941…

Pero si fue así, más a mi favor.

En la cárcel se piensa bien. Algo así le pasó a Oscar Wilde. Sólo que Wilde tenía fe. Y se redimió en vida, como afirmaba Castellani.

 

Si lo presentara con la autoría de un Mauriac o un Claudel, muchos se tragarían mi engaño… Bueno muchos… Con excepción de la gente erudita, que hay mucha también…

 

Si yo fuese San Pedro, correría ante el Juez Supremo con este papel en la mano… Después de todo estuve varias veces en prisión y dije tres veces que no Lo conocía…

 

Casi me parece, un texto patrístico caldeado por el corazón de un contemplativo contemporáneo.

Y estoy dispuesto ha dárselo a leer a la gente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hasta podría darle clases de mariología a Boff.

 

Me gustaría que en esta Navidad, reviéramos su caso… Tal vez…

Lo comparto con ustedes, para que se pongan de mi lado.

 

Porque habló muy bien de Nuestra Santísima Madre, Reina del Cielo, Madre de Dios y Madre de Cristo.

Porque describe lo que puede sentirse siendo Madre de Dios…

 

Los Padres de Éfeso y Calcedonia lo hubieran felicitado.

Y hasta me parece que la Virgen y San José se complacen de su descripción.

 

Aquí se los dejo, para que piensen si por sólo haber escrito esto, puedo hacer algo por él. Ustedes no saben cómo se decidió su caso, aquí en la eternidad…

 

¿Ustedes no saben todavía quién escribió esto?

Léanlo, por favor.

 

Es una oración para la Navidad.

Insisto, señores: con “ateos” que escribieran de esta forma, yo me apuntaría para un Vaticano III.

 

 

“Pero escuchad: no tenéis más que cerrar los ojos para oírme y os diré cómo los veo dentro de mí. La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que pintar en su rostro es un estupor ansioso que no sólo apareció una vez en un rostro humano. Puesto que el Cristo es su niño, la carne de su carne, y el fruto de su vientre. Lo llevó nueve meses y le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Dios. Y en ciertos momentos la tentación es tan fuerte que se olvida de que es Dios. Lo envuelve en sus brazos y dice: ¡pequeño mío! Pero en otros momentos se queda suspensa y piensa: Dios está ahí y se siente presa de un horror religioso por este Dios mudo, por este niño aterrador. Puesto que todas las madres se sienten tan atraídas a veces frente a este fragmento rebelde de su carne que es su hijo y se sienten en exilio frente a esta nueva vida que se hizo con su vida y que está poblada de pensamientos ajenos. Pero ningún niño fue arrebatado tan cruel y rápidamente de su madre, puesto que él es Dios y es sobre todo lo que ella puede imaginar. Y es una dura prueba para una madre sentir vergüenza de sí misma y de su condición humana frente a su hijo. Pero pienso que hay también otros momentos, rápidos y difíciles, en los que siente al mismo tiempo que el Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Lo mira y piensa: «Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí, tiene mis ojos y esta forma de su boca es la forma de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí». Y ninguna mujer ha recibido de la suerte a su Dios para ella sola. Un Dios pequeño que se puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios cálido que sonríe y respira, un Dios que se puede tocar y que vive. En esos momentos pintaría yo a María, si fuera pintor, y trataría de dibujar la expresión de tierna audacia y de timidez con que acerca el dedo para tocar la dulce y pequeña piel de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe. Esto es todo sobre Jesús y sobre la Virgen María.
¿Y José? A José no le dibujaría. No mostraría más que una sombra en el fondo del pajar y dos ojos brillantes. Pues no sé qué decir de José, y José no sabe qué decir de sí mismo. Adora y es feliz de adorar y se siente un poco exiliado. Creo que sufre, sin confesárselo. Sufre porque ve lo mucho que la mujer a la que ama se parece a Dios, lo cerca que está de Dios. Pues Dios ha estallado como una bomba en la intimidad de esta familia. José y María están separados para siempre por este incendio de luz. Y toda la vida de José, imagino, será para aprender y aceptar. Mis queridos señores, esta es la Sagrada Familia”

 

Fragmentos de “Bariona o il figlio del tuono”.

Racconto di Natale per cristiani e non credenti, publicado por primera vez en italiano, Christian Mariotti Edizioni.

 

 

 

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Jean-Paul Sartre

 

 

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P. Ismael