“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Ensayo de soledad

 

Historias viejas

de las

“telarañas de mi rincón” 

 

 

 

 

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San Pablo en su escritorio”  Rembrandt

 

 

 

Supuesto que en ciertos temas poco puedo decir al margen de la propia historia, estos no serán otra cosa que apuntes de mis despuntes interiores en búsqueda de un pequeño espacio en mi corazón que me deje el aire para que respire a un viento mejor...

 

Fue un “adelantarme”. Una “composición de lugar” o descomposición del tiempo. Armar el “como si”, el hacer ... el “etsi non daretur...” de las objeciones de la Summa.

Ahora veo que es un intento de la mente por racionalizar, de algún modo. Re-armarme. Algo así como vivir en una economía de guerra. Cómo sería si yo estuviera, aquí y ahora, completamente solo, o más bien, cómo sería si no tuviera a quien o quienes son mi no-soledad, mi “anti-Qohelet” (porque para mí son nuevos, como el amor es nuevo, aunque siempre tenga la misma química...)

 

Alguien ha dicho que en la soledad se encuentra lo que a la soledad se lleva. Esta vez no ha sido buscar un estado de soledad a modo de retiro o ejercicios espirituales, en los que uno trata de apartar las preocupaciones mundanas para encontrarse “solus cum Solo”, sino pensarme en una ausencia de un “alguien”, objeto (sujeto) de amor, un ejercicio de forzada “prescindencia” de la presencia. Un imaginar que, por toda una historia que pesa –dichosa o fatalmente – sobre sus protagonistas; la distancia geográfica, las comunicaciones, las múltiples (y cuasi inútiles) tareas que desarrollamos, impiden la presencia. Imaginé que hacía de la carencia (porque eso es la ausencia) virtud. Y uno llega casi a encontrarle gusto. ¿Es una forma de vuelta al viejo tratado de ascética? Pienso que hasta los clavos del faquir le resultan gustosos cuando los incorporó a su plan de vida.

 

A propósito he observado durante casi un mes las formas y conductas de las religiosas para quienes celebré en otro tiempo la eucaristía diaria. “Casi” hechas “uno” con lo que es –para el profano – un terrible conjunto de espinillas, pero que a ellas les han salvado de muchas cosas... y tal vez, acercado al Amor.

 

Y temí. Temí que el ensayo terminara gustándome. Gustándole también a mis “sujetos de amor” a quienes les entusiasmaría que me ensayara a ver si... en una de esas tal vez... Que sea libre, que me deje ser libre. Que me dé aire para yo tener otra compañía...todas las que quiera, como corresponde a un corazón entregado a Dios... Que hiciéramos de la ingobernable realidad virtud.

Algo así como un estoicismo del que tanto el cristianismo conoce. Algo así como los consejos de Séneca a Lucilio. “Come conmigo, estudia conmigo, conmigo estudia... estate a mi lado”... Pero a muchos kilómetros, Lucilio!!!. Temí que debiera interponer una suerte de “especie” conceptual, algo así como el aferrarme a una determinada piedrita sacramental, forma vicaria de la carne y los huesos que son más sobrenaturales de lo que uno imagina...

 

Otro movimiento ha sido el de llenar la soledad con la esperanza. Leí que Péguy la llama la pequeñita de las virtudes teologales, pero que lleva de la mano a sus dos hermanas mayores. Maravilloso! Pero la esperanza quiere acortar, modificar, tal vez inflar el ensayo de soledad. No quiere que el ensayo de soledad se vuelva una obra maestra del olvido o la indiferencia (son palabras mías...) Para eso ya tengo otras cosas bien escritas...

 

Pero, entonces la soledad queda en su estado puro, o se transforma en espera del retorno y sueño por el restablecimiento de la presencia? Si la soledad se hace consuelo es sólo porque tiene guardada una entraña de esperanza. Decía García Lorca que “el más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza perdida”. Si ensayo la soledad es porque en el fondo siempre esta la esperanza...

De qué? Tal vez algo nuevo? Ilusiones? En el fondo pienso que nunca esperé que fuera distinto de lo que hoy es. Sólo que me parece que hoy tengo un poquito más de paz. Algo más que la resignación.

 

La soledad verdadera es la ausencia de lo que amamos. La ausencia de otras cosas hasta puede ser un descanso... Entonces el misterio es presencia – ausencia.

Pero yo tuve miedo. Miedo de acostumbrarme. Miedo de amoldarme a una mediocre resignación. Aunque el alma todo lo resiste...

 

Sólo la esperanza puede ser causa nostrae laetitiae, en un sentido originario y terminal a la vez.

 

Y creo entender por qué a Nuestra Señora la llamamos así: Ella nos trajo la Vida al mundo, el que podía remediar nuestra verdadera tristeza.

Comunicó la verdadera alegría al mundo. Y por eso se alegró con su nacimiento y con su resurrección. Tuvo ensayos de soledad a lo largo de su vida: el tiempo de silencio hasta que José conociera (cuando Dios se lo quiso revelar) el misterio de su maternidad; la soledad de los días siguientes a la visita de los Magos; la soledad y la angustia de los tres días en los que Jesús se quedó en el templo; la soledad durante su ministerio público. Y finalmente la gran prueba de soledad: la que llamamos por antonomasia la soledad de María. La verdadera muerte de su Hijo. El que quedó muerto en la cruz, en sus brazos y en el sepulcro. Para este momento ensayó sus soledades. Y por ello pudo alegrarse con la resurrección. Aunque, hasta su exaltación a la gloria, aunque acompañada de Juan y los apóstoles, continuó en verdad sola, porque su corazón estaba con el Hijo.

 

La esperanza es el origen de la la alegría y el fundamento de la soledad. Y también es la concreción del objeto de nuestro amor.

 

Al final de mi “ensayo” he sentido que podía dominar mi corazón, pero que al hacerlo adquiere cierta (no sé cómo llamarla) “vulgaridad”. Una molestia que no puedo describir bien. Algo así como si uno quisiera –lo dije muchas veces – echarle agua al vino que una vez lo embriagó.

 

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P. Ismael