“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Nochevieja: tarea para el año entrante.

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“Luego dijo Dios: haya lumbreras

en el firmamento del cielo, que separen el día

de la noche y sirvan de señales y marquen

las estaciones, días y años”

Gén 1, 14.


Para San Agustín, el tiempo es uno de los conceptos más difíciles de definir.


“…Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé; pero sin vacilación afirmo saber, que si nada pasase, no habría tiempo pasado; si nada hubiera de venir, no habría tiempo futuro; y si nada hubiese, no habría tiempo presente…” (Cf. Confesiones, Lib. XI, cc 14, 15 y ss)


Medida del movimiento, según un antes y un después, diremos con la escolástica; paso de una forma de ser a otra.


Cualquier tiempo, del que el mismo Agustín, no puede llamarse “largo”, sólo puede ser medido cuando va pasando ya que “sintiéndolos es como los medimos: mas los pasados que ya no son, o los futuros, que todavía no son, ¿quién puede medirlos? A no ser que alguien ose decir que puede medirse lo que no existe. Cuando pasa, pues, el tiempo es posible sentirlo y medirlo; mas cuando ya pasó, no puede serlo, porque ya no existe”


Según nuestra medida, una vuelta acabada en torno al astro rey, nos pondrá en pocas horas al comienzo de una nueva rotación, a partir del momento en que adquirimos la medida –que es humana y fundada en el movimiento- y que contamos desde el instante de la aparición del Sol que nace de lo alto: el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.


Por ello creemos con toda propiedad, que la plenitud de los tiempos se inicia con el advenimiento de Cristo.

Ella nos ha mostrado el misterio escondido desde toda la eternidad en el seno de Dios.

A un día de la Octava de Navidad, despedimos la así llamada Nochevieja o fin del año solar.


Al cambiar de agenda, remozar nuestras casas, ordenar lo más que se pueda nuestros asuntos materiales y espirituales, sentimos en nuestro interior esta fugacidad y levedad de la vida, lo efímero de nuestras acciones, pensamientos y proyectos.


Una nostalgia por el tiempo desperdiciado, un vértigo por el implacable transcurrir de este gran maestro de la vida que termina quitándosela a quienes aprendieron de sus enseñanzas.


Por él se prueban, como en un crisol, la autenticidad de nuestros ideales, deseos, promesas y palabras.


Efectivamente, el tiempo es el gran maestro.

En su transcurso se decide nuestra eternidad.


Este año que ya expira, tal vez se haya llevado consigo a varios seres queridos: familiares, amigos y muchos de nuestros conocidos.


Una antigua leyenda refiere que esta noche un ángel sacude las ramas del árbol de la vida y caen muchísimas hojas: en cada una de ellas está escrito el nombre de los que el año entrante dejarán el tiempo para volar a la eternidad.


Pidámosle a Dios ser avaros de nuestro tiempo, no desperdiciarlo; ser sus administradores cuidadosos.


¡Cuántos buscan cómo matar el tiempo, cuántos no tienen conciencia de su valor y su pérdida!

No sabemos si éste será nuestro último año.

A cada uno de nosotros se nos ha entregado este talento que es el transcurso que durará nuestra existencia terrena. Debemos hacerlo rendir cuanto nos dé nuestra inteligencia y nuestras fuerzas.


Démosle un momento en esta Nochevieja a una mirada retrospectiva que nos lleve a pensar lo poco que hemos avanzado en la virtud y a un sincero acto de contrición por el desperdicio de nuestro tiempo y todo aquello que durante su transcurso ha ofendido la sabiduría y la bondad infinitas del Dios Eterno, Vivo y Verdadero.


Meditemos con el salmista:


“En el principio cimentaste la tierra,

y obra de tus manos es el cielo.

Ellos van pasando,

mas Tú permanecerás;

todo en ellos se envejece

como una vestidura;

tú los mudarás

como quien cambia de vestido,

y quedarán cambiados”

(Salmo 101, 26)


A nuestros queridos lectores y seguidores,

mi más cordial y afectuosa bendición.


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P. Ismael