“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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La dulce Catalina: terror de los prelados

del siglo XIV al XXI

 

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Éxtasis de Sta.Catalina de Siena. Pompeo Batoni

 

De Santa Catalina de Siena, cuya fiesta celebramos el pasado 30 de abril, “la gran murmuradora” del siglo XIV, la pionera de los denunciantes de la sodomía en el alto y el bajo clero, tomamos estos textos, más que elocuentes, que han de hacernos pensar honestamente y temblar a todos los pastores, en especial a los obispos de nuestra Iglesia.

 

“La dignidad en que te coloqué se te presenta resplandeciente, tal como es, para tu vergüenza, sabiendo que tú la has tenido y usado en las tenebrosidades del pecado.

De los bienes de la santa Iglesia que puse ante ti eres deudor y ladrón; de ellos debiste dar lo debido a los pobres y a la santa Iglesia. Ahora tu conciencia te los representa y cómo los has gastado con meretrices públicas y con ellos has alimentado a los hijos, enriquecido a los parientes; te los has comido y con ellos has adornado la casa y comprado vajilla de plata, cuando debías vivir en pobreza voluntaria.

“Ante tu conciencia se presenta el oficio divino, que abandonaste, sin preocuparte de que cometías un pecado mortal; y, si lo recitabas con la boca, el corazón se hallaba lejos de mí. En cuanto a tus súbditos, es decir, en cuanto a la caridad y hambre que acerca de ellos debiste tener, alimentándolos en la virtud, dándoles ejemplo de vida y el misericordioso castigo o el duro de la justicia, tú hiciste lo contrario, y te reprocha la conciencia ante la espantosa presencia de los demonios.

“Y si tú, prelado, has dado cargos o cura de almas a algún súbdito con injusticia, es decir, que no has mirado ni a quién ni cómo se los has dado, esto se te pone ante tu conciencia, porque los debiste dar no en razón de palabras aduladoras, ni por agradar a las criaturas, ni por regalos, sino en atención a la virtud, por honor mío y por la salvación de las almas.

Como no lo has hecho, eres acusado, y para mayor confusión tienes delante la conciencia y la luz de la inteligencia a propósito de lo que debiste hacer y de lo que debiste evitar y lo has omitido.

……………..

Así ocurre a estos miserables en particular, y en general a todos, porque en la muerte, cuando el alma comienza a ver mejor sus desgracias y el justo su bienaventuranza, a estos desgraciados se les representa su vida de pecado.

No necesitan que otros se la pongan delante, puesto que la conciencia lo hace tanto con los pecados cometidos como con las virtudes que debieron practicar.

¿Por qué las virtudes?

Para mayor vergüenza suya, porque, estando la virtud al lado del vicio, se reconoce mejor el pecado, y cuanto más lo conoce, mayor vergüenza padecen. Por su pecado conocen mejor la perfección de las virtudes, de donde les viene mayor dolor al ver que en su vida han estado alejados de la virtud.

Quiero que sepas que en el conocimiento que tienen del vicio ven con perfección el bien que se seguirá al hombre virtuoso y los sufrimientos que vendrán al que ha permanecido en las tinieblas del pecado mortal.

Les doy este conocimiento no para que lleguen a la desesperación, sino al perfecto conocimiento de sí y la vergüenza de su pecado; pero con esperanza, a fin de que con la vergüenza y el conocimiento expíen sus pecados y aplaquen mi ira, pidiendo humildemente la misericordia.

El virtuoso acrecienta por ello su gozo y conocimiento de mi caridad, porque a la gracia atribuye haber seguido la virtud y caminado por la doctrina de mi Verdad, debiéndolo a mí y no a sí mismo; por eso se alegra en mí. Con este verdadero conocimiento gusta y recibe su fin dulcemente, al modo que te dije en otro lugar.

Así como el uno se llena de gozo, o sea, el justo, que ha vivido en ardentísima caridad, el oscuro pecado se llena de penosa confusión…

Los que han llevado su vida con lascivia y muchas maldades tienen sufrimientos y temor ante la presencia de los demonios. No reciben el mal de la desesperación si no quieren, per sí el reproche la y la reavivación de la conciencia, miedo y temor en su horrible presencia….

Ahora comprendes cuán grande es la ceguera del hombre, y especialmente de estos desventurados ministros, porque todo lo han recibido de mí, y cuanto más iluminados se hallan por la Sagrada Escritura, tanto se hallan más obligados, y en consecuencia, incurren en una grande e intolerable confusión.

Como lo conocieron mejor en la vida por la Sagrada Escritura, en la muerte conocen mejor los pecados cometidos…

…estos ministros tendrán mayor castigo por la misma culpa que los demás cristianos, a causa del ministerio que les otorgué cuando los puse para que administrasen el santo sacramento y porque tuvieron la luz de la ciencia para poder discernir la verdad en beneficio suyo y de los demás, si hubiesen querido, y por esta razón reciben con justicia mayores castigos-

Sin embargo, estos miserables no se dan cuenta de que, si hubieran tenido un mínimo de consideración a su estado, no se verían en tantos males, sino que serían lo que deben ser y no son.

Más bien están todos corrompidos, obrando peor que los seglares de su clase, por lo que manchan la faz de su alma con sus pestilencias, corrompen a sus súbditos y chupan la sangre de mi esposa, es decir de la santa Iglesia.

Con sus pecados la haceN palidecer, esto es, que el amor y afecto que deben tener a esta esposa lo han puesto en sí mismos, y no buscan sino arruinarla y conseguir prelaturas y grandes réditos, cuando deberían buscar las almas.

Por su mala vida llegan los seglares a la falta de reverencia y obediencia a la santa Iglesia, si bien ellos no deberían obrar así, ni pueden disculparse con los pecados de sus ministros”

 

(Santa Catalina de Siena, El Diálogo. El cuerpo místico de la Iglesia)

 

 

“ si me dijeses, padre: “¡El mundo está tan turbado!, ¡de qué modo llegaré a la paz?”, os digo de parte de Cristo crucificado: tres cosas principales os conviene obrar con vuestro poder.

Una es que del jardín de la Santa Iglesia arranquéis la flores hediondas, llenas de inmundicia y de avaricia, hinchadas de soberbia; esto es, los malos pastores y prelados, que envenenan y corrompen este jardín.

¡Ay de mí, gobernador nuestro, usad de vuestro poder para desarraigar esas flores!

Arrojadlas fuera, que no tengan ya que gobernar. Procurad que traten de gobernarse a sí mismos en santa y buena vida.

Plantad en este jardín flores olorosas, pastores y prelados que sean verdaderos siervos de Jesucristo, que no atiendan a más sino a la honra de Dios y a la salud de las almas que sean padres de los pobres…”

¡Oh, cuánto deleite, si viéramos que el pueblo cristiano diese el condimento de la fe a los infieles!

Puesto que luego, habiendo recibido la luz, llegarían a gran perfección, como planta nueva, habiendo perdido el frío de la infidelidad y recibido el calor y la luz del Espíritu Santo por la santa fe; producirían flores y frutos de virtudes en el cuerpo místico de la santa Iglesia: tanto, que con el perfume de sus virtudes ayudarían a apagar los vicios y los pecados, soberbia e inmundicia; las cuales cosas abundan hoy en el pueblo cristiano, y singularmente en los prelados, en los pastores y en los rectores de la santa Iglesia; los cuales se han hecho comedores y devoradores de las almas; no digo convertidores sino devoradores.

Y por el amor propio que tienen de sí mismos; del cual nacen soberbia, codicia y avaricia e inmundicia del cuerpo y de la mente suya.

Ven a los lobos infernales arrebatar a sus súbditos, y no parecen cuidarse de ello; tanto es el cuidado que han puesto en adquirir deleites y delicias, alabanzas y placeres del mundo.

Y todo procede del amor propio: porque si se amaran por Dios, y no por sí mismos, atenderían sólo al honor de Dios y no al propio, y a la utilidad propia sensitiva…

 

(Cartas a Gregorio XI, 1370-1378)

 

“En la cual caridad, amor inefable, la amargura, santísimo Padre, en la cual estáis, estando tan dulcemente revestido, se os volverá grandísima dulzura y suavidad: y el peso, que es tan grave, el amor os volverá ligero: conociendo que sin soportar mucho no puede ser saciada vuestra hambre y la de los siervos de Dios, hambre de ver reformada la santa Iglesia con buenos, honestos y santos pastores.

Y soportando vos sin culpas los golpes de estos inicuos, que con el bastón de la herejía quieren herir a vuestra Santidad, recibiereis la luz.

Porque la verdad es aquella cosa que nos libera.

Y porque es verdad, que, elegido por el Espíritu Santo y por ellos, sois su vicario, la tiniebla de la mentira y de la herejía que han suscitado nada podrá contra esta luz; antes bien, cuanto más tinieblas quisieran crear, tanta más perfectísima luz recibiréis…

No soportéis el acto de la inmundicia. No digo su deseo, puesto que no podréis ordenarlo si ellos no lo desean; mas por lo menos el acto (que esto se puede) sea regulado por vos.

No simonía, no las grandes delicias; no jugadores de la sangre; que aquello que es de los pobres y aquello que es de la santa Iglesia es así jugado, haciendo de mercaderes el lugar que debe ser templo de Dios.

No lo hacen como clérigos ni como canónigos, que deben ser flores y espejo de santidad, y en cambio están como mercaderes, lanzando hedor de inmundicia y ejemplo de miseria…”

 

(Cartas a Urbano VI, 1378-1389)

 

Catalina, imprudente Catalina, ¿encontrarías postulador para tu causa hoy día?

P. Ismael

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