“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Soleares de Domingo de Ramos

…tollentes ramos olivarum

obviaverunt Domino…”


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estrella


Han cesado la barahúnda y los “Hosannas” de la multitud, y al igual que los discípulos nos quedamos pensando esta noche lo que ha sido nuestro Domingo de Ramos.


Se trata de un domingo singular: tal vez sea el domingo que más gente acude a nuestras iglesias en una búsqueda semiconsciente de un misterio que se le escapa: la aceptación de Jesús.


No resultará difícil encontrar alguna explicación: el atractivo de llevar algo bendito a la propia casa, será tal vez la irresistible atracción de conservar alguna hoja de aquel árbol del Historia que es el Evangelio.


El amontonamiento desordenado de nuestras procesiones, los comentarios casi irreverentes de los pascualizantes, el continuo bisbiseo de las viejitas y la mirada distraída que recorre los altares y techos del templo, son actitudes similares a la que se dieron aquella mañana impresionante que atronó el cielo de Jerusalén con la entrada triunfal –para subir al Trono de la Cruz- de nuestro Adorable Redentor.


Cada quien, a su modo, ha querido tener algo que ver con Jesús…


Y mirando nuestra vida, podemos encontrar en aquellos honores transitorios que recibió el Señor, un tipo de creyente que nos refleje.


En primer lugar aparece el homenaje fastuoso de las palmas y ramos que cortaban niños y jóvenes para formar al paso del Rey Manso un toldo que se agitaba como un mar verdeante.


A pocos días de conservar en nuestras casas esas ramas benditas, las hojas del olivo se van cerrando en sí mismas y comienzan a secarse hasta alcanzar un estado casi de fosilización.


Este es el modo de obrar de aquellos que atraídos por Cristo, se suman a la multitud. Simpatizan prontamente con Él y no dudan en manifestar festivamente su adhesión: podrán incluso organizar diversas marchas en defensa o en pro de algunas de sus enseñanzas.


Pero su acción es bien transitoria. Allí los tenemos prontos para cantar, vivar y hacer “presencia”.


A la tarde comienzan a secarse. Su verdor no es perenne.

Y tal vez sean los mismos que con idéntica pasión y entusiasmo griten el Viernes Santo: “Crucifícalo, crucifícalo”.

Tal es la adhesión meramente popular (o la devoción popular) que recibe el Señor.


El segundo tributo que es ofrecido al Señor es el de los mantos y vestimentas, que como alfombras, algunos ponían ante la modesta cabalgadura del Maestro.


Aquí, la entrega es mayor: no se trata ya de cortar las ramas de árboles ajenos, sino de poner a los pies de Jesucristo “algo” de nosotros mismos.

Y también pueda ser ponernos nosotros mismos a los pies del Señor.

Son éstos los cristianos que además de profesar la fe con las palabras y los gestos, ponen de lo suyo al servicio de Dios.


Todas las obras de misericordia –tanto espirituales como corporales-, todas las acciones apostólicas, entrañarán siempre el desprendimiento de algo (poco o mucho) que nos pertenezca.


Poner la vestiduras como tapices para el paso de Cristo significará también uno de los ejercicios de humildad más patentes de la verdadera entrega: poner nuestros “vestidos” para que los pise el Señor significa tener en poco mi cargo, mi puesto, mi dignidad, mi jerarquía; que sólo sirven si lo sirven a Él.


Y finalmente el homenaje que más nos enternece.

Aquel borriquito que Jesús tomó prestado (porque todo lo tuvo prestado en su vida: el pesebre, la comida y la amistad y también en la muerte tuvo algo prestado: el sepulcro) para montarse sobre él e ingresar, como los reyes y profetas del Antiguo Testamento a tomar posesión de su Trono y su Reino.


Aquel que rehusó toda potestad temporal, quiso al aproximarse su Pasión, la solemnidad que por todo derecho le correspondía: ser Rey y reinar desde el Madero, como reza el magnífico himno de Vísperas “Dicendo nationibus: Regnavit a ligno Deus”, estrofa desaparecida en la reforma del 70. 


Aquel simpático animal tuvo en su vida una dignidad sublime: la de llevar sobre sí al Redentor del mundo.


Inconsciente por naturaleza, transportó por unas horas al que creó el universo y estaba a punto de redimirlo.


Leemos en el salmo 72:


“Ego insipiens eram neque intelegebam: ut iumentum fui coram te… Ego autem semper tecum ero: apprehendisti manum dexteram meam..”


“Yo era un necio y no sabía nada; era para ti como un jumento. Pero yo estaré siempre a tu lado, pues tú me has tomado de la diestra”.


¿Quién no ha leído en sus años escolares aquel tierno libro de Juan Ramón Jiménez Platero y yo? No podíamos dejar de terminar su lectura con lágrimas en los ojos.


Yo nunca tuve la ocasión de tratar a estos simpáticos animalitos, pero a través de sus páginas pude darme cuenta de cuánto son capaces de establecer un contacto tan sensible con sus amos y con cuánta fidelidad y ternura se entregan a ellos.


Piden poco, trabajan mucho. Y también se empacan, tienen sus caprichos y sus miserias.


¿Queremos una imagen más exacta de nuestra propia vida, especialmente la sacerdotal y cristiana?


Bastante “burros” (al igual que nuestros alumnos) en el conocimiento y la ciencia de las cosas divinas, bastante trabajadores (aunque a veces damos vuelta la noria del ministerio refunfuñando) y también con nuestras miserias a flor de piel… “Hermano asno” como designaba a su cuerpo San Francisco de Asís o“Borrico sarnoso”, como se llamaba a sí mismo San Josemaría Escrivá.


El pequeño asno es una imagen espléndida de lo que Dios tiene reservado para nosotros después de este día de Ramos: mucho trabajo, trabajo sublime: llevar sobre nosotros a Cristo.


Lo demás, está de más.


Nuestras “sarnas” no son obstáculos para sentirnos responsables y recuperar el santo orgullo de ser consagrados.

En la Edad Media, un ingenioso teólogo habló de la consecratio per contactum, la consagración por el contacto…

Pienso que el contacto físico de la Humanidad Santísima del Salvador, consagró la existencia de esta bestia de carga.


Y siendo nosotros, o estando llamados a serlo, animales racionales, toda nuestra gloria (que siempre será prestada) consistirá en dejarnos contagiar por el contacto que a diario tenemos con Jesucristo: lo llevamos en el carácter sacerdotal, lo tenemos en nuestras manos, lo acercamos a los agonizantes, lo repartimos como Alimento de Ángeles, lo transportamos en las heridas de nuestros propios pecados que esperamos, con su contacto, sean redimidos.


“Domine, si vis potes me mundare. Volo mundare”

“Señor, si quieres puedes limpiarme. Lo quiero, queda limpio”


En el silencio de esta noche renovemos nuestro proyecto juvenil de trabajar como burros. Pero no como burros que no son queridos. Si Platero tuvo tanto “amor” de su buen amo, ¿cuánto amor no tendremos nosotros de un Amo que además de importarle nuestro trabajo, le importan y también ama nuestras sarnas?


Y Jesús en su silencio de esta noche, piensa en la palmas, los ramos y su borriquito.


P. Ismael


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