“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Epifanía, llamado y camino

“Esta estrella resplandece como

una llama,  y muestra al Rey de los reyes;

los Magos la vieron y ofrecieron dones al gran Rey”

(5ta. ant. Laudes. Brev. Romanum)

 

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En el Calendario litúrgico tradicional el Tiempo de Epifanía se extiende hasta el comienzo de Septuagésima, que este año comienza el domingo 31 de enero.

Hasta esa fecha la Iglesia, iluminada por el fulgor de la Epifanía del Señor, saborea el misterio de la manifestación del Hijo de Dios.

 

El destino de los Magos

 

Que Dios se revela como, cuando y a quienes Él quiere, es una realidad de la que da cuenta la misma Escritura la que, a lo largo de su extensión histórica y literaria va refiriendo de forma impresionante la voluntad salvífica universal de un Dios que vino a ser para todos, el Niño que se nos ha dado.

Habiendo Dios hablado de muchas maneras en otro tiempo, ahora se nos ha revelado en Su Hijo Único… (Cf Heb 1,1 ss)

 

Por esas “muchas maneras” podemos entender no sólo las comunicaciones directas de la divina revelación al pueblo escogido, sino extender además –según el auténtico sentido de la Escritura- otras formas de divina intervención en la historia de la humanidad más allá de los límites de la verdadera religión depositada en Israel y llevada a plenitud por nuestro Señor Jesucristo.

 

El esplendor de la Epifanía, que se prolonga a través de estos días, ofreciéndonos preciosos textos de la Escritura y los Padres, es tan deslumbrante que nos lleva de la mano a la consideración de la bondad infinita de Dios para con los hombres de todo tiempo y lugar.

 

El pueblo escogido estaba más que acostumbrado a los ángeles: ellos revolotean por todas las páginas de la Biblia y eran los autorizados heraldos de Dios para las grandes noticias y los fuertes guerreros protectores de la nación y los individuos.

No es de extrañar que para el anuncio de la concepción del Bautista y de la Encarnación del Redentor, Dios Padre haya señalado a San Gabriel (“Fortaleza de Dios”) como su embajador para indicar la fuerza incontenible de la voz que clama en el desierto y la acción salvífica del Fuerte León de Judá, el Mesías Salvador.

 

Son los coros angélicos los que después del anuncio de otro ángel, llenarán el cielo de Belén con el primer Gloria in excelsis Deo de la historia.

Efectivamente, es por mediación de un ángel que Dios comunica a los pastores el nacimiento del Salvador: “se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor...” (Cf Lc 2, 9 y ss)

Para un pueblo acostumbrado a los ángeles, son los ángeles quienes le llevan a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado (Lc 2, 15)

 

¿Y para los paganos? ¿Tomará Dios el mismo procedimiento? ¿Serán los espíritus celestiales quienes les llamen a Belén?

La historia sagrada nos dice que Dios tomó otro camino, otro recurso…

Para que los paganos volvieran a Él “por otro camino” (cf Mt 2, 12)

La sabiduría divina que, como centella de luz, también se difundió entre los paganos, los dirige al Dios verdadero por el camino por el que ellos intentaban transitar: la ciencia de las cosas superiores.

 

Cuando la ciencia procede de un intelecto límpido, de una intención pura, teniendo en Dios su mismo origen, no puede dejar en tinieblas a los hombres que buscan a Dios con sinceridad de corazón…

 

Los Magos miraban constantemente las estrellas, criaturas sublimes del firmamento, creadas por Dios.

Ellas habían sido “colgadas” en el espacio por el Señor, el cuarto día de la Creación, como luminarias en la oscuridad (Gén 1, 4)

A los pueblos circunvecinos de Israel esta imagen ciertamente les escandalizaría bastante: que aquellas divinidades celestes fuesen tratadas por el relato del Génesis casi como faroles y semáforos de la noche…

Sin embargo, a un selecto grupo de científicos con fe en lo invisible, una estrella no les significó un objeto de adoración: más bien una flecha direccionada hacia la trascendencia de un Dios personal.

 

Así es como fue una estrella la que “habló” a aquellos hombres sabios que se despidieron de sus familias respectivas con un: me voy a seguir un cometa… no sé cuándo regresaré…

La Epifanía es una auténtica fiesta “ecuménica”: todos son llamados por el Dios Verdadero a la Verdadera Fe.

Y para los Magos ya no hubo otro dios que el Dios que se hizo Hombre: Jesucristo.

 

Ciencia, intuición, confianza, audacia: combinación admirable de estos misteriosos hombres para quienes el misterio se hace Luz a partir de aquello que les era propio y familiar: mirar al cielo.

Y en el cielo es donde se les manifiesta el signo divino.

A un ángel no lo hubiesen entendido y seguido.

 

Pero como todo tiene su unión, también podemos pensar –con el Angélico y el Dante- que si cada estrella es movida por un espíritu celestial, la “peregrina” estrella de Belén fue “empujada” por su ángel y los Magos empujados por Dios…

Por donde no dejará de comprobarse una vez más que Dios es el Primer Motor y conduce a todos a la feliz oportunidad de encontrar la salvación.

 

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El arca que contiene las reliquias de los Reyes Magos. Catedral de Colonia.

 

El destino de los dones

 

Si los Magos fueron como mínimo tres o superaron la docena (ello se lo dejamos al misterio de la “leyenda”) no lo sabemos con certeza.

Si fueron Reyes, tampoco.

 

Razonablemente podemos suponer que se trataba de sabios o científicos nada corrientes y con sobrados recursos para semejante viaje.

Que pertenecerían a la nobleza de sus naciones es muy verosímil si tenemos en cuenta la cualidad de los dones ofrecidos al Divino Infante.

El texto de Mateo dice: “… y abriendo sus tesoros, le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11)

No se trataría de una cantidad exigua ciertamente.

 

Podemos preguntarnos entonces qué destino tuvieron tales presentes y cómo los administrarían los castísimos padres del recién Nacido con tan escaso ajuar como el que tenían al momento de la sorprendente visita de aquel cortejo.

 

Lo que no llena la información revelada no le está vedado a nuestra piedad contemplarlo a la luz del espíritu del Evangelio.

 

Si a la vuelta de Egipto José se instala en Nazaret y retoma su humilde oficio de artesano, podemos preguntarnos: ¿qué fue de aquel oro que poco tiempo atrás le entregaron los magos orientales?

 

No sería absurdo pensar que, si al momento de la Presentación del Niño en el Templo, José ofrece un par de pichones de paloma (ofrenda de los pobres, ya que quienes contaban con recursos ofrecían un corderito) y, llegados a Egipto, y allí seguir trabajando José; los padres de Jesús hayan practicado anticipadamente el precepto del Maestro: entregar todo a los pobres para tener un tesoro en el cielo.

 

¿Y con aquella cantidad del rico y sublime incienso? ¿Qué pudieron hacer? ¿Qué destino le correspondía a la santa resina que sólo se quema en el culto divino?

Es posible que lo llevaran con todo amor al Templo para que los sacerdotes encargados de ofrecerlo cada día a la hora del sacrificio, lo quemaran en la Presencia de Aquel que se sienta sobre los Querubines.

 

Nos parece que María sólo guardó consigo la perfumada y amarga mirra:

aquel don que significa la Santísima Humanidad de Jesús.

Sí. Porque así quiso presentarse el Hijo de Dios: revestido de la carne mortal, semejante al hombre al que venía a redimir.

Nuestra Señora pudo no verlo todo en aquel momento.

Pero todo lo guardaba en su corazón.

Y su corazón de Madre intuía que de los tres dones recibidos aquel magnífico día, éste sí lo usaría para su Jesús…

P. Ismael

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