“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

________

El Bautismo del Señor

 

…intus reformari mereamur”

que seamos interiormente reformados”

 

(Oración del día)

 

 

 

187783_bautismodecristoperugino

 

 

 

Completando la trilogía epifánica junto a la adoración de los Magos y el primer milagro a instancias de Santísima Madre, en Caná de Galilea, el Bautismo del Jesús en el Jordán, constituye el luminoso escenario que preanuncia la salvación que vino a traernos el Verbo de Dios Encarnado mediante sus Sacramentos.

 

Entremezclado entre los pecadores, Aquel que no consideró su divinidad como algo que debía guardar celosamente (cf. Flp 2) se humilla hasta el gesto (no solamente exterior) de recibir una ablución penitencial.

¡El Cordero inocente que había de quitar el pecado del mundo insiste ante la resistencia del Precursor que lo sumerja en las aguas del Jordán para cumplir toda justicia! (Cf Mt 3,15)

 

A más de un monofisita le hubiese gustado que el Señor obviase este gesto tan comprometedor, anticipo de aquella bendita costumbre de Jesús de Nazaret de meterse entre los indeseables (pecadores, publicanos, meretrices y demás desconocedores de la Ley)

De hecho, su inclinación por estos miserables, le acarreará la perpetua antipatía de los purísimos fariseos que acecharán constantemente las actitudes de benevolencia y misericordia sobre aquellas masas.

 

“Misereor super turbam…” “Me da pena esta gran masa de gente…”

 

Y por ello, ante esta multitud de pecadores que acudían a Juan para confesar sus miserias y ante la mirada de nuestra fe, el Evangelio nos describe con detalles más que impresionantes la testificación del Cielo sobre el Hijo predilecto del Padre, que nos manda escucharle...

“Los cielos se abrieron y el Espíritu Santo, bajo la forma corporal de una paloma descendió sobre Él y se oyó la voz del Padre: este es mi Hijo..”

 

Nuestro propio Bautismo, prefigurado en el episodio del Jordán, prometido en el diálogo con Nicodemo e instituido antes de la Ascensión, encuentra en esta fiesta un motivo para remozarnos en el espíritu de audacia que nos hace llamar a Dios “Padre”.

 

Llamar Padre a Dios supone, inicialmente, un indispensable sentimiento (sentido) de humildad.

Yo no soy más hijo que los demás hijos de Dios. Soy tan hijo como ellos.

Y tan pecador.

“Audemus dicere…” “Nos atrevemos a decir…”

Sí. Es un verdadero “atrevimiento”. Un divino atrevimiento al que nos animó Nuestro Señor cuando nos enseñó cómo y con qué palabras debemos dirigirnos a Dios.

El fundamento bautismal es el reconocimiento de no merecer ser ni llamarse “hijo adoptivo de Dios”.

Dios ha querido que no sólo nos llamemos sino que en verdad lo seamos.

Y ello no puede vivirse sin la conciencia de ser pobres pecadores amados libérrima y gratuitamente por Dios.

 

“…El os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego” (Cf Lc 3, 16)

 

En tanto que el bautismo en el Espíritu Santo es el sello sacramental (indeleble) que marca nuestra alma como propiedad divina, principio operativo de la vida espiritual cristiana; el bautismo “en fuego”, podríamos entenderlo como lo explica el Crisóstomo: “Y así como Jesucristo llama agua a la gracia del Espíritu, manifestando por la palabra agua la pureza que produce, a la vez que el inmenso consuelo que introduce en nuestras almas; así San Juan (Bautista) con la palabra fuego expresa el fervor y la rectitud dela gracias, como también la destrucción de los pecados” (Hom 11, in Matth)

Estrechamente unido a la gracia de la humildad (porque ser verdaderamente humilde es gracia de Dios) se halla el fervor (ardor de fuego) propio de quien no puede menos que “arder” en su corazón por saberse Hijo de Dios.

 

Audacia y fervor sintetizan el espíritu del bautizado.

 

Las estadísticas anuales que transcriben las cifras de bautizados en el mundo dan cuenta de una razón meramente numérica.

Hay muchos bautizados. Eso es lo que se puede contar

 

Esperando que respondiese “La Gioconda o la Victoria de Samotracia” le preguntaron a un famoso cineasta de cuestionable moralidad e incuestionable inteligencia qué salvaría del Louvre si éste se incendiase.

A lo que instantáneamente contestó: “¡El fuego!”

Mutatis mutandis, si nos preguntaran qué debemos salvar de nuestro cristianismo –ese que el Divino Redentor inauguró con los misterios de su Epifanía- no dudemos que Su fuego es lo que debe ser salvado.

 

P. Ismael

 

 

linea_pluma