“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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La Parusía

De nuevo vendrá con gloria…

 

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Durante el Santo Tiempo de Adviento –tiempo fuerte- como gustaba llamarlo Pablo VI a este período de preparación, se nos han de presentar a nuestra meditación los grandes temas de los Novísimos: Muerte, Juicio Final, Infierno y Gloria, estos tres últimos consecuencialmente relacionados a lo que conocemos bajo el nombre de Parusía¸o retorno de Cristo, como Señor del mundo y de la historia.

Tradicionalmente, y conforme a la enseñanza de los Padres y Doctores de la Iglesia, se nos recordarán las sucesivas “venidas” (o advientos) de Cristo en la Historia de la Salvación.

 

Una “venida histórica”, temporal: el nacimiento ex Maria Virgine, ocurrido en el secreto de la gruta de Belén, conocido inicialmente por los primeros destinatarios de la Buena Nueva de salvación: los humildes pastores que cuidaban al descampado sus rebaños.

Se trata de la venida del nacimiento en el tiempo. Antecede a este nacimiento, el eterno “nacimiento” del Verbo en el seno del Padre, el cual desde el principio estaba junto a Dios… y era Dios…

Aquí podemos reflexionar sobre el pre-advenimiento “atemporal” “ante-histórico” del Verbo.

 

La “venida intermedia” del Verbo se opera en este segmento de la historia que vivimos desde Pentecostés hasta el día que sólo el Padre conoce, el fin de los tiempos.

Es la venida, por la gracia, al corazón de las almas justas, como predicaba el Santo Abad de Claraval.

Es un adviento, también escondido en la intimidad del que responde a al Evangelio: porque el Reino ha comenzado entre nosotros.

 

Y la “venida final”, al fin de la historia –en la meta historia- cuando acabe el eón presente y Cristo venga, mejor, retorne, en su Parusía. Ésta ha de entenderse como “presencia”. Sobre ella encontramos referencia especialmente en las epístolas paulinas a los Tesalonicenses, I Corintios (cap. 15) y principalmente en el Apocalipsis.

Todos los hombres en ese momento tendrán clara precepción de la Presencia de Cristo Juez.

 

 

De ella, sólo el Padre conoce la hora y el momento.

Ella supondrá una renovación del universo entero.

Será la transformación y resurrección de nuestros cuerpos con nuestra almas para la confirmación solemne de la sentencia ya dictada por el Justo Juez en el juicio particular.

 

La Parusía será el “inicio” del Juicio Universal.

¿En qué condiciones se presentará nuestra tierra a la hora de aquel terrible día (“dies irae, dies illa…”)?

El Apóstol Pedro nos ofrece una respuesta clásica: “Esperamos cielos nuevos y una tierra nueva, según su promesa, en los cuales habita la justicia”.

 

Según Pozo (“Teología del más allá”) supone una clara afirmación de ruptura, expresada como destrucción del “cosmos actual”, o, al menos, de la forma actual del cosmos.

Porque según Pablo (I Cor 7,31) “pasa la configuración de este mundo”.

 

En un conato de diálogo con el marxismo, muchas veces se hace una interpretación de esa escatología cósmica, según la cual el esfuerzo por humanizar las estructuras, construyendo una sociedad más justa, iría preparando el cosmos futuro y, gracias al esfuerzo del cristiano por construir la ciudad terrestre, y suprimida toda alienación, se produciría un ascenso continuo en virtud de las leyes de la evolución, desembocando en la humanización de las estructuras.

 

 

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Según Teilhar de Chardin, un cierto grado de concentración de la noosfera, - por voluntad divina- sería la condición previa de la Parusía… (¡¡¿¿!!)

“Entonces, sin duda, sobre una creación llevada al paroxismo de sus aptitudes para la unión, se dará la Parusía” (Aut. Cit. “L´Avenir de l´homme”)

Ello plantearía una “Redemptio cosmica” diversa a la de los de los Padres de la Iglesia, basada en una exégesis realista, sin pretensiones científicas.

 

Por encima de esta especulaciones optimistas de este gran optimista (y sépase que el optimismo en torno a la creación (el de Leibnitz, el de Teilhard) no es un sistema necesariamente cristiano, sino provisoriamente filosófico-antropológico; y que la respuesta cristiana es más bien la esperanza, virtud teologal, nuestro propósito se encamina a reflexionar sobre ciertas notas que podríamos establecer en orden a comparar la dos venidas de Cristo (la histórica y la meta histórica) y, continuando con el artículo anterior, aproximarnos a ciertos puntos de mayor referencia espiritual para no dejarnos engañar por los “falsos profetas”.

 

La primera venida del Señor, puesta en pista desde el Antiguo Testamento, especialmente mediante los textos de Isaías 7, Zacarías, etc., encuentra su punto de mayor exaltación en la predicación del Bautista (el último Profeta) quien oficia de gozne entre ambos Testamentos.

Su predicación tiene fuertes tintes escatológicos para el anuncio de la llegada del Mesías. “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles. Todo árbol, que no lleve fruto bueno será cortado y echado al fuego” (Mt 3,10); “limpiará su era, y allegará su trigo en su granero; mas la paja la quemará con fuego inextinguible” (v. 12)

 

Para ello señala el trabajoso empeño por allanar las vías del Señor. Aplanar las montañas y rellenar los valles. Hacer rectos los caminos.

 

Aplanar montañas significa bajar la soberbia humana, achatar las pretensiones de dominio, de usura y quitar toda impureza en las costumbres.

 

Rellenar los valles será vencer las “depresiones” humanas, consecuencia del vacío de Dios en los corazones que, sedientos, excavaron cisternas barrosas para su sed en lugar de ir a las fuentes de la salvación de las que habló Isaías.

 

Rectificar caminos lo interpretamos por adquirir la recta conciencia moral que el Precursor exigió a todos los que se acercaban a él en busca de su “bautismo de penitencia” Los que transitan por los caminos torcidos del pecado o quienes se hacen sus propias rutas de acceso para el encuentro con Cristo, no acertarán.

 

Los signos de aquella primera venida fueron bien concretos y ajustados a la humildad un Mesías que había de ingresar en el tramo final de su misión montando en una cría de asna, ingresando en la Ciudad Santa para padecer.

El anuncio angélico a los pastores, el seguimiento aventurero de los Magos de una estrella, serían los signos iniciales de aquella primera aparición de la benignidad y la misericordia en medio de los hombres.

Anuncios humanos y cósmicos, cumplimiento de entrañables profecías guardadas por los anawin (los pobres del Señor) en lo escondido de sus corazones, a lo largo de las generaciones de esperanza…

 

Estos hombres fueron los Ante – Cristos, es decir, sus precursores, sus semáforos, con la más auténtica función de signos: vinieron para señalar (significar) al Cordero de Dios que quita el pecado de mundo.

Terminada su tarea, se esfumaron. Disminuyeron. Desaparecieron.

 

Esta es la característica auténtica del “enviado”, del apóstol: preparar el camino para una llegada pacífica y comprometedora del Reino, que no es otra cosa que la Persona de Cristo Salvador.

 

Si sabemos desaparecer y que los demás no sigan pensando en nosotros cuando les predicamos a Cristo, ello será señal (signo) inequívoca de buen espíritu y ser de los de Su Reino y confianza.

Si se nos pegan, estaremos teniendo algo de anticristos…

 

Si el Anticristo será un “signo” indicador de la inminente Parusía, ello no será algo que podamos comprobarlo tan fácilmente.

Primero porque procurará distraer la atención de las “señales” que el Señor nos indicó como anticipadoras de su llegada, desplazándola a su propios signos y prodigios que, como decíamos, serán una ingeniosa imitación de los del verdadero Cristo.

 

La Parusía no necesitará de anunciadores humanos.

 

Los astros y los ángeles darán la primera señal.

A diferencia de la primera venida, la segunda no contará con predicadores y misioneros encargados de “preparar el camino”…

Será una percepción inmediata –“ como un abrir y cerrar de ojos”-, sólo la trompeta angélica y las señales en el cielo, harán que las águilas acierten.

 

Y el valle de Josafat, lugar profetizado para este Juicio Universal, será para los réprobos, el valle de Hinnom, o Be- Hinnom (el Ge-Hinnom, la Gehena = valle de los gemidos) el comienzo de su eterno desventurado destino.

 

Y el Anticristo y la Bestia serán derrotados.

“Y ya no habrá más lágrimas, ni dolor..” Porque Dios hará nuevas todas las cosas: ecce nova facio omnia…

 

Y en este lacrimarum valle (valle de lágrimas) que es el presente mundo, como lo llamamos en la Salve, ya se incoa, de algún modo, el juicio que habremos de rendir como el último y definitivo examen de nuestro cursado en la escuela de la vida.

 

Ya tenemos el programa de este examen: los diez mandamientos.

Ya sabemos cuál ha de ser la pregunta final: el amor.

Ya sabemos que todo lo que hacemos en esta tierra, a Él se lo hemos hecho…

Ya sabemos los criterios de aprobación o reprobación que estableció el Divino Maestro.

 

Y tenemos elementos para discernir, mientras dura nuestra peregrinación por este mundo, quiénes sean los Ante – Cristos, y quiénes los Anti – Cristos.

 

El que tenga inteligencia, entienda lo que lee…

 

P. Ismael

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