“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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El Anticristo

sobre un fresco de Signorelli


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Acercándose el término del Año Litúrgico, la Iglesia nos hace meditar en el Juicio Final, y para ello dispone en sus diversos textos una serie de profecías y advertencias pertenecientes al género apocalíptico, principalmente seleccionadas de los libros de Daniel, los discursos escatológicos de Jesús y el Apocalipsis de San Juan.


Fin del mundo, destrucción de la ciudad santa y su Templo, Juicio Final y Anticristos son los puntos destacados del texto de Mateo que se lee en la próxima Dominica, última después de Pentecostés.


Todo el capítulo XXIV de San Mateo merece una atenta lectura para discernir cómo en el relato los temas aparecen entrelazados y distinguir cuando Nuestro Señor se refiere a uno y a otro.


El comienzo, hasta el v. 23, y el fin (desde el v. 32 al 35) se refieren directamente a la destrucción de Jerusalén, y su cumplimiento, que muchos de los contemporáneos de Cristo presenciaron y nosotros conocemos por la historia. Flavio Josefo describe la devastación de la capital judía, que tuvo lugar en el año 70 de nuestra era. El fin del mundo y la consumación de los siglos están enunciados en los vv. del 23 al 32.


La ciencia pareciera en estos tiempos emparejarse más con la Escritura –aunque ello no sea siempre necesario para la vida de la Fe- cuando conjetura que el universo sufrirá una serie de transformaciones que, a la larga, terminaría con la destrucción de nuestro mundo en una forma violenta…


Sin adentrarnos con demasiada prolijidad en la exégesis de los textos mencionados, digamos que la intención de este largo discurso de Cristo –previo a su Pasión- es la exhortación a la vigilancia y a la “preparación” para ese tremendo día, pues “del lado que la encina cae, allí se queda”. Se nos invita entonces a acertar con Cristo o dejarse engañar por los falsos profetas que lo remedan.


Nos interesan los pasajes que se refieren al Anticristo y vamos a resaltar los versículos que vienen al intento de nuestra reflexión.


“Cuidaos que nadie os engañe. Porque muchos vendrán bajo mi nombre, diciendo: “Yo soy el Cristo”, y a muchos engañarán” (v 5).


“Surgirán numerosos falsos profetas, que arrastrarán a muchos al error” (v 11).


“Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos” (v 24).


“Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo –el que lee, entiéndalo-, entonces los que estén en Judea…” (v 15).


Por lo visto, los pasajes del Evangelio que se refieren al Anticristo, más bien nos harían pensar en varios o muchos Anticristos.


Sin que ello se contradiga con un Anticristo, como lo indican otros pasajes del Nuevo Testamento, refiriéndose a la Bestia (cf 2 Tes 2, 4; Ap 11, 1; 12, 18; 13, 3, 11, 15; 15 2, 17 1,3; etc. ) según los dichos del Señor nos animamos a pensar que se puedan haber dado y se den “pequeños anticristos”, todos ellos manipulados por Satanás.


¿Cómo actúa, y, por otra parte cómo es el Anticristo o los Anticristos?


El Anticristo no puede ser o hacer otra cosa que lo que es y hace el Demonio: la mona de Dios. Quiere imitar. Y para ello recurre a todo tipo de acciones. El Demonio, padre de la mentira, lo es desde el principio. Su “pecado” se basa en una mentira inicial: “seréis como dioses” y una falsa promesa. Y a tanto llega su desesperación por mentir que lo quiere hacer pasar a Dios por mentiroso: “no será así… Bien sabe Dios que el día que lo comáis…” Luego, la acción del Anticristo tendrá como base estratégica el mentir.


Ello provocará una ilusión y fascinación en el hombre, su eterno cliente para la tentación. Toda tentación se funda siempre en una mentira inicial, y por tanto, es el intento por alejarnos de Dios mismo, la Suma Verdad, que no puede engañarse ni engañarnos, como lo enseña el Vaticano I y lo aprendimos en el Catecismo.


El Anticristo presentará tan buenas imitaciones –científicas, o espirituales- que, de por sí, aún los elegidos podrían engañarse. Se servirá de la propaganda humana, comercial, incluso aprovechando la popularidad mundial de Cristo. Lo que intentará vanamente será oponerse al verdadero Cristo con toda suerte de mentiras.


Los falsos profetas y los falsos Cristos, tomaron y toman la apariencia de Cristo.


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En la Catedral de Orvieto –magnífico templo que custodia el precioso Corporal del milagro de Bolsena - Lucca Signorelli ha descrito con un pincel agudamente vengativo a los artistas de su tiempo, asistiendo a la predicación de un personaje que predica y tiene una apariencia sellada de benevolencia. Se trata de un fresco en la capilla de San Brizio (entrando a la izquierda) que aborda un tema muy poco o nada frecuente en la iconografía de su tiempo: la persona y la acción del Anticristo.


Sobre un pedestal, y con ofrendas de oro y riquezas a sus pies, aparece el extraño personaje. Su rostro, su porte y sus vestidos son los que tradicionalmente adjudicamos a Cristo. Un aire de vaga inseguridad o agotamiento y los sugestivos bucles a modo de cuernos insinuados le traicionan. En los asistentes que le escuchan atraídos, hay además como una espera de algo que no llega y no sabrían precisar a pesar suyo.


Signorelli se ha pintado, a la izquierda del observador, junto al vigoroso candor de Fra Angélico, en grupo aparte. Aparecen en la escena personajes famosos de su tiempo: Rafael, Dante, Petrarca, Bocaccio, Cristóbal Colón, Orazio Baglioni, etc. Detrás del cuerpo del predicador, el Diablo, sosteniéndole, manejando su gestos y sugiriendo las palabras.


Es una composición impresionante.

Las figuras se asemejan a un titiritero y su marioneta.

Los brazos del Anticristo no son otros que los mismos del Demonio, o una prolongación de ellos. El Anticristo, o los anticristos, no son más que marionetas del Demonio: él los maneja y como hábil ventrílocuo habla tras ellos. No tienen brazos ni palabras. Satanás se los proporciona.


Nos llamarán todavía la atención algunas cosas más.


La mirada del anticristo – hablamos de aire de inseguridad y agotamiento- es casi estrávica. Se diría que está “dopado”. Y mirándole bien de frente, como al demonio no le gusta que lo miren, más bien da cierta pena, porque es un payaso.


Signorelli ha representado al demonio instigador de una manera muy particular.

No se trata de los horrendos y zoomorfos demonios que aparecen en los otros frescos vecinos al de esta Historia del Anticristo pintados por el mismo artista en la catedral orvietana.

Se nos muestra un rapado y atlético Satanás que no deja de mostrar cierto sex appeal con sus pequeños cuernos rojos: todo un diablo de Hollywood.


Prescindiendo del juicio que se arroga el pintor, y del psicoanálisis que podría ejecutársele (la pretensión de que sus rivales de mayor talento sean condenados en bloque; la ingenuidad de colocarse junto al humilde y enorme Fra Angelico, le traicionan) debemos reconocer que es ilustración capaz de hacernos meditar.


Esos engañados por la apariencia de este Cristo, están como preparados para caer en sus redes por su propio tipo de vida.


Personas intelectualmente dotadas, pero que se conforman con una apariencia de verdad en las cosas, con una teoría de la verdad a cambio de una vida verdadera.

En la predicación que tal vez oyen, buscan la hoja vistosa de la higuera estéril, no el pensamiento exigente y transformante de Cristo.

Le toman tan en la superficie, que cualquier imitación de baja calidad puede confundirles y convencerles.

Invirtiendo ilegítimamente el proceso por el que Dios los sacó de la nada, creen necesario “crear a Dios a su imagen y semejanza”.


Los tibios le creen por lo tibio y complaciente con su inseguridad, los sensibleros con su sensiblería y a su medida le esperan muchos hombres.

A todos y a cada uno puede el Diablo fabricarles el falso Cristo a medida y darles lo que piden.


Cada uno encontrará el Cristo que busca. Simpático, poco exigente, “entrador”, siempre con la gente, del lado de todos, del lado del pueblo, del lado de los artífices de este mundo… Siempre ofreciendo subproductos del cristianismo al más bajo precio.


Solo que ninguno será Cristo. “No les creáis”


La obra del Anticristo será tan perfecta en sí misma que no sólo aquellos que se entregan voluntariamente a su juego de mentiras, sino hasta los mismos justos, fiados en los signos que obrará, podrían caer en el error.


¿Si no, cómo nos explicamos que la abominación de la desolación se pudiese establecer en el lugar Santo? ¿Cómo estar preparados?


El Señor nos ha dejado en el texto dos señales: las águilas que acertarán y la higuera que se pone tierna.

Pediremos al Espíritu entender lo que leemos.


Porque “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.


P. Ismael


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