“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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UNIDAD Y SIMETRÍA DE LA MISA GREGORIANA

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“Nadie que ha probado el vino viejo quiere ya el nuevo,

porque dice: el añejo es mejor”


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En su reciente libro sobre la reforma litúrgica “benedictiana”, prologada por el Card. Cañizares, el P. Nicola Bux desasna al sorprendido católico y al sedicente erudito litúrgico de los incontables prejuicios que pesan sobre la aceptación y más, sobre la implementación del Motu Proprio de Benedicto XVI “Summorum Pontificum” y la tan vapuleada “Misa de siempre”, que por gracia e inteligencia del Pontífice reinante, hemos podido celebrar sin sentirnos los únicos que ya no tenemos lugar en la tan proclamada pluralidad eclesial, que ofrece sitio para todos, menos para los que nos apoyamos en la milenaria tradición de fe y oración de la Iglesia. Recomiendo a los lectores echar una mirada al texto del P. Bux que cito como nota al pie (1).


Por qué la unidad y la simetría


Intentaré centrarme en la unidad monolítica y la perfecta simetría estructural del Misal Romano codificado por San Pío V, y ligeramente enriquecido por intervenciones posteriores de los Sumos Pontífices hasta la última del Beato Juan XXIII.


Unidad y simetría son elementos que pueden ser relacionados, sin forzar demasiado las cosas, con uno de los elementos integrales más importantes del concepto de belleza: la armonía. Algo es bello (y también uno, verdadero y bueno) cuando es armonioso.


Mi amigo el presbítero Juan Bautista, habiendo leído la erudita obra de un benedictino que, entonando la ya vieja cantinela del así llamado “Movimiento litúrgico”, que viene de comienzos del siglo pasado adjudicándole a la codificación del Misal tridentino el “pecado” de pegatinas, casi se convence de que alguna grieta o fisura en su integridad de origen puedan viciar al rito de la Misa de superfluos, o al menos extemporáneos añadidos.


Primera cosa que deseo aclarar. Desde hace alrededor de cuarenta años, (en este período se han promovido) los unilaterales defensores de la reforma del 70, no han tenido la experiencia “práctica” de comprobar que a la Misa Gregoriana, inadecuadamente llamada “tridentina” le falte unidad y cohesión interna. No lo han podido comprobar: nadie que no haya celebrado devotamente de esta forma, tiene autoridad para formular tal diagnóstico. La autoridad “de escritorio” o de “Summa cum laude” de una licencia universitaria, no alcanza para semejante injusticia.


Quien se haya internado en la estructura de la celebración de esta Misa – o mejor, la esté celebrando-, habrá comprobado la perfecta unidad y armonía de gestos, palabras y secuenciación. Todo ello es el fruto de una labor de siglos. No olvidemos que San Pío V decretó, como dije en un artículo anterior, la depuración de elementos espurios, logrando así una estructura monolítica de profunda belleza y contenido teológico. Me animo a decir que el Misal Romano es, después de la Sagrada Escritura, el texto más santo y más dotado de “revelación” que podamos encontrar sobre esta tierra: es un auténtico “lugar teológico”.


El mismísimo Daniel-Rops escribía: La Misa en su presente forma rígidamente regulada, como la conocemos ahora en Occidente, fue fijada al día siguiente del Concilio de Trento por San Pío V. En su Bula “Quo Primum” de 1570, expresó el deseo de devolver la Misa a sus antiguas normas, procurando al mismo tiempo desembarazarla de algunos elementos incidentales e imponiendo su práctica en forma uniforme en toda la Cristiandad Latina. De este modo, la Misa recibió una forma definitiva por su estrecha asociación con el Primado de la Sede Apostólica y por la autoridad del sucesor de San Pedro, en cuanto el Misal garantizado por los Padres del Concilio de Trento no fue otro que el usado en la Ciudad Eterna, el “Misal Romano”.


“Consecuentemente, se declaró en el Catecismo del Concilio de Trento que ninguna parte del Misal debía ser considerada vana o superflua; que ni siquiera la menor de sus frases debía tenerse por deficiente o insignificante. Sus fórmulas más breves, frases que se pronuncian en apenas unos pocos segundos, son partes integrantes de un todo donde se entrelazan y manifiestan el don de Dios, el sacrificio de Cristo y la gracia que es nuestra dote. Toda esta concepción se expone mediante una especie de sinfonía espiritual, en la que todos los temas se expresan, desarrollan y unifican bajo la guía de una intención” (Henri Daniel-Rops, “This is the Mass”, 1951).


La machacona distinción entre “liturgia de la Palabray “liturgia eucarística”; “altar de la Palabra” y “altar de la Eucaristía celebrada por los unilaterlalistas defensores del Novus Ordo, ha producido un hiato que lesiona la misma unidad del Sacrificio Eucarístico.


Dejada de considerarse la parte primera (Liturgia Verbi) como una preparación gradual para adentrarnos en el Sanctasanctorum de la Ofrenda y el Sacrificio, naturalmente se marca una “partición” desequilibrada generalmente por las kilométricas homilías y moniciones que, incluso en la “Plegaria Eucarística” entorpecen, más bien que promueven la tan estimada “participación”. Participar en lo partido.


Algo es “uno” en sí mismo, cuando nada le falta ni le sobra de lo que debe tener. Ya me saldrá al paso el minimalista Pipino el Breve diciéndome que con la Consagración bastaría. La Misa es un maravilloso cuerpo. Y en todo cuerpo, el más pequeño órgano tiene su sentido… No se puede destruir un cuerpo tan maravillosamente pensado.


La simetría, exigencia de claridad y acabamiento.


Principio. Desarrollo. Acabamiento. Belleza como resultado.


No resulta fácil poder explicar la simetría con la sola redacción literaria. Sería más sencillo graficarlo frente a un auditorio con la ayuda de una pizarra y con el Misal en la mano. De todas maneras me atreveré a una empresa ardua, al menos para mí.


Para ejemplificar esta simetría, tomo el Canon (íntegro ya a principios del S. VII) del que la Consagración es el centro o visagra.


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1) “Te Igitur”. Se ofrece la Oblación por las intenciones generales; seguido del Memento de vivos y del “Communicantes” (mención de los Santos). Estas tres plegarias se cierran en una única conclusión.


2) “Hanc igitur” y “Quam oblationem”, recomendando al Padre que acepte la Oblación.


3) “Qui pridie”. Relato de la Institución y rito de la


- CONSAGRACIÓN


4) “Unde et memores” (anámnesis): conmemoración de la muerte y resurrección del Señor; “Supra quae” : evocación de los sacrificios del Antiguo Testamento y “Supplices te rogamus” , confiando el Sacrificio al Santo Ángel del Señor. Estas tres plegarias se cierran en una única conclusión.


5) Memento de los difuntos, que se corresponde al de los vivos, antes de la Consagración y “Nobis quoque” que es continuación del elenco de Santos comenzada en el “Communicantes”.


6) “Per quem”, la solemne doxología, acompañada de las tres señales de la cruz sobre el Cuerpo y la Sangre del Señor y las cinco con la Hostia (tres sobre el cáliz y dos entre éste y el celebrante; “Per Ipsum”), que concluyen el Canon.


Así tenemos que, considerando en el centro la Consagración, el Canon consta de 7 partes en perfecta armonía de conexión y simetría.


En el cuerpo mismo de Canon los términos (pares, ternos, quinarios, etc.) se van correspondiendo maravillosamente.


+ Haec dona, haec munera, haec sancta

+ pacificare, custodire, adunare, regere

+ pro se suisque omnibus, pro redemptione animarum suarum, pro spe salutis et incolumitatis suae

+ Aeterno Deo, vivo et vero

+ Placatus accipias… in tua pace disponas… aeterna damnatione nos eripi, … iubeas grege numerari.

+ Benedictam, adscriptan, ratam, rationabilem, acceptabilemque (términos de jurídica precisión).

+ Accepit, tibi gratias agens, benedixit, deditque… (para ambas fórmulas)

+ Hostiam puram, hostiam sanctam, hostiam immaculatam

+ Panem sanctumCalicem salutis

+ Omni benedictione caelesti et gratia

+ Locum refrigerii, lucis et pacis

+ Partem aliquam et societatem donare digneris…

+… Creas, sanctificas, vivificas, benedicis et praestas nobis…


Esta simetría de correspondencia (pendant) la podemos apreciar también en estos otros momentos de la Misa:


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Si consideramos de forma independiente las lecturas (con el Gradual o Tracto en el medio), el Ofertorio como recomendación de las ofrendas, que concluye con la super oblata unida por el per omnia al Prefacio y éste como antesala inseparable del Canon, la simetría no se pierde sino que adquiere una natural variación.


Los Kyries son trinitariamente simétricos. Obvia cualquier demostración.


Los himnos Gloria y Sanctus, al igual que el Símbolo de la Fe, concluyen con la signación sobre sí mismos del Celebrante y el Pueblo.


Por último los desplazamientos del celebrante desde el centro del altar hasta el cornu Epistolae y el cornu Evangelii que tienen lugar en diversos momentos de la celebración es otra manifestación gestual de la admirable simetría de la Misa Católica. Una en sí, rica en sus gestos, nada le sobra y nada le falta.


Oza creyó hacer algo bueno cuando los bueyes que transportaban el Arca del Señor de los Ejércitos estaban a punto de hacerla caer. Pensó que él podía ayudar “metiendo su mano”. Pero el Señor no aceptó su ayuda (Cf I Cr. 13, 9-13). Yo no me hubiera atrevido a lo Bugnini a poner mis manos en el Arca Santa de la Misa de San Gregorio y San Pío V. Pero el Dios de misericordia, así lo creemos, le habrá absuelto, porque no sabía lo que hacía…


P. Ismael


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Notas:


(1) “Los libros litúrgicos –como toda institución eclesiástica- no son irreformables. Por otra parte, ¿no se afirma que en el nuevo misal que se han destacado textos y ritos antiguos caídos en desuso? Este indulto (el de Juan Pablo II), por eso, se refería a la norma que había prohibido –mas no abolido la antigua Misa. Por lo tanto Juan Pablo II la había puesto de nuevo de relieve. En cuanto a la abolición, término que en latín significa supresión o destrucción- del misal de Pío V es evidente que es inimaginable. ¿Cómo puede ser que los liturgistas innovadores sostengan la abrogación y al mismo tiempo digan que el Vaticano II no quería crear un nuevo rito? ¿Consideran al Vaticano II más restrictivo que Trento? ¿Y son tan poco respetuosos de la libertad de los sacerdotes y fieles? ¿Se tolera la creatividad litúrgica, pero no la fidelidad a la tradición?


En fin, la editio typica III del misal romano no contiene ninguna cláusula que abrogue la forma antigua del rito romano. ¿Dónde están, entonces las pruebas de la abrogación? En consecuencia, el Motu proprio no ha generado confusión alguna, sino que reposa sobre sólidas bases teológicas”.


“El entonces cardenal Ratzinger escribía: “Los ritos pueden terminarse, si aquellos que los han usado en una época determinada hubiera desaparecido, o bien si las condiciones de vida de aquellas mismas personas debieron cambiar”. La autoridad de la Iglesia tiene el poder de definir y limar el uso de tales ritos en las diferentes situaciones históricas, ¡pero ella no puede nunca prohibirlos pura y simplemente! Así, el Concilio “ha dispuesto la reforma de los libros litúrgicos, mas no ha prohibido los libros precedentes”. Luego ha afirmado: “También es importante para la correcta concienciación en asuntos litúrgicos que concluya de una vez la proscripción de la liturgia válida hasta 1970. Quien hoy aboga por la perduración de esa liturgia o participa en ella es tratado como un apestado, y aquí termina la tolerancia. A lo largo de la historia no ha habido nada igual, esto implica proscribir también todo el pasado de la Iglesia. Y de ser así, ¿cómo confiar en su presente? Francamente, yo tampoco entiendo por qué muchos de mis hermanos obispos se someten a esta exigencia de intolerancia que, sin ningún motivo razonable, se opone a la necesaria reconciliación interna de la Iglesia”. (Cf. Joseph Ratzinger, Conferencia por el décimo aniversario del Motu Proprio Eclesia Dei, Roma, 24 de octubre de 1998 y “Dios el y el Mundo”, Ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002, pp 393-394) NICOLA BUX, “La reforma de Benedicto XVI”, Madrid, 2009)


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