“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

________

SAN RAFAEL ARCÁNGEL

san-rafael 4


“medicina Dei”


El reciclado mundo contemporáneo da cuentas de lo anclado que ha quedado el maniqueísmo de los primeros siglos en nuestra conflictiva época. Habiéndose tirado por la borda la fe católica que hacía de los ángeles objeto de veneración y devoción, el “profano” (por decirlo de alguna manera) ha reciclado, como tantas cosas que en nombre del “aggiornamento” se fueron desechando, la teología angélica y su vivencia práctica, presentando una serie de subproductos cristianos que vienen a exhibirse en la amplia góndola de los consumidores de “espiritualidad”.


Los temas del bien y el mal, ángeles y demonios; la reanimación del cadáver del gregoriano y demás “objetos” puestos en el volquete de los desperdicios, vinieron a ser “reciclados” por comerciantes, futurólogos, gurúes y también buenas personas, con más buenas intenciones que capacitación en teología, para ser reestrenarlos como nuevas piezas de arte espiritual para consumo del gran público ignorante de aquella metamorfosis. Un ejemplo de lo que decimos es el trabajo del periodista argentino Víctor Sueiro, quien con menos teología académica que muchos pastores, pero con más fe que ellos, logró hacer presente (a su modo) al mundo angélico y su accionar sobre los hombres.


Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la Escritura nos refiere la existencia de los ángeles, sus intervenciones, protección, luchas, cuidados, etc.


Habiendo volado de retablos, cátedras de teología y sermones, los ángeles han venido ser familiares entre “metafísicos” y modernos promotores de alternativas espirituales, de autoayuda, etc., en la ya casi decadente cultura postmoderna.


La devoción que despertaran los ángeles en los primeros cristianos debió ser orientada por el mismo San Pablo (cf. Col. 2,18) Los gnósticos llegaron a considerarlos deidades menores, algo así como los eones de Valentino. Deificados, destronados, olvidados o puestos fuera de sitio, a lo largo de la historia, los ángeles están más cerca nuestro de lo que imaginamos.


*


La fiesta del Arcángel San Rafael que celebramos el 24 de octubre nos puede ofrecer una propicia ocasión para reafirmarnos en la fe y la devoción a estas “criaturas inteligentes y puramente espirituales”, como los define el Catecismo de San Pío X (nº 35) El mismo Catecismo nos enseña (nº 38) que se representan con “formas sensibles: 1º, para ayudar a nuestra imaginación; 2º, porque así se han aparecido muchas veces a los hombres, como leemos en las Santas Escrituras.”


La conocida historia de Tobías, verdadera obra maestra del arte narrativo de las Sagradas Escrituras, nos revela el nombre del Arcángel que acompañó y asistió al joven a lo largo de su singular recorrido. Se trata de un libro que sabe mantener la atención desde el comienzo al fin.


Relata, como sabemos, la vida de una humilde familia constituida por Tobit, su esposa Sara y su único hijo, Tobías. Es un modelo de familia hebrea fiel a los mandamientos de Dios, que pone toda su honra en cumplirlos con amor efectivo, más allá de las propias limitaciones y los avatares de la historia de su pueblo. La piedad de Tobit es reconocida por todos. En el libro aparece claramente el espíritu interior de este verdadero israelita que, antes que nada, atiende a los dictados de su conciencia. También Sara, su mujer, es de una delicadeza interior que llama la atención. Toma resoluciones prácticas de conformidad con su sentido común. Y su único hijo se nos presenta como un joven que piensa constantemente en sus desprotegidos padres. El largo viaje a Media que debe emprender para cobrar una herencia es la ocasión que pondrá de manifiesto su piedad filial y su heredada honestidad y amor a Dios. Al regreso, Tobit planteará a su hijo cuestiones de verdadera “justicia remunerativa” con respecto a los señalados servicios que éste ha recibido de su misterioso y amigable acompañante…


En ningún libro del Antiguo Testamento se describe una permanencia tan prolongada de un ángel (el término ángelenviado- designa su misión, como explica San Gregorio Magno, no su naturaleza) junto a un hombre o un grupo de personas.


El libro de Tobías nos muestra una angelología bastante desarrollada: en ese momento de la Revelación, el pueblo hebreo ya tiene conocimiento de las jerarquías angélicas.


Sobre el final, el misterioso acompañante revelará su identidad: “Yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que asistimos delante del Señor… cuando estaba yo con vosotros, estaba por voluntad de Dios. Bendecid, pues, a Él y cantad sus alabanzas. Vosotros creíais por cierto que yo comía y bebía con vosotros; mas yo me sustento de un manjar invisible y de una bebida que no puede ser vista de los hombres. Ya es tiempo de que me vuelva al que me ha enviado…” (Cfr. Tb. 12, 15; 18-20a)


La teología del nombre tiene en toda la Escritura una importancia capital. El nombre es la entraña misma del ser nombrado. De allí que el Señor se muestra esquivo a revelar Su Nombre. El malac Iavhéh, el ángel del Señor, será una forma viva de impostación de ese nombre y presencia que revelará Él mismo en las tinieblas y los truenos del Horeb a Moisés y todas las intervenciones de los espíritus angélicos en la historia de la salvación suscitarán siempre en los hombres la maravillosa pregunta: “¿cuál es tu NOMBRE?” y la invariable respuesta: “¿por qué preguntas mi NOMBRE?” (cfr. Gén 32, 27-29)


También cuando Dios cambia el nombre a un hombre está redefiniendo su ser y cambiando su destino.


Supuesto que el “nombre” señala la misión de la persona, no será ocioso detenernos en la significación del nombre que se asigna este amistoso arcángel viajero.


Rafael significa Medicina Dei, medicina de Dios. De hecho el arcángel interviene en esta historia doméstica como un auténtico “sanador”. Sana situaciones dolorosas y conflictivas. Y todo ello mediante indicaciones bien precisas. Si prestamos atención al relato veremos cómo de hecho, le señalará a Tobías qué debe hacer en cada ocasión. No es un arcángel deslumbrante ni teatral. “Arcángel aljamiado de lentejuelas oscuras…” lo describirá Lorca. Con traje de caminante se hace encontradizo sin que pueda sospecharse lo que es en verdad. Nada de resplandores, nada de escudos ni loriga de plata. Más que intervenir, sugiere actuar. Y es obedecido.


Desempeñará la labor de un médico sensato: prescribe la medicina dejando al enfermo la responsabilidad de tomarla en el momento indicado. No es un deus ex machina que saque simplemente del apuro: la colaboración humana será fundamental. Y se queda junto al enfermo todo el tiempo que lo necesita. Y nada más. Sabe desaparecer (12, 21) Sabe referir a Dios la alabanza y no se carga con los honores de Quien representa. Esta es una gloria verdaderamente angélica: saber esfumarse y evitar ser objeto de “adoración”. Lo expresa muy bien el Prefacio común: “Per quem maiestatem tuam laudant Angeli, adorant Dominationes…”


El Evangelio de la Misa de hoy precisamente nos refiere aquel prodigio de las aguas agitadas por un ángel del Señor en la piscina de los cinco pórticos (cf. Jn 5, 1-4) El ángel actuaba, pero era necesaria una cooperación humana. El pobre enfermo que cada año acudía allí para su curación no tenía un hombre que le ayudase a tirarse al agua en el momento preciso.


Rafael viene a ser medicina de Dios:

  1. Curando la ceguera de Tobit. Cuando éste dejaba su comida para ir a cumplir con la obra de misericordia de dar sepultura a los muertos, el arcángel presentaba sus oraciones ante del trono de Dios. Heridos sus ojos, Dios le retorna la luz. Peor que la ceguera corporal son las tinieblas del alma en pecado y peor escamas que las de los ojos serán la falta de fe y amor al prójimo.
  2. Exorcizando al demonio de la impureza Asmodeo. La presencia de los ángeles buenos y sus sugestiones en el alma de los justos conjuran las insidias de aquellos otros espíritus, pervagantur in mundo, que andan deambulando por el mundo. Un espíritu de impureza lo ha invadido todo. Ya se habla muy poco de la “angelical” virtud de la pureza. Y el sexto y el noveno Mandamiento aparecen poco o nada en los sermones. Se defiende la vida. Muy bien. Pero no se habla de ya del “Non moecaberis” “No fornicarás”. Los ángeles no habitan donde se huele a impureza. Y la pureza de las costumbres y la protección de los ángeles espantan a los demonios.
  3. Disponiendo el camino de los buenos. Rafael concierta un matrimonio casto y dichoso. Dos jóvenes parientes, buenos y solos (Tobías y Sara) que no se conocían y pasaban por duras pruebas, son asistidos por este “arcángel casamentero”. Pocas páginas del Antiguo Testamento impregnan la institución natural del matrimonio de un sentimiento de tan alta sacralidad y pureza: “… Señor, Tú sabes que no llevado por lujuria tomo a esta mi hermana por esposa, sino por el solo deseo de tener hijos en los que sea bendito tu nombre por los siglos de los siglos” (8,9) (Dicho sea de paso: ¡qué nítido aparece en este texto el fin primario del matrimonio!)

Arcángel de la Providencia Divina, medicina de Dios, salud de los enfermos, luz de los ciegos, guía de los que caminan, protector de la limosna, del ayuno y de la oración, escudo contra los espíritus impuros, San Rafael nos libre de todos los males y peligros durante la peregrinación en este destierro y nos acompañe hasta nuestro retorno a la casa del Padre y Señor de los Ángeles.


NOTA:
En otro post desarrollaré el tema de las jerarquías angélicas sobre un texto de San Buenaventura


P. Ismael


linea5