“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

________

Cosas de ingleses

Tomarse en serio…


broughton-stmary-f67p14

estrella


En cierto lugar de la amplia (y de no tan sencilla lectura) obra de Chesterton, “Ortodoxia”, el brillante escritor británico dice que los ángeles pueden volar porque son “livianos”. O sea “porque no se toman demasiado en serio a sí mismos”. Los que se tomaron en serio, terminaron en la serie de los condenados…


Hay ángeles con alas pesadísimas como los del Greco, quien los pinta con alas de águila, o ángeles de alas tenues, como los de Fra Angelico, que opta por las alas de mariposa o las plumas del faisán. Unos y otros pueden volar, a su aire, porque son espíritus.


Para ascender a las cosas espirituales, y especialmente al conocimiento de sí, es necesario tener cierta “liviandad” del alma. Digamos como un cierto “vencimiento” de la ley de la “gravedad” (esa invariable fuerza que nos tiene imantados en dirección al centro de nuestra tierra). Para “ascender” será necesario estar ligeros de toda “armadura” o pesado brocado que no estorbe la movilidad… Recordemos el caso del emperador Heraclio que salió con sus hopalandas y joyas reales a recibir las reliquias de la Vera Cruz del Salvador y debió despojarse de todas ellas y descalzarse para poder así transportar el madero de Aquel que ascendió a lo más alto de los cielos, habiendo despojado al demonio de sus armas: la soberbia y la insensatez de querer ser como Dios.


Dicen los que enseñan la sana psicología, que una de las características de la personalidad madura es la capacidad de saber reírse de si mismo y no tomarse demasiado en serio. Por haberse tomado en serio más de la cuenta, la historia de la humanidad tiene horrendos ejemplos de despotismos, crueldades y muchas payasadas.


El hombre “grave” (dígase más bien “pesado”) va a adquirir la inmovilidad de los músculos tullidos y la pesantez del que se ha aupado tras una comilona desaforada. Todo lo toma en serio: en especial su propia honra (“puntillos de honra”, que dirá Sta. Teresa). Envarado, solemne hasta lo ridículo, pontifica sobre las materias más nimias y cualquier impugnación a su criterio es una ofensa que probablemente no perdone de por vida.


La vida para él no reviste la forma de prosa, sino la de una epopeya en la que el personaje heroico, siempre severo y casi siempre afrentado es él mismo. Y naturalmente, como todos los héroes, está destinado al mármol: al mármol de la más fría soledad. Se cree un modelo de seriedad cristiana. Y para seguir con Chesterton, diremos que se quiere parecer a los primeros cristianos: al igual que ellos, merecería que lo devoren los leones… Siempre cejijunto, con aires doctorales y prosopopéyicos, jamás se permitirá no tomar en serio el más mínimo de sus pensamientos, movimientos, palabras y actitudes.


Consecuencia: que no puede alzar vuelo. Quisiera volar. Quisiera sobrevolar por encima de las miles de ortigas de esta tierra. Pero el peso de su prestigio (real o subjetivo) es un verdadero plomo interior. Y lo peor de todo, no es feliz, y en muchos casos no deja serlo a los demás.


A la ineludible ley de la gravedad que a todos nos afecta, habríamos de oponerle los creyentes, la sensata ley de la “liviandad” (entiéndaseme en el sentido que quiero darle al término). Cuando el propio ego tiene el pecaminoso peso de inmovilizarnos en nuestro peligroso “centro”, la ley angélica y evangélica de la humildad será la que logre sacarnos de nuestros intentos de vuelo de gallina.


sir thomas and margaret


Aunque más de una vez las habremos leído, transcribo para su pausada meditación esta joya rescatada de las obras de Santo Tomás Moro, muchas de las cuales son pequeñas anotaciones con carbonilla en los márgenes de su Libro de Horas que le permitieron conservar en la Torre, o en pequeños trozos de papel que su amada hija Margaret podía acercarle.


Felices los que saben reírse de sí mismos,

porque nunca terminarán de divertirse.


Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita,

porque evitarán muchos inconvenientes


Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas,

porque llegarán a ser sabios.


Felices los que saben escuchar y callar,

porque aprenderán cosas nuevas.


Felices los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio,

porque serán apreciados por quienes los rodean.


Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables,

porque serán distribuidores de alegría.


Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes,

porque irán lejos en la vida.


Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio,

porque su camino será pleno de sol.


Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar,

porque no se turbarán por lo imprevisible.


Felices vosotros si sabéis callar y ojalá sonreír cuando se os quita la palabra, se os contradice o cuando os pisen los pies,

porque el Evangelio comienza a penetrar en vuestro corazón.


Felices vosotros si sois capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias.

Pasaréis por ingenuos: es el precio de la caridad.


Felices sobre todo, vosotros, si sabéis reconocer al Señor en todos los que encontráis, entonces habréis hallado la paz y la verdadera sabiduría.


Y recordemos que lo que más en serio se tomó el gran Santo, cuya sangre no fue derramada en vano, fue el asunto de su propia salvación. “Cum metu et tremore” luchó hasta el último instante de su vida terrena. “Deus non irridetur” – De Dios nadie se ríe- dirá San Pablo a los Gálatas. Con su conducta lo demostró. Tomó en serio a Dios. Pero supo reírse de la ridiculez humana, y sobre todo de sí mismo. Y con las alas livianas de la gracia y el buen humor, voló tan alto como los ángeles.


P. Ismael


linea_pluma