“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Ave Christus Rex!

Cristo%20Rey 

Toda vez que la Iglesia ha introducido en su ciclo litúrgico una determinada celebración, procura, además de conducir a sus hijos a un acto de culto (de latría o veneración, según el caso), salir al paso de algún error o desviación doctrinal, o corregir una tendencia imperante.


Tal ocurrió con la Fiesta del Corpus Domini. La disminución de la reverencia y el culto eucarístico, suscitó, milagros y teología mediante, la institución de tan magnífica celebración. Otro tanto ocurrió con la festividad del Sagrado Corazón de Jesús: el frío rigorismo del jansenismo que había debilitado la esperanza, fue en la providencia divina el llamamiento inductor a mirar el inmenso Amor de Cristo a los hombres.


Mediante la Encíclica “Quas Primas”, del 11-XII-1925, el documento más antiliberal del siglo XX, del Papa Pío XI, se establecerá para la Iglesia Universal la Fiesta de “Cristo Rey”, cuyos beneficios señalará el Papa: su valor psicológico y religioso; su correspondencia a la naturaleza del hombre, las exigencias del tiempo, y, como dijimos arriba su fuerza para combatir errores y herejías. Justamente la festividad de Cristo Rey será establecida por el Papa al conmemorar el décimo sexto centenario del Concilio de Nicea. Y dispuso se celebrara el último domingo de octubre.


La mayor parte de la humanidad se ha alejado de Jesucristo, trayendo tal alejamiento grandes males para el mundo. No puede haber esperanza cierta de paz duradera entre los pueblos, mientras los hombres y las naciones nieguen el imperio de Cristo Salvador y renieguen de Él.


Al final del Credo decimos: “Cuius regni non erit finis”.


Intentaré resumir y sistematizar las principales líneas de la Encíclica.


Decimos “Cristo Rey” porque reina: a) en la inteligencia de los hombres, no sólo por la elevación de su pensamiento y por lo vasto de su ciencia, sino porque El es la Verdad y es necesario que los hombres la reciban con obediencia; b) en la voluntad de los hombres, porque en Él la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la voluntad divina, y por sus inspiraciones con que nos inflama, y; c) Rey de los corazones por su caridad que sobrepasa toda humana comprensión y por los atractivos de su mansedumbre. Nadie, en efecto entre los hombres fue tan amado, ni lo será nunca como Jesucristo.


También en cuanto hombre, Cristo es Rey. Ha recibido del Padre la potestad, el honor y el reino.


Podemos aportar los siguientes fundamentos de la Escritura.


“Príncipe que debe salir de Jacob” Num 24,19


“Rey sobre Sión mi monte santo… recibirá las naciones en herencia” Sal 2


“Tu trono, oh Dios, permanece para siempre” Sal 44,7


“…su reino será sin límites, y enriquecido con los dones de la justicia y de la paz… dominará de un mar a otro mar…” Sal 71,5-8


“… nos ha nacido un párvulo, nos ha sido dado un hijo y su principado sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la Paz. Se multiplicará su imperio y no tendrá fin la paz…” Is 9,6-7


“…vástago justo… cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en toda la tierra” Jer 23, 5. También Dan 2,44; 7,13-14


“Rey manso el cual subiendo sobre una asna y su pollino estaba para entrar en Jerusalén como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas” Zac, 9,9


“Darás a luz un hijo, a quien el Señor Dios dará el trono de David, su padre…” Lc 1,32


“…me ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra…” Mt 28,18

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Pius_XI

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Argumentos dogmáticos


1) Cristo es Rey por su naturaleza en razón de la unión hipostática. San Cirilo de Alejandría dice: “Cristo obtiene la dominación de todas las criaturas no arrancada por la fuerza ni tomada por ninguna otra razón, sino por su misma esencia y naturaleza”. Por ello, por estar unida hipostáticamente a la divinidad, su Santísima Humanidad es sujeto de adoración.


2) Cristo es Rey por la redención con que nos rescató: “Habéis sido redimidos, no con oro y plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo; como de un cordero inmaculado y sin tacha” (I Pe 1,18-19).


El principado de Cristo consta de una triple potestad.


1) Poder legislativo. “Jesucristo ha sido dado a los hombres como Redentor, en el cual deben poner su confianza, y al mismo tiempo como legislador al cual deben obedecer”. Así lo vemos en el Evangelio. El dicta leyes y perfecciona la Ley mosaica.


2) Poder judicial. El Padre le ha dado poder o potestad judicial. “El Padre no juzga a nadie, sino que dio todo juicio al Hijo” (cf Jn 5,22). El derecho de premiar y de castigar a los hombres aún durante su vida, porque esto no puede separarse de una cierta forma de juicio.


3) Poder ejecutivo: nadie puede sustraerse a su mandato.


Este reino de Cristo es principalmente espiritual. Jesús procuró quitar de la mente de los Apóstoles la superficial y temporalista concepción mesiánica. Se retiró cuando querían proclamarlo rey. Delante de Pilatos dijo que su reino no era de este mundo (cf Jn 18,36): YO SOY REY”; “MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO”. Una de las frases más impresionantes, dramáticas y sublimes de Evangelio. Nos enseña San Agustín: “¿Qué podía representar para el Rey de los siglos el hacerse Rey de los hombres? No es Cristo Rey de Israel para exigir tributos, armar ejércitos y combatir visiblemente a sus enemigos, sino que su imperio consiste en gobernar los espíritus, asegurar su suerte eterna, y conducir al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman” (Oficio del día).


Al imperio de Cristo están sujetas las cosas temporales: ha recibido del Padre un derecho absoluto sobre todas las cosas creadas. Todo se somete a su arbitrio. Mientras vivió en la tierra se abstuvo de ejercer este poder, y como despreció entonces la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así permitió y permite que los poseedores las utilicen. “No arrebata los reinos mortales el que da los celestiales” (Crudelis Herodes, Himno de Epifanía).


León XIII había señalado en Annum sacrum (1899) “El imperio de Cristo se extiende no solamente a los pueblos católicos y aquellos que regenerados en la fuente bautismal pertenecen en rigor y por derecho a la Iglesia, aunque erradas opiniones los tengan extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a todos los que están privados de la fe cristiana; de modo que todo el género humano está bajo la potestad de Cristo”.


No hay diferencia entre los individuos y la sociedad civil. Lo que es bueno para el individuo lo es para el orden público. Decía San Agustín: “No es feliz la ciudad por otra razón distinta de aquella por la cual es feliz el hombre, porque la nación no es otra cosa que una multitud concorde de hombres” (Ep. “ad Macedonium”). El haber transformado la religión en un asunto absolutamente privado, llevó a esta disociación, a esta “experiencia fatal de un humanismo sin Cristo” (Pablo VI, Discurso de Navidad, 1969).


Más recientemente se expresaba Juan Pablo II: “Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser un obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia. Aún cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas, sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias” (Redemptoris missio, 1990).


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Domina las Naciones y enséñales tu Amor…


Así reza el estribillo de aquel sublime Himno (una pieza de profunda teología y exquisito gusto musical) del Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Buenos Aires el año 1934 y presidido por aquel Pastor Angélico, el entonces Cardenal Eugenio Pacelli, luego Papa Pío XII.


Domina las NacionesHoy estamos dominados por muchos que se consideran “reyes” de naciones, partidos, doctrinas, modas, etc. Este deseo de otorgarle al verdadero Rey su título de potestad y señorío, no debe parecernos extemporáneo o poco “ecuménico”. Lo sabemos sobradamente y lo hemos dicho hasta el cansancio: cuando Cristo no reina, reina el Anticristo, o un payaso…


Domina las Naciones… Ladrones de la honra y los derechos de Dios, muchos hombres ambiciosos de poder usurpan la potestad legislativa y judicial de Cristo Señor sobre el mundo. Y lo peor: que muchas veces, bajo capa de “servicio” se quiere reinar. Y reinar a toda costa: desde el espíritu narcisista y egolátrico de la imagen, hasta la voluntad de someter la conciencia y la vida de las personas. La ambición es el cáncer del servicio. Nada más contradictorio que decir que se sirve, cuando en realidad lo que se quiere es dominar. Y ya sabemos que la ambición de poder es el más diabólico de los pecados. Cualquier otro pecado tendrá que ver con nuestra condición de seres “carnales”, pero el ansia de poder es la mayor de las tentaciones diabólicas, como lo podemos comprobar por el relato de las tentaciones del Príncipe de la Mentira a Cristo en el desierto.


Domina las Naciones… Pero el reinado de Cristo en el mundo será consecuencia de su reinado en las conciencias y las familias y para ello, la búsqueda de la santidad personal es irrenunciable. Orígenes decía que Cristo no puede reinar en nuestro corazón si en éste reina el pecado.


Y enséñales tu amor… Es el modo de Cristo. Vino a reinar por el amor. Amor que no es otra cosa que la virtud sobrenatural de la caridad o la gracia. Siendo Rey respeta nuestra libertad. Quiere ser amado libremente: “si alguno quiere venir en pos de Mí…” A nadie presiona, a nadie obliga. No hay otra “presión” que su dulce llamada a conformar nuestro corazón con el Suyo y a vivir el espíritu de la Carta Magna de su Reino: las Bienaventuranzas. Y para que no temamos viendo la pobreza de nuestro amor para con Él, el Apóstol del Amor nos enseña que Él nos amó primero…


¡Viva Cristo Rey! Sí, viva en el hogar. Viva en Su Iglesia. Viva en los pobres de espíritu, los verdaderos herederos del Reino, que han de juzgar al mundo por la medida y el peso del Amor.


P. Ismael

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