“Cuando era protestante yo notaba que mi religión era seca y triste, pero no mi vida; sin embargo siendo católico mi vida es triste y seca, pero no mi religión”

(Beato Card. John Henry Newman)

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Para empezar... Algo de lo que puede el arte en la fe y la fe en el arte


Regina_Pacis

Regina Pacis


No había pensado escribir sobre este cuadro fascinante, hasta que, una conferencia aceptada pacíficamente, me obligó a quedarme deliciosamente una vez más ante uno de los cuadros más bellos que he contemplado “en vivo”.


Guardo en mi memoria algunos detalles sobre su procedencia que me diera la persona a quien le fuera obsequiado este lienzo. Se lo donó una familia que le aseguró fue pintado por un desconocido artista que trabajó para Mussolini. El cuadro ha encontrado su destino en los muros de una escuela católica.


La descpripción


Se trata de un lienzo redondo circunscrito en un marco cuadrado con relieves florales y bordura torzada.


Tres figuras delicadísimas ocupan la atención: la Virgen María, el Niño Jesús en su falda extendiendo una rama de olivo a una mujer llorosa que la aplica con suavidad a su pecho y reclina su cabeza en el hombro derecho de la Virgen. Ésta, a su vez, apoya su mejilla en la cabeza de la mujer y le sostiene con dulzura la cabeza, como queriendo calmar su dolor. Detrás del trío – que podemos encajar en una pirámide perfecta- se despliega en abanico un tupido olivo. Sobre la falda de la Virgen descansa otra rama olivo más pequeña.


Los integrantes de esta dramática tríada, en su estructura piramidal insinúan una rotación propia y relacional de una a otra. La cabeza de la Virgen rota hacia la derecha, la de la mujer hacia la izquierda. Los brazos y las piernas del Niño tienen también una rotación que se corresponde con la de la pierna derecha de la Virgen. Las manos de la mujer –recibiendo la amplia rama- se corresponden en dirección con las del Niño que sostiene el tronco. No pude dejar de pensar en la leonardesca pirámide de tirabuzón del conjunto de Santa Ana, la Virgen y el Niño del misterioso y polifacético florentino.


Al fondo, a cada lado del olivo, en “pendant”, dos pares de figuras apenas insinuadas completan la escena.


Con excepción de los pañales del Niño –de tonalidad rosa viejo- los restantes colores del lienzo o son verdosos o se derivan o acercan al oliva. El velo de María –sujetado graciosamente por una cinta- se desarrolla en grises. El vestido es de un verde agua agrisado, y cruza su pecho otra cinta que lo sujeta con doble vuelta en torno a la cintura. Desde el brazo izquierdo, con el cual sostiene al Niño, y cubriendo la parte de la falda, rompe la monotonía un manto verde seco con matices azules.


La mujer llorosa está enfundada en un vestido, probablemente de una pieza, verde negruzco, de gran opacidad. Su cabeza literalmente “emerge” del ropaje.


Me han llamado también la atención los ojos de los personajes. La Virgen tiene los ojos entornados, casi cerrados. Los de la mujer –verdaderamente patéticos. Se dirigen con dolor y esperanza hacia el rostro de María. El Niño mira dulcemente, casi sin entender, el rostro de la mujer.


Los tres personajes tiene la misma tonalidad de piel, sin faltarle el esfumado verdoso en la sombras. Pocas veces he visto el color del olivo logrado con tanta perfección. Toda la coloración causa en el espectador una transmisión ambiental del cromatismo “verdeante” que sugiere descanso y paz… El paso del tiempo también ha patinado estupendamente el lienzo.


La interpretación


Pienso que el tema central es la Paz. El olivo del fondo, la rama tendida y recibida, la ramita en la falda… El simbolismo bíblico del olivo me recuerda la paloma que regresa al arca con esta prenda de “fin de guerra” y preanuncio de la alianza noáquica. También pensé en los dos testigos del olivo de Zacarías y el Apocalipsis.


La paz en un don de Jesucristo, Rey Pacífico, nuevo Salomón, Princeps Pacis… más grande que Salomón. Es el primer saludo del Señor resucitado “Paz a vosotros…” Viene de Él. “Mi paz os dejo, os doy mi paz… pero no como el mundo la da…”.


Si es exacta la información de que se trata de un pintor del Duce la ubicación histórica del lienzo no es tan ardua. Debe datarse antes o durante la Segunda Gran Guerra. Y es más que obvio que “la paz” sea un tema suficientemente amplio, tratado y deseado más allá de la temática de un cuadro “religioso”. Cuando más miro el cuadro – no sé fundamentarlo convincentemente- vienen a mi pensamiento más el sufrido Benedicto XV que Pío XI o su inmortal Sucesor, Pío XII, Pontífices de aquel período.


¿Quién es esa lacrimosa mujer que se ampara en María y toca sin tocar la rama de Olivo? ¿Es la imagen de Italia o Roma profetizada por el Dante que “piange, vedova e sola…” clamando noche y día “Cesare mío” por qué no me asistes? ¿Es el alma cristiana, abandonada a sus propias fuerzas y aplastada por su pecado? ¿Es la Iglesia, Esposa Inmaculada de Cristo, como Él, sufriente, lacerada de tantas calamidades de afuera y de adentro? En cualquier caso tiene sus ojos colgados de María (“como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora…”), se reclina con gran confianza en su seno, y la Señora, por su parte, adopta una actitud por demás dulce y entregada. Casi me parece que María descansa sobre la cabeza de la mujer y se adormece, como diciéndole: “ya pasará… tú, quédate aquí con nosotros…”


También el Divino Niño tiene una paz casi despreocupada que contrasta notoriamente con el doliente rostro ardido por las lágrimas. Sostiene con la natural torpeza (nada manierista) de los niño, pero con llamativa firmeza esa rama que parece superarlo. Ambos quisieran decirle a la mujer que la paz ya está en ellos como en su fuente, que solamente en sus brazos superabunda. Viendo la beatitud de la Madre y su Niño el profano le diría a la enlutada mujer: “si ellos te tratan así, ¡cambia tu cara!”. Pero ella tiene sus motivos. Y Madre e Hijo lo saben.


Si se tratase de mi primera hipótesis (Italia, Roma o la Europa destrozada por la guerra, que llora como Raquel a sus hijos) el estallido del olivo y su efecto pacificante es un grato consuelo y una promesa. Si del alma que descansa en María, esa rama es un claro adelanto de las verdes praderas hacia las que la atrae el Buen Pastor y una vara florecida de salvación de la que puede asirse con seguridad tras escuchar y reconocer su voz. ¿Será demasiado “protestante” recordarle al católico medio de hoy que sólo Cristo salva?...


Hablé al comienzo de las figuras apenas esbozadas en “pendant” del segundo plano. El primer grupo (el de la izquierda) me parecen Adán y Eva en un abrazo de dolor. El segundo (a la derecha) tal vez represente a la misma pareja inclinándose sobre el suelo al que volverán, en actitud de trabajarlo con esfuerzo. Si es así, como yo lo veo, el telón de fondo es el después del pecado original. Lo llamaríamos teológicamente el instante postlapsario) Ese es el motivo de fondo, bien que intencionadamente olvidado por alguna teología y mucha catequesis educativa actual, sobre el que se borda esta pirámide color esperanza (y conste que ésta última expresión la escribí en este artículo que tiene más de tres lustros, antes de la canción de Diego Torres…)


Me queda mi última hipótesis: la Santa Iglesia. ¿Será ella esa Madre feliz de hijos con sus brotes de olivo en torno a la mesa del Señor? Puedo ver en esa mujer en traje de penitente, a nuestra Madre, la Santa Iglesia, que siente el dolor en el alma cuando se le niega no sólo el título, sino la realidad misma de su maternidad y santidad intrínsecas. Puedo ver a la Iglesia, peregrina entre las sombras y figuras de este mundo, que sólo encuentra su esperanza en el don de Cristo y el cobijo de la Reina de la Paz. Puedo ver a la Iglesia sufriente en los pobres y humillados, en los enfermos –más pobres que nadie-, en los creyentes realmente marginados que no militan en pro de la “no discriminación”. Puedo ver a la Iglesia asolada por sus maliciosos y declarados enemigos y desolada por el abandono escandaloso de sus hijos ingratos. Quisiera mostrar esta imagen de la Iglesia, a la espera ansiosa del don de Cristo, al prefabricado optimista y al snobista inculturado que se dispone a estudiar su misterio entre el mate y mate de un taller misionero…


Aún concediendo que el cuadro de mi meditación se focalice en este valle de lágrimas, no podemos soslayar su fuerte realismo teológico y su dramatismo expresivo a la vez que su dulzura.


“El Espíritu y la Esposa dicen ¡Ven!...” El Señor da su paz a los que la buscan y corren tras ella. Y ha querido otorgarla a través de las manos de su Madre, a quien con verdad llamamos “Regina pacis” , por ser Madre del Autor de la Paz.


Dicen los que saben que un cuadro no se termina. Se deja. Se deja de trabajar, porque siempre admitiría una continuación en su pintura. Dejo yo también mi lectura del cuadro, para seguir mirándolo e invitar a mirarlo.


P. Ismael

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